NAHUM MONTAGUD RUBIO |
Psicología y Mente
Así
es como el contexto familiar actúa favoreciendo o previniendo los trastornos
psicológicos.
La
familia condiciona cómo somos en muchos aspectos. Nuestros padres, hermanos,
abuelos y hasta tíos y primos nos enseñan valores, costumbres, nuestra lengua
materna y forma de relacionarnos con los demás, aspectos que conforman nuestra
identidad y personalidad.
Sin
embargo, para bien o para mal la familia también condiciona nuestra estabilidad
emocional, ofreciéndonos un entorno estable y saludable en el que nos podemos
desarrollar de forma adecuada o, por el contrario, un entorno marcado por la
inseguridad e incerteza, que nos desestabiliza.
La importancia
de la familia en la salud mental es un hecho, una realidad que vamos a explorar y analizar a continuación.
¿Por
qué importa la familia en la salud mental?
La
familia ejerce un papel fundamental en la vida de la mayoría de las personas.
No son pocas las situaciones en las que se toman decisiones importantes en
función de la familia, de lo que nos ha enseñado a lo largo de la vida, de su
bienestar y de la forma cómo nos relacionamos con ella una vez somos adultos.
Las
relaciones con nuestro núcleo familiar determinan mucho nuestra forma de ser y
cómo nos relacionamos con otras personas, siendo un factor que repercute mucho
también en nuestra salud mental.
En
todas las familias se dan eventos que ponen a prueba nuestra salud mental y la
condicionan. Los hay más leves, como
puede ser una discusión momentánea entre nuestros padres, y los hay de más
serios, como puede ser un divorcio o la pérdida de un padre a temprana edad.
Vivir estas situaciones cuando se es pequeño influye en nuestra estabilidad emocional,
pudiéndose vivir de forma especialmente intensa y, en caso de no acabar bien,
desembocar en problemas psicológicos.
La
familia: un entorno que condiciona nuestra vida
La
familia es un entorno que condiciona nuestra vida y, claro está, nuestra salud
mental. El medio ideal para que una persona crezca siempre es la
familia sana y funcional, al margen de cuál sea su estructura y si hay lazos de
sangre o no entre sus miembros. A día de hoy sabemos que el hecho de que
una familia tenga un papá y una mamá, sea monoparental o se trate de un
matrimonio homosexual no condiciona la salud del individuo, sino el estilo
parental que ejerzan los padres para con sus hijos.
Toda
familia funcional es aquella en la que los padres y madres saben educar bien a
sus hijos, los crían en un entorno en el que el cariño y el amor está bien
presente, pero sin dejar que los niños y niñas hagan todo lo que les venga en
gana. La clave está en saber dar amor a la vez que se es responsable en
el cuidado de los niños, aplicando un sistema democrático de crianza, y
cumpliendo las tres principales funciones que todo buen padre y madre debe
cumplir: protección, cuidado y afecto.
Si
de pequeños nos dieron protección, cuidado y afecto de forma adecuada, también
aprendimos que son aquello que le debemos brindar a nuestros hijos, lo cual funciona como factor de protección tanto
a la hora de que desarrollemos trastornos mentales como que lo desarrollen
nuestros hijos. En cambio, si estas necesidades no nos fueron satisfechas, es
más difícil que se las ofrezcamos a nuestros hijos sin ayuda de otros
compañeros en la crianza, puesto que no se puede brindar aquello que no tenemos
ni recibimos, a no ser que lo aprendamos de forma consciente y voluntaria una
vez somos adultos.
Que
hayamos reducido a tres funciones básicas la crianza no quiere decir que estas
sean fáciles. Dar protección, cuidado y afecto a nuestros hijos e hijas es una
tarea complicada, que requiere de una profunda reflexión, paciencia y
autoconocimiento, con tal de identificar errores que podamos cometer en nuestra
forma de criar que, aunque no nos demos cuenta, pueden afectar de forma muy
negativa a la salud de nuestros hijos. Si bien todos los buenos padres
quieren lo mejor para sus hijos, esto no quiere decir que lo cumplan, aunque no
lo hagan con mala intención.
Por
ejemplo, comentarios como “estás tonto”, “no me seas dramática”, “lo podrías
hacer mucho mejor” y demás, lejos de “motivarlos” puede hacer que piensen que
no valen nada, que no son valorados ni por sus propios padres y, teniendo en
cuenta la importancia que adquieren nuestros padres y otras figuras de
autoridad en nuestro crecimiento, esto perjudica mucho en su salud mental,
especialmente en su autoestima, autoconcepto y forma de relacionarse con los
demás.
Además,
los hijos, sean niños o adolescentes, aprenden a comportarse según lo que ven
en sus padres. Si un hijo o hija se comporta de forma irrespetuosa con sus
padres, lejos de pensar que es porque es mala persona o porque es una oveja
negra, es bastante probable que se comporte así porque considera que sus padres
no lo respetan o, también, porque sus padres se han comportado de forma
irrespetuosa tanto con él como con otras personas del entorno familiar, como
abuelos, hermanos, tíos o primos.
