viernes, 26 de mayo de 2017

Los pacientes que reciben intervención psicológica en Atención Primaria se recuperan de sus síntomas cuatro veces más que los que reciben el tratamiento habitual.

Infocop-online  |  28/02/2017


La Fundación Española para la promoción y el desarrollo científico y profesional de la Psicología (PSICOFUNDACIÓN) ha presentado en el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, los resultados preliminares del ensayo clínico PsicAP (Psicología en Atención Primaria), cuyo objetivo es comparar el tratamiento psicológico frente al habitual de Atención Primaria en el abordaje de los trastornos mentales comunes o alteraciones emocionales, como la ansiedad, estrés, depresión y somatizaciones que presentan casi la mitad de los pacientes.

En este ensayo participan más de 200 investigadores, entre médicos y psicólogos, que han evaluado a cerca de 1.200 pacientes de 28 Centros de Salud de Atención Primaria de 10 Comunidades Autónomas.

Los resultados preliminares, que han sido presentados por el catedrático en Psicología e investigador principal del ensayo Clínico PsicAP, Antonio Cano Vindel, demuestran claramente la eficacia del tratamiento psicológico sobre el tratamiento habitual. De los 323 pacientes que han concluido el tratamiento, y una evaluación completa, las diferencias entre tratamientos muestran los siguientes datos:
  • Reducción de síntomas: para los trastornos de ansiedad, la intervención psicológica es tres veces más eficaz que el tratamiento habitual. En el caso de la depresión, la eficacia es cuatro veces mayor.
  • Recuperación de los casos: para los trastornos de ansiedad y depresión, con el tratamiento psicológico se consigue recuperar en torno a un 70% de los pacientes (67% en casos de ansiedad y 72% en caso de depresión), 3 veces más que con el tratamiento habitual de Atención Primaria (27,4% y 24,2%, respectivamente).
  • El tratamiento psicológico ha conseguido la disminución del consumo de psicofármacos y la hiperfrecuentación a las consultas de Atención Primaria.
En España, más de dos tercios de las personas con problemas emocionales, de estrés, ansiedad, depresión o somatizaciones acuden a su Centro de Salud de Atención Primaria, donde el 49,2% de los pacientes presenta síntomas compatibles con el diagnóstico de un trastorno de este tipo. El médico de familia sufre un exceso de demanda, en parte por la hiperfrecuentación de los pacientes con problemas emocionales (19 veces más visitas que las personas sin este tipo de problemas), lo que le lleva a no poder dedicar a sus pacientes más de 5 minutos de consulta, así como a prescribir en exceso psicofármacos, que reducen temporalmente los síntomas de ansiedad, hiperactivación fisiológica, insomnio, depresión o dolor, pero no resuelven a la larga los problemas de base, derivados del estrés psicosocial, que requieren información y entrenamiento psicológico en habilidades de manejo de las emociones.
Aunque la evidencia científica muestra que el tratamiento de elección para estos problemas son las técnicas psicológicas, que son eficaces y eficientes, en nuestro país un 39% de personas con diagnóstico de trastorno de ansiedad en los últimos 12 meses no ha recibido tratamiento alguno y sólo el 0,9% ha recibido un tratamiento psicológico sin fármacos. En cambio, España es el segundo país con mayor consumo de tranquilizantes en el mundo, a pesar de que las guías de práctica clínica, que resumen la evidencia científica, desaconsejan su uso, por la falta de eficacia y su poder para generar adicción.

El consumo de benzodiacepinas en nuestro país, sigue aumentando año tras año, siendo en el año 2014, 2,7 veces superior a la media de los países de la OCDE, a pesar de las advertencias de riesgo de sufrir accidentes de circulación, caídas de señoras mayores con rotura de cadera, o su asociación con demencia. Así, en el año 2014, casi el 10% de las conductoras maduras, con unos 50 años, dieron positivo a psicofármacos en los controles de drogas de la guardia civil en carretera, lo que contrasta con el perfil de reconocida prudencia para este perfil de conductora. Además, un porcentaje significativo de los muertos en accidente de circulación, en concreto el 10,7% de conductores y el 20,2% de peatones, habían consumido estos fármacos psicoactivos, según los resultados de las autopsias.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, INE, en la última Encuesta Europea de Salud, publicada en 2015, el 18,9% de los españoles con 15 o más años había consumido en las dos últimas semanas psicofármacos de tipo tranquilizante, relajante o somnífero; y el 8,4% había consumido antidepresivos o estimulantes. El consumo es aproximadamente el doble en mujeres que en hombres, aumenta con la edad y disminuye con el nivel cultural.
Este abordaje de los problemas emocionales ocasiona un gran impacto a nivel clínico, debido a la cronicidad y comorbilidad del proceso, así como a la discapacidad asociada. Pero también supone un gran impacto a nivel social, por el alto coste económico, directo e indirecto. Los costes económicos de la depresión, la ansiedad y las somatizaciones en España en el año 2010 alcanzaron los 23.000 millones de euros, el 2,2% de PIB, más de la mitad de los costes anuales por salud mental. La depresión en 2010 fue la cuarta causa en España que contribuyó más al aumento de los años vividos con discapacidad, aumentando un 35% desde 1990.

