DANTI MARTIGNONI | infobae.com | 15/07/2025
En su columna de Forbes, el psicólogo Mark Travers describió que algunos niños, ante la falta de contención afectiva, terminan ocupando distintas posiciones dentro del sistema familiar, con consecuencias que afectan su identidad y salud mental
Los roles impuestos por padres narcisistas perpetúan el trauma infantil y
dificultan el desarrollo emocional saludable (Crédito: Freepik)
En el núcleo de muchas familias disfuncionales, la figura de
un padre o madre narcisista impone una lógica
emocional que condiciona el desarrollo de sus hijos.
Según el psicólogo Mark Travers, los hijos criados en estos entornos
suelen verse obligados a asumir roles que no eligen y que
están diseñados para sostener las necesidades emocionales de los adultos,
no las de los niños.
De acuerdo con el psicólogo de la Universidad de Cornell, esta dinámica
deja huellas profundas en la identidad de quienes atraviesan una infancia
sin validación emocional, estabilidad ni afecto incondicional.
En su análisis para Forbes Travers advirtió que los
niños no deberían responsabilizarse de las carencias psicológicas de sus padres.
No obstante, en hogares donde el narcisismo marca la pauta, esto ocurre con
frecuencia.
Infancias atrapadas
en tres figuras
De acuerdo con un estudio citado por el psicólogo, los hijos de padres
narcisistas suelen asumir uno o más de estos tres roles: el niño de oro,
el chivo expiatorio y el niño perdido.
La figura del chivo expiatorio se afianza cuando los hermanos reproducen
el rechazo que imponen los padres (Crédito: Freepik)
Aunque estos patrones pueden observarse en distintas familias, en los
hogares donde predomina la disfunción emocional, las asignaciones tienden a
volverse rígidas y persistentes.
Cada uno de estos roles se configura como una estrategia de supervivencia
psicológica que, en lugar de proteger al niño, prolonga el trauma en la
adultez.
El niño de oro: el
favorito condicionado
El llamado "niño de oro" es aquel hijo que encarna
la imagen idealizada que los padres narcisistas desean proyectar: éxito,
inteligencia o carisma.
Esta posición suele ir acompañada de privilegios aparentes, pero el
afecto recibido depende del cumplimiento de exigencias externas.
“Debe conformarse, actuar y nunca cuestionar la autoridad para mantener la
aprobación”, señaló Travers. Si este hijo se aparta de las expectativas
familiares, por su elección de pareja o carrera, puede ser relegado
a un rol menos favorecido dentro del sistema familiar.
Un estudio citado por Travers,
publicado en la Enciclopedia del Desarrollo Infantil y Adolescente, indicó
que el favoritismo se identifica entre hermanos desde edades tempranas,
lo que intensifica la desigualdad en el trato.
En este contexto, el hijo predilecto construye su autoestima en torno a la
validación externa, lo que puede generar perfeccionismo, ansiedad o
dificultades para forjar una identidad auténtica.
El chivo expiatorio:
blanco de las frustraciones
El segundo rol es el del chivo expiatorio, el hijo
considerado problemático o desobediente que se convierte en receptor
de críticas, culpa y proyección emocional del resto de la familia.
El mismo estudio mencionado previamente, también destacó que este
patrón suele establecerse cuando el niño no se ajusta a las normas
familiares o cuestiona conductas injustas. “El chivo expiatorio suele
ser el más consciente emocionalmente y resistente a la manipulación,
lo que lo convierte en una amenaza para la dinámica disfuncional”, indicó el
psicólogo.
Travers también retomó un testimonio incluido en un estudio publicado en Early
Child Development and Care, donde una mujer criada por una madre narcisista
relató: “Me despreciaba, me regañaba y nunca me felicitaba por nada.
Me habría ido bien en la escuela, pero nada era suficiente y me rendí”.
La dinámica del chivo expiatorio se refuerza a través de la relación entre
hermanos, cuando replican la visión que los padres tienen sobre uno de ellos. Esta
posición deteriora la autoestima del niño, que llega a interiorizar que es el
origen de los conflictos familiares.
El niño perdido: el hijo invisible
El último de los roles destacados por Travers es el del niño
perdido, marcado por la negligencia emocional. No recibe atención,
elogios ni reproches por parte de los padres.
De acuerdo con el psicólogo, este patrón surge cuando los padres
adoptan una actitud intencionalmente distante. El niño crece sin sentir que
sus pensamientos o emociones tengan valor.
Desarrolla una actitud retraída, evita conflictos y genera una hiperindependencia basada
en la convicción de que nadie satisfará sus necesidades.
Esta figura enfrenta dificultades para establecer vínculos
emocionales, tomar decisiones o expresar deseos, ya que aprende a minimizar
su presencia y sus necesidades como forma de protección.
Impacto a largo
plazo
Los tres roles descritos, ya sea de forma aislada o combinada, responden a
la ausencia de contención en entornos donde las necesidades emocionales de los
padres prevalecen sobre las de los hijos. “Estos niños pueden
desempeñar uno o más de estos roles, pero sirven para sanar las heridas
emocionales de sus padres, en lugar de atender sus propias necesidades”,
explicó Travers.
Las secuelas de esta crianza varían en cada caso, pero generalmente pueden
incluir problemas de autoestima, dificultad para establecer
límites, miedo al rechazo y conflictos en las relaciones interpersonales.
Aunque el daño puede persistir durante años, reconocer estas dinámicas
constituye un paso clave para desactivar patrones heredados y construir
relaciones más sanas.