lunes, 10 de mayo de 2021

Cómo supervisar a un adolescente sin invadir su espacio


ROXANA IBÁÑEZ MACHADO    |    la Vanguardia    |    03/01/2021

La intromisión de los padres en la vida de sus hijos adolescentes debe ser fruto de la confianza y no de la imposición  

Llega la adolescencia de tu hijo o hija y tienes miedo de quedarte fuera de juego. Aparecen las dudas. ¿Hasta qué punto hay que mantener la supervisión paternal? ¿Cómo enfocamos el control sobre cosas suyas, como las redes sociales y otros aspectos de su vida, sin vulnerar su intimidad? ¿Podemos o debemos invadir su espacio privado? ¿Cuáles son los límites?

 Lo que sí hay que tener claro es que, en cualquier caso, la intromisión de los padres en las redes sociales o en cualquier terreno debe ser siempre con consentimiento, no solo porque la ley ampara a los hijos en cuanto a su privacidad, sino porque debe ser fruto de la confianza y no de la imposición. Y siempre se puede recurrir a ciertas fórmulas para no perderlos de vista.

!Acéptalo! No siempre puedes saber todo de su vida

Es cierto que por un lado existe la responsabilidad de los padres de velar por el cuidado de los hijos. Pero también lo es que hay que preservar su derecho a la intimidad. Y aún es más importante en la adolescencia. Lo ideal será buscar el equilibrio entre estas cosas, comenta Héctor Galván Flórez, director clínico de Instituto Madrid de Psicología.

No se debe olvidar que la adolescencia es una época bisagra. Es decir, los chicos y las chicas están saliendo del “túnel” de la infancia, están atravesando un cambio social y personal muy importante en su vida, están empezando a conformar su identidad y su personalidad frente a los demás y ellos mismos, y están descubriendo que tienen más responsabilidades y menos tiempo libre, por lo cual necesitan tener esa sensación de un mundo que es único de él o de ella, afirma Galván. “A esas edades, si no sienten que tienen una vida, una información, un mundo propio, pueden tener dificultades en su desarrollo”, advierte. 

Asimismo, debemos tener en cuenta que siempre va haber un espacio de privacidad de algo que no conocemos que es íntimo y privado de nuestros hijos, apunta el psicólogo Roger Ballescà. Por muy pequeños que sean los niños, siempre tienen un espacio privado que, conforme va aumentando la edad, va haciéndose cada vez más grande. 

“Y no tiene que ser vivido como algo problemático, si no como algo natural; la intimidad forma parte de las personas y tienen derecho igual que todos,” puntualiza el experto, que es también coordinador del Comitè d'Infància i Adolescència del Col.legi Oficial de Psicologia de Catalunya (COPC).

“Cuando un hijo ya tiene entre trece y dieciséis años va a haber cosas que no las vamos a saber y es normal”, recalca Galván. “Es sano aprender a convivir con ello sin sentirse necesariamente inseguros. Todo parte porque ese hilo de relación se hace más fino durante esta época de la vida, pero ya se volverá a fortalecer más adelante; y que se mantenga va a depender exclusivamente de que los hijos nos sientan a su lado como cuidadores incondicionales” reflexiona.

Ni mucho ni poco: ¡Supervisión equilibrada!

¿Cómo hacerlo? “No hay pautas establecidas de hasta qué punto hay que mantener un control en cada momento”, dice Ballescà. “Pero nos podemos basar en algunos elementos sobre qué cosas son adecuadas para cada edad- continúa-; por ejemplo, los juegos tienen clasificaciones por edad y también el uso de redes sociales, o en otras cuestiones, como hacerse un piercing o un tatuaje, que solo están permitidos a los mayores de 18 años y los que son menores necesitan el consentimiento de los padres. Si ya la propia ley dice que necesitan del consentimiento de los padres, pues quiere decir que también pueden dar su opinión sobre eso y que pueden negarse a que lo hagan”.

Sin embargo, a la hora de aplicar la supervisión parental resulta conveniente mantener cierta sensatez. La actitud de inspección hacia los hijos es sana, pero llevada al extremo conduce a problemas importantes.  “El control de los padres a veces no es bueno o malo en sí mismo, sino en función del grado en el que se aplica”, puntualiza Ballescà.

¿Demasiado control podría debilitar la relación con los adolescentes?

Héctor Galván coincide. Y no por el hecho de que sea más o menos control, sino por la forma del mismo. “Es decir, si al ejercerlo transmitimos sensación de desconfianza, de no creer que él o ella tengan sentido común o que sepan desenvolverse, lo que va a suceder es que los adolescentes cada vez se cierren más y se comuniquen menos con nosotros”. La clave está en formarles como personas. Eso es lo que les va a proteger más antes los demás y ante el mundo externo.