Los resultados obtenidos en el ensayo PsicAP son acordes con la revisión de la literatura científica previamente llevada a cabo y validan claramente la intervención psicológica para la atención de alteraciones emocionales en Atención Primaria. Por todo ello, sería necesario implementar este tratamiento en el primer escalón de acceso al sistema sanitario público, para hacerlo realmente accesible a la población.

Esto es lo que han hecho otros países como Reino Unido, que ha puesto en marcha la “Mejora del Acceso al Tratamiento Psicológico” (IAPT), con alta eficacia. Hoy en día, se plantea ampliar dicha atención psicológica a los problemas emocionales que se dan en la etapa infanto-juvenil, así como a pacientes mayores crónicos con ansiedad y depresión, con un argumento basado en la evidencia: “duplicar el número de personas tratadas con técnicas psicológicas costaría cero”. Con ese rótulo se alude a que el coste del tratamiento psicológico para cien personas con trastornos de ansiedad o depresión, en edad laboral, se amortiza en menos de 25 meses, rompiéndose así la tendencia a que el problema se haga crónico y genere nuevos trastornos y más gastos. Por otro lado, se refiere a que el coste de tratar a una persona mayor con enfermedad crónica y depresión se amortiza en tan sólo 8 meses, lo que ahorraría unas 2.000 libras (2.340 euros), cada año, de costes atribuidos a la depresión en pacientes crónicos.


Enfermedades mentales y sociedad.

Por Caroline Carney , Manual MSD, MSc, Chief Executive Officer;Chief Medical Officer, Cetan Health Consultants LLC, Indianapolis, IN;MDwise, Inc., Indianapolis, IN

Casi el 50% de los adultos padece un trastorno mental en algún momento de su vida. Más de la mitad de estas personas experimentan síntomas graves o moderados. De hecho, cuatro de las diez causas principales de discapacidad entre los sujetos mayores de 5 años de edad corresponden a trastornos mentales, siendo la depresión la primera causa de discapacidad por enfermedad. A pesar de esta elevada prevalencia de los trastornos mentales, solo en torno al 20% de las personas que tienen una enfermedad mental reciben ayuda profesional.

Aunque se han logrado extraordinarios avances en la comprensión y el tratamiento de las enfermedades mentales, el estigma que las rodea aún persiste. Por ejemplo, las personas con una enfermedad mental pueden ser culpabilizadas de su propia enfermedad o ser consideradas perezosas o irresponsables. La enfermedad mental se interpreta en ocasiones como una entidad menos real o menos legítima que la enfermedad física, generando reticencias en los responsables de la salud y de las compañías de seguros en lo referente a la cobertura del tratamiento. Sin embargo, la creciente toma de conciencia de lo mucho que la enfermedad mental afecta a los costes de la atención sanitaria y el número de días de trabajo perdidos está cambiando esta tendencia.

En la actualidad, se considera que el origen de la enfermedad mental está determinado por una compleja interacción entre la herencia y los factores ambientales. Diversas investigaciones han demostrado que en muchos trastornos mentales, la herencia está implicada. A menudo se produce un trastorno mental cuando una persona predispuesta a padecerlo por su composición genética experimenta situaciones de gran estrés en su vida familiar, social o laboral. Además, muchos expertos creen que la disfunción de diversos mediadores químicos en el cerebro (neurotransmisores) puede contribuir a los trastornos mentales. Algunas técnicas de imagen como la resonancia magnética nuclear (RMN) y la tomografía por emisión de positrones (PET), muestran cambios en el cerebro en personas con un trastorno mental. Por lo tanto, muchos trastornos mentales parecen tener un componente biológico, al igual que las enfermedades que se consideran neurológicas (como la enfermedad de Alzheimer). Sin embargo, no está claro si los cambios observados en las pruebas de diagnóstico por la imagen son la causa o el resultado del trastorno mental.

