¿Qué es el estrés?, ¿cuáles son sus
síntomas?, ¿qué situaciones pueden ser estresantes?, ¿cuáles son los problemas
de salud asociados?, ¿cómo podemos manejarlo? Sigue leyendo para encontrar
todas las respuestas.
Juan,
de 51 años, directivo de una multinacional, tiene un hijo de 12 años al que le
han diagnosticado una enfermedad grave, y está en trámites de divorcio. Desde
hace unas semanas corren rumores de que van a despedir gente en su empresa.
Últimamente, siente que el corazón le va a mil, está en un constante estado de
inquietud y nerviosismo, se siente fatigado y tiene continuamente cefaleas. En
el trabajo se distrae, está bloqueado ante determinadas decisiones que tiene
que tomar. Ha perdido el apetito, consume alcohol para calmar los nervios, ha
vuelto otra vez a fumar (lo había dejado hace un año) y a tomar pastillas para
dormir.
Juan
presenta síntomas característicos de un cuadro de estrés. Si no
lo ataja probablemente derivará en problemas muy graves físicos y psicológicos.
Sin duda, el estrés es uno de los principales causantes de la merma del
bienestar psicológico a nivel mundial. Las cifras de este problema han
aumentado de manera imparable durante las últimas décadas, hasta el punto de
que ha sido denominado por la Organización Mundial de la Salud como la «Epidemia
de Salud del siglo XXI». En España, un 96 % de personas adultas
han experimentado estrés durante el último año.
El
estrés, por tanto, como veremos a continuación, no solo puede arruinar nuestro
bienestar emocional, sino que el estrés crónico funciona silenciosamente
causando estragos en nuestra salud física y mental. La exposición prolongada a
fuentes de estrés puede, literalmente, enfermarnos, y los efectos en nuestro
cuerpo pueden ser potencialmente mortales si no se abordan.
Lo primero, ¿qué es realmente el estrés?
El
estrés es habitual en nuestras vidas, forma parte del proceso de adaptación al
cambio en cualquier ser vivo, y se inicia ante una demanda ambiental (familiar,
laboral, social, etc.) que recibe la persona, a la que debe dar una respuesta
adecuada poniendo en marcha los recursos de afrontamiento de los que dispone.
Podemos
hablar de dos tipos de estrés. Por una parte, el denominado
estrés, también llamado estrés positivo, que contribuye a dar la mejor
respuesta ante una situación determinada. Por ello tiene una función clave para
la supervivencia, ya que permite una rápida reacción a los problemas y peligros
que deben afrontarse en la adaptación al cambio, que en este caso suele ser
percibido como un reto.
Por
otra parte, está el distrés o estrés negativo, un estado de tensión,
dificultad, fatiga o desgaste, consecuencia de un funcionamiento excesivo y
continuo del mecanismo natural de protección y supervivencia ante situaciones
externas adversas y generalmente prolongadas. Es un estrés
dañino, que provoca sufrimiento y desgaste personal, y que si
se cronifica puede causar estragos en nuestra mente y cuerpo.
¿Cuáles son los síntomas de estrés?
El
estrés afecta de forma diferente a cada persona y sus manifestaciones pueden
ser de índole conductual, emocional, cognitiva o física. Así, en relación con
el comportamiento, una persona estresada puede
reducir sus actividades placenteras, aislarse socialmente, procrastinar,
mostrar agresividad, dedicarse en exceso a trabajar, o abusar del alcohol u
otras sustancias tóxicas.
A nivel
cognitivo, desarrolla una tendencia a percibir los
acontecimientos como estresantes, un estado de alerta o vigilancia constante,
pensamientos negativos y preocupaciones constantes, dificultad para
concentrarse y pensar con claridad, confusión, bloqueo mental, olvidos
frecuentes, sensación de no tener control, o incapacidad para tomar decisiones.
En
la esfera afectiva, un individuo estresado siente
malestar emocional en su día a día, caracterizado por cierto grado de
sufrimiento o preocupación. Además, están presentes estados emocionales como la
tristeza, sensación de vacío interior, nerviosismo, irritabilidad o enfado,
brotes de ira, sentimiento de estar abrumado, frustración, impotencia o falta
de motivación.
Por
último, entre los síntomas físicos del
estrés, se puede sentir fatiga, dificultades para conciliar el sueño, tensión o
dolores musculares, temblores, dolor de cabeza, taquicardia, dolor en el pecho,
falta de deseo sexual, sudoración, náuseas, hipersecreción gástrica, malestar
estomacal o diarrea.
¿Qué situaciones pueden ser estresantes?
Entre
las fuentes de estrés se han establecido tres categorías: los sucesos
cataclísmicos, los macroestresores, y los microestresores.
Los sucesos
cataclísmicos son eventos repentinos, únicos y poderosos que
afectan simultáneamente a un gran número de personas, están fuera de control, y
se asume que son universalmente estresantes. Algunos de estos sucesos pueden ser
extraordinarios y extremadamente traumáticos, porque se salen de las
experiencias normales, como los desastres naturales (pandemias como la
Covid-19, terremotos, inundaciones) o desastres provocados por la acción de los
seres humanos (terrorismo, guerras, accidentes catastróficos).
Los macroestresores son
experiencias personales lo suficientemente perjudiciales o amenazantes como
para requerir un reajuste en nuestras vidas. Requieren algún tipo de cambio en
las actividades habituales cuando los experimentamos, y su potencial estresante
está en función del cambio que conllevan. En esta categoría se incluyen sucesos
como la muerte de un ser querido, la separación o divorcio, pérdida del
trabajo, etc.
