sábado, 9 de agosto de 2025

Urbanización y salud mental: por qué necesitamos volver a la naturaleza

Dr. Javier García Campayo      |    elconfidencial.com     |     25/07/2025

Aunque se requieren más estudios, parece recomendable una ‘dosis’ de naturaleza mínima de dos días por semana, dos horas al día
 
Uno de los fenómenos más intensamente asociados al desarrollo económico y a la modernización de las sociedades es la urbanización, la migración de los seres humanos desde el campo a las grandes ciudades y, por tanto, el alejamiento de la naturaleza. En los dos últimos siglos la urbanización se ha disparado: en el año 1900 sólo el 13% de la población vivía en urbes, pasando al 30% en 1950 y alcanzando el 47% en el año 2000. Actualmente, el 55% de la población mundial vive en ciudades y se calcula que alcanzará el 70% en 2050. Ya existen macropoblaciones de 37 millones de habitantes como Tokio o de 29 millones como Nueva Delhi. Y habrá muchas más en el futuro.

 

La principal consecuencia de este fenómeno es el alejamiento de la naturaleza. Nuestros abuelos estaban mucho más identificados con el entorno: percibían claramente el ritmo de las estaciones, muchas veces señaladas por el nombre del santo del día que representaban, como en el caso de San Juan para el solsticio de verano. Se levantaban al alba y se iban a la cama al anochecer, alineados con la luz solar. Conocían los frutos de cada estación y cuándo se plantaban. Comer carne era un lujo reservado para las grandes ocasiones, cuando se sacrificaban los animales en el contexto de fiestas populares, como la matanza del cerdo. Eran ecologistas de forma natural, porque el alimento venía de la tierra y no podían vivir sin ella.

Actualmente, es posible vivir en una ciudad con absoluto desconocimiento de en qué estación del año nos encontramos. Como la ciudad nunca duerme, gracias al alumbrado eléctrico, nuestra actividad se ha desacoplado del ritmo circadiano y eso ha producido que el insomnio constituya el síntoma psicológico más frecuente. Nuestros hijos ignoran de dónde vienen los productos vegetales o animales, y piensan que una lechuga o un pollo surgen ya empaquetados en bandejas de plástico en el propio supermercado. Ya no comemoslas verduras y frutas solo en su temporada, porque pueden traerse en avión desde el hemisferio sur en cualquier momento. En suma, vivimos de espaldas a la naturaleza.

Este hecho no solo está produciendo importantes problemas como la emergencia ecológica, sino que también constituye un problema de salud. Los japoneses fueron los primeros en alertar de este tema y proponer los famosos ‘baños de bosque’. En la actualidad, empieza a haber estudios, cada vez más concluyentes, de que el contacto periódico con la naturaleza previene de múltiples enfermedades. A nivel psicológico, hace décadas que se sabe que la vida en el campo mejora enfermedades como el estrés, y todo su cortejo relacionado como la ansiedad, la depresión o el insomnio. Pero, en los últimos años, este contacto con la naturaleza se relaciona con un mejor funcionamiento de los procesos de neuroinflamación, así como de los sistemas neuroendocrino y autoinmune.

Esto es lo que ha llevado a proponer un modelo de tratamientos que han sido denominados ‘Intervenciones basadas en la naturaleza’. Consistiría en realizar actividades en entornos naturales, desde el simple paseo, hasta prácticas más complejas como ‘mindfulness’ u otras técnicas mente-cuerpo (ej: yoga, taichi o chikung). Aunque se requieren más estudios, parece recomendable una ‘dosis’ de naturaleza mínima de dos días por semana, en los que debe realizarse una actividad durante, al menos, dos horas cada día. No cualquier parque o zona verde urbana es adecuado, ya que la actividad debe llevarse a cabo en entornos naturales de cierto tamaño mínimo y estándares adecuados de calidad del aire y de ausencia de contaminación sonora.

Estas intervenciones sencillas, baratas y eficaces permitirían también llevar salud a las poblaciones más desfavorecidas, ya que las personas con menores ingresos tienen difícil veranear o escapar de sus entornos urbanos insalubres, por lo que no siempre pueden beneficiarse del efecto positivo de la naturaleza.

En los próximos años, vamos a observar cómo los médicos recetaremos naturaleza en entornos urbanos administradas por profesionales sanitarios expertos en ‘Intervenciones basadas en la naturaleza’. Pero, además, en España en general y en Aragón o las Castillas en particular, debemos aprender a explotar un entorno ‘vaciado’ de población, pero extremadamente saludable. Recientemente, la ‘Laponia española’ (partes de TeruelGuadalajara y Cuenca) han recibido la primera distinción en Europa del Quiet Parks International, una asociación mundial que identifica los lugares más silenciosos del planeta. El silencio es uno de los indicadores de alta calidad de un entorno natural, y correlaciona con su efecto salutógeno.

