Dr. Enrique De Rosa Alabaster | infobae.com | 13/07/2025
El crecimiento de este trastorno abre interrogantes sobre la delgada frontera entre una condición neurobiológica y las múltiples formas de estar en el mundo. Claves para una mirada más amplia
Cada 13
de julio, fecha en la que se celebra la jornada de concientización sobre
el Trastorno por
Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH-ADHD en
inglés) el mundo vuelve a hablar de este espectro. Se multiplican
campañas, testimonios, cifras, estadísticas y explicaciones del cuadro, que
leen padres preocupados, docentes frustrados, o incluso adultos que finalmente
“entienden” lo que les pasó toda la vida.
En
el Día
Mundial del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad vale
preguntarnos si entendemos lo que nombramos bajo ese nombre o si repetimos
etiquetas que reemplazan al pensamiento crítico. ¿Qué pasa cuando un
diagnóstico eclipsa a la persona, es decir cuando no entendemos que por detrás
de una etiqueta hay alguien único?
Estas
estadísticas generan preguntas inevitables: ¿es que estamos frente a una
verdadera epidemia del trastorno neurológico? ¿O acaso lo que ha
cambiado es el umbral de lo que consideramos aceptable en términos de
conducta infantil?
Desde hace
décadas, el diagnóstico de TDAH se ha expandido en forma tan
veloz como ambigua, los límites por momentos están ligados a lo que el expositor indique.
Ciertamente,
existen criterios internacionales como los del DSM (Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales) y el ICD, (Clasificación Internacional
de Enfermedades) pero en la práctica de todos los días, y aún más en lugares
donde la asistencia no llega de manera adecuada, muchas cosas pueden ser
ignoradas o quizás incluidas erróneamente en un paraguas sindrómico muy amplio y
con límites imprecisos.
Acerca del diagnóstico
Una cultura del zapping mental
Los estudios epidemiológicos muestran cifras que oscilan entre el 5% y el 10% de niños diagnosticados con TDAH en diferentes países. En algunos entornos urbanos, esa cifra supera el 15%.
Niños inquietos, adolescentes desatentos, o desmotivados, desorientados, o adultos dispersos: todos pueden encuentra un lugar en esa sigla. Pero, ¿qué encierra realmente? ¿Es un trastorno neurológico? ¿Una construcción clínica útil? ¿O un mapa equivocado de territorios diversos que no terminamos de comprender?
¿Qué queremos hacer: diagnosticar,
definir, o comprender, ayudar, acompañar? Un diagnóstico debería
servir para abrir caminos: explicar, orientar, tratar. Pero
cuando un punto de llegada se transforma en lugar de partida, corre el riesgo
de convertirse en una definición totalizante.
La modalidad de pensamiento inductivo
en algunos casos que ha establecido el criterio subjetivo, y luego buscará
confirmarlo se aplica en todos los sentidos, sobre o
sub-diagnosticando, pero ambos conceptos van unidos al error diagnóstico que,
en definitiva, es no cumplir la función del que asiste a otro en su malestar.
Muchos niños
reciben el rótulo de TDAH y desde ese momento dejan de ser
“Pedro” o “Luz” para ser “hiperactivos”, “inmaduros”, “rebeldes” etc.
Su singularidad se borra bajo una sigla que intenta explicar lo que muchas
veces no se observa con profundidad.
Y
esto no sucede solo en el ámbito escolar. Personas diagnosticadas en la adultez
muchas veces experimentan una mezcla de alivio y encierro: “Ahora
entiendo por qué soy así”, dicen.
Pero
esa explicación puede volverse una jaula cuando cancela la posibilidad de una
mejor vida. A la inversa, en el caso de los adultos, no reconocer que el TDAH
también persiste en la adultez —en quienes fueron niños sin diagnóstico— impide
acceder a un tratamiento adecuado, cuando en realidad un diagnóstico
certero, junto con la medicación y el abordaje correcto, puede transformar sus
vidas tras años de deambular con diagnósticos de depresión u otros
trastornos.
Vivimos en una cultura que valora
la velocidad, la productividad, la atención sostenida en múltiples
frentes a la vez. Tiempos de sobreestimulación, de consumo fragmentado de
información, de hiperconectividad e hiperproductividad. En ese
contexto, no es sorprendente que la atención sostenida se haya convertido en
una rareza.
Pero
en lugar de preguntarnos si la sociedad en su conjunto está generando
condiciones hostiles para el desarrollo atencional, tendemos más
diagnosticar al individuo. No es casual que muchos adultos también se autoidentifiquen
ahora como “neurodivergentes” o “incomprendidos”, buscando un nombre
que dé sentido a su sufrimiento. Pero cuando el diagnóstico se transforma en
identidad, ya no orienta: encierra.
La dispersión
ya no parece una patología sino una condición de la existencia, las redes sociales,
que nos informan sobre el “span” atencional de pocos segundos, el multitasking,
han cambiado el panorama y obligan a una relectura de todos los
comportamientos, entre ellos, los que tradicionalmente llamamos déficit de
atención.
Notas en
diversos medios, señalan el tiempo de lectura que habitualmente limitan a unos
pocos minutos, y al mismo tiempo acompañan la versión en audio. Ya no se trata
de sostener la lectura de "Ulises" de Joyce, y sus
supuestas 267.000 palabras o entre 650 y 1000 páginas según la edición, sino
llegar a esta altura de esta nota.
