FERNANDO RODRÍGUEZ-BORLADO
| ACEPRENSA | 13/05/2016
El “mindfulness” está
de moda. Esta forma de meditación, que literalmente significa “conciencia
plena”, deriva de una técnica budista denominada sati. Los expertos la definen como “prestar atención al momento
presente, de forma deliberada y sin hacer juicios”.
En Occidente comenzó a popularizarse
en la década de los 70, gracias a los trabajos de un biólogo molecular de la
Escuela Médica de Massachusetts, Jon Kabat-Zinn, que desarrolló unos cursos de
ocho semanas para personas con dolor crónico y estrés. Desde entonces se ha
aplicado fundamentalmente en contextos clínicos, pero más recientemente se ha
extendido a otros ámbitos, como la empresa, la escuela, la familia o la
dietética.
Aplicaciones
clínicas, pero no la panacea
Para Catherine
Wikholm, psicóloga del Servicio Nacional de Salud británico (donde el mindfulness ha
sido aprobado como tratamiento clínico), este tipo de meditación no religiosa
viene a llenar un vacío espiritual en un mundo secularizado como el occidental.
Wikholm es
autora, junto con el doctor Miguel Farias –un experto en psicología de la
religión–, de un libro publicado en 2015 que trata de evaluar científicamente
los supuestos efectos positivos del mindfulness. El título, The
Buddha Pill. Can Meditation Change you?, suscitó en su momento una
encendida polémica. Para algunos demostraba que los beneficios de esta práctica
se habían exagerado, mientras que los perjuicios se habían silenciado. Para
otros, el enfoque “cientifista” y escéptico invalida desde el principio el
estudio de algo eminentemente trascendental. También había quien, en nombre de
un empirismo antirreligioso, echaba de menos un ataque aún más contundente.
En palabras de
los propios autores, lo que el libro mostraba es que, junto a ciertos
beneficios (que todavía no han sido convenientemente sistematizados por la
investigación), el mindfulness puede provocar experiencias
negativas en algunas personas, y que esta técnica no debe venderse como la
panacea en terapia psicológica. La investigación llevada a cabo por Wikholm y
Farias revisa los estudios sobre el tema publicados en los últimos 40 años. Su
conclusión es que muchos de ellos no son científicamente rigurosos, aunque
otros sí parecían indicar ciertos efectos positivos, particularmente para las
personas con episodios recurrentes de depresión.
Esto concuerda
con lo dicho por un informe publicado en 2011 en Clinical
Psychology Review, y basado en un experimento realizado con personas que
habían sufrido episodios depresivos. Aquellas que recibieron un curso de mindfulness de
ocho semanas de duración mostraban una menor tendencia a recaer. No obstante,
esto solo ocurría con los que habían padecido al menos tres episodios de
depresión, mientras que apenas se percibían efectos positivos en los demás.
Otros creen que
el verdadero potencial está en la prevención. Mark Williams, exprofesor de
Psicología en Oxford y uno de los pioneros de esta técnica en Reino
Unido, considera que la terapia cognitiva
tradicional funciona bien para pacientes que ya están enfermos, mientras que
el mindfulness ayuda a evitar el estrés y la depresión.
El lado
oscuro: real pero minoritario
Wikholm y
Farias dedican un capítulo a explorar los efectos negativos que el mindfulness puede
provocar, particularmente en personas que están atravesando una situación
traumática: una depresión aguda, la muerte de una persona cercana, etc. En
estas situaciones, la “conciencia plena” puede agudizar la sensación de dolor.
Por otro lado, Willoughby Britton, investigadora de la Universidad de la Brown
University, ha documentado episodios de paranoia y enajenación relacionados con
el “vaciamiento interior” que proponen algunas técnicas de meditación.
No obstante,
para la inmensa mayoría, el mindfulness es una forma de tomar
más conciencia de sus emociones, de objetivar y dimensionar los problemas, de
centrar la atención. No es la panacea, ni puede sustituir a las terapias psicológicas
(sobre todo en casos complicados), pero constituye una forma eficaz de
protegerse contra la inmediatez y el sentido de urgencia típico de la
modernidad.
Un inconveniente es que puede
reforzar la autorreferencialidad, el individualismo: el mindfulness centra
el horizonte de la reflexión en el propio bienestar, y no ofrece un modelo
ético o moral para el comportamiento más allá del “siéntete bien contigo
mismo”. Esto limita su capacidad para atajar las causas de algunas “dolencias
psicológicas” típicamente modernas.
Nota.- El artículo no lo he transcrito completo pues
trata también de su aplicación en el mundo laboral y no me ha parecido
relevante para el blog. Si alguna persona tiene interés en ello puede
encontrarlo en la referencia de la cabecera. Saludos.