LAURA PERAITA | ABC | 04/02/2022
La
Doctora en Psicología Clínica y de la salud asegura que «cuando confiamos en nosotros
mismos, en nuestros convivientes, se crean unos vínculos, una fuerza y una
energía que permiten que podamos superarnos»
Laura Rojas-Marcos es Doctora en Psicología Clínica y
de la Salud, licenciada en Psicología por la Universidad de Nueva York y elegida
como una de las mujeres líderes más influyentes de España en 2015, 2017 y 2018.
En su último libro 'Convivir y compartir' explica las claves para relacionarse
saludablemente con los demás y con uno mismo.
El confinamiento ha dejado patente
que la convivencia en familia es en ocasiones, mucho más complicada de lo que
nos imaginábamos. ¿Por qué ha ocurrido esto si se supone que son los seres a
los que más queremos?
Convivir no deja de ser un reto para todos. Durante el
confinamiento nos hemos visto obligados a compartir un espacio, una energía, un
estado de ánimo…
Y el ser humano es territorial. Nos gusta tener nuestro sitio, nuestra mantita en el sofá, nuestro propio espacio. Al convivir, pueden chocar esas energías, y no siempre nos levantamos con el mismo pie o fuerza. A veces estamos más contentos que otros días. En la convivencia, una de las preguntas más importantes que nos debemos hacer es con quién convivimos, quiénes son nuestros compañeros: ¿son personas que hemos elegido, como la pareja o los amigos, o son no elegidas? Hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas con las que convivimos son no elegidas, empezando por los hijos, la familia política, los compañeros de trabajo… Eso tiene un impacto en nuestro estado de ánimo, en el humor y en el arte de afrontar los momentos difíciles.
Sin embargo, a pesar de las
discusiones familiares, las rupturas de pareja, etc., el distanciamiento y la
falta de convivencia también ha generado un efecto contrario: que los echemos
más de menos. ¿Es algo normal que la falta de convivencia nos haga valorar más
a las personas?
Por supuesto, solemos echar de menos a aquellas
personas con las que tenemos un vínculo de apego positivo, de afecto. Pero,
¿qué sucede cuando en estos momentos de pandemia nos hemos visto forzados,
incluso, a convivir y compartir tiempo con personas que, en su mayoría, no son
elegidos? Pues que se mezclan emociones como el miedo, la inseguridad, la
incertidumbre... Al convivir en familia —independientemente de que nos podamos
querer más o menos, o de que a veces hay situaciones de desamor, rivalidades,
competitividad, envidia... que forman parte de las relaciones humanas— está,
por un lado, esa expectativa de protección y seguridad, de sentido de
pertenencia de que formamos parte de algo y que nos vamos a ayudar, pero
también nos podemos sacar de quicio, perdiendo los nervios, las formas...
Mantener ese equilibrio es un reto para todos.
Por tu experiencia, ¿qué es más
complicado: la convivencia con la pareja o con los hijos?
Son tipos de convivencia muy distintos. Con la pareja
hay desafíos que tienen que ver con compartir tareas, responsabilidades,
situaciones económicas, el cuidado de los hijos, a los propios padres... La
atención a los hijos es distinta porque no deja de ser una relación desigual y
cuanto más pequeños más dedicación. Me he encontrado mucho en estos últimos dos
años con una gran preocupación respecto a su educación. El sistema educativo y
laboral ha cambiado y requiere una capacidad muy grande de adaptación y, para
muchas personas, supone un sufrimiento. Necesitamos el apoyo de nuestra familia
y compañeros, pero a la vez hay una parte de la sociedad que vive estas
situaciones en soledad. Lo vemos con frecuencia en la gente joven que se
pregunta qué va a ser de mí y de mi futuro. En la convivencia es importante que
nos ayudemos mutuamente al sentir esas emociones de incertidumbre, miedo... No
solo debemos saber calmarnos a nosotros, sino también a los más pequeños y a
nuestros mayores, que tienen un papel tan importante.
Cuando estudié las claves de la convivencia quise
concretar diez para poner las cosas más fáciles. Por mencionar algunas,
destacaría la confianza. Cuando confiamos en nosotros mismos, en nuestros
convivientes, se crean unos vínculos, una fuerza y una energía que permiten que
podamos superarnos. Sin la confianza de los que tenemos a nuestro lado, de las
personas que nos ayudan y apoyan, no se puede construir nada. A partir de esa
confianza podemos contribuir, colaborar, cuidar al otro y compartir no solo
nuestras emociones, sino también nuestros recursos, no solo los económicos,
sino los conocimientos. Es bonito cuando uno se enriquece de otro y ayuda a los
demás para que se nutran.
También es muy importante el respeto. En cualquier
convivencia, sin respeto hay poco que hacer. En el respeto está la generosidad
y el principio de reciprocidad. Eso es el arte de dar y recibir. Sin embargo,
hay personas que son maravillosas a la hora de dar, pero tienen dificultad para
recibir porque, al hacerlo, se sienten mal, incómodas, culpables. Hay que
dejarse querer, cuidar y recibir de los demás. No hay que olvidar que hay otras
personas que se sienten bien consigo mismas cuando ven que son capaces de dar y
cuidar a los demás. La reciprocidad de dar y recibir no deja de ser el
pegamento que une y suma... Y qué importante es algo como el autocuidado. Quizá
como terapeuta, uno de mis objetivos no es solo ayudar a otros para que
aprendan, disfruten y se sientan bien cuidándose a sí mismos, sino saber
diferenciar qué significa cuidarse, porque eso no es ser egoísta. Es un error
pensar que si yo me ocupo de mí es algo malo y egoísta. Si aprendo a cuidarme
bien sabré cuidar a otros. Eso implica saber poner límites, ser asertivo, decir
que no. Respetarse a uno mismo es tener la capacidad de comunicar qué es lo que
se quiere, necesitas... No es fácil porque nuestra sociedad se centra más en el
cuidado de puertas para afuera y tenemos sentimientos encontrados en cuanto al
cuidado interno, al cómo me cuido yo, cómo me siento cuando le digo no a
alguien y cuáles son mis porqués.
