HÉCTOR FARRÉS | lavanguardia.com | 25/06/2025
El aislamiento afecta tanto a jóvenes hiperconectados como
a mayores que viven solos, y se manifiesta incluso cuando hay gente alrededor
Nadie contesta al timbre. Tampoco hay mensajes en el
móvil. Solo el silencio y un sofá frente al televisor. Cada vez son más las
personas que, al terminar el día, no tienen con quién comentar lo que ha
pasado. Y no se trata de una cuestión anecdótica o pasajera: es una tendencia
estructural que afecta a millones de personas en todo el mundo y está
directamente relacionada con el deterioro de la salud mental, física y
emocional.
En medio de una sociedad hiperconectada y saturada de
información, el aislamiento ha logrado instalarse de forma constante en la vida
de muchos. Ya no se trata únicamente de personas mayores o de quienes viven en
zonas alejadas. El sentimiento de desconexión se extiende también entre jóvenes
que interactúan a través de redes, pero carecen de
vínculos reales.
Las cifras lo reflejan:
distintos informes de organismos internacionales han alertado sobre el aumento
del aislamiento como un problema de salud pública. La percepción de estar
solos, incluso cuando se está rodeado de gente, ha dejado de ser una excepción.
Buscar soluciones
La falta de vínculos reales
deteriora el cuerpo tanto como la mente
Según explicó, la falta de relaciones humanas estables
y cercanas impacta directamente en el bienestar general. Para ilustrarlo,
afirmó que “el principal factor que enferma a la sociedad del primer, segundo y
tercer mundo es la soledad”.
Lejos de limitarse a un plano emocional, esta ausencia
de conexión tiene efectos físicos medibles. El sistema inmune se debilita, se
incrementa el riesgo cardiovascular y aumenta la incidencia de trastornos como
la depresión o la ansiedad. Tal como señaló en ese mismo espacio, “más que el
tabaco, más que las drogas, más que el alcohol, es decir, es más tóxica la
soledad”.
En su trabajo clínico, Rojas Estapé ha observado cómo
personas de diferentes edades y contextos sociales coinciden en un mismo punto:
la falta de una red humana sólida que proporcione apoyo y sentido de
pertenencia. Esta carencia no solo incrementa el malestar psicológico, sino que
favorece hábitos perjudiciales y una percepción negativa de uno mismo.
No es un malestar nuevo, pero su impacto se ha multiplicado. Y entenderlo como un problema estructural puede ser el primer paso para buscar soluciones que no pasen por más pantallas, sino por más presencia.