Por
último, los microestresores o molestias diarias son acontecimientos
ambientales de carácter estable, repetitivo o crónico, derivados del ambiente
físico o psicosocial, que por su mantenimiento en el tiempo pueden tener efecto
sobre la salud incluso superior al generado por los sucesos cataclísmicos o los
macroestresores. Pueden ser cosas tan pequeñas o aparentemente insignificantes
como una visita inesperada no deseada, quedarse atrapado en el tráfico de
camino al trabajo, problemas domésticos, escuchar críticas sobre uno mismo,
etc.
¿Cuándo aparece la respuesta de estrés?
Cuando
nos enfrentamos a una situación estresante, una zona del cerebro, llamada
hipotálamo, activa inmediatamente un sistema de alarma en nuestro cuerpo. Por
medio de señales nerviosas y hormonales estimula las glándulas suprarrenales,
ubicadas en la parte superior de ambos riñones, a secretar distintas hormonas,
principalmente, adrenalina y cortisol (la
principal hormona del estrés). La primera, produce un aumento de la frecuencia
cardíaca, de la presión arterial, de los suministros de energía. La segunda,
incrementa la glucosa en el torrente sanguíneo, la disponibilidad de sustancias
que reparan los tejidos y limita todas aquellas funciones que no son
importantes para el organismo en un escenario de lucha o huida: en concreto,
modifica las respuestas del sistema inmunitario e inhibe los sistemas digestivo
y reproductor, así como los procesos de crecimiento.
Si la
amenaza ha desaparecido, el sistema de respuesta al estrés del cuerpo se
desactiva y los niveles hormonales regresan a la normalidad. A medida que bajan
los niveles de adrenalina y de cortisol, la frecuencia cardíaca y la presión
arterial vuelven a los valores de referencia y otros sistemas reanudan sus
actividades regulares. Sin embargo, si el factor estresante continúa presente y
nos seguimos sintiendo en peligro, el sistema continúa activado,
produciendo un agotamiento de los recursos y un desgaste excesivo del
organismo, y se propicia la aparición de graves problemas de salud física y
psicológica.
¿Cuáles son los problemas de salud asociados al
estrés?
Debido
a que el estrés crónico es tan prolongado, puede tener
un impacto perjudicial en nuestra salud y bienestar si no se trata.
Algunos
problemas físicos relacionadas con el estrés crónico incluyen: acné, diabetes,
eczema, enfermedad cardíaca, presión arterial alta, hipertiroidismo, síndrome
del intestino irritable, bajo deseo sexual, cambios de peso, o úlceras de
estómago.
El
estrés también se ha vinculado a problemas de salud
mental, asociándose la exposición a acontecimientos
traumáticos o estresantes con una serie de trastornos relacionados con traumas
y factores de estrés, clasificados de acuerdo con el DSM-5, entre otras categorías
como trastorno de estrés
postraumático (TPEPT), trastorno de estrés agudo, trastorno de
adaptación, otro trastorno relacionado con traumas y factores de estrés
especificado, y trastorno relacionado con traumas y factores de estrés no
especificado.
Asimismo,
se ha relacionado con otros trastornos mentales, entre los que cabe destacar
los trastornos de ansiedad, la depresión, el
abuso de sustancias o la esquizofrenia.
Finalmente, ¿cómo podemos manejar el estrés?
Los
sucesos estresantes son parte de la vida. Y es posible que no podamos cambiar
nuestra situación actual. Sin embargo, podemos hacer cambios en nuestra vida y
aprender una serie de herramientas para manejar la forma en que nos afectan
estos eventos. Entre las estrategias de manejo del estrés, se incluyen las siguientes:
Practicar técnicas de
relajación, como la respiración profunda, o la meditación.
Dedicar tiempo a realizar actividades agradables como pasear, cocinar, leer,
escuchar música o ver nuestras serie o película favorita. (Aquí te
explicamos cómo empezar a meditar).
Llevar un diario y escribir sobre nuestros pensamientos generadores de estrés y cambiarlos por otros más constructivos y optimistas.
Enfrentar los problemas de forma inteligente, enfocándolos de la siguiente manera: (1) definir el problema de forma clara y precisa; (2) establecer una meta específica y realista; (3) proponer 3 o 4 potenciales soluciones, evitando valorar si son buenas o malas ideas; (4) analizar las ventajas y desventajas de cada una de ellas; (5) desarrollar un plan para poner en marcha la solución elegida y llevarlo a la práctica.
Fomentar y cultivar la relación con amigos y familiares que nos proporcionen cariño y ayuda. Se trata de promover una dinámica sana de respeto mutuo en la que defendamos nuestros derechos a la vez que protegemos los de los demás, expresando nuestros puntos de vista y opiniones con claridad y calma, yen un tono mesurado.
Aprender a decir «No» a todo lo que nos perjudique física, mental, emocional y socialmente.
Hacer ejercicio regularmente, mantener una dieta saludable y dormir entre 7 u 8 horas. Y, evitar el consumo de cafeína, tabaco, alcohol u otras sustancias, o comida en exceso.
Organizar y priorizar lo que hay que hacer en el trabajo y en casa, y descartar las tareas que no son necesarias.
Finalmente,
es probable que a veces solos no podamos lidiar con el estrés. No tengamos
miedo a pedir ayuda, no es debilidad, más bien es lo contrario, hablemos con un
profesional de la salud mental para que nos acompañe en este proceso, y nos
ayude a manejar de forma eficaz el estrés y a sentirnos mejor.