viernes, 9 de junio de 2017

Así puede salvarte la vida el amor por la palabra escrita.

EVA CARNERO | El País | 04/10/2016

Leer y escribir a mano no es solo una inversión en inteligencia. Hasta la depresión tiene miedo de los libros.

"Siempre me había considerado un amante de la lectura, pero hace unos años constaté que existía una gran diferencia entre que te gusten los libros y que los necesites. En mi caso, me identifico con las personas que dependen de los libros para disfrutar de una vida plena”. Es el testimonio que acompaña al escritor Matt Haig (Sheffield, Reino Unido, 1975) desde que a los 24 años cayó en una depresión que superó gracias a la lectura y la escritura. Sus miedos, esperanzas y satisfacciones fueron sintetizadas 15 años más tarde en el reciente libro Razones para seguir viviendo (Seix Barral), que Haig escribió porque, afirma, “las palabras, a veces, realmente pueden liberarte”.

Libros contra el ombliguismo
Aunque leer o escribir puede que no sean el antídoto mágico a la infelicidad o la depresión, lo cierto es que cuando Haig habla de libros, lo hace desde un agradecimiento sincero, casi reverencial, por haberle devuelto las ganas de vivir. Pero, ¿cómo pueden salvarnos la vida? Parece que el quid de la cuestión reside en cómo y dónde ponemos el foco de nuestra atención. Al menos, así lo cree Haig: “Cuando leía no pensaba en otra cosa. Me di cuenta de que los límites del mundo (mi mundo) iban mucho más allá de aquellos que mi mente había levantado. Leer me distraía, me calmaba. Y al escribir sentía como si mis pensamientos fueran más lento de lo normal”. Una observación en sintonía con la visión que apunta Rita Otero, psicóloga y coordinadora del taller de psicoescritura en Minerva Psicólogos, quien identifica la ralentización del pensamiento como una de las virtudes de la escritura: “El movimiento articular de la mano a la hora de escribir tiene una velocidad mucho menor que nuestros pensamientos, y esto favorece el desarrollo de ideas más serenas y meditadas”.

El investigador Facundo Manes corrobora estas teorías desde el punto de vista de la neurología. “La escritura manual, al ser más lenta, nos obliga a sintetizar y reorganizar la información”. Según el neurocientífico, “un estudio reciente llevado a cabo por Pam Mueller y Daniel Oppenheimer, publicado en la revista Psychological Science, estudió las diferencias entre escribir a mano o en el teclado de un ordenador. Los investigadores pidieron a un grupo de universitarios que tomara nota de una charla TED, la mitad a mano y el resto con ordenador. Los resultados evidenciaron que los primeros transmitieron mejor comprensión conceptual de la información, y quienes escribieron en el ordenador la transcribieron de manera más literal y mostraron menor comprensión. En otro estudio, las investigadoras Karin James y Laura Engelhardt, de la Universidad de Indiana (EE UU), demostraron que la escritura manual favorece el aprendizaje: los alumnos que toman apuntes a mano recuerdan más y logran una comprensión más profunda de los contenidos.

Leer, mejor en voz alta
La psicóloga Otero también comparte las bondades de la lectura. Pero señala una interesante distinción entre las terapias narrativas. Por un lado, existe una corriente que ve en la escritura un acto terapéutico per se, y por otro, la tendencia (que ella defiende), que estipula que para que sea realmente curativa, debería ir acompañada de su lectura en voz alta a otras personas ajenas al texto. “A lo largo de los años he podido comprobar cómo leer en voz alta a los compañeros de taller tiene un efecto positivo e inmediato en aspectos tan importantes como la empatía, el apoyo mutuo, la comprensión y el fortalecimiento de las relaciones interpersonales”. Aspectos relevantes, pero no menos que la información que se desprende de “los quiebros e inflexiones de la voz o los cambios de velocidad que se producen en ciertos párrafos”, apostilla.

Sea en voz alta o para sus adentros, Matt Haig explica que mientras sufrió depresión y volvió a casa de sus padres devoraba todo tipo de libros tanto de ficción como de no ficción. Como buen “adolescente pródigo” leía, entre otros, El guardián entre el centeno (J. D. Salinger) o Rebeldes (Susan E. Hinton). Solo tenía (y mantiene) una excepción: jamás tocó libros en los que apareciera el suicidio. “Pensaba que si leía las historias de Ernest Hemingway o Sylvia Plath acabaría como ellos”.