Salud
mental de una familia con un miembro con psicopatología
En
la mayoría de las ocasiones, que un miembro de la familia presente un trastorno
mental supone un duro revés para la familia, en especial para la persona que se va a encargar de cuidarlo. Los
familiares se pueden sentir muy agobiados y estresados al ver como una persona
que conocían de toda la vida cambia, deja de ser cómo era antes y ahora
requiere muchos cuidados. La psicopatología de un ser querido se vive como una
pérdida y, a la vez, como la adquisición de una pesada carga.
Los
familiares de personas con trastornos mentales son más propensos a experimentar
sentimientos de dolor y pérdida, que aunque aumentan y disminuyen a lo largo de
la vida acaban convirtiéndose en un profundo e intenso dolor crónico. Viven en una constante montaña rusa,
cuyas subidas y bajadas dependen directamente de las recaídas y remisiones de
la psicopatología del familiar a su cargo.
Al
igual que las familias en general, las familias que tienen un miembro con un
trastorno mental representan un grupo diverso. Cada miembro familiar tiene
experiencias únicas, necesidades y preocupaciones distintas. Así pues, cada
familia se puede comportar de forma distinta con su familiar, en función del
diagnóstico y de los recursos que posean.
Con
el paso del tiempo, aunque con gran dificultad y con ayuda de psicólogos y
grupos de apoyo, los familiares que cuidan del miembro con un trastorno mental
acaban aceptando sus síntomas, aprendiendo a hacerle frente al trastorno y
gestionarlo de la mejor manera posible. Sin embargo, esto no les quita
el profundo dolor emocional, estrés y ansiedad que viven como consecuencia de
tener que atender a una persona mentalmente inestable, problemas que pueden
hacer que ellos presenten también un trastorno mental.
Esto
es especialmente notorio en las familias cuyo miembro con psicopatología
presenta algún trastorno de la personalidad, esquizofrenia o trastorno bipolar y tiene poca conciencia de su trastorno. Es
duro tener que aguantar a una persona que es incoherente en su comportamiento,
que cambia de opinión de forma constante y que encima culpabiliza de sus
errores a los demás o, incluso, se inventa que recibe algún tipo de agresión
cuando, quizás, es él o ella que, sin darse cuenta, ejerce maltrato psicológico
a las personas que le cuidan.
Familia
como origen de psicopatología
Las
familias que no saben enfrentarse sanamente a momentos de crisis y no ofrecen
un entorno de paz y estabilidad emocional acaban debilitándose. De hecho, este
tipo de familias, en lugar de promover el sano desarrollo de cada uno
de sus miembros, puede convertirse en un factor de riesgo en su salud mental.
Los abusos, los malos tratos, las adicciones y la crianza demasiado autoritaria
contribuyen en la aparición de traumas, frustraciones y síntomas
psicopatológicos varios que acabarán cristalizándose y convirtiéndose en un
trastorno mental en la adultez de no ser tratados.
Un
programa de televisión que refleja esta triste realidad es la serie documental
estadounidense “My 600-lb Life”. Este programa narra la historia de personas
que tienen obesidad tipo IV y que se han quedado postradas en su
cama, sin poder moverse libremente ni siquiera para hacer sus necesidades y que
para poder sobrevivir a largo plazo necesitan una intervención quirúrgica.
Las
personas que alcanzan pesos superiores a los 250 kilos no alcanzan este peso
por puro descuido o pereza. Una persona no alcanza un índice de masa corporal
de 80 sentándose un día en el sofá, abriendo una bolsa de patatillas y comiendo
hasta que un día se da cuenta de lo mucho que ha engordado. Las “estrellas” de
este programa tienen problemas de conducta alimentaria, una adicción a la
comida que es el resultado de haber tenido una infancia marcada por la
violencia, la pobreza económica y, en muchos casos, las adicciones y abusos
sexuales de personas cercanas.
La
relación entre los participantes del programa y sus familias es extremadamente
disfuncional, y no únicamente por el pasado familiar sino también por el
presente. La familia, lejos de ser un soporte emocional para la persona con
obesidad extrema y motivador para el cambio, en muchas ocasiones configura el
entorno que ha hecho que se llegue a esa situación, provocándole mucho estrés
que la empuja a comer.
En
otros casos, suele pasar que los padres sienten mucha culpa por lo que le pasó a su hijo durante la
infancia, especialmente si un tío o un amigo de la familia abusó sexualmente de
su hijo y no se dieron cuenta o ellos mismos eran unos padres drogadictos y
negligentes. Para compensar el no haber estado por ellos en su infancia, suele
pasar que los padres se convierten en “enablers” (“facilitadores”), trayendo y
cocinando ellos la comida, puesto que su hijo adulto de casi 300 kilos está
postrado en la cama y no puede ir a comprar él por su cuenta.
Todo
esto evidencia el poder que tiene la familia en el desarrollo de psicopatología
y en su conservación. Las infancias disfuncionales ejercen como un
importante origen en los trastornos mentales, y las adulteces disfuncionales
contribuyen a mantener la psicopatología. Las familias con dinámicas
tóxicas, disfuncionales y patológicas hacen que los pacientes, en este caso
obesos mórbidos, no puedan progresar ni alcanzar sus metas a corto, medio y
largo plazo.