Reclama un cambio social
y cultural y admite que la meta todavía está lejana.
La asociación Obertament mantiene una lucha desigual
contra el estigma.
TONI SUST / BARCELONA
| El Periódico | 05/05/2015
Obertament,
agrupación de agentes privados del sector de la salud mental, nació
hace más de cuatro años con el objetivo de combatir el estigma que sufren las
personas con un trastorno mental. La causa requerirá un lento caminar, dicen
los que la defienden.
Obertament
aposta por su propia salida del armario. La mayoría son reacios a dar detalles
de su trastorno y consideran que quedarse solo con eso es etiquetar a una
persona. Se trata de explicar a la gente que alguien con un trastorno puede
trabajar, tener una vida normal y ser de confianza. En ocasiones más que gente
que no ha sido diagnosticada y se considera «normal», esa palabra tan terrible.
REDUCCIONISTA
«No
soy un diagnóstico con patas», afirma Pedro Antonio Cencerrero, 39
años. «Todos me ven como una persona, no como un diagnóstico», dice Anna
Maria Esteve, de 52 años. Ambos son portavoces de Obertament, activistas
que conocen el paño y que han tomado la decisión de luchar por propiciar
salidas de ese armario menos conocido. Si hay algo que les parezca incómodo es
tener que explicar cuál es su trastorno. Lo consideran reduccionista.
A
nadie con problemas de estómago se le definiría por esa dolencia, argumenta
Esteve, nacida en Molins de Rei (Baix Llobregat) y residente en Arenys de Mar
(Maresme). Cuenta que una vez tuvo su primer contacto con el trastorno, en su
caso esquizo-afectivo, «una mezcla de esquizofrenia y depresión», quiso saber
más y se interesó por un curso organizado para familiares de personas con
problemas de salud mental. «Pero yo no quería que fuera nadie de mi familia.
Quería ir yo. Me dijeron que el curso era para familiares de personas con
problemas de salud mental, no para personas con problemas de salud mental». Y
Anna Maria vio que había que hacer algo. Creó la asociación Resorgir, que forma
parte de Obertament.
Esteve,
que antes llevaba una empresa, estudió posteriormente Trabajo Social y ahora
cursa un posgrado especializado en salud mental colectiva, de la URV. Ella tuvo
el primer contacto con un trastorno por el de un familiar: «Entonces vi claro
que se tenía que tratar como algo normal, como cualquier otra dolencia, con
algo más de sensibilidad».
A
Cencerrero, nacido en Vilassar de Mar y residente en Mataró (Maresme), le marcó
la muerte de un hermano que falleció a los nueve meses, con parálisis cerebral.
Él, el mayor de seis hermanos, consiguió
eludir el veto de los mayores y estar unos minutos junto al cuerpo. Por eso y
por el problema de salud mental que tuvo mucho después, dice, acabó estudiando
Integración Social. Ahora estudia Administración de Empresas en la UB. Él sufre
un trastorno bipolar: «Es la primera vez que lo digo en un medio de
comunicación». Sufrió el primer brote al irse a la mili, en Ibiza, algo que
parece lógico porque para él irse al servicio militar fue «una liberación»
después de muchos años trabajando para ayudar a la familia. Flirteaba con la
carrera militar, pero la mili se acabó en seguida: lo llevaron al hospital en
Palma y de allí le acompañaron a Barcelona: «Me dijeron que me acompañaba un
teniente, pero era un enfermero». Intentó volver a la vida militar. Se presentó
en el Cuartel del Bruc ofreciéndose. No pudo ser.
Ahora
eso es pasado: «Estoy aquí hablando gracias a mis hermanos, incluido el que
falleció». Y de lo que Pedro Antonio quiere hablar es de su activismo y de cómo
esta sociedad no debería clasificar tan rápido: «Todas las personas tienen
oscilaciones emocionales. No son lineales. Y hay mucho rechazo, cuando una
persona diagnosticada puede estar mejor que alguien sin diagnosticar».
LUCHA
INDIVIDUAL
De
eso él tiene pruebas reales: aquella gente que un día se reía de él por el
barrio y que luego fue a pedirle consejo porque estaba en una situación
similar. «Mi lucha ha sido individual. Cuando he encontrado el equilibrio
personal es cuando la he hecho colectiva».
El
director de Obertament, Miquel Juncosa, subraya que según la Organización
Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas experimentará un problema de
salud mental en algún momento de su vida. Pensar que no le tocará a uno es, por
lo tanto, estadísticamente temerario. Pero sigue siendo la constante.
«Hay
que tener un poco de locura», dice Esteve con una sonrisa. «La locura no
significa falta de sentido común; a veces supone un exceso de sentido común».
¿Qué le pide esta portavoz a los políticos?: «Una mayor implicación, que nos
tengan presentes, porque somos los últimos de la fila». Dice que un paso se ha
dado en las familias de los que sufren un trastorno, que años atrás a menudo
acababan encerrados: «Ahora quieren que sus hijos ocupen su tiempo, salgan de
casa».
Pedro
Antonio prefiere no pedir nada a las autoridades, se le ve bastante convencido
de que lo que logre el colectivo será mérito suyo.
«Todavía
no hay condiciones para que la gente salga del armario», asegura Juncosa, que
sabe que no podrán lograr sus objetivos sin despeinarse: «Queremos un cambio
cultural. Sabemos que ahora estamos poniendo la semilla. La lucha será a largo
plazo».
Nota.- Me parece recordar
que el artículo era más largo. Como siempre, si os interesa leerlo completo
podéis encontrarlo en el periódico y fecha que figura junto al autor del
artículo. Saludos.