Una nueva
sensibilidad pretende desmontar el estigma que rodea a los trastornos mentales
Se decía que alguien estaba “mal de los nervios”.
Era el comentario sobre el compañero de trabajo de baja o la amiga que se
quedaba días enteros en la cama, una forma de resumir lo que no se quería o no
se sabía nombrar.
Ya no se dice “estar mal de los nervios”, suena
anticuado y simplista. Sabemos que unos 260 millones de personas tienen
diagnosticada ansiedad en el mundo, según datos de la OMS, y 300 millones
depresión, la principal causa mundial de discapacidad. El número de enfermos por depresión creció un
18% entre 2005 y 2015, según la misma organización. Más allá del debate
acalorado sobre si las condiciones de vida actuales provocan más depresión o
simplemente es que la detectamos mejor que en el pasado, lo cierto es que el
léxico relacionado con trastornos mentales ha entrado de lleno en nuestras
vidas. Con más o menos tino nos referimos a ataques de ansiedad, pero también
usamos con ligereza frases como “depresión posvacacional” (para decir que
estamos tristes de volver a la rutina después del verano). Esto no significa,
ni mucho menos, que las enfermedades mentales estén normalizadas. La salud
mental sigue siendo objeto de prejuicios, tan intensos que hay quien, como el
psicólogo especializado Stephen Hinshaw, los compara con los que en otras
épocas sufrían los enfermos de lepra.
“El estigma social, familiar o laboral es más
fuerte que cualquier síntoma de nuestro trastorno”, afirma tajante Daniel
Ferrer Teruel, de la asociación ActivaMent. El tabú, señala, es transversal, afecta a todas
las capas sociales y lo heredamos de generación en generación. Por eso los
activistas de esta causa aún pelean contra la discriminación laboral y social y
contra medidas como las correas en hospitales o la medicación forzosa, que consideran violaciones de derechos humanos.
La cultura refuerza estos clichés heredados. Un
análisis de 20.000 diálogos de programas de televisión de 2010 concluyó que
retrataban a las personas con enfermedades mentales como “temibles, causantes
de vergüenza y castigadas”, y un 70% de las veces, como violentos, uno de los
estigmas más persistentes y dañinos. Los expertos repiten una y otra vez que
solo en torno al 3% de la población, da igual cuál sea su estado mental,
presenta conductas agresivas. Pero el dato queda eclipsado por noticias que
destacan los cuadros clínicos de asesinos o agresores. Preferimos una mala
explicación —una que nos diferencie y nos separe de los locos, que
nos diga que estamos a salvo— a ninguna.
Pero en medio de este panorama surge una luz: el
estigma general sobre salud mental parece empezar a aligerarse. Alejandro
Guillén, director de comunicación de la Confederación Salud Mental España (que
agrupa a 300 organizaciones y 47.000 socios), tiene claro que está mejorando la
percepción colectiva, que en los últimos años se están abriendo conversaciones
que hace poco parecían imposibles. Él y otros expertos reconocen, eso sí, que
se ha avanzado mucho más en la aceptación social de la depresión y la ansiedad que en el resto de problemas mentales. Puede que esto sea porque son
dos de los trastornos más comunes y se perciben como más fáciles de superar.
“Pero es un cambio importantísimo. El proceso de mejoría o de recuperación
puede empezar, precisamente, al contar lo que a uno le ocurre, porque el
silencio agrava los problemas”, señala Guillén.
No faltan quienes hoy han encontrado fórmulas para
hablar más y mejor sobre salud mental. Cuando uno mira la
revista Anxy, con sus portadas de colores vivos y títulos como ‘Rabia’ o ‘Masculinidad’,
espera reportajes de diseño o música. Sin embargo, lo que se encuentra es una
publicación nacida para hablar sobre ansiedad, depresión y traumas, sobre
“nuestros mundos interiores, los que a menudo rechazamos compartir, las luchas
internas, los miedos que nos hacen creer que el resto del mundo es normal y
nosotros no”. Indhira Rojas (República Dominicana, 1983) lanzó esta revista
bimensual en 2016 desde Silicon Valley, recaudando fondos (unos 60.000 dólares)
a través de Internet, motivada por su propia terapia con dibujos y collages.
