MELINA N. GANCEDO | Psicología y Mente
El bucle de consumo de drogas y violencia es, además, una forma de encontrar una identidad propia.
Consumir, delinquir, volver a consumir. El consumo problemático y el acto compulsivo de cometer
delitos pueden ser pensados en el marco de un proceso de construcción de la subjetividad. Esta es una lectura diferente a la
simple idea de que quienes se drogan y roban son personas que eligen la “vida
fácil” o la mala vida.
El consumo problemático de sustancias implica una relación entre
una persona y una droga, con un significado y funciones singulares. A su vez, para aquellos que
también cometen delitos, este modo de comportarse tiene una función implicada.
Observamos identidades constituidas en función del tener, con relatos
reiterados que hacen alusión a que "soy" (soy alguien, soy
importante), "porque tengo" (armas o sustancia, ingerida o en el
bolsillo y para compartir). Frases del tipo “Cuando consumía / cuando salía a
robar, era distinto, me sentía mejor, más importante”. Más “completo”,
podríamos agregar, entendiendo
a la abstinencia de ambos actos compulsivos como equivalente a un vacío
inquietante, una crisis
en la identidad y una pérdida del
sentido de pertenencia construido en los grupos de pares, en la esquina, en la
calle.
Una identidad construida por el consumo de droga
El dejar de reunirse con los compañeros de consumo representa un
proceso de duelo, un acto de
des-afiliación, desvinculación con los lazos que ha podido armar y sostener en
ese contexto. Son lazos unidos por el goce compartido que implica el consumir
y delinquir con otros, lo cual hace las veces de generador de
identificación que hace pertenecer.
Si una persona se ha sentido excluida por su familia, escuela o contexto
social más amplio, puede, por
medio del consumo o del delito, sentir que es parte de la sociedad,
por ejemplo bajo la etiqueta de ser parte de los “chicos peligrosos del
barrio”. De esta manera es visto por la sociedad, mal visto pero visto al fin y
al cabo.
En la cultura de la calle surge algo
En la esquina, en la calle, se producen procesos de socialización que no se han generado en otros ámbitos tales
como la familia o la escuela, por las crisis que éstas instituciones padecen,
ya que deberían integrar, contener, formar y terminan excluyendo.
Frente a la ausencia de otras personas significativas, se idealizan nuevos referentes, como el líder
de la banda, los compañeros de consumo o los chicos de la esquina.
Se crea pertenencia, que empieza por consolidar algo de la subjetividad."
En la cárcel también surge algo
Al conceptualizar el acto de delinquir como modo de (y para) ser alguien,
podemos pensar que el hecho de cumplir una condena y, al decir de muchos, “no
deberle nada a la justicia” no representa en todas las situaciones un acto de
liberación y libertad. En muchos casos, sienten que “en la cárcel estaba
mejor”. Es más fácil trasgredir la ley
que respetarla, dar lugar al acto compulsivo de delinquir que
generar nuevas maneras de vincularse con la ley y los otros.
En tanto las reglas y normas sociales no sean interiorizadas, la
resolución de conflictos no sea pensada mediante la palabra y el consumo
compulsivo no sea visto como un problema de salud, estar en libertad en la sociedad no equivale
necesariamente a sentirse libre. Al contrario, se está preso de
sí mismo, de su falta de control y su dificultad para la puesta de límites,
preso en libertad de su repetición imposible de controlar, por lo que pulsa e
impulsa sin elaboración mediante. Sin incorporación de la ley, se la busca
transgredir, de modo incontrolable.
Los adictos se sienten presos en libertad, condicionados a acatar una ley que no están dispuestos o preparados para respetar, presos de su propia libertad, con la magnitud de posibilidades y responsabilidades que la libertad significa.
Aunque parece paradójico, la transgresión de la ley está presente dentro
del sistema
carcelario habilitando los actos compulsivos, violencias,
adicciones, entre otras situaciones de riesgo no
interpretadas como tales por quienes las llevan a cabo. Por lo tanto, pueden
hacerlos sentirse libres en el penal.
El sentido de la vida a través del consumo y la violencia
Consumo y violencia empiezan a ser vistos como necesarios y hasta más
valorados que la propia salud y libertad. Los patrones de conducta y pensamientos construidos en el contexto
carcelario son interiorizados de tal manera que el hecho
de producir cambios al recuperar la libertad se constituye como un verdadero
desafío.
Consumo y delincuencia terminan dando un sentido a la vida y para que esto deje de tener esa función se
deberán construir nuevos sentidos. Será necesario un abordaje integral, con
implicaciones a nivel personal, familiar, social, cultural, político, etc.
Promoción de salud, reducción de factores de riesgo y fortalecimiento de
los factores de protección: enseñar y promover hábitos de vida saludable, modos
nuevos de resolver los conflictos cotidianos, modificación de las maneras de
relacionarse con los demás, auto-observación, control de impulsos y emociones,
utilización de palabras en lugar de actos compulsivos. En definitiva, ya sin
consumo compulsivo ni delitos, buscar y asumir nuevas maneras de ser y de
vivir.
Los adictos se sienten presos en libertad, condicionados a acatar una ley que no están dispuestos o preparados para respetar, presos de su propia libertad, con la magnitud de posibilidades y responsabilidades que la libertad significa.