Convivir con uno mismo puede
resultar muy complicado porque podemos llegar a ser nuestro principal enemigo.
¿Qué hay que hacer para llevarse bien con uno mismo y con los demás?
Uno de los pilares básicos es conocerse a uno mismo,
dedicarse tiempo. No quiero decir que el mundo gire en torno a uno, no queremos
eso; pero sí queremos aprender a escucharnos, a ser sinceros y saber qué es
importante para uno mismo. A veces caemos en estas tiranías de lo que
consideramos que yo debería hacer, conseguir, y de lo que esperan los demás de
mí. Eso es hablar de expectativas, y está claro que todos las tenemos respecto
a nosotros y a otros, y unas veces se cumplen y otras no y, por eso, aparece la
decepción y la desilusión. Como terapeuta trabajo a veces con personas que
están en un pozo de autorechazo y con esos pensamientos hay que tener muchísimo
cuidado porque es una de las fuentes de mayor autodestrucción de la autoestima,
del amor, de la serenidad y paz. Además, desemboca en la dificultad para
construir buenas relaciones con otros. ¿Qué tenemos que hacer para cuidarnos?
Escucharnos, dedicarnos tiempo, intentar pedir ayuda y saber relacionarnos bien
con los demás. Eso es aprender a desarrollar nuestras capacidades, construir
buenas relaciones con los demás y con nosotros mismos.
Cuando esas personas que entran en
esa situación de depresión no quieren relacionarse con los demás, ¿qué pueden
hacer los familiares para socorrerles?
Partiendo de que la depresión es un trastorno y
enfermedad, hay que distinguir que existen básicamente dos tipos: la endógena,
producida por factores internos químicos que hacen que bajen los niveles de
serotonina, y la exógena, que surge por experiencias como el fallecimiento de
personas queridas, pérdida del trabajo... Cuando hablamos de depresión, una de
las sintomatologías es que se pierden las ganas de vivir, de conectar... la
energía vital. Hay personas que lo asocian con la tristeza; otras dicen no estoy
triste, pero me siento desconectado de mí y de mi energía vital. Todos podemos
caer en una depresión independientemente de la vida saludable que llevemos
porque las pérdidas están ahí. Decir a estas personas que no están haciendo lo
suficiente es un grave error. Lo intento explicar a los familiares con un
ejemplo muy claro porque nadie elige tener depresión y el sufrimiento que
sienten es muy profundo. Decirle, por tanto, que tiene que reírse más es como
decirle a alguien que tiene asma «no entiendo porque no respiras bien con todo
el aire que hay». Es decir, no es que no quiera hacerlo, es que tiene un
problema. Lo mismo les sucede a las personas con un estado de ánimo por los
suelos.
En esa convivencia, otro de los grandes pilares es la
empatía, tener capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender desde una
compasión constructiva que despierte las ganas de acompañar y ayudar sin hacer
un juicio de valor. Todos necesitamos ser escuchados y debemos poner de nuestra
parte para acompañar a otros, aunque no compartamos las mismas ideas.
¿Por qué congeniamos mejor con
unas personas que con otras?
Es un tema que tiene que ver con la química, con esas
primeras impresiones. Cada uno nos fijamos en un aspecto diferente: en el
físico, en la manera de hablar, de moverse, en el tono de voz, en la forma de
vestir... Pero luego está esa sensación, que es algo que no se puede explicar,
pero que sienta bien y ayuda a veces a disipar sentimientos de tristeza.
Estamos aquí para conectar, para formar parte de algo más grande. En ocasiones
tenemos cosas en común, cada uno tenemos nuestra fuente de conexión y energía.
A la hora de compartir nuestros miedos e inseguridades también necesitamos
saber que otros nos entienden y que no estamos solos en esa especie de pozo sin
fondo. Necesitamos que alguien nos diga, 'te entiendo', 'a mí me ha pasado lo
mismo'... ¡Qué buena sensación! A veces se conecta de tal manera que surge una
emoción que se está investigando a nivel científico y que se llama 'kama muta',
que aparece cuando se nos ponen los pelos de punta, como cuando escuchamos una
pieza de música o celebramos un gran logro.
Y el ser humano es territorial. Nos gusta tener nuestro sitio, nuestra mantita en el sofá, nuestro propio espacio. Al convivir, pueden chocar esas energías, y no siempre nos levantamos con el mismo pie o fuerza. A veces estamos más contentos que otros días. En la convivencia, una de las preguntas más importantes que nos debemos hacer es con quién convivimos, quiénes son nuestros compañeros: ¿son personas que hemos elegido, como la pareja o los amigos, o son no elegidas? Hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas con las que convivimos son no elegidas, empezando por los hijos, la familia política, los compañeros de trabajo… Eso tiene un impacto en nuestro estado de ánimo, en el humor y en el arte de afrontar los momentos difíciles.