Dr. Javier García Campayo | elconfidencial.com | 25/07/2025
Aunque
se requieren más estudios, parece recomendable una ‘dosis’ de naturaleza mínima
de dos días por semana, dos horas al día
La principal consecuencia de este fenómeno es el alejamiento de la naturaleza.
Nuestros abuelos estaban mucho más identificados con el entorno: percibían
claramente el ritmo de las estaciones, muchas veces señaladas por el nombre del
santo del día que representaban, como en el caso de San Juan para el solsticio
de verano. Se levantaban al alba y se iban a la cama al anochecer, alineados
con la luz solar. Conocían los frutos de cada estación y cuándo se plantaban.
Comer carne era un lujo reservado para las grandes ocasiones, cuando se
sacrificaban los animales en el contexto de fiestas populares, como la matanza
del cerdo. Eran ecologistas de forma natural, porque el alimento venía de la
tierra y no podían vivir sin ella.
Actualmente, es posible vivir en una ciudad con
absoluto desconocimiento de en qué estación del año nos encontramos. Como la
ciudad nunca duerme, gracias al alumbrado eléctrico, nuestra actividad se ha
desacoplado del ritmo circadiano y eso ha producido que el insomnio constituya
el síntoma psicológico más frecuente. Nuestros hijos ignoran de dónde vienen
los productos vegetales o animales, y piensan que una lechuga o un pollo surgen
ya empaquetados en bandejas de plástico en el propio supermercado. Ya no
comemoslas verduras y frutas solo en su temporada, porque pueden traerse en
avión desde el hemisferio sur en cualquier momento. En suma, vivimos de espaldas a la naturaleza.
Este hecho no solo está produciendo importantes
problemas como la emergencia ecológica, sino que también constituye un problema de salud. Los japoneses fueron los primeros en alertar de este
tema y proponer los famosos ‘baños
de bosque’. En la actualidad, empieza a haber estudios, cada
vez más concluyentes, de que el
contacto periódico con la naturaleza previene de múltiples enfermedades.
A nivel psicológico, hace décadas que se sabe que la vida en el campo mejora enfermedades como el estrés,
y todo su cortejo relacionado como la ansiedad, la depresión o el insomnio.
Pero, en los últimos años, este contacto con la naturaleza se relaciona con un
mejor funcionamiento de los procesos
de neuroinflamación, así como de los sistemas neuroendocrino y autoinmune.
Esto es lo que ha llevado a proponer un modelo de
tratamientos que han sido denominados ‘Intervenciones basadas en la naturaleza’. Consistiría en
realizar actividades en entornos naturales, desde el simple paseo, hasta
prácticas más complejas como ‘mindfulness’ u otras técnicas mente-cuerpo (ej:
yoga, taichi o chikung). Aunque se requieren más estudios, parece
recomendable una
‘dosis’ de naturaleza mínima de dos días por semana, en los que
debe realizarse una actividad durante, al menos, dos horas cada día. No
cualquier parque o zona verde urbana es adecuado, ya que la actividad debe
llevarse a cabo en entornos
naturales de cierto tamaño mínimo y estándares adecuados
de calidad del aire y de ausencia de contaminación sonora.
Estas intervenciones sencillas, baratas y eficaces
permitirían también llevar
salud a las poblaciones más desfavorecidas, ya que las personas
con menores ingresos tienen difícil veranear o escapar de sus entornos urbanos
insalubres, por lo que no siempre pueden beneficiarse del efecto positivo de la
naturaleza.
En los próximos años, vamos a observar cómo los médicos recetaremos
naturaleza en entornos urbanos administradas por profesionales sanitarios
expertos en ‘Intervenciones basadas en la naturaleza’. Pero, además, en España en general y
en Aragón o las Castillas en particular,
debemos aprender a explotar un entorno ‘vaciado’ de población, pero
extremadamente saludable. Recientemente, la ‘Laponia española’ (partes de Teruel, Guadalajara y Cuenca) han recibido la primera
distinción en Europa del Quiet Parks International, una asociación mundial
que identifica los lugares más silenciosos del planeta. El silencio es uno de los
indicadores de alta calidad de un entorno natural, y correlaciona con su
efecto salutógeno.
En suma, nos encontramos ante un desafío y una nueva familia de intervenciones
médicas no farmacológicas, saludables y sostenibles, que deben ser apoyadas desde la
universidad, realizando más investigaciones sobre cómo usarlas, y desde los
gobiernos, favoreciendo que estén al alcance de todos los ciudadanos.