Emociones casi reales
Cuando Haig escribió su libro tenía muy claro que quería mostrar el lado más positivo de su experiencia: “Empecé a narrar mi historia desde abajo, partiendo del momento más difícil y duro. A partir de ahí, la cosa solo podía mejorar”. Escribirlo, pero sobre todo plasmar sus pensamientos hace tres lustros cuando trataba de salir de la depresión, le permitió llevar a cabo una valiosísima descarga emocional. Como dice la psicóloga Rita Otero, “el papel no juzga, escucha en silencio, permite volcar en él todo aquello que necesita ser expresado”.

El neurólogo Facundo Manes confirma que la lectura puede ayudar a superar situaciones difíciles. Se basa en estudios como el realizado con más de 4.000 adultos en la Universidad de Liverpool (Reino Unido), que demostró que las personas que leían regularmente tenían menores sensaciones de estrés y depresión que aquellos que no leían con regularidad. “Cuando leemos se activa toda nuestra maquinaria cerebral, lo cual incluye no solo las áreas asociadas al lenguaje y a la memoria, sino también a nuestras experiencias en general y a nuestras emociones”.

Especialmente interesantes son las conclusiones de ciertas investigaciones, que menciona Manes, y que demuestran “que cuando leemos acerca de una experiencia se activan las mismas áreas cerebrales que se activarían si la estuviéramos viviendo realmente. Por ejemplo, cuando leemos verbos de acción como 'correr' o 'comer', se activan las mismas áreas que nos permiten mover los pies o la boca, o cuando leemos palabras como 'jazmín' se activan las especializadas en el procesamiento olfativo”.

Otro estudio publicado en Science reveló que quienes leían novelas de ficción mejoraban su capacidad de entender y predecir emociones y pensamientos en sus congéneres.


El secreto de todas las familias.

Dos millones y medio de españoles sufren oficialmente depresión. El 40% no está en tratamiento por miedo al estigma de la enfermedad.

MARTA FERNÁNDEZ  | mADRID | eL pAÍS | 21/05/2017

“Sal y cuéntaselo a alguien”, el escritor Andrew Solomon hace suyo este consejo para vencer un tabú: la incomprensión y la vergüenza a la que se enfrentan aquellos que sufren una depresión. Solomon, escritor y profesor de Psicología en Columbia, lo ha convertido en una cruzada personal. Y lucha para romper el silencio que acompaña a un trastorno que afecta ya a dos millones y medio de españoles. Diagnosticados. Muchos ni siquiera se atreven a confesarlo.

“Hay muchas causas por las que en España el 40% de los pacientes con un trastorno depresivo mayor no está en tratamiento. Pero sin duda una es el estigma”. Antonio Cano es doctor en Psicología y catedrático de la UCM y en sus muchos años de práctica ha visto cómo funciona el círculo vicioso de la culpa. “Por un lado el paciente se aísla y por otro no se entiende lo que le pasa: que sufre algo que se llama depresión. El paciente no tiene información y la sociedad tampoco. Y la depresión es algo que nos puede afectar a todos”.

Andrew Solomon conoce bien ese peso. Porque también a él le sepultó. En 1993 sintió que había perdido el interés por la vida. Todo se le hacía un mundo. Escuchar los mensajes del contestador. Preparar la comida. Ducharse. A la depresión siguió una crisis de ansiedad. Y un día ya no pudo levantarse de la cama. Descubrió que el sinónimo de depresión no es tristeza, sino falta de vitalidad. Pero se puso en tratamiento y se recuperó. Y decidió estudiar lo que le había pasado para ayudar a otros. Escribió El demonio de la depresión. “Cada vez que alguien que ha sufrido una depresión se lo cuenta a otro estamos rasgando la cortina del secretismo. Aquellos que se ven confinados en el silencio tardan más en recuperarse.
Debemos de convencerles para que hablen diciéndoles que hablar puede salvar sus vidas. Porque la depresión es el secreto de familia que todas las familias tienen”.

Este secreto de familia afecta ya a 322 millones de personas. Y va en aumento. Es una de las tres causas de discapacidad en el mundo. Y en 2030 será la primera. Por eso este año la OMS le ha dedicado el Día de la Salud con el lema “Hablemos de la depresión”. Pero hablar es lo difícil.