No siempre se puede diferenciar claramente la enfermedad mental de una conducta normal. Por ejemplo, en el caso de una pérdida de un allegado próximo, como el fallecimiento del cónyuge o de un hijo, puede ser difícil distinguir una depresión del sentimiento normal de duelo. De igual modo, el diagnóstico de un trastorno de ansiedad en una persona preocupada o estresada por su trabajo es un tanto arbitrario, ya que la mayoría de las personas experimentan estas sensaciones en algún momento de su vida. La línea divisoria entre poseer determinados rasgos de personalidad y padecer un trastorno de la personalidad está a veces muy difuminada. Por ello, la salud y la enfermedad mentales se entienden mejor como un «continuum». Cualquier línea divisoria suele basarse en la duración de los síntomas, en el alcance del cambio en la conducta habitual de la persona y en la gravedad con que los síntomas afectan a la vida del sujeto. Por lo tanto, cuando se piensa en la enfermedad mental, se debe distinguir la enfermedad mental grave persistente (crónica) que limita seriamente las actividades o la capacidad de trabajar (como una psicosis continua, de por vida), de los episodios sintomáticos breves pero graves que se considera que se pueden resolver, y de los síntomas crónicos que no interfieren con las actividades o el trabajo.

La desinstitucionalización

En las últimas décadas, ha habido un movimiento para sacar a las personas con enfermedades mentales de las instituciones (desinstitucionalización) y apoyarlas para que puedan vivir en comunidad. Esto ha sido posible gracias al desarrollo de fármacos efectivos y a ciertos cambios en la actitud hacia los enfermos mentales. Este movimiento ha puesto gran énfasis en considerar al enfermo mental como un miembro más de las familias y de las comunidades. Una decisión tomada por la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos en 1999 ayudó de manera significativa a este cambio. Esta decisión, denominada Olmstead decision, exige a los Estados que proporcionen tratamiento a los enfermos mentales en el entorno de la comunidad siempre que esto sea adecuado por razones médicas.

Diversas investigaciones han mostrado que determinadas interacciones entre los enfermos mentales y sus familiares pueden mejorar o por el contrario empeorar la enfermedad mental. En este sentido, se han desarrollado técnicas de terapia familiar que previenen la necesidad de reingreso en las personas que padecen enfermedades mentales crónicas. Hoy en día, la familia de un enfermo mental se implica más que nunca como aliado en el tratamiento. El médico de atención primaria desempeña también un papel importante en la rehabilitación del enfermo mental en el seno de la comunidad. Además, en la actualidad es menos probable que las personas con enfermedades mentales que necesitan hospitalización sean sometidas a aislamiento y a contención, y con frecuencia son confiados a centros de día en una fase temprana de su enfermedad. Estas instalaciones son menos costosas porque requieren menos personal, se prima la terapia de grupo por encima de la individual y los usuarios pernoctan en su domicilio o en centros de internación parcial.

Sin embargo, el movimiento de desinstitucionalización ha supuesto también algunos problemas. Ya que en la actualidad las leyes no permiten institucionalizar a las personas con enfermedades mentales que no representan un peligro para sí mismas o para la sociedad ni tratarles contra su voluntad, muchas de estas personas se han convertido en vagabundos o han acabado en el sistema penitenciario. Muchos mueren jóvenes a causa de la exposición al clima extremo o por infección. Aunque estas leyes protegen los derechos civiles, hacen que sea más difícil proporcionar tratamiento a muchos enfermos mentales que lo requieren, algunos de los cuales pueden actuar de forma extremadamente irracional si no reciben tratamiento. El vagabundeo también tiene un impacto en la sociedad.

Debido a los problemas relacionados con la desinstitucionalización, se han desarrollado nuevos enfoques para el tratamiento, como el Tratamiento Asertivo en la Comunidad (ACT, por sus siglas en inglés). El ACT ayuda a proporcionar una red de seguridad para las personas con una enfermedad mental grave crónica. Este tratamiento utiliza un equipo multidisciplinario formado por trabajadores sociales, personal de enfermería, especialistas en rehabilitación, consejeros y psiquiatras. El equipo proporciona servicios individualizados a las personas que tienen una enfermedad mental grave y que no pueden o no quieren acudir a la consulta o al hospital en busca de ayuda. Los servicios se prestan en el propio domicilio del afectado o en el vecindario (por ejemplo, en restaurantes, parques o tiendas de la zona).

Apoyo social

Cualquier persona necesita un entramado social para satisfacer la necesidad humana de ser cuidado, aceptado y apoyado emocionalmente, sobre todo en periodos de estrés. Diversas investigaciones han mostrado que un fuerte apoyo social acelera de forma significativa la recuperación de las enfermedades físicas y mentales. Los cambios sociales han disminuido el apoyo que tradicionalmente proporcionaban los familiares y vecinos. Como alternativa, han surgido en muchos países grupos de autoayuda y de ayuda mutua.

Algunos grupos de autoayuda, como Alcohólicos Anónimos o Narcóticos Anónimos, se centran en las personas que tienen conductas adictivas. Otros actúan en defensa de ciertos segmentos de la población, como los minusválidos y las personas mayores. Incluso existen organizaciones, como la Alianza Nacional para los Enfermos Mentales (NAMI, por sus siglas en inglés), que proporcionan apoyo a los familiares de personas con enfermedades mentales graves.