Es más útil preguntar que indicar o imponer… ¿Qué tal te encuentras? ¿Cómo te va en el instituto? ¿Te preocupa algo?, etc. “Hay que dejar que ellos se expresen y, más importante aún, ¡no juzgarles!”, dice Galván. “Y además -prosigue- es bueno ayudarles a que aprendan a pensar en solucionar los problemas con preguntas como: ¿Has pensado qué hacer?, ¿Cómo lo resolverías?, ¿Qué se te ocurre si pasará tal cosa?... No tanto darle, soluciones ya hechas”. 

A estas edades, estos gestos les va creando una sensación de incondicionalidad y sienten un apego seguro, que sus padres van a intentar entenderles y apoyarles sin juzgarles inmediatamente de entrada, y que son personas con las que se puede compartir las cosas en momentos de preocupación, indica el especialista.

Dos claves para tener acceso a la vida de un adolescente

1-Ve de menos a más. La primera cosa que hay que hacer es preguntar y establecer una buena comunicación con nuestros hijos. Y solo si eso falla, hay que poder ver qué está ocurriendo, observar si hay alguna conversación que nos dé pistas, resalta Ballescà. Hay que ir de las estrategias menos invasivas a las más invasivas. La mayoría de las veces, cuando necesitamos meternos en la vida íntima a través de estrategias invasivas es porque en cierto modo ha fracasado, la comunicación con los hijos y eso ocurre frecuentemente porque no es extraño que se produzcan tensiones y haya épocas que nos explican muchas menos cosas.

2-Pregúntate: ¿cuánto sabes de tu hijo o hija?. Compartir momentos, conversaciones o actividades con ellos es la mejor forma de generar confianza e, indirectamente, de tener un control de sus vidas, dice Galván. Aunque, más que control, sería mejor hablar de conocimiento. Es decir, cuando conocemos qué o por dónde va la vida de nuestros hijos, hay un control sano y no impositivo. “No sirve de mucho que nos dediquemos el día a trabajar y no compartamos momentos con ellos y que simplemente en un momento dado le preguntemos ¿qué haces?, ¿con quién vas?, ahí el chaval se va a sentir interrogado”. Y en muchas ocasiones va a ser más fácil conocer de su vida haciendo deporte o realizando alguna actividad juntos en el que de forma natural van a ir saliendo conversaciones, preocupaciones o preguntas, pero que el chico o la chica las hacen hacia los padres, no al revés, esto les crea confianza y al final es la mejor forma de sentir ese control sano.

¿Existe algún salvoconducto que nos permita invadir su privacidad?

Nos queda claro que debemos respetar la privacidad de nuestros hijos, no solo porque la ley lo dice, sino también porque es una manera sana de sobrellevar la relación con los chavales a estas edades. Pero desde el punto de vista educativo, según explica el psicólogo Héctor Galván, podríamos darnos la licencia de “entrometernos” si detectamos indicios claros de que puede estar sucediendo algo.

Por ejemplo, si observamos que llora sin razón alguna, que tiene una mala expresión no verbal, que no quiere contar nada, que de forma repentina intenta evitar ir al colegio, o si ha dejado de golpe de verse con sus amistades de siempre. Ante estas señales, más que invadir bruscamente su espacio, es importante hablar con ellos. O, por ejemplo, con los tutores del colegio para tratar de entender si está pasando algo más.

Haz un pacto con el uso de las tecnologías

Los psicólogos insisten en que se debe respetar la intimidad de los hijos. Aunque reconocen que también se puede tener un cierto control a una determinada distancia. “Por ejemplo, en el uso de las tecnologías e internet, el móvil o el ordenador, cada vez se pueden hacer más cosas, no solo buscar información, sino también conocer gente, hacer compras, arruinarte la vida o hacerte muy exitoso”, comenta Roger Ballescà. 

“Por lo tanto- continúa- hay que pensar que es una puerta más de nuestra casa y por la cual se puede entrar y salir. Y de la misma manera que cuando nuestros hijos salen del hogar físicamente le preguntamos a qué hora van a volver y qué van hacer, pues con el uso de las tecnologías pasa exactamente lo mismo, tenemos que poder saber qué tipos de páginas visitan o cuáles son las actividades que realizan. Hasta qué punto debemos saberlo dependerá de la edad que tengan”.

Asimismo, los expertos ponen el foco en el uso de los móviles a estas edades. Para Galván no es recomendable que antes de los 12 años tengan smartphones porque no tienen una madurez suficiente para exponerse a todo lo que esto implica. Aunque lógicamente habrá que sortear la presión que puede suponer que los tengan sus compañeros de clases o amigos menores de esa edad. “Y de ser así, más allá de algún tipo de control, lo que realmente se trata aquí es de educarles en el uso de las tecnologías y de su propia intimidad, deben tener claro que nunca deben facilitar datos personales como dirección o el nombre completo, por ejemplo”.

