viernes, 1 de noviembre de 2019

¿Voy al psicólogo o al psiquiatra?. Diferencias entre uno y otro para no equivocarte de consulta

FRAN SÁNCHEZ BECERRIL   |   El Español   |   20/01/2019

Cientos de personas que están leyendo estas líneas probablemente hayan sentido en algún momento de su vida que el trabajo, la familia, su relación de pareja o los amigos le superan. Algunos habrán decidido tragar, seguir adelante y no pedir ayuda; o peor, no habrán sabido a quién pedírsela. Y es que una de cada tres familias tiene, ha tenido o tendrá en su seno a una persona con problemas de salud mental, según cuenta Jerónimo Saiz, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Alcalá y patrono de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental. Este dato visibiliza la situación existente en España sobre un tema que está muy estigmatizado, a pesar de que "cuando uno tiene un problema de salud mental tiene un problema de salud", sentencia el especialista.

"Si se tiene un problema de salud física se debe acudir a un profesional que pueda ayudar, cuando uno tiene un problema de salud mental también tiene que hacerlo", relata el catedrático. De hecho, la OMS define salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Los psicólogos y los psiquiatras son los principales profesionales para ayudar a la gente que siente mermado su bienestar psíquico, pero el desconocimiento y la estigmatización frente a la salud mental lleva a la gente a no saber diferenciar a estos especialistas y desconocer cuándo consultar a uno u otro.

Tan importante es saber las funciones de cada uno, como tener claro a cuál acudir para evitar que el sufrimiento aumente y pueda cronificarse. Para ayudar a resolver esta disyuntiva, EL ESPAÑOL ha conversado con el citado psiquiatra y con Mª Jesús Álava, psicóloga y directora del Centro de Psicología Álava Reyes, para conocer las diferencias entre sus profesiones y cuándo se debe acudir a cada uno para no equivocarse de consulta.

Diferencias entre psicólogo y psiquiatra.- La principal diferencia son los estudios que se realizan para llegar a ejercer estas profesiones. Los psicólogos estudian una carrera específica para ejercer su profesión, y si quieren desempeñar su función en la sanidad pública deben tener la especialidad de psicólogo clínico (se accede a través del PIR); y los psiquiatras estudian medicina y se especializan en esta rama.

Más concretamente, el psiquiatra explica que su profesión "dedica su interés al estudio, tratamiento y prevención de las enfermedades mentales". Estos profesionales utilizan una "tecnología básicamente médica, en la que están implícitos el funcionamiento del cerebro, del organismo humano, de las enfermedades y tratamientos médicos y quirúrgicos; y por supuesto la medicación, una diferencia clara con los psicólogos", destaca.

"Hay un grupo importante de enfermedades psiquiátricas para las que el uso de medicación es necesario, por ejemplo la esquizofrenia, el trastorno bipolar o los casos más graves de depresión", ejemplifica. Pero matiza que la frase de que "los psiquiatras solo recetan pastillas, está equivocada", ya que emplean más técnicas, incluido el tratamiento psicológico.

Asimismo afirma que tanto a la psiquiatría como a sus pacientes les "perjudica el estigma que existe sobre la enfermedad mental". Un hecho que provoca que las personas que notan disminuida su capacidad psíquica para afrontar los problemas que padecen prefieran ir al psicólogo aunque "ciertas enfermedades requieren ser abordadas desde el punto de vista farmacológico".

Por su parte, la psicóloga destaca que "la mayoría de las dificultades del día a día son un tema de psicólogo". Esta profesional apunta a problemas de pareja, trabajo, tensión, estrés, de sentirse inseguro o con la autoestima baja.

"Pero cuando llega un momento que no sabes por qué de repente te encuentras fatal y no tienes fuerza para levantarte de la cama y al día siguiente tienes una euforia enorme y obsesiones, o sientes que alguien te está persiguiendo, se trata de situaciones que entran en el ámbito puro de las enfermedades mentales por lo que se debe acudir al psiquiatra", añade la directora del centro de psicología.
Ambos profesionales coinciden en que los enfoques pueden ser mixtos, lo que implica que intervenga tanto un psicólogo como un psiquiatra. "Hay muchos casos que se llevan en conjunto y el que se beneficia es el paciente", explica la psicóloga. "Hay muchos tratamientos que pueden ser combinados, algo que es muy frecuente por ejemplo en temas de depresión en los que una persona necesita ayuda a nivel de medicación y también terapéutica", destaca el catedrático reforzando este aspecto. Del mismo modo, señalan que entre los propios profesionales se derivan los pacientes en función de lo que sea mejor para cada persona.

