jueves, 3 de noviembre de 2016

Mindfulness: meditación no religiosa contra el agobio y la dispersión

FERNANDO RODRÍGUEZ-BORLADO | ACEPRENSA  | 13/05/2016
El “mindfulness” está de moda. Esta forma de meditación, que literalmente significa “conciencia plena”, deriva de una técnica budista denominada sati. Los expertos la definen como “prestar atención al momento presente, de forma deliberada y sin hacer juicios”.
En Occidente comenzó a popularizarse en la década de los 70, gracias a los trabajos de un biólogo molecular de la Escuela Médica de Massachusetts, Jon Kabat-Zinn, que desarrolló unos cursos de ocho semanas para personas con dolor crónico y estrés. Desde entonces se ha aplicado fundamentalmente en contextos clínicos, pero más recientemente se ha extendido a otros ámbitos, como la empresa, la escuela, la familia o la dietética.
Aplicaciones clínicas, pero no la panacea
Para Catherine Wikholm, psicóloga del Servicio Nacional de Salud británico (donde el mindfulness ha sido aprobado como tratamiento clínico), este tipo de meditación no religiosa viene a llenar un vacío espiritual en un mundo secularizado como el occidental.

Wikholm es autora, junto con el doctor Miguel Farias –un experto en psicología de la religión–, de un libro publicado en 2015 que trata de evaluar científicamente los supuestos efectos positivos del mindfulness. El título, The Buddha Pill. Can Meditation Change you?, suscitó en su momento una encendida polémica. Para algunos demostraba que los beneficios de esta práctica se habían exagerado, mientras que los perjuicios se habían silenciado. Para otros, el enfoque “cientifista” y escéptico invalida desde el principio el estudio de algo eminentemente trascendental. También había quien, en nombre de un empirismo antirreligioso, echaba de menos un ataque aún más contundente.

En palabras de los propios autores, lo que el libro mostraba es que, junto a ciertos beneficios (que todavía no han sido convenientemente sistematizados por la investigación), el mindfulness puede provocar experiencias negativas en algunas personas, y que esta técnica no debe venderse como la panacea en terapia psicológica. La investigación llevada a cabo por Wikholm y Farias revisa los estudios sobre el tema publicados en los últimos 40 años. Su conclusión es que muchos de ellos no son científicamente rigurosos, aunque otros sí parecían indicar ciertos efectos positivos, particularmente para las personas con episodios recurrentes de depresión.

Esto concuerda con lo dicho por un informe publicado en 2011 en Clinical Psychology Review, y basado en un experimento realizado con personas que habían sufrido episodios depresivos. Aquellas que recibieron un curso de mindfulness de ocho semanas de duración mostraban una menor tendencia a recaer. No obstante, esto solo ocurría con los que habían padecido al menos tres episodios de depresión, mientras que apenas se percibían efectos positivos en los demás.

Otros creen que el verdadero potencial está en la prevención. Mark Williams, exprofesor de Psicología en Oxford y uno de los pioneros de esta técnica en Reino Unido, considera que la terapia cognitiva tradicional funciona bien para pacientes que ya están enfermos, mientras que el mindfulness ayuda a evitar el estrés y la depresión.

El lado oscuro: real pero minoritario
Wikholm y Farias dedican un capítulo a explorar los efectos negativos que el mindfulness puede provocar, particularmente en personas que están atravesando una situación traumática: una depresión aguda, la muerte de una persona cercana, etc. En estas situaciones, la “conciencia plena” puede agudizar la sensación de dolor. Por otro lado, Willoughby Britton, investigadora de la Universidad de la Brown University, ha documentado episodios de paranoia y enajenación relacionados con el “vaciamiento interior” que proponen algunas técnicas de meditación.

No obstante, para la inmensa mayoría, el mindfulness es una forma de tomar más conciencia de sus emociones, de objetivar y dimensionar los problemas, de centrar la atención. No es la panacea, ni puede sustituir a las terapias psicológicas (sobre todo en casos complicados), pero constituye una forma eficaz de protegerse contra la inmediatez y el sentido de urgencia típico de la modernidad.

Un inconveniente es que puede reforzar la autorreferencialidad, el individualismo: el mindfulness centra el horizonte de la reflexión en el propio bienestar, y no ofrece un modelo ético o moral para el comportamiento más allá del “siéntete bien contigo mismo”. Esto limita su capacidad para atajar las causas de algunas “dolencias psicológicas” típicamente modernas.

Nota.- El artículo no lo he transcrito completo pues trata también de su aplicación en el mundo laboral y no me ha parecido relevante para el blog. Si alguna persona tiene interés en ello puede encontrarlo en la referencia de la cabecera. Saludos.