ANA
PANTALEONI |
Barcelona | El País
| 17/05/2018
Eva Millet, autora de
'Hiperniños', pide a los padres "que se relajen" y subraya que la
educación "no es un maratón".
Tengo sensación de cierto alivio. La experta me dice que con
tres hijos y un oficio como el de periodismo difícilmente tengo tiempo de criar
hijos perfectos o hiperniños. A la más pequeña le acabo de dar de merendar
cruasán de chocolate y un helado, a la mayor le he dejado ver cuatro capítulos
seguidos de una serie americana, y su padre pierde muchas horas de su vida
llevando al mediano al fútbol en la otra punta de la ciudad. Todo eso me lo
callo delante de la experta.
¿Qué es un hiperniño? Contesta Eva Millet, autora de Hiperniños (Plataforma Actual): “Es el producto de una crianza intensiva, de una
absoluta dedicación de los padres al niño, pero una dedicación más enfocada a
ver el hijo como un producto. Tienen de antemano un plan establecido para ese
niño incluso antes de nacer. Es un modelo norteamericano. Este niño es el
absoluto rey de la casa, el Luis XIV. Es el modelo altar, se le rinde culto, se le da todo, se le
consulta todo pero, por otro lado, tiene una presión brutal para triunfar. Son
niños hiperprotegidos, que gestionan mal la frustración, que se muestran muy
poco autónomos. Es un fenómeno del primer mundo”.
¿Cuáles son los síntomas? “Cuando es incapaz de hacer algo que
le tocaría hacer sin ayuda del adulto. El ejemplo son los deberes. Cada vez hay
más niños que no saben hacer los deberes sin sus padres, y cada vez más padres
que los hacen para subirles la nota. Otra característica son los miedos, y uno
cada vez más común es el miedo a equivocarse, el miedo a fallar. También la
ansiedad y el estrés, que son estados de los adultos, que cada vez se detectan
más incluso en niños. Se ve un poco la crianza de los hijos como un campo de
entrenamiento, porque cada vez hay que llevarlos a más sitios, son infancias
muy estresadas”.
El último informe del Estudio del Plan Nacional sobre Drogas en
España, detalla Millet, ha detectado que uno de cada seis adolescentes calmó
sus tensiones ante un examen o una ruptura tomando ansiolíticos. Los
tranquilizantes por primera vez superan al alcohol y al tabaco como droga de
inicio.
Millet explica que los hiperpadres
han entrado en la escuela y los colegios están apabullados. Padres que se meten
en el AMPA para cambiar el menú, padres que montan grupos de WhatsApp para
criticar al profesor… “Me cuentan profesores que encuentran niños que escuchan
la palabra NO por primera vez en la escuela, que llegan con muy pocos límites,
que no duermen, que se caen en el patio y se quedan inmóviles a la espera de que
alguien los levante…”.
Pregunto a Clara Blanchar, compañera de EL PAÍS, impulsora (como
yo) del blog De Mamas and de Papas y
también madre: “La mera descripción del hiperniño estresa y angustia. Claro que
queremos lo mejor para nuestros churumbeles, pero precisamente porque mis hijas
(primer mundo, clase media) tienen de todo y fácilmente, considero importante
poner en valor la capacidad de espabilarse y ser autónomas. Consultarles y
tenerlas en cuenta, vale. Pero elegir… a veces sí; y otras, te comes la verdura
porque es lo que hay. Y recordarles que son unas privilegiadas; que comparadas
con otras realidades, esto es Disneylandia. Hace tiempo que me he apeado de
esta infinita competición por ‘lo más’. Me cuesta, porque la presión (mía y
ajena) es intensa y el sentimiento de culpabilidad por no hacer más acecha,
pero intento relajarme, consciente de que juego en otra liga (en la que también
hay buenas escuelas, extraescolares y campamentos). Y buscar espacios para que
hagan lo que más mola de ser niño: jugar y jugar y jugar, si puede ser al aire
libre y con primos y amigos, mejor”.
Blanchar piensa en su amiga Mariluz: “Es la reina del mambo de
apearse del hiperchurumbelismo. Ha pasado
hasta del inglés (¡les ha borrao!) y el curso pasado, al ver
el ritmo y el nivel de fiestas de cumple que llevaba su clase solo tres meses
después de comenzar el curso, decidió bajarse del tren y llevarse a cuatro
amigas a dormir a casa. Yo hace años que lo hago y triunfo”.
Cuesta creer que la generación que Millet llama del niño mueble sea ahora la que
produzca hijos altar. No
entiendo que aquellos niños que no tuvieron fiestas de cumpleaños en room escapes ni vacaciones de
verano para ver tortugas en Costa Rica ahora se maten por buscar los
campamentos más especializados o elijan la guardería que enseña mandarín. Por
el camino, y eso es cierto, los padres y las madres han perdido autoridad. “Yo
veo que es un fenómeno cada vez más extendido. La media de hijos es 1,3 por
pareja, los tenemos más tarde y hemos pensado cómo van a ser, además las madres
contamos con experiencia laboral. Una cosa de la hiperpaternidad es que el hijo
se gestiona y tú importas herramientas del trabajo para educar; tenemos más
recursos y además existe la competencia entre familias. Hay un terror a que tu
hijo se crea que va detrás porque este modelo está basado en la precocidad. Al
final ejercer de padre o de madre es un maratón. Un fenómeno muy curioso es
hablar en plural: “hemos aprobado, hemos suspendido, nos hemos enamorado…”,
explica Millet, que muestra una imagen que se repite: el niño que baja del bus
y entrega a su madre/padre la mochila para que la cargue o el que persigue a su
hijo bocadillo en mano por el parque para que lo mordisquee.
El alivio se transforma progresivamente en agobio conforme
avanza la conversación. ¿Tan mal lo estamos haciendo? “Hay miedo a poner
límites porque seremos unos fachas. Afecto y límites son los pilares de la
educación. Lo que tenemos que hacer es relajarnos. Nos hemos complicado la vida
de forma innecesaria. Hay que pensar que la educación es a largo plazo y que tú
no eres enteramente responsable de lo que le va a pasar a tu hijo. Abogo por
confiar en nosotros, pero también en los hijos”.
Fin de la conversación. Dos mensajes me quedan claros: no pienso
llevarle la mochila a mis hijos nunca más y voy a poner límites. Aunque hoy
vuelvo a equivocarme. La merienda vuelve a ser chocolate.