Redacción La Voz de la Salud | lavozdegalicia.es | 11/01/2023
Los trastornos mentales están detrás del 90 % de los suicidios | El 3 % de los niños ha tenido pensamientos suicidas en el año 2021
El suicidio es uno de los principales problemas de salud
pública en el mundo. La OMS estima que cada año pierden la vida más personas
por suicidio que por accidentes de tráfico, guerras y homicidios. En el
2019, una de cada 100.000
muertes en el mundo fue un suicidio, y la pandemia no ha hecho más que empeorar esta
tendencia. De hecho, el 2020 se convirtió en el año con mayor número de
suicidios registrados en España desde 1906, con una media de casi once personas
al día, es decir, cada dos horas una persona se quita la vida. La mayoría de
los afectados son varones. Por su parte, las mujeres que lo concretan suponen un 26 % de las
muertes.
¿De qué
estamos hablando? Si bien por definición el suicidio es la muerte
autoinfligida, «la conducta suicida es cualquier pensamiento relacionado, no
solo el consumado. Esta va desde las ideas de muerte, a los planes, tentativas
y, finalmente, el suicidio», indica Víctor Pérez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica.
Los
motivos que empujan a una persona a terminar con su vida son tan variados y
específicos como los individuos que cometen el acto. Sin embargo, es posible
establecer unos criterios y prestar atención a ciertas señales de alerta que
aumentan el riesgo de que alguien intente quitarse la vida.
Ante
todo, hay que distinguir entre ideación, comunicación y conducta suicida.
Mientras que la primera se refiere a pensamientos sobre el fin de la propia
vida, no siempre está acompañada de una intencionalidad ni de una acción. En la
comunicación suicida, se transmiten estos pensamientos o deseos en un acto
interpersonal. «La comunicación suicida
es un punto intermedio entre la ideación y la conducta suicida», explica la Guía Práctica Clínica de Prevención y
Tratamiento de la Conducta Suicida elaborada por el Ministerio de Sanidad,
Política Social e Igualdad.
Esto
subraya la importancia de tomar en serio esas comunicaciones. Aunque se suele
creer que las personas que se quitan la vida no hablan de sus planes con
anterioridad al hecho, esto es solo un mito: de cada diez personas que se
suicidan, nueve han hablado claramente de sus intenciones de hacerlo. Es más,
«la gente que lo dice, y que lo intenta, al final son los que lo acaban
haciendo», detalla el doctor Pérez.
La enfermedad mental, un riesgo
Entre
los principales factores de
riesgo, el más contundente es
la presencia de trastornos mentales, que se evidencia en un 90 % de las personas que
consuman el suicidio. La depresión, el abuso de sustancias, los trastornos psicóticos, de
la personalidad y de ansiedad se suelen asociar al acto. «El principal factor de riesgo es la
enfermedad mental, especialmente aquella que no está tratada o no es conocida.
En suma, si un paciente piensa que su patología es superficial y no le da la
importancia necesaria, como puede ocurrir con la depresión al considerar que
solo es tristeza, los factores de riesgo irían aumentando», señala José Ramón Silveira, presidente de la Asociación Gallega de
Psiquiatría.
Un factor
de riesgo aumenta la probabilidad, pero no tiene que convertirse en una causa. Isabel Cuéllar, psicóloga clínica en el Hospital Clínico San Carlos
de Madrid, recalca que «no todas las personas que intentan suicidarse o que lo
hacen tienen problemas de salud mental. Es importante decirlo para no fomentar
el estigma de que solo las personas diagnosticadas son las
que tienen conductas suicidas», señala.
Diferenciando
entre sexos, la psicóloga Cuéllar explica que «hay más ideas e intentos
suicidas entre las mujeres, pero hay más suicidios consumados entre los
hombres». En sus palabras, estos datos se explican porque las mujeres tienen
mayor prevalencia a la hora de sufrir enfermedades mentales como la depresión,
mientras que los hombres tienen mayores dificultades para pedir ayuda y sufren
más impulsividad.
La edad es otro dato a tener en cuenta. Hay dos períodos
de la vida en los que una persona es más propensa a suicidarse: la adolescencia y la edad
avanzada. «En las personas
mayores está más asociado a enfermedades físicas crónicas o problemas de
aislamiento o apoyo social», precisa Cuéllar. Estas edades coinciden con etapas
de cambios no solo a nivel biológico, sino en el ritmo de vida, las actividades
cotidianas y la interacción social. En este sentido, el acoso en la
adolescencia está muy asociado a la ideación y la conducta suicida.
El consumo de alcohol y sustancias
estupefacientes supone también un
riesgo en materia de suicidio, «también si existen antecedentes previos
mediante los cuales la persona lo haya intentando, o si la depresión, el
suicidio o el alcoholismo figuran en la historia familiar del paciente».
Las
relaciones son uno de los componentes más importantes del bienestar humano.
