ÁLVARO SÁNCHEZ LEÓN | Aceprensa | 25/11/2021
Sigue…
— ¿Cómo se
ayuda a curar la amargura, la tristeza y ese resentimiento que muchas veces
reverbera en el diálogo social?
— La tristeza
se contagia y los amargados se juntan. Son cosas de las neuronas espejo… Al
triste hay sacarle de su zona de disconfort con mucha delicadeza. La amargura
es un veneno. En ambos casos conviene ayudar a cada cual a saber cómo han
entrado en su vida. Cuando el ser humano se entiende, entiende por qué ha
llegado a una determinada situación. Si desconocemos el cómo, el cuándo y el
por qué, la capacidad de salir se complica y se acaba huyendo hacia adelante
buscando vías de escape rápidas como las redes sociales, la pornografía, los
videojuegos, las compras compulsivas o la comida, que son extras que alivian
momentáneamente la amargura, pero que, a la larga, nos destruyen.
— ¿Cómo
podemos revertir el colapso de quien sufre incertidumbre crónica, miedo al
presente y al futuro o vértigo por soledad?
— Lo primero
es saber si uno es así, o si las circunstancias han hecho que se convierta en
una persona así. ¿Soy miedoso, sufridor, hipocondríaco, habitualmente
irascible…, o lo soy ahora después de una pandemia, después de una ruptura
afectiva, después de un problema de salud? Saber dónde y cómo se activó mi
estado de alerta es importante para salir del túnel. Si son problemas de mi
forma de ser, tengo que trabajar mi forma de ser. ¿Por qué soy así? ¿Algún
trauma en el armario? Identificar las heridas y las causas es el primer paso
para mejorar. Yo suelo exponerlos por escrito, con flechas, con colorines,
porque ver tu vida simplificada plasmada en un papel nos descomplica y alivia
las fuentes de tensión. Si no analizamos las cosas con calma, en frío, entramos
en estado de incertidumbre, de miedo, de ansiedad, colapsamos en medio del
desconocimiento y naufragamos en el desconcierto. Comprenderse y comprender es
aliviar.
“El amor
requiere mucha tolerancia a la frustración y una alta capacidad de posponer la
recompensa y, sin embargo, todos ansiamos sentirnos queridos de esa manera”
— ¿A qué cosas
buenas podemos agarrarnos cuando nos tiemblan los cimientos personales y
sociales?
— No podemos
tener miedo a profundizar. La historia nos ayuda a entendernos, la cultura nos
hace más sabios, conocer vidas ejemplares nos enseña y nos inspira, desde
un Nelson Mandela a un santo Tomás Moro,
pasando por muchos grandes personajes que, en momentos de grandes sufrimientos,
dolor y lucha, supieron encontrar un camino. En un mundo cada vez más
materialista no podemos temer dar respuesta a nuestra sed de trascendencia.
¿Hay vida después de la muerte? ¿Todo lo que existe es tangible? ¿Admiro la
grandeza del más allá? ¿Creo en Dios? Yo creo que hay un ser superior que nos
quiere y nos protege, y me parece que creerlo te cambia la vida. Cada uno debe
buscar sus respuestas preguntando, leyendo, escuchando… Encerrarse en el hoy y
el ahora sin aclarar los interrogantes últimos que dan sentido a nuestra vida
genera un vacío existencial, que es la primera causa de angustia. El amor es
otro pilar fundamental. El motor principal que nos mueve a hacer cosas buenas
es sentirnos queridos.
— En tu libro
queda claro que amar bien es fundamental y, también, que amar bien es
dificilísimo. Y nadie nos enseña…
— Aprendemos a
querer durante nuestra infancia según nos quieran en casa. Si unos padres se
gritan, se normaliza el grito como componente de las relaciones; si unos padres
expresan su afecto, se busca esa manera de expresarse en la propia vida. Si
unos padres se comunican, conversan y se entienden, se aprende a comunicarse
adecuadamente en las relaciones personales, y si los padres se hablan en casa
en el idioma de la tensión constante, a los hijos les faltarán habilidades para
manifestar cómo se sienten. Nadie nos enseña a querer, pero cuando aprendes a
querer bien, la sensación de plenitud es inmensa.
— Alertas de
que reluce un “tabú sentimental” en la sociedad open-mind, open-heart, open-couple...
— En muchos
círculos es más fácil hablar de sexo que de amor. Las mismas personas que
cuentan que ven porno, tienen reparos en comentar el regalo que le han hecho a
su mujer o la carta romántica que le han escrito a su pareja, porque eso sí les
da vergüenza. Hay quien entra en crisis porque su novia le quiere presentar a
sus padres, pero alardea con familiaridad de todas las posturas sexuales que
practican en la intimidad. Estamos en un contexto social donde la consistencia
del amor es líquida, incluso gaseosa. Vivimos en una sociedad basada en
gratificaciones instantáneas –¡lo quiero todo y lo quiero ya!– en la que
podemos comprar sushi, sexo, ropa y libros en menos de 24 horas, pero el amor
es esfuerzo, trabajo, paciencia, perseverancia, atención… El amor requiere
mucha tolerancia a la frustración y una alta capacidad de posponer la
recompensa y, sin embargo, todos ansiamos sentirnos queridos de esa manera.
