BEATRIZ
BENÉITEZ BURGADA
| La Vanguardia |
10/01/2022
La infancia es una etapa crucial en la
vida de todo ser humano. Y es una obviedad que todos los niños necesitan un
hogar y un entorno seguro. Las experiencias dolorosas a una edad temprana
pueden dejar en nuestra mente una huella indeleble. ¿Qué sucede en el cerebro
de un niño cuando vive un trauma? Como recuerda la Asociación Española del
Trauma Psicológico, muchas veces la cuestión no es lo que has vivido, sino
"cómo lo has vivido".
La prestigiosa publicación Healthy Children, el único sitio web sobre la
crianza de los niños respaldado por 60.000 pediatras de todo el mundo, explica
que un evento traumático es el que atenta contra el amor y la seguridad y
adopta muchas formas. Quizá se deba a un accidente, a situaciones
violentas alrededor, malos tratos, negligencias… Un niño
atemorizado “puede
sentirse fuera de control y desamparado” y, cuando esto sucede, “se activa la
respuesta de lucha o huida, incluso de pánico”.
Otro factor importante es la resiliencia. Es la capacidad de dar una respuesta adecuada ante una situación adversa. "La buena noticia es que a pesar de que unos niños son más sensibles y otros más resilientes podemos fomentar la resiliencia", explica.
Cuando sucede algo que causa temor, el cerebro se asegura
de que no lo olvidemos, por eso los traumas se recuerdan de manera especial y,
a menudo se mezclan varios desencadenantes: sensaciones y sentimientos con
olores, posturas, lugares, sonidos... Estos pueden ayudar una sensación que
recuerde lo vivido como si estuviera sucediendo de nuevo.
Los desencadenantes podrían incluso generar conductas
traumáticas en el adulto que revive un trauma que sucedió en la niñez. Por eso,
a quien no sabe, le puede parecer que un niño, adolescente o adulto está
reaccionando “de forma exagerada” ante un hecho. Otras veces, aparece la
parálisis emocional. Hay personas que, tras haber sufrido abusos de niños,
transitan por otras etapas de su vida nerviosos y con dificultades para
controlar sus emociones, “porque su cuerpo está siempre predispuesto a
paralizarse, huir o escapar de lo que les atemoriza”.
Otro problema frecuente en los niños que sufren o han
sufrido traumas es la dificultad para concentrarse, “la hiperactivación o
hipervigilancia”, que no es lo mismo que “hiperactividad ni falta de atención”,
aunque a veces puedan confundirse fácilmente. Una reacción común es la
necesidad de control y una menos frecuente es el “Trastorno oposicionista
desafiante” o trastorno explosivo intermitente.
Según la Academia Americana de Pediatría, Podemos
ayudarle a reconocer o evitar los desencadenantes que le hacen revivir el
suceso, establecer rutinas para que él sepa qué esperar, ofrecerle opciones
sencillas y respetar sus decisiones (para que gane sensación de control), no
tomar sus reacciones como una afrenta personal y tratar de mantener la calma y
permanecer disponible y receptivo.
También le ayudará poder expresar lo que siente, ser
constantes y predecibles, así como afectuosos y pacientes. Podemos enseñarle
que puede confiar en los demás, pero con paciencia, porque llevará tiempo.
También podemos pedir ayuda a un profesional si la situación se nos escapa de
las manos.
Lo más importante es recordar que los niños se adaptan fácilmente y es tarea de los adultos “brindarles las herramientas que necesiten y guiarlos mientras crecen”. Quizá no podamos evitar que sufran un trauma pero, sin duda, podemos ayudarles a superarlo. Porque el futuro de su salud emocional, puede estar en nuestras manos.
Lo más importante es recordar que los niños se adaptan fácilmente y es tarea de los adultos “brindarles las herramientas que necesiten y guiarlos mientras crecen”. Quizá no podamos evitar que sufran un trauma pero, sin duda, podemos ayudarles a superarlo. Porque el futuro de su salud emocional, puede estar en nuestras manos.
De todas formas, como explica Zumárraga, "el cerebro
de un niño o un adolescente está preparado para vivir situaciones de
estrés". Entonces, ¿el estrés o trauma son negativos y perjudiciales para
el desarrollo cerebral? Según la experta, no todo el estrés es malo, por eso
distinguimos entre el estrés positivo, tolerable y tóxico.
La diferencia entre ellos radica en
dos factores principalmente:
1.
Intensidad y duración: nuestro cuerpo desencadena una
respuesta hormonal de “lucha o huye” ante las situaciones traumáticas. Si esta
inundación hormonal se mantiene o repite en el tiempo y es muy intensa puede
alterar el desarrollo cerebral.
2.
Apoyo por parte de los
adultos del entorno: si el niño o adolescente cuenta con un entorno que le
apoya y le da herramientas para hacer frente a la situación estresante estará
ante un estrés positivo y tolerable.
Los padres tienen la enorme responsabilidad de mejorar la
resiliencia de los niños. Es la mejor herramienta personal para minimizar el
impacto de las situaciones traumáticas en la salud mental y física. No todos
nacemos con la misma resiliencia, pero podemos construir y mejorarla para prevenir
alteraciones del desarrollo neurológico.