¿A quién acudir?.- Una vez presentados los dos perfiles de profesionales, pueden seguir surgiendo dudas de cuál es el más adecuado. Por ello, el catedrático recomienda -desde la perspectiva de la sanidad pública- que la persona que guíe al paciente hacia el psicólogo o psiquiatra sea un médico de familia: "Cuando uno tiene un problema de salud mental tiene un problema de salud y tenemos en este país un sistema de salud pública ejemplar y con buenos medios, por ello la puerta de entrada es un médico de familia". "Los médicos de familia tienen la formación y la capacidad, a veces lo que no tienen es el tiempo necesario para atender de una forma adecuada, por lo que son los que pueden recomendar una opción u otra", recalca.

Pero matiza que "no hay que dogmatizar, puede haber un problema determinado, por ejemplo, con un niño que tenga un problema de rendimiento escolar y, a lo mejor, lo más lógico es acudir a un psicólogo o quizás a un neuropediatra, pero no hay una recomendación absolutamente clara".

Respecto a la duración y frecuencia de cada consulta estos expertos coinciden en que depende de cada caso y el nivel de profundización que necesite cada paciente. En el caso de la sanidad pública (psiquiatras y psicólogos clínicos) "hay atribuidos unos tiempos para las primeras consultas -entre una hora y una hora y media- y otros para las revisiones -entre 20 y 40 minutos-", explica el catedrático.

Para elegir un buen profesional, la psicóloga señala que lo primero que hay que hacer es "preguntar cuál es la metodología que sigue (como son la humanista, la cognitivo conductual o el psicoanálisis), cuánto tiempo lleva ejerciendo y cuál es su especialidad". Y por supuesto, el psicólogo "únicamente es el licenciado o graduado en psicología, algo que es muy evidente, pero hay gente que hace terapia sin tener la titulación".

La psicóloga ejemplifica con casos que llegan a su consulta habiendo sido previamente atendidos por supuestos terapeutas o personas que se han sometido a técnicas de coaching: "Por ejemplo los tratamientos de la ansiedad o la baja autoestima se encuentran dentro del ámbito de la psicología y hay que tener cuidado".

Ni el tiempo todo lo cura, ni si tienes un buen amigo no necesitas un psicólogo .- Para la psicóloga la creencia de que el tiempo todo lo cura "es uno de los mayores errores que hay, mucha veces los tratamientos son mucho más largos porque la gente ha tardado en acudir". "Si es un problema que vives día a día normalmente el tiempo no ayuda, lo agrava", añade. 

"No es lo mismo una persona con una crisis de pánico que se acerca a la consulta después de sufrir una, que otra que viene después de haber sufrido cuatro, hay un sufrimiento inútil que se podría haber evitado", ejemplifica la especialista.

Siguiendo con frases típicas, la directora del centro de psicología desmiente por completo aquella de "Si tienes un buen amigo no necesitas un psicólogo". "Si tienes un buen amigo tienes una buena persona para conversar, pero aunque un amigo tenga su mejor intención, le faltan los recursos que tiene un especialista para hacer un análisis adecuado", destaca a la vez que sentencia que "a veces no solo no te ayuda, sino que pierdes al amigo".


Todos somos raros: científicos de Yale confirman que la persona normal solo existe en la estadística

KRISTIN SULENG   |   El País  |  20/12/2018

Si eres adicto al ajedrez y te apasiona la teoría de cuerdas, esa que dice que el espacio-tiempo tiene hasta once dimensiones; si vives permanentemente enganchado al ordenador, es más fácil encontrarte en Internet que en ningún otro lugar; si no haces lo mismo que los demás, es posible que te hayas sentido un bicho raro alguna vez. O que alguien te haya hecho sentir así. Sin embargo, por mucho que haya quien te identifique con las ratas de biblioteca o quien te defina como nerdgeek, friki u adjetivos que se podrían aplicar a los personajes de la serie Big Bang Theory, no tienes nada de raro. Todos tenemos rasgos que nos hacen diferentes. Es más, según un nuevo estudio de la Universidad de Yale (EE UU), nadie es normal.

La idea de la normalidad, señala Francisco Estupiñá, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, es relevante en el sentido estadístico para los manuales diagnósticos del ámbito de la salud mental como el DSM, la Biblia de la Asociación Americana de Psiquiatría: "Lo normal, estadísticamente hablando, es lo frecuente". Por ejemplo, entre ser diestro o zurdo, lo habitual es lo primero (como contamos en BuenaVida, solo entre un 10% y un 17% de la población es zurda). La cuestión, continúa este experto, "está en el uso de este concepto en el lenguaje común".
El apelativo "normal" suele dar problemas debido a ser producto de la mezcla de dos sentidos distintos, el científico y el común, indica Cristian Saborido, profesor del departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la UNED, quien explica que "el segundo tiene que ver con los ideales que tenemos sobre lo perfecto".

Distintas ideas de normalidad.- En el ámbito del pensamiento, y en la filosofía de la medicina en concreto, esa doble acepción del término se traduce en un debate entre dos perspectivas: la naturalista y la constructivista. "La primera dice que permite distinguir objetivamente los estados sanos de los enfermos y lo ideal frente a lo patológico. La segunda critica esta visión, al defender que la salud y la enfermedad son conceptos plagados de valores que somos incapaces de entender de forma objetiva y que dependen del contexto sociocultural", explica Saborido.


