OBITUARIO
Quiso devolver la humanidad a los enfermos mentales y abogó por darles autonomía en los hospitales
Francia celebra estos días la vida fecunda de un
hombre que, en su bendita locura, quiso devolver la humanidad a los enfermos
mentales y hacerlos corresponsables —en la medida de sus facultades— de su
esquivo bienestar. Se llamaba Jean Oury y nació el 5 de marzo de 1924 en La
Garenne-Colombes, en la periferia de París. Pero España debería también honrar
su memoria, porque su principal maestro fue el psiquiatra catalán Francesc
Tosquelles, discípulo a su vez de Emilio Mira y López, titular de la primera
cátedra de Psiquiatría española.
El gran proyecto vital de Oury, el que
representó su forma de entender la psiquiatría y el psicoanálisis, fue la
clínica de Cour-Cheverny, más conocida como La Borde y situada a 180 kilómetros
de París. El psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de París fundada
por su maestro Jacques Lacan (les unieron 20 años de terapia), creó el establecimiento
en 1953 y reclutó como director adjunto al también psicoanalista y filósofo
Félix Guattari (1930-1992).
Oswaldo
Muñoz —pluma exquisita— visitó el centro en calidad de escritor en 1992 y
lo describió para este diario como “un auténtico falansterio, armonioso e
irreal (…), cuyos enfermos se benefician de una
experiencia única y de una autonomía inconcebible dentro del marco hospitalario
convencional”.
Oury buscaba acoger a los pacientes en un
entorno abierto, acabar con el aislamiento concentracionista,
evitar el recurso a las terapias agresivas e introducir la autogestión en la
práctica psiquiátrica. Así lo hizo durante 60 años hasta que el pasado 15 de
mayo, enfermo de un cáncer de páncreas, falleció en la misma localidad donde
levantó su clínica-utopía, y donde en 1992 murió también su discípulo,
Guattari. Quien, por cierto, le dijo a Muñoz que La Borde no fue heredera de la
antipsiquiatría de los años setenta, sino de la “psicoterapia institucional”
desarrollada por Tosquelles: “Nuestro objetivo consiste en crear un ambiente de
relación y de responsabilidad entre los enfermos y el personal sanitario que
provoque una apertura al mundo exterior”.
En la mesa de trabajo de Oury figuraba una
escultura de Don Quijote, símbolo de su lucha contra las ideas recibidas acerca
de la psiquiatría institucional. “Tuvimos problemas desde el inicio”, dijo Oury
en cierta ocasión. Y tanto. Sacó literalmente a sus pacientes del hospital de
Saumery, descontento con la Administración, y acabó estableciéndose en el
castillo en ruinas de La Borde. Más tarde, una inspectora visitó el lugar y
concluyó: “Sí, no está mal. Es un entorno para vivir, pero no es un entorno
para sanar”.
Lo que esa inspectora no entendió entonces es
que Oury pretendía sanear el entorno para mejorar la calidad de vida y la salud
de sus pacientes. Fue una idea aprendida de su mentor durante su estancia en un
hospital psiquiátrico, como explicaba en una entrevista publicada en 2012 por
el diario La Croix: “En 1947, después de mi etapa de internista,
llegué al hospital de Saint-Alban, que había conocido una profunda
transformación bajo la influencia del psiquiatra François Tosquelles, refugiado
catalán [exiliado del franquismo en Francia]. Éste creía que, para curar a los
enfermos, lo primero que había que hacer era sanar el hospital. Si no, el
entorno hospitalario se convierte en algo nocivo”.
Para llevar a cabo esa tarea, Oury puso en
marcha en La Borde una serie de propuestas renovadoras que incluían la
participación de los internos en la toma de decisiones, la celebración de
asambleas, la promoción del arte y el teatro, la ausencia de camisas de fuerza
y espacios cerrados y lo que él llamaba el “respeto al enigma” o la opacidad
del individuo en un contexto terapéutico.
Oury fue también un intelectual que frecuentó,
además de a Lacan y a Guattari, a Antonin Artaud, Gilles Deleuze y Jean Renoir.
Fue autor de una veintena de ensayos, entre ellos Psiquiatría y
psicoterapia institucional, La alineación, La psicosis, la muerte, la
institución, El colectivo y A qué hora pasa el tren.
Conversaciones sobre la locura. Su práctica clínica quedó reflejada
notablemente en el documental La moindre des choses (1997) de
Nicolas Philibert.