El fin último de esta sociedad ha dejado de ser la utopía de progreso para
ser el afán
de maximizar la producción
Poder sin límites, ser capaz de cualquier cosa nos convierte en sujetos
récord, plusmarquistas que competimos con el otro y con nosotros mismos en una
permanente relación de competencia. Así caracteriza el filósofo germano-coreano
Byung-Chul Han la esencia de la sociedad actual. El "Yes, we can" de
Obama y el "Podemos" de Pablo Iglesias expresan esta positividad de
la motivación, de las iniciativas, de los proyectos. Los sujetos Podemos son
emprendedores de sí mismos para desarrollar su iniciativa propia y la de los
demás, cargados de la responsabilidad propia y la de los demás. Viven bajo los
imperativos de ser Yo (uno mismo) y de ser Nosotros (nosotros mismos). Pero del
"Todo es posible" al "Nada es posible" a veces hay una
delgada línea pintada con el rojo casi negro de la decepción, del fracaso, de
la depresión.
No debemos perder de vista que el fin último de esta sociedad ha dejado de
ser la utopía de progreso y de civilización para ser el afán de maximizar la
producción y, la positividad del "yo puedo"o del "nosotros
podemos" es mucho más eficiente para aumentar la productividad que la
negatividad del deber y la prohibición. Porque el sujeto de rendimiento-récord
es un ser humano que tan solo trabaja (vive para trabajar), que se explota a sí
mismo, voluntariamente, sin coacción externa (es su propia mano la que levanta
el látigo y golpea su Yo). Hemos pasado de la explotación externa de la
sociedad disciplinaria que denunciaba Marx a la explotación propia del
neoliberalismo. Y esta última es una explotación más eficaz pues va acompañada
de un sentimiento de libertad, de libre obligación. El sujeto de
rendimiento-récord es, al mismo tiempo, verdugo y víctima. O mejor, amo y
esclavo. No creo que lo que enferma sea el exceso de responsabilidad e
iniciativa, o la cultura del esfuerzo, sino la autoexplotación voluntaria o
cuando aparecen sentimientos de insuficiencia e inferioridad o el miedo al
fracaso o a no estar a la altura para conseguir récords, entonces se convierte
en castigo o peor autocastigo. Crecer bajo el imperativo plusmarquista del
dinero, de la lógica de las ganancias, de ser especial, de tener una voz propia
entre los gritos y el ruido; vivir sometidos a la violencia culpatoria del
"Nada es imposible" puede ayudarnos a entender el éxito de la depresión
en los tiempos que corren. Hoy vamos rumbo a convertirnos en una "máquina
de récords" o, mejor, en una "máquina de alto rendimiento" que
requerirá un dopaje o un entrenamiento exhaustivo para maximizar su
hiperactividad o una farmacopea antidepresiva y ansiolítica para vencer el
agotamiento, el cansancio de la vida hiperactiva.
De la mano de la melancolía (qué es así como era conocido el trastorno
depresivo desde la época antigua), esta sociedad de plusmarquistas también nos
ofrece una avalancha de seres hiperactivos y con problemas atencionales. El
exceso de estímulos, informaciones, los big data están
modificando de manera dramática nuestras capacidades atencionales y el
procesamiento de la información. Admiramos y deseamos hacer más de una cosa al mismo
tiempo. Sin embargo, hay tantas evidencias científicas que demuestran que
el multitasking (la multitarea), es decir, el cambio
acelerado y permanente de foco de atención a diferentes tareas o actividades
simultáneas, es una regresión en el desarrollo cognitivo, una vuelta a la
supervivencia en la selva, donde los animales salvajes están obligados a
dividir su atención en diversas tareas como comer, reproducirse o criar en
constante riesgo vital o competencia. En efecto, la neurociencia cognitiva nos advierte
que, los hombres y las mujeres tenemos una limitación de la capacidad
atencional a una o dos actividades simultáneas. Cualquier incremento supone una
merma en el aprendizaje, una aceleración en la fatiga, incluso, puede tener
consecuencias terribles cuando se está conduciendo un automóvil. Cuando
conducimos y usamos un teléfono móvil, con las manos o con un kit de
manos libres para conversar se multiplica por cuatro el riesgo de sufrir un
accidente de tráfico (como un conductor con una tasa de alcoholemia de 0.8
g/L). El riesgo de accidente se multiplica por más de 20 cuando los conductores
envían mensajes a través de su Smartphone o móvil inteligente. Se
pasa cinco segundos concentrado en el mensaje, lo cual es como viajar 90 metros
con los ojos vendados. Tal vez haya que buscar más elementos para sostener el
mito de la multitarea. Por ejemplo, una necesidad extrema de
sentirnos vivos, de estar conectados, permanentemente conectados, de día y de
noche, por múltiples vías (email, twitter, whatsapp, instagram, teléfono). Pero
son miles de conexiones insatisfactorias, de baja calidad porque resultan
irrelevantes y superficiales. Pongámonos en situación: recuerden la última
conversación con su pareja o amigos o hijos, seguro que alguno de los dos, si
no los dos, se pusieron a mirar automáticamente un mensaje o un mail o una
noticia, a contestar las llamadas entrantes, a chatear, a zapear. ¿Cómo se
sintió? ¿Cómo se sentirá el otro? ¿Desplazado? ¿Poco importante?
Otra posibilidad más inquietante si cabe es la que sostienen Timothy D.
Wilson y sus colegas de los departamentos de Psicología de las universidades de
Harvard y Virginia quienes acaban de publicar sus experimentos en la
prestigiosa revista científica americana Science donde muestran que
los humanos evitamos de cualquier manera quedarnos a solas con nuestros
pensamientos. Los participantes prefirieron escuchar música, navegar por
Internet o mandar mensajes con su Smartphone a sentarse en soledad con sus
pensamientos durante 6-15 minutos. Pero, terrible sorpresa, el 67% de los
hombres y el 25% de las mujeres prefieren recibir una descarga eléctrica y
sufrir un daño físico antes que seguir con el sufrimiento mental de vagar consigo mismo. Un mínimo de
introspección, de meditación nos sumerge en la peor de nuestras angustias hasta
autocastigarnos.
La sociedad de rendimiento-récord
manda un mensaje inequívoco: no es posible una atención profunda y
contemplativa, el don de la escuchada paso a la preciada pura
agitación de los hombres en acción, por tanto, no se darán ya
relaciones profundas sin miedo al silencio, sin la angustia de no decir o de no
hacer en la pareja, la familia, la academia, el trabajo o la comunidad.
Nietzsche, Han y otros nos avisan esta tarde de verano, la manera más
civilizada de estar y de ser, cuando se han conseguido los principales logros
culturales y científicos ha sido bajo una profunda y contemplativa atención, ante una mirada larga y pausada. La vida
contemplativa convierte al hombre en aquello que debe ser y, no la multitarea,
la simultaneidad o el zapping mental.
Rafael Tabarés-Seisdedos es Catedrático de Psiquiatría en la Universitat de València.