¿Existe un comportamiento óptimo?.- El artículo también cuestiona la historia de nuestra especie. Los autores, subraya Saborido, critican la concepción que asume la evolución como un camino unidireccional que nos ha llevado a (y para) lo óptimo. "La evolución no nos ha llevado a tener un único patrón de comportamiento, sino una enorme cantidad de ellos", señala este profesor. Más que lo óptimo, el motor que nos mueve como especie es lo diverso.

El problema de no sentirse normal.- La optimalidad está vinculada a la búsqueda de la superación, recuerda Estupiñá: "Se relaciona con el perfeccionismo, hasta que el esfuerzo deja de ser eficiente. Es como la caricatura de las numerosas cosas que hay que hacer para ser saludable pero no hay horas en el día para cumplir todo lo que es sinónimo de salud", compara.
Entonces, ¿se puede afirmar que nadie es normal?.- Queda claro que estadísticamente es complicado de decir, porque las personas tendemos a parecernos y solemos establecer perfiles o categorías para las distintas conductas. Pero otra cosa es la existencia de la normalidad.


Esta segunda visión, desde el lado de la psiquiatría, es la que defiende El mito de la optimalidad en la neurociencia clínica, un artículo de los investigadores Avram J. Holmes y Lauren M. Patrick, del departamento de psicología de la Universidad de Yale (Estados EE UU) publicado en la revista Cell. Aunque lo que dicen no es nuevo: "En filosofía se lleva diciendo desde comienzos del siglo XX", asegura Saborido, quien recuerda como los filósofos franceses Michel Foucault y Georges Canguilhem criticaban la idea de normalidad en medicina y en psiquiatría.
La psiquiatría se basa en la mezcla de lo ideal y lo estadístico para establecer, a partir de un conjunto de población, lo que debe ser el comportamiento estándar y considerar patológico todo lo que se le aleje de él. "El objetivo de la psiquiatría sería llevar a la gente a la normalidad estadística porque se entiende que se corresponde con la normalidad ideal", indica este profesor de Filosofía.

"Lo óptimo es un mito. Evolutivamente, somos capaces de desarrollar comportamientos distintos, porque vivimos y nos enfrentamos a contextos muy diferentes. Si solo tuviéramos una forma de actuar, seríamos un desastre", sostiene Saborido. Por tanto, es un error, dicen los autores del estudio, que un neuropsiquiatra, neurólogo o psicólogo analice los comportamientos de forma aislada.

"No se trata de pensar que la gente tiene que comportarse de cierta manera en todos los casos. El humano vive en entornos cambiantes, las amenazas y las oportunidades surgen y desaparecen, y el cerebro debe adaptarse a todo eso. Hay que observar el comportamiento en su contexto", continúa este experto. Solo se puede hablar de comportamientos óptimos dentro de unas circunstancias, pero como término global no sirve, comparte Carmen Agustín, bióloga, doctora en Neurociencias y profesora del Departamento de Biología Celular, Biología Funcional y Antropología Física de la Universitat de Valencia.

Sentirse fuera de lo común a muchas personas mueve a visitar la consulta del psicólogo. Muy pocas recurren a la afirmación "yo no soy normal". La mayoría prefiere expresarlo sobre sus experiencias: "Doctor, lo que me pasa no es normal". Es decir, las viven como algo inconfesable o reprobable. "Lo que esperan es que los psicólogos den una cierta garantía de que lo que les pasa es conocido y tratable. Y la respuesta debe transmitir que no deben avergonzarse e intentar exponerles soluciones", explica este psicólogo.

Para valorar como patológico un problema de conducta, hay que hacer dos preguntas fundamentales, continúa Estupiñá: ¿La persona sufre por lo que le pasa? ¿Le hace más difícil participar de su vida social, laboral, familiar? "La interferencia con el ser subjetivo y con las circunstancias objetivas es más importante que las etiquetas complejas. Cuando el problema no trastoca la vida cotidiana es difícil considerarlo trastorno, pero si lo hace, entonces hay que abordarlo", sostiene Estupiñá.

"El individuo promedio es una caricatura, no existe, es una mera construcción estadística". Aunque muchas veces nos acercamos a la estadística de forma muy ingenua, sin compresión técnica. Si decimos que los españoles comen de media medio pollo, eso significa que hay españoles que no comen pollo y otros que comen uno entero. Esto pasa en ámbitos sensibles como la sexualidad. En los estudios epidemiológicos, la vida sexual se dibuja como un promedio, pero otros estudios que se centran en el comportamiento a través de lo que la gente busca en Internet no tienen nada que ver con ese estereotipo resultante de hacer encuesta a la gente sobre cómo se ve", concluye Estupiñá.