“La bola se va haciendo cada vez más grande. Te encuentras mal y la gente que te rodea no lo entiende. Y el Andrés que todo el mundo conoce se está quedando vacío por dentro. Eso es duro, muy duro…” El Andrés que se quedaba vacío por dentro era el mismo que un tiempo después llenaría a todo un país de felicidad con un gol que valía una Copa del Mundo. Andrés Iniesta. Le confió su viacrucis a los periodistas Ramón Besa y Marcos López. Cuando aparecieron sus memorias, La jugada de mi vida, la psicóloga que le había tratado vio como se multiplicaban las llamadas a su consulta. Explica que a muchos pacientes les ayuda ver que alguien a quien admiran sufre lo mismo.

Basta con recordar a Bruce Springsteen. También se atrevió a contar en su biografía, Born to Runsu batalla constante contra la depresión. El profesor Cano compara su sinceridad con la de Magic Johnson. “Lo mismo que en su día, Johnson le echó narices y cuando más estigma había con el sida le dijo al mundo tengo el virus, gestos como el de Bruce Springsteen pueden ayudar a quitar el estigma a la depresión”.

“Hay un punto en el que se pierde el mapa y se pierde la brújula y uno no sabe ni por dónde dar palos de ciego. Es el punto de absoluta angustia. Ahí no hay nada que uno racionalmente pueda hacer”. Así se sentía el escritor Luisgé Martín. Lo cuenta en El amor del revés. Un libro, dice él, impudoroso, con el que ha reventado candados y ha exorcizado demonios. La culpa. La vergüenza. El miedo. La pesadilla de ser homosexual en una España en la que era más que un pecado. La lucha de pasar por un proceso de depresión y sentirse incomprendido. “Comprar una pastilla para dormir en una farmacia es casi como antes comprar condones, que te sonrojabas. Uno tiene la sensación de que todo lo que le pasa es porque se ha comportado mal. Si eres depresivo porque no eres capaz de mirar de otro modo la vida”.

El músico Iván Ferreiro también dio palos de ciego contra la depresión sin saber qué le pasaba. Hasta que un ataque de pánico, en completa soledad en un apartamento de Buenos Aires, le empujó a pedir ayuda. Lo cuenta haciéndose un ovillo. Recuerda que llevaba años sin dormir. Obligándose a hacer cosas que no quería. Saliendo sin atreverse a mirar a la gente a la cara. Llegó a grabar un disco sin recordar después ni cómo ni cuándo. Pero no se ponía en tratamiento. “Hasta que el médico me llama y me dice: mira, tomas algo para la alergia todos los días, te echas un inhalador del asma todo el rato y me estás diciendo que no quieres tomarte esta pastilla”. Solo cuando empezó a comprender lo que le sucedía pudo ver la salida. “En las depresiones es muy importante el lenguaje. Y que alguien sepa explicarte con palabras lo que te está pasando y que te des cuenta de que en el fondo es como una puta gripe, una gripe de pesimismo y de falta de ganas. Pero te curas. La principal es rendirse y decir no puedo más”.

Poner palabras al dolor es la primera medicina. Lo saben los que lo han pasado. Que también saben que ese es el reto. Luchar contra el tabú. Romper el estigma. “Aprender a vivir es aprender a nombrar”, dice Luisgé Martín. Aprender a curarse es ponerle palabras al secreto de familia que todas las familias tienen. La depresión. La enfermedad que sigue avanzando en silencio.

"Haz lo que quieras"
Iván Ferreiro ríe cuando habla de sus amigos. De cómo le ayudaron a salir. Simplemente estando. Aguantándole. “Pero luego hay amigos que te joden mucho, con muy buena intención niegan tu depresión y te dicen: lo que te pasa es que te tienes que poner a trabajar, lo que tú necesitas es tener novia, es salir por ahí. Haz lo que quieras. Y haz lo que quieras es la mentira más grande que nos dicen las personas que nos quieren sin darse cuenta”.

El consejo bienintencionado se desliza a veces al territorio de la felicidad por decreto. Luisgé Martín tenía un buen amigo psicólogo con el que comentaba sus problemas. Y la respuesta siempre era la misma: lo que hay que hacer es no dejarse caer, levantarse. Y Luisgé se revolvía: “es como si voy al traumatólogo porque tengo la rodilla mal y me dice que lo que hay que hacer es andar. Pues no”.


“Hay que ser muy cuidadoso en cómo te haces cargo de alguien que sufre una depresión. No ayuda ser intrusivo. O imponer un régimen de falsa alegría. A veces la persona deprimida lo que necesita es alguien que se siente al otro lado de la puerta, a veces necesita privacidad”. Es la recomendación de Andrew Solomon: “Ama desde una distancia cuidadosa si eso es lo que tienes que hacer, porque aunque el amor por sí solo no puede curar la depresión, es la herramienta más cercana que tenemos”