ALDARA MARTITEGUI | niusdiario.es | 27/11/2022
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Normalmente
hablamos peyorativamente del ego para expