martes, 14 de abril de 2020

Terapia grupal para quienes ven morir a los ancianos en residencias: "Culpa, ira, rabia, frustación..." - Coronavirus

JUAN DIEGO QUESADA   |   Madrid    |    El País   |   09/04/2020

Los psicólogos de la clínica López Ibor trabajan las emociones con los cuidadores de los centros de mayores para amortiguar el síndrome de estrés postraumático tras más de 4.000 muertes por la Covid-19.

Residencia de ancianos en La Moraleja, Madrid. 14.30. Dos psicólogos de la clínica psiquiátrica López Ibor tienen enfrente, acomodados en sillas, a los trabajadores del centro. La sesión arranca con una arenga:

—Sois la primera línea de combate. Después vienen todas las demás. Sin embargo, no sentís ese agradecimiento que sí reciben otros servicios de salud.

—Estamos siendo atacados por la sociedad, responde uno de los trabajadores.

—Es una sensación que no hemos vivido antes y se lleva mal, añade otro.

Un tercero cava un poco más profundo:

—Te matas a trabajar. Después sales de aquí y oyes comentarios. Que si no estamos preparados, que si no estamos atendiendo a sus padres. Nos están atacando mucho desde fuera.

—¿Qué emociones sentís cuando os dicen eso?, insisten los psicólogos.

—Impotencia.

Los terapeutas piden que alce la mano quien no haya experimentado esa sensación desde que el virus fuera detectado hace un mes en las residencias.

Nadie lo hace. Sin embargo, una mujer toma la palabra:

—Yo tengo rabia, ira, frustración, pena, lástima. De todo.

El grupo se anima poco a poco. Otra mujer apunta:

—Siento tristeza por la gente que se está yendo. Porque les tenemos cariño y no puedes hacer nada. Luego llegas a casa y le das vueltas y vueltas. Por las noches no puedes dormir, añade la empleada.

La gente que “se está yendo”. No hay muertes en las residencias. Ese es un concepto tabú aquí. Los ancianos entran un día por la puerta y tarde o temprano “se van”. Ahora se van muchos a la vez. De golpe. Hombres y mujeres con los que han convivido durante años agonizan sin que ellos puedan hacer nada. Telefonean a la ambulancia y la ambulancia no viene. Los hospitales están saturados. Después avisan a la funeraria para que recoja el cadáver y también se demora. No hay suficientes hornos en la ciudad para quemar sus cuerpos. Esas imágenes no les dejan pegar ojo.

Algunos asienten. Sí, sí, exacto. Es lo mismo que les ocurre a ellos. Las noches se hacen largas. A veces amanece y todavía no han conciliado el sueño.

Ahora toca abordar un tema espinoso.

—¿Hay alguna emoción detrás de lo que no habéis podido hacer?

—Culpa.

Dice alguien en alto, muy convencido. Otros no están de acuerdo. Se genera una pequeña discusión. Los expertos aprovechan para indagar sobre esa asunción de responsabilidad:

—Es fácil caer en esa distorsión. Y verlo desde la culpa, de que sois responsables. Lleváis haciendo este trabajo durante muchos años y ahora ha pasado esto. La responsabilidad no puede caer encima de ese trabajador que sigue haciendo lo mismo de antes. La emoción de la culpa tenemos que sentirla, es normal que lo sintamos, pero si nos paramos a analizarla, toda esa culpa no tiene razón de ser.
Un trabajador de la residencia Orpea de La Moraleja (Madrid) durante la charla terapia, el martes. DAVID EXPÓSITO.

Lo que los psicólogos Ester Silva y Pedro Neira tienen ante sí es un grupo de trabajadores de las residencias Orpea golpeados por la pandemia. Cuidadores, sanitarios, limpiadores, bedeles, a los que nadie aplaude a las ocho de la tarde desde los balcones. Viven en “primera línea de combate”, pero pocos se lo reconocen como un mérito. A menudo, se enfrentan a la ira y la frustración de hijos que se despidieron de sus padres hace 30 días, cuando el Gobierno prohibió las visitas, y la próxima vez que se encontraron fue en un cementerio.

Madrid ha cifrado en 4.750 los ancianos que han muerto en los 710 centros de la Comunidad desde que estalló la crisis del coronavirus. 781 han sido registrados oficialmente como víctimas del Covid19, ya que a ellos sí se les había hecho el test. El resto presentaba síntomas, aunque no se les hizo. No había suficientes. Eso quiere decir que miles de familias han enterrado a los suyos con la sombra de la duda.

La magnitud del problema ha erosionado el estado emocional de los empleados de estos centros. Orpea, con 22 residencias en la capital y 49 en toda España, ha sido la primera empresa del sector en ofrecer ayuda psicológica a sus trabajadores. “Escuché decir a un médico del 12 de Octubre que esto era un 11-M continuo. Me pareció acertado. Todos los días los cuidadores se han enfrentado a una tragedia, con una vulnerabilidad increíble”, señala Neira, uno de los psicólogos que imparte la terapia.

Su compañera, Ester Silva, explica que están descubriendo que en los cuidadores existe una negación y un distanciamiento emocional respecto a lo vivido. En el momento en el que ponen nombre a sus verdaderos sentimientos comienzan a aflorar las emociones. En los primeros encuentros insisten mucho en la psicoeducación, en la manera en la que funcionan las emociones y lo importante que es sentirlas en plenitud, sin sustitutivos. Pasa por no temer el pedir ayuda ni creerse juzgados por la empresa o sus compañeros. “Muchos de ellos las reprimen a modo de mecanismo de defensa. No procesar el duelo puede derivar en un posible estrés postraumático”, añade Neira.

El psiquiatra Vicente Ezquerro no tiene ninguna duda de que muchos profesionales del sector sufrirán ese trastorno. “Que se te muera a mansalva gente con la que has establecido vínculos emocionales es muy duro. Se están enfrentando a situaciones de mucha angustia. Si ese estrés lo va a tener gente que está en su casa, imagina los que se han enfrentado a la muerte y al miedo cara a cara”, explica el doctor por teléfono.

Mientras se lleva a cabo la terapia de grupo en uno de los salones de la residencia, dos sanitarios aparcan la ambulancia en la puerta. Parece que no hay ni un momento de tregua. Los visitantes se protegen con los equipos de protección (EPI) y acceden al interior. Tienen la misión de recoger a uno de los ancianos que ha empeorado de salud, pero a los 20 minutos salen de allí de vacío. A última hora se ha cancelado el traslado.

Los psicólogos de la López Ibor a menudo se topan con profesionales que no terminan de asimilar lo vivido. En uno de los centros un grupo de trabajadores entró a la sesión entre risas. En el momento en el que se les preguntó por sus emociones les cambió el semblante. Esa disonancia también se hace presente en Orpea La Moraleja:

—¿Qué más habéis sentido?, pregunta Silva.

—¡Alegría!, responde uno.

Durante unos segundos, el grupo se queda en silencio.

Begoña, una auxiliar clínica, renunció al cuarto día de aceptar un trabajo en una residencia del centro de Madrid. La morgue, en el sótano del edificio, estaba saturada. Los cuerpos de los últimos en morir permanecían durante días en las habitaciones, ocultos bajo una sábana blanca. Dos ventiladores conectados trataban de disipar el olor, pero lo que hacían era esparcirlo por los pasillos. “No aguanté más. Presenté mi renuncia”, cuenta por teléfono.

En el lugar donde se celebra la terapia una mujer con alzheimer perdió a su marido de manera fulminante por el coronavirus. Se le cuenta lo que ha ocurrido, pero la señora lo olvida. Los trabajadores evitan informarle cada día para evitar un duelo diario, para ella y para ellos mismos. “Todo eso nos lo hemos comido nosotros solos”, resume Noelia Ortega, la directora del centro, de 42 años.

Pasan las tres de la tarde. La sesión de grupo está a punto de finalizar. Neira les propone cerrar los ojos un minuto para conectar con el sentimiento más profundo que alberguen en ese momento:

—¿Qué sentís?

—¡Hambre!, le contestan los trabajadores.

No hay tiempo para más.



"Me siento mejor porque tengo fobia a la calle" - Coronavirus

JAVIER MARTÍN-ARROYO|ANA ALFAGEME   |   El País   |   Sevilla-Madrid   |   13-04-2020

Las personas con problemas de salud mental soportan con entereza el confinamiento e incluso experimentan progresos.

 “Es un reto mantenernos como grupo, ¡pero tenemos que adaptarnos!”. El grito contenido sale de la videoconferencia que mantienen estos días una quincena de personas con problemas de salud mental junto a los psicólogos Ignacio Puerta y Dina Fariñas para mitigar el confinamiento. Las montañas de pensamientos de los miembros de esta asociación, Madrid norte Afaem5, se reordenan y aligeran su peso al compartirse ahora en pantalla, antaño en sesiones, excursiones y reuniones de apoyo mutuo. Para sorpresa de la mayoría, lidian con la reclusión con entereza, a veces incluso han experimentado cierta mejoría.

“No es tan infrecuente”, dice el psicólogo Fernando Egea. “Ocurre en las guerras. El instinto de supervivencia enmascara los problemas psicológicos”. “Es como si las neurosis no nos las pudiéramos permitir en estas circunstancias”, asegura el psiquiatra Enrique García Bernardo. Este hecho también lo recoge la guía para psiquiatras que ha elaborado para esta crisis el Centro para el Estudio del Estrés Traumático de Estados Unidos: “La mayoría de las personas con enfermedades mentales preexistentes se manejarán bien, incluso algunos pueden mejorar ante los desafíos y necesidades de los otros”, dice textualmente.

“Las emociones cambian por minutos. Estamos acostumbrados a un control y tranquilidad para sobrevivir a los conflictos, convivir en situación extrema nos hace vivirlo de otra manera. Aunque haya miedo, el entorno está bastante más preparado de lo que pensábamos”, indica Pedro Reina en la videoconferencia. La conversación fluye por encima de los ecos y el sonido enlatado, y el coronavirus deja espacio suficiente para que cada uno hable de sus anhelos y comparta bromas. La casuística es variadísima, como en botica.

Cristina (nombre ficticio), con trastorno límite de la personalidad, atraviesa picos y valles en su rutina anímica diaria: “La convivencia en casa no está siendo idílica. Ahora me siento agobiada, pero al menos estoy con mis cosas. Estoy más encerrada, pero es donde mejor me siento porque tengo fobia a la calle. Y te frenas para ir al hospital, no sabes cómo va a salir la cosa, si será incluso peor”. El real decreto del estado de alarma no incluyó en un principio el permiso para que pasearan por las calles las personas con problemas mentales, pero posteriormente se corrigió.

Juan José Sánchez, padre de dos hijas con esquizofrenia, ofrece la cara positiva: “A una de ellas le ha subido la autoestima porque ahora va ella a comprar, toma la iniciativa y viene contenta. Esto nos ha roto la rutina”. Sobre la dureza de la reclusión en pisos a menudo estrechos, Puerta detalla: “Para ellos, la dificultad principal en los hogares es encontrar espacios donde encontrar su propia identidad”.

El número de personas que lidian con alguna enfermedad mental durante el confinamiento no es menor. En España, una de cada 10 personas sufre algún problema de salud mental y una de cada cuatro lo tendrá en algún momento de su vida. Es decir, en torno a 11 millones de personas, diagnosticadas o sin diagnosticar, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta institución apunta a que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo en 2030.

Nel González, presidente de la confederación Salud Mental España, que reúne a 300 asociaciones con 47.000 miembros, matiza: “A veces las convivencias en casa no son un jardín de rosas, tanto tiempo sin válvula de escape... El 85% de la gente vive con su familia y las reacciones son muy diversas, desde el miedo hasta la necesidad de salir, pasando por la inestabilidad ante el futuro incierto”.

En la guía estadounidense anteriormente citada se advierte de que habrá pacientes que sufrirán estrés emocional y aconseja a los sanitarios que en estos casos tengan en cuenta sus preocupaciones e incertidumbres ante la pandemia. Deben “compartirles conocimientos médicos precisos e identificar las medidas que pueden tomar ellos para reducir el malestar y mantener conductas saludables, particularmente el sueño”, señala el documento.

Juan Carlos Maestro, psicólogo clínico del hospital Virgen de las Nieves de Granada, ha visitado una veintena de pacientes en casas hogar: “El 90% lo está llevando igual de bien que nosotros, para sorpresa nuestra”. Fuera de las casas, las unidades de pacientes agudos de los hospitales han sufrido un bajón y tienen camas vacías, confirman sanitarios de Sevilla, Granada, Girona y Santiago de Compostela. Avelino Martínez, enfermero supervisor de la unidad de enfermos agudos del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela, confirma: “Los pacientes están respetando la situación muy bien, ya veremos con el paso del tiempo, pero de momento no tenemos ingresos vinculados al confinamiento”.

Consultas por Skype

El psiquiatra García Bernardo, como gran parte de los profesionales de salud mental, ha proseguido sus consultas a través de Skype o Facetime: “Que te vean es algo muy tranquilizador”, asegura. Sus pacientes, tras días de confinamiento, “están razonablemente bien”. “No he visto los cuadros que se daban en la epidemia del sida, con muchas conductas paranoicas”, asegura. También el psicólogo Fernando Egea y sus colegas del centro Psyche han cambiado la relación cara a cara por la pantalla. “Lo importante es hacer seguimiento, en eso la tecnología nos está ayudando muchísimo”, dice.

Esa parece ser la clave. La Sociedad Española de Psiquiatría ha distribuido una extensa guía para que se pueda seguir atendiendo pacientes a través del teléfono o videollamadas. A Celso Arango, jefe de servicio de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón y presidente de la citada sociedad científica, le preocupan sus pacientes no tanto por el efecto que pueda tener sobre ellos el confinamiento, sino porque no puedan recibir terapias intensivas que lo precisan. “Ahora lo hacemos telefónicamente”, puntualiza. Y los que forman parte de ensayos clínicos reciben su medicación a través de mensajero.

UNA VULNERABILIDAD QUE SE SUMA A OTRAS MUCHAS

El confinamiento pasará factura psicológica a toda la población, independientemente del estado de salud mental previo. Una revisión de investigaciones realizada por The Lancet y publicada en marzo señalaba que las personas que fueron sometidas a cuarentena en epidemias previas a esta crisis tuvieron más riesgo de padecer síntomas de estrés postraumático (una dolencia que se observa en catástrofes o emergencias caracterizada por pesadillas y flashbacks que reviven la situación dañina, un estado de hipervigilancia, anestesia emocional y evitación de los escenarios de la tragedia) además de irritabilidad, malestar, depresión, estrés, agotamiento emocional y un estado de ánimo decaído. Y a más duración de la reclusión, peores eran los efectos sobre la salud mental. “Nos queda una etapa larga, porque luego habrá mucho estrés postraumático”, intuye Susana Mantas, enfermera psiquiátrica y psicóloga del hospital Santa Catalina de Gerona. Los autores del artículo de la publicación británica señalan que padecer una enfermedad mental previa a la situación de confinamiento es un factor de riesgo para sufrir síntomas de ansiedad y episodios de ira cuando concluye el periodo de cuarentena. Otra publicación de The Journal of the American Medical Association recalca la mayor susceptibilidad de los enfermos mentales a la infección por coronavirus por cuestiones como las altas tasas de tabaquismo que se dan en el colectivo y que causan peor pronóstico en caso de enfermar. También destaca que dentro de la población sin techo, donde se dan muchas patologías mentales, es difícil el control de la Covid-19, porque es más ardua la identificación de la infección, su seguimiento y el adecuado tratamiento.



Cómo detectar y tratar la depresión

DR. RAÚL FERNÁNDEZ-VILLAMOR ORTIZ   |   TopDoctors   |   08/01/2020
La depresión es una enfermedad que consta de síntomas emocionales o mentales, pero también físicos o corporales. Se trata de un estado de ánimo triste, transitorio, que se produce a causa de una circunstancia adversa, que puede estar relacionada con factores genéticosbiológicos y psicosociales.

En la actualidad, la depresión es una enfermedad muy común. De hecho, aproximadamente una de cada tres personas padece, a lo largo de su vida, algún trastorno afectivo. Concretamente, dos de cada tres personas son mujeres y la media de edad de inicio de la enfermedad depresiva es de 40 años.
Los síntomas de la depresión.- Existen una serie de síntomas comunes en la depresión:
  • Tristeza
  • Anhedonia o pérdida de interés e incapacidad de disfrutar
  • Baja autoestima
  • Apatía
  • Falta de ilusión
  • Falta de motivación
  • Falta de iniciativa
  • Alteración del sueño y del apetito
  • Cansancio
  • Problemas de concentración y de memoria
En la mayoría de los casos, estos síntomas van acompañados de otros síntomas ansiosos y físicos, como pueden ser dolores musculares y de cabezacansancioestreñimiento o diarrea y opresión en el pecho. Además, en las depresiones más graves pueden aparecer incluso ideas de muerte y suicidio.
¿Cómo se diagnostica?.- Existen muchos casos de depresión que no son diagnosticados, porque hay muchas personas que padecen esta enfermedad que no saben que la padecen. Esto suele ocurrir, estas personas entienden que cuando existe un conflicto o problema externo es normal estar con esos síntomas.
Sin embargo, cuando los síntomas anteriores se presentan de forma continuada resulta conveniente consultar con un médico, porque la depresión es una enfermedad que causa una disminución importante en el funcionamiento diario.
El tratamiento para la recuperación.- En el caso de que se diagnostique la enfermedad, se debe seguir un tratamiento farmacológico que consiste en la ingesta de fármacos modernos con bajos niveles de efectos indeseables, permitiendo a los pacientes llevar una vida mejor.
Además del tratamiento farmacológico, existen herramientas terapéuticas, como la psicoterapia, que puede contribuir a la recuperación del paciente. Estas técnicas deben ser aplicadas por profesionales competentes, con una serie de objetivos claros para que el paciente pueda afrontar su enfermedad