En suma, nos encontramos ante un desafío y una nueva familia de intervenciones médicas no farmacológicassaludables y sostenibles, que deben ser apoyadas desde la universidad, realizando más investigaciones sobre cómo usarlas, y desde los gobiernos, favoreciendo que estén al alcance de todos los ciudadanos.

Salud mental: del ruido a las nueces

Ricardo Fandiño     |      lavozdegalicia.com      |      03/08/2025

En los últimos años, la salud mental se ha instalado en el centro del discurso social. Se habla de ella en medios, campañas institucionales, en las escuelas, en el Parlamento e incluso en la publicidad. Sin embargo, ese reconocimiento simbólico no ha venido acompañado del compromiso institucional que debiera. Nombrar el malestar no basta si las estructuras que deberían acogerlo siguen debilitadas.

Según el Barómetro Sanitario del 2025, el 20,6 % de la población española ha requerido atención sanitaria por problemas de salud mental en el último año. Pero solo un 52 % recibió atención pública; y de ese grupo, un 37,5 % fue atendido exclusivamente por médicos de familia, sin acceso a psicólogos clínicos ni a psiquiatras. El consumo de psicofármacos en España sigue aumentando: uno de cada cinco adultos toma ansiolíticos o antidepresivos de forma regular. En adolescentes, el dato es también preocupante: alrededor del 13,6 % consumen estos fármacos de forma habitual —llegando al 17,6 % en chicas y al 9,7 % en chicos.

En Galicia, un adolescente puede esperar entre tres meses y un año para ser atendido por un profesional en la sanidad pública. Hablamos de una primera consulta, de una escucha que permita poner palabras al malestar y orientar una intervención. Durante ese tiempo puede romperse un vínculo, iniciarse una conducta autolesiva o intensificarse el consumo de psicofármacos. Esperar, en estos casos, es una forma de abandono.

El informe del Consello de Contas es claro: por desigualdad territorial, Ourense y Lugo han multiplicado por tres sus listas de espera. Además alerta del bajo cumplimiento del Plan de Saúde Mental aprobado por la Xunta, con menos contrataciones de las previstas y una ejecución presupuestaria incompleta. La situación, explican, es estructuralmente deficitaria, con una ratio de psicólogos por habitante muy por debajo de lo recomendado. Quienes trabajan dentro del sistema lo viven cada día desde la impotencia.

Pero más allá de los datos está la angustia de los padres por no saber cómo ayudar; el miedo de muchos jóvenes a contar lo que les ocurre; el desgaste de las escuelas que acogen malestares para los que no fueron pensadas y la frustración de profesionales que derivan a servicios saturados. Todo eso también forma parte de las listas de espera.

¿Por qué ha cobrado tanta importancia la salud mental? Quizás porque el malestar ha dejado de ser silencioso. Porque una parte creciente de la población —y muy especialmente los jóvenes— no encuentra sentido, no se siente parte, no consigue un lugar simbólico ni emocional. En una sociedad que prioriza la eficiencia, la exposición constante, el rendimiento y el consumo como promesa de autorrealización, el sufrimiento psíquico aumenta. Y en esa desincronía entre lo exigido y lo posible aparece la desesperanza. Se diluye el horizonte, se borra la posibilidad de imaginar. Cuando no hay relato aparece el síntoma: ansiedad, depresión, autolesiones o conductas adictivas son intentos precarios de sostenerse cuando los vínculos fallan.

Lo más insólito es que las listas de espera ya no son solo un problema del sistema público. En muchas consultas privadas las demoras también alcanzan semanas o meses. La demanda supera la oferta, pero no todo el mundo puede esperar, ni todo el mundo puede pagar. ¿Qué salud mental es posible cuando el derecho a ser atendido depende del dinero o del lugar donde se vive?

Como apuntó el escritor y filósofo británico Mark Fisher, una de las grandes violencias del presente consiste en privatizar el malestar psíquico: convertir el sufrimiento en una cuestión individual desconectada de las condiciones sociales que lo generan. Se patologiza el síntoma, pero no se interroga el sistema. Se recetan calmantes, pero no se transforman los entornos. Así, el dolor se convierte en una carga privada, sostenida a solas por quienes tienen menos recursos para elaborarlo.

Sin duda, necesitamos más psicólogos en el sistema público. Pero también políticas comunitarias, preventivas y cuidadoras que no lleguen tarde. Porque el sufrimiento no espera. Una generación entera no puede seguir pagando con su cuerpo y su mente las facturas de un sistema que no prioriza las políticas de cuidados.

Ricardo Fandiño es doctor y psicólogo clínico. Ejerce como coordinador xeral de ASEIA (Asociación para a Saúde emocional na Infancia e a Adolescencia)