Somos, después de todo, seres sociales. Por lo tanto, no es de extrañar que la
falta de apoyo social sea un factor de peso en el momento de tomar la decisión
de suicidarse. De hecho, una red familiar o comunitaria puede suponer una
diferencia abismal en los momentos de crisis. Pero, para que esto funcione, el
entorno debe estar atento y ser capaz de tomarse en serio las señales para
intervenir de forma oportuna. Lo fundamental es lograr la integración social de
la persona, de forma que sepa que puede acudir a su entorno para pedir
ayuda.
¿En qué momento se toma la decisión?
Cuando los factores de riesgo se suman a
factores precipitantes, el paso
a la acción sobreviene. Eventos vitales estresantes como pérdidas personales
(divorcios, muertes), financieros (económicos o laborales), problemas legales o
conflictos en relaciones interpersonales pueden ser desencadenantes del
suicidio en personas que ya presenten factores de riesgo. Por otra parte, la
posibilidad de acceder a armas, medicamentos o sustancias tóxicas aumenta este
riesgo al facilitar el paso de la ideación a la conducta suicida.
«Sabemos
que hay mayor riesgo de suicidio si una persona que cumple los factores de
riesgo vive sola. Si, por ejemplo, se queda viudo. O si se mezcla la
depresión, el consumo de alcohol y el aislamiento social», explica el
psiquiatra José Ramón Silveira, quien también indica que enfermedades terminales o
degenerativas, o rasgos impulsivos en la personalidad del paciente «podrían
aumentar el riesgo».
Indicios o señales de advertencia
La
fórmula que permita evitar o detectar qué llevó a una persona a suicidarse
todavía no ha sido descubierta. «Y ojalá lo supiéramos. Como profesionales,
vemos cada suicidio como algo que se nos ha escapado y que podríamos haber
previsto», indica el doctor Silveira. En cambio, sí existen líneas que permiten
a los profesionales de la salud mental, o a los propios familiares del
paciente, conocer el estado de la persona en cuestión y la razón de su
decisión. Esto, como en todo, puede variar de un nombre a otro. Las amenazas
directas (o indirectas) de cometer un suicidio existen. «Dan señales de hacerse
daño, de quitarse la vida, de tener desesperanza. También pueden ser de muerte
pasiva como “la muerte sería la solución a todo”».
En este
sentido, también es importante prestar atención a los temas que el paciente
tiende a sacar en una conversación. «Si la muerte tiene una posición protagonista en sus
palabras o si insinúa el placer que el descanso le podría provocar. Además,
puede que consuma continuamente contenidos sobre la muerte: películas, esquelas
o libros». Igualmente, las conductas autodestructivas pueden esconder algo a
este respecto: «Empiezan a beber, a tomar tóxicos, a dejar las pastillas o a no
cuidarse, y les da igual. Saben cómo será el final», añade Silveira.
Cuando el
individuo no verbaliza sus ideas suicidas, pueden darse otras manifestaciones.
Por ejemplo, personas que se encontraban deprimidas y, de pronto, están muy
alegres. «El cese de la angustia, una sensación de paz y tranquilidad internas, un período de calma después de una fase de
agitación, son signos de grave peligro suicida, pues se ha resuelto el
conflicto entre los deseos de vivir y los deseos de morir a favor de estos
últimos», señala la guía. «Hay personas que, tras haber tomado la decisión de
suicidarse, llegan a consulta mucho más calmadas y sosegadas de lo que esperaba
el profesional, lo que de primeras puede sugerir una mejoría. En realidad, es
una señal de todo lo contrario».
Se puede
sospechar de la existencia de un plan suicida cuando la persona regala sus
posesiones más preciadas, corre riesgos innecesarios, cierra asuntos, visita o
llama a personas para despedirse, tiene escondidos elementos que son parte del
método para lograrlo (acumula medicación, lleva consigo el tóxico o la cuerda),
o ingiere bebidas alcohólicas en cantidades y con una frecuencia inusuales
(mediante lo cual el individuo trata de lograr «el valor» necesario para llevar
a cabo sus intenciones). Se debe prestar especial atención a aquellas personas
que experimentan cambios ostensibles en su comportamiento habitual que limitan
sustancialmente su adaptabilidad social (ingestión de alcohol o drogas,
deserción laboral, divorcio, o disidencia del grupo de pertenencia, entre
otros.
Además, hay que tener en cuenta un cambio emocional o en el comportamiento muy brusco o intenso, «tanto si una persona está muy triste como la otra dirección, una persona que aparenta estar más feliz o contenta, porque a veces se relaciona con que ha encontrado una solución, está preparándolo y parece que ha encontrado una salida interior», declara Cuéllar, psicóloga clínica en el hospital madrileño.
Falsos mitos sobre el suicidio:
§
Las personas que hablan
sobre el suicidio nunca lo intentan. Falso.
§
Hablar con alguien sobre
el suicidio puede darle ideas. Falso.