Tal
vez el problema no esté solo en la biología del sujeto, sino en el entorno que patologiza ciertas
formas de estar en el mundo y que, al mismo tiempo, lo evalúa sin tomar en
cuenta el contexto que habita.
Tal
vez, en lugar de preguntar qué le falta al niño que “no se queda quieto”,
deberíamos preguntarnos qué necesita, qué expresa, qué lo interrumpe, que nos
dice ese síntoma. Desde ya, quizás se deba repetir, no es que no existan los
reales cuadros, sino repreguntarse respecto al mismo, avanzando
más allá de un título y una medicación y ver un ser y sus circunstancias.
La
frecuente cita de “El hombre y sus circunstancias” es una del filósofo
español José Ortega y Gasset, que expresa la idea de que la
identidad de una persona está intrínsecamente ligada a su entorno y a las
condiciones de su vida. La cita está presente en sus meditaciones sobre una
obra de naturaleza profundamente psicológica como es el Quijote y las expresa
Ortega en sus “Meditaciones del Quijote” de 1914.
Recordar
esa unión entre el ser y su medio, su entorno, es hoy el fundamento de temas
tan amplios que van de la medicina antiaging, o infinidad de
situaciones como el estrés, la desmotivación, la depresión, etc.,
todos temas endémicos en nuestra época.
El
TDAH existe, no se trata de negarlo. Pero también existe el sobrediagnóstico o
la medicalización precoz, la pereza clínica, el uso de etiquetas para
simplificar lo complejo. Desde ya, hay millones de personas que se han
beneficiado con un diagnóstico y una medicación adecuada, no se trata de dogmas
en que se es partidario de una u otra posición, sino quizás pensar en la
persona antes que en la clasificación.
Existe
algo más profundo y, a veces, al no establecer un contacto empático
directo caemos en el riesgo de que esas etiquetas se conviertan en
identidades. En la práctica clínica vemos a veces adultos que mencionan
como razón de los temas que los traen a la consulta, “es que soy TDAH” en base
a un difuso diagnóstico realizado en su infancia. Ese diagnóstico
condicionó su vida futura y al evaluar lo que llevó a él descubrimos
temas traumáticos como los ligados a conflictos familiares que
vivieron en su infancia. Nombrar no es lo mismo que comprender. Y comprender no
siempre implica clasificar.
En muchos casos, lo que llamamos “déficit”
es una forma distinta de percibir, de responder, de vincularse.
Afortunadamente, estamos empezando a replantearnos lo mismo en otras
condiciones, antes estigmatizadas. No todo lo diferente es disfuncional.
Y no todo lo que desafía las normas escolares o sociales debe ser
corregido químicamente, quizás encontrar a cuáles circunstancias esa
persona, ese niño, no puede adaptarse de la manera convencional esperada. La
supuesta discapacidad ya no es una concepto absoluto sino específico para cada
área y tampoco eterno, sino a revisar periódicamente.
Este 13 de julio podría ser, también,
un día para revisar algunos conceptos rígidos, un día para pensar
distinto. Para escuchar más yencasillar menos. Para preguntarnos si
estamos viendo a las personas o simplemente interpretando informes.
Y sobre todo,
para recordar que ningún diagnóstico, por útil que sea, puede capturar
la totalidad de un ser humano, de esas circunstancias. Porque el ser no
está en lo que falta, sino en lo que busca.
Ortega
proponía que el Quijote encarna el drama del individuo auténtico frente
a una sociedad que ha naturalizado su extravío. Quizás muchos “inadaptados”
no son patológicos, sino que están fuera de contexto, y advertía, que “muchos
de los que parecen erráticos, no están perdidos, sino que caminan según
otra brújula.”
No todo el
que se sale del camino común está equivocado. A veces, el que parece
“inadaptado” es quien más fiel se mantiene a sí mismo. Quizás muchos niños
diagnosticados con TDAH no tengan un déficit, sino un exceso de
sensibilidad frente a un mundo que los fuerza a ser otros. Y tal vez el
mayor acto de salud no sea adaptarse, sino atreverse a vivir desde ese
centro.
Muchos adultos están hoy tratando de
entender por qué se sintieron toda la vida como “los diferentes”. Y muchos
niños están siendo definidos por un diagnóstico antes de que puedan descubrir
quiénes son. Quizás sea hora de acompañarlos no solo con tratamientos o
intervenciones, sino con preguntas más profundas y miradas más amplias. Porque
entender no es clasificar. Y ayudar no es nombrar: es ver, escuchar, y
caminar al lado.
Una propuesta para una mirada más amplia implica:
- Comprender al niño en su contexto.
- Escuchar su historia antes de etiquetarla.
- Diferenciar inquietud de patología, diferencia de trastorno.
- Sumar voces clínicas, pedagógicas, familiares.
- Incluir, no excluir.
- Recomendaciones para padres y docentes:
- No todo movimiento es hiperactividad.
- No toda distracción es patología.
- La atención se entrena, no se impone.
- La escucha atenta vale más que el juicio rápido.
- No medicalizar lo que no ha sido comprendido.