Descubrió que la mayoría de lo que se publicaba sobre salud mental tenía un
ángulo puramente médico, con una estética y un diseño poco atractivos. Rojas
decidió introducir una visión más artística y abrir la conversación porque,
opina, la manera formal en que algo es presentado tiene la capacidad de
motivarnos y un potencial expresivo del que carecen las palabras. Un envoltorio
feo convierte el asunto, ya complicado de por sí, directamente en “no
apetecible”. El rechazo se ve multiplicado.
Una visión parecida inspira a Jara Pérez, que hace
un tipo de terapia que ella denomina “acompañamiento psicológico por videoconferencia”. Su web y redes
sociales, llenas de chistes, fotogramas de
películas e imágenes conceptuales, podrían ser las de una milenial cualquiera.
Pero Pérez apuesta por esta estética por un motivo claro: quiere acercarse a un
público joven que aprecia el lenguaje visual compartido (los memes) y la ironía
como herramienta para compartir experiencias dolorosas.
Frente a generaciones previas, los jóvenes hoy
tienen más referentes e información sobre salud mental y, en buena medida, la
desmitifican. Están expuestos a debates sobre el acoso escolar o las
autolesiones y ven a famosos —Justin Bieber, Lady Gaga, Demi Lovato; en España,
Iniesta o el youtuber El Rubius— hablar sobre adicciones, ansiedad o depresión. Pero el silencio aún pesa
sobre la bipolaridad, y aún más sobre trastornos como la esquizofrenia.
Guillén, de la Confederación Salud Mental, destaca el inmenso impacto que tiene
contar con rostros populares en las campañas de concienciación, pero reconoce
que cuesta que den la cara. “Lo que muchos famosos hacen cuando cuentan, por
ejemplo, que sufren de ansiedad, es ligar sus problemas a la presión que
soportan en el trabajo”.
En las redes este tipo de confesiones proliferan
entre personajes conocidos y no tanto. ¿Qué resulta más auténtico que una dosis
de vulnerabilidad en medio de un montón de gente que parece tener vidas mejores
que la tuya? Las marcas también toman nota . “Nos estamos dando cuenta de que
la salud es mucho más amplia de lo que pensábamos antes”, señala Nieves Noha,
analista de tendencias de la consultoría Exito. Ella detecta cinco etapas de concienciación en
los últimos años: primero nos centramos en la salud corporal; luego empezamos a
prestar atención a la salud mental y emocional, y ahora empezamos a mirar hacia
la relacional (relaciones tóxicas, etcétera) e incluso la ambiental (cuál es el
efecto de la arquitectura o el diseño). Por eso hay quien aprovecha la
vulnerabilidad como herramienta de marketing. Un ejemplo reciente: Kendall
Jenner, modelo y miembro del clan Kardashian, creó gran expectación al anunciar que lanzaría un mensaje
“valiente” y “auténtico”, algo que sonaba a confesión íntima (¿hablaría de sus
inseguridades?, ¿tiene Kendall los mismos problemas que el resto de humanos?).
Resultó que iba a publicitar una crema antiacné.
Las redes son armas de doble filo con efectos poco saludables, pero no hay que olvidar que también permiten
encontrar conexiones, hacer que nos sintamos menos solos en el mundo. De hecho,
una parte del humor de mileniales y generación Z gira en torno a la depresión y
la ansiedad. Una especie de nuevo movimiento dadaísta de memes salteados con
autoconciencia, consecuencias de la recesión económica y la pérdida de
referentes. Y la sensación de que es mejor reírnos de este vacío existencial
que seguir callados.