Ballescà lo resume con una imagen visual: “¿Verdad que no le permitirías a tu hijo que pusiera una llave en la puerta de su habitación y que solo él o ella tuviera la llave de entrada? Sería absurdo, no?. Pues ocurre exactamente lo mismo con los dispositivos móviles.

“Es aconsejable que, hasta los 16 años como mínimo, los padres puedan tener acceso a las claves de los móviles u ordenadores, otra cosa es que hagan uso o no de ellas”, enfatiza Ballescà. “Esto establece una especie de acuerdo tácito entre los padres y los hijos- argumenta- Y en cierto modo se lo ponemos un poquito más difícil. Ellos saben que hay ciertas cosas que se abstendrán de hacer sabiendo que sus padres pueden acceder en cualquier momento a sus dispositivos. Aunque esto no quiere decir que no puedan buscar mil maneras de salirse con la suya”.

Si conviene, se puede recurrir a la ayuda de las aplicaciones o herramientas de control parental porque limitan tipos de contenidos a determinadas edades.

¿Espías sus redes sociales? ¡Alto! Hay otras maneras de llegar a ellos

Los padres no deberíamos olvidar algunas reglas cuando se habla de redes sociales o de videojuegos. La primera de ellas, según Ballescà, es que tienen una edad recomendada para empezar a hacer uso de las mismas. Y lo mejor es seguir estas recomendaciones, aunque a menudo son los padres los primeros que se saltan esa regla, agrega el experto del COPC.

Tampoco es un secreto que hoy en día la gran mayoría de los adolescentes son activos en las redes sociales, y puede que muchos padres caigan en la tentación de espiarles. Los expertos son contundentes al respecto y recuerdan que no solo es un delito que está regulado, sino que siempre, educativamente, lo mejor es preservar su intimidad. Por lo cual no debería ser el primer recurso, sobre todo cuando se intenta tener una vigilancia sana. Se podría recurrir a esta actitud como último término, dice Galván.

 “A lo mejor al chico o chica no le importa ese control en algunas redes sociales, pero en otras quiere tener su espacio de mayor privacidad y es importante tener en cuenta ese aspecto, porque si el adolescente no desea que sus padres estén en sus redes sociales va a buscar esa individualidad en otras áreas que pueden ser más peligrosas”, advierte Galván.

Es bueno ser amigos de nuestros hijos en las redes sociales sobre todo si parte de un acuerdo entre los progenitores y los chavales. Pero puede ser contraproducente si es vivido como una imposición de los padres, matiza Ballescà. Aunque deberíamos de planteárnoslo, apunta. “Entre otras cosas porque los padres debemos de entender que no somos los amigos de nuestros hijos, somos sus padres. Podemos tener una relación excelente y en algunos puntos muy parecida o muy próxima a una relación de amistad, pero ejercemos funciones diferentes y hay que tener claro eso. Lo cual no es ni mejor ni peor, es distinto”, concluye.

Supervisar amigos y relaciones de pareja ¿sí o no?

Más allá de las redes sociales también hay otros espacios en la vida de los adolescentes en los que conviene prestar atención. Por ejemplo, sus amistades. “En este aspecto la intromisión a su espacio debe hacerse solo en el caso de que detectemos que hay alguna cosa que no nos cuadra”, dice Ballescà. Es decir si observamos conductas extrañas en casa, si empieza a bajar mucho el rendimiento académico o si notamos conductas de aislamiento más exageradas de las que son normales en la adolescencia. 

También si observamos que llega en malas condiciones porque ha bebido o si huele porque ha fumado. Entonces es cuando debemos poder dar un paso adelante e inmiscuirnos en cierto modo en un ámbito de su privacidad, el mismo que debemos dejar preservado en el caso de que no haya ningún elemento que nos haga sospechar de que nada vaya mal.

En esta etapa también surgen esos primeros amores y es normal que muchos padres quieran saber un poco más sobre esas cosas que son importantes para sus hijos. Pero, ¿hasta qué punto hay que inmiscuirse en sus relaciones de pareja? Tal como explica Ballescà, una de las cosas que más les cuesta a muchos adolescentes es hablar sobre su sexualidad, y eso incluye las relaciones de pareja. 

Y el hecho de entrar en el móvil, ver sus conversaciones con la novia o el novio sería una violentación y no dejar espacio al otro, apunta el experto. “Lo ideal es tener una actitud respetuosa hacia su intimidad y abierta al diálogo, porque es más fácil que nos expliquen cosas. Si forzamos demasiado, lo único que conseguiremos es que se cierren todavía más”, enfatiza el psicólogo.