—
Drogodependencia emocional: hemos apostado por las sensaciones fuertes
posponiendo las razones para vivir. Y tampoco le acabamos de encontrar sentido
a estas arenas movedizas…
— Querer
sentir a todas horas tiene sus consecuencias, y una de ellas es que la
inteligencia y la voluntad se vuelven irrelevantes. A más experiencias
vibrantes, más dopamina y menos corteza prefrontal, que es la zona del cerebro
de la atención, de la construcción, del control de impulsos, de la
profundización, del discernimiento, del juicio moral… Sentir a todas horas hace
que el criterio para opinar dependa de los sentimientos y no del pensamiento, y
eso es un problema. Cada uno siente según su biografía, sus heridas y su estado
de ánimo de esa mañana, y eso se observa perfectamente en las redes sociales,
porque la razón está perdiendo la guerra.
— La felicidad
no es Mr. Wonderful. La felicidad está en las ilusiones sencillas,
defiendes tú.
— Lo que
llamamos felicidad es la capacidad de disfrutar de las cosas buenas de cada
día. El problema es cando nuestro corazón está incapacitado para amar, para disfrutar,
para compartir… La pandemia nos ha ayudado a valorar la felicidad en las
pequeñas cosas.
“La gente
buena tiene algo muy atractivo, que se llama corazón. La gente mala es gente
herida, no lo olvidemos”
— Has vendido
más de 350.000 ejemplares de Cómo hacer que
te pasen cosas buenas. Y estás en el podio de los más vendidos de no ficción con esta segunda
obra. Los libros curan, al menos a muchos lectores. Pero la autora supongo que
irá de ala…
— El primer
libro lo escribí para ayudar a mis pacientes y tener un apoyo para mis
conferencias. Me alegra saber que un mensaje esperanzador que toca las fibras
sensibles del ser humano está calando en la sociedad, pero estoy abrumada por
la respuesta. He tenido que aprender a gestionarme ante esta avalancha, que, de
haberla intuido, la habría rechazado desde el principio, porque yo soy muy
casera y disfruto en la consulta, y de pronto me he visto en medio de un
tsunami a lo grande. Como me conozco muy bien, he intentado poner frenos y
barreras para que esto no me afecte más de lo normal, aunque ha habido momentos
de agobio.
— Reconocer la
vulnerabilidad es un componente importante de la empatía. Parece que ese
prototipo de perfección que nos proponían las redes sociales y la televisión ha
perdido hegemonía. El maquillaje y el postureo ya no nos dan confianza.
Escuchamos mejor a quienes tienen heridas, porque son como nosotros.
— La
perfección no existe, pero nos la venden. No conozco ninguna vida sin heridas,
pero nos atrae tanto la belleza y la armonía, aunque sean artificial, porque
alivian el sufrimiento. Cuando estamos sumergidos en el drama, mirar mundos
supuestamente ideales nos evade, aunque, en general, ayuda más constatar que
todos somos humanos y que tenemos nuestras luces y nuestras sombras. Es bueno que
sepamos que las redes sociales son el paraíso del filtro, y que el perfeccionista es el eterno insatisfecho. Quien
ansía la perfección constantemente es un gran sufridor que acaba somatizando en
algún frente, porque vive con la tensión de quien no sabe disfrutar.
— Sus
investigaciones científicas acaban aconsejando abrazos, equilibrio, normalidad,
escucha, silencio, paz… Parece un villancico…
— ¡Me encanta!
— Hay tanta
dopamina en los villancicos como en la bondad de la gente, que también existe.
— Todos
conocemos a gente buena y a todos nos gusta estar con esa gente, porque tienen
algo muy atractivo, que se llama corazón. Son personas que siempre buscan
comprenderte y entenderte sin juzgarte. La gente mala es gente herida, no lo
olvidemos.
— Navidad y
asombro. Infancia y misterio. Sorpresa y horizontes. Dar gracias y pedir
perdón. Pasar página y hacer propósitos de año nuevo.
— Después de
la pandemia, es muy sano hacer un reset, rebobinar, ver en qué hemos
mejorado este año, de qué me siento orgullosa, de qué me arrepiento, a quién le
debería pedir perdón, a quién iría a darle un abrazo consciente de que lo necesita…
No viene mal hacerse estas preguntas y ser valientemente consecuentes con las
respuestas. También nos sirve pensar propósitos realistas para el año que
viene, y no me refiero a ir al gimnasio o a dejar de fumar, sino a temas
vitales más consistentes. Solo la conquista de haber traído a la mente ese
deseo de mejorar nos guía ya por el camino correcto.
— ¿Pedimos a
los Reyes Magos algo especial para que nos conserve con salud la corteza
prefrontal?
— Pedimos a
los Reyes que no perdamos la ilusión de la infancia o que la recuperemos,
porque las cosas buenas pueden suceder.
— ¿Venderá
Amazon barriles inyectables de oxitocina?
— Si Amazon
supiera donde los venden, no me cabe la menor duda…