Norberto Abdala/Clarín | lavanguardia.com | 02/08/2025 Salud mental
Desánimo,
depresión o angustia no son lo mismo, pero tienen la misma raíz
El desánimo es una vivencia humana universal, aunque difícil de definir con precisión. Se manifiesta como una pérdida general de impulso vital y de energía para realizar las actividades cotidianas, sin llegar necesariamente a los umbrales de una depresión. Es una especie de “apagón anímico”.
A diferencia de la angustia, que se expresa con una
sensación de opresión interna, ansiedad y malestar físico, el desánimo se vive
como una falta de fuerza psíquica y emocional.
En la angustia hay un componente urgente y
perturbador, mientras que el desánimo es más sordo, más lento, como una niebla
que enturbia el clima emocional. La diferencia entre desánimo y depresión puede
parecer sutil, pero es muy importante realizarla.
El desánimo suele ser reactivo, por lo cual puede
remitir cuando la situación mejora o cuando la persona encuentra motivos para
actuar.
La depresión, en cambio, es una condición más profunda y persistente. En
ella hay síntomas bien definidos: alteraciones del sueño y del apetito,
sentimientos de culpa o inutilidad, ideas de muerte, incapacidad para disfrutar
(anhedonia) y deterioro funcional significativo. En el desánimo no se dan estos
síntomas ni con esa intensidad ni duración.
Sin embargo, tanto el desánimo como la depresión comparten raíces
comunes neurobiológicas. Por esto es útil considerar a tres grandes sistemas
cerebrales implicados:
1.
Sistema de la
dopamina, que cuando funciona mal -especialmente cuando hay frustración repetida
o expectativas no cumplidas- reduce la iniciativa, la energía y la capacidad de
disfrutar.
2.
Eje
hipotálamo-hipófiso-adrenal, que en personas con desánimo puede observarse una
fatiga de este sistema en una especie de “agotamiento neuroendocrino”.
3.
Red de modo por
defecto y corteza prefrontal, que en estados de desánimo incrementa la
actividad autorreferencial negativa, en la cual la persona se percibe como
inadecuada, fracasada o desorientada.
Desde el punto de vista evolutivo, el desánimo quizás haya
sido una respuesta adaptativa temporal de protección ante entornos hostiles o
escasez de recursos, pero en los contextos actuales, donde las exigencias
sociales, laborales y emocionales son constantes, este mecanismo se puede
convertir en un obstáculo funcional.
El desánimo contemporáneo a menudo no es producto de
un peligro real, sino fruto de la desconexión entre lo que se espera de una
persona y lo que esta puede dar, especialmente cuando se acumulan pequeñas
frustraciones y se carece de redes de apoyo significativas.
El desánimo se relaciona estrechamente con lo que
algunos psicólogos llaman “fatiga por sobreexigencia emocional”. Muchas personas atraviesan el día respondiendo a
múltiples demandas externas sin espacio para el descanso emocional.
No se trata de estrés, sino de una erosión crónica de
los recursos psicológicos, donde lo que antes daba placer ahora apenas se
tolera.
Atender el desánimo requiere una mirada integral. No
basta con recomendar “ponerse las pilas”. Muchas veces hace falta revisar los
sistemas de valores, las rutinas diarias, el vínculo con el cuerpo y, sobre
todo, la calidad de los vínculos personales.
En casos persistentes, puede ser útil una evaluación psicoterapéutica o psiquiátrica para descartar cuadros subyacentes.
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