§
Solo cierto tipo de
personas se suicidan. Falso.
§
Las personas suicidas
reaccionan exageradamente a los eventos de la vida. Falso.
§
El suicidio es un hecho
de agresión, ira, venganza o egoísmo. Falso.
§
No hay nada que pueda
detener a una persona que ha decidido acabar con su vida. Falso.
¿Es posible un cambio de
opinión?
«Se puede detener dependiendo de cual sea la razón
que lo motivó», indica el doctor Silveira. Aunque resulta necesario que este
sea un trabajo multidisciplinar, en el que estén implicados los profesionales
de la salud y los familiares de la persona. Además, se le deben presentar todas
las expectativas posibles a su problema.
Es necesario
hablar con cautela de opinión y suicidio: «No se trata de una decisión
libre. El paciente no tiene una opinión, sino unos síntomas que modifican su
capacidad de elección. Es decir, decide en relación a lo que siente de
una forma totalmente embriagadora que condiciona su voluntad, no se trata
de una opinión tomada libremente».
Cómo actuar frente a los pensamientos suicidas
Una
persona con pensamientos suicidas debe, ante todo, saber que no está sola. El
primer paso es buscar a un amigo, un terapeuta o contactar con una asociación
gratuita de ayuda al suicidio y trasladar las inquietudes. Lo fundamental
es no quedarse solo con estas ideas. En este momento de
vulnerabilidad, hay que procurar distanciarse de cualquier medio con el que uno
pueda hacerse daño. Es importante destacar que las crisis de suicidio suelen ser
pasajeras, aun si en el momento se
puede sentir el dolor como algo definitivo y sin final.
¿CÓMO INTERVENIR?
Si lo que quieres es ayudar a una persona a expresar su
intención de suicidarse, tendrás que estar dispuesto a escuchar, sin que el
otro se sienta juzgado. «Cuando alguien que tiene ideas de suicidio te lo
está explicando, no se debe cambiar la conversación». Mostrarse espantado será
contraproducente y solo hará que la persona se cierre. Tampoco es buena idea
minimizar la situación. Demostrar interés sin dar sermones será clave para que
la persona se sienta comprendida. Entre las medidas prácticas, la primera
será retirar del alcance de la persona todos los elementos que puedan suponer
un riesgo. Después, si es posible, no dejes sola a la otra persona, ni
proyectes una situación de excesivo control.
FACTORES PROTECTORES
Así como existen factores de riesgo que pueden predisponer a
las personas al suicidio, también hay elementos que funcionan como herramientas
fortalecedoras y tienen la capacidad de proteger a los individuos. La habilidad
de resolución de conflictos o problemas, la confianza en uno mismo, y la
habilidad para las relaciones sociales e interpersonales son algunos de los
factores protectores a nivel individual. A nivel social, es fundamental un
apoyo familiar y comunitario fuerte y de calidad, la integración social, y los
valores positivos.
Hay que hablar del suicidio porque es un problema muy
importante. Hablando hemos conseguido reducir muertes evitables como las
de tráfico.
La
conducta suicida es tabú, al igual que lo es su trágico desenlace. También es
real, y los datos lo avalan. Durante el 2020, casi cuatro mil personas se
quitaron la vida en España. Por ello, silenciarlo y no llevarlo a la palestra
es un error para los profesionales de la salud: «Hay que hablar del suicidio
porque es un problema muy importante. Hablando hemos conseguido reducir muertes
evitables como las de tráfico. Es necesario que se definan estrategias, y una
de ellas son los factores de prevención para que cuando una persona te explique
que tiene ideas de suicido, no se cambie de tema en la conversación», señala
Víctor Pérez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica.
Se suelen denominar como «supervivientes del suicidio» a los familiares y amigos que quedan después de que alguien de su entorno fuese protagonista de uno de estos episodios. «Sobre ellos cae el peso del estigma y del tabú, cuando el suicidio es una responsabilidad de todos, no solo de la familia», expresa Cuéllar. La psicóloga recalca que invertir en salud mental ayudará a reducir el riesgo de este tipo de muerte, y que «deberíamos de darle una vuelta para saber qué podemos hacer como sociedad para evitar que esto no suceda». Prevenir nunca fue tan importante.
Los pensamientos suicidas en niños
Save the Children ha
alertado de que la pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales y de
conducta entre los menores y un % ha tenido pensamientos suicidas en el 2021,
período en el que se han reducido los diagnósticos y los servicios de
salud mental infantojuveniles están saturados.
Los trastornos mentales han aumentado del 1 % al 4 % en menores de entre
4 y 14 años y del 2,5 % al 7 % en el caso de los trastornos de conducta, según
una encuesta realizada por la ONG a 2.000 padres y madres sobre la salud mental
de sus hijos, que compara con los últimos datos oficiales disponibles de la
Encuesta Nacional de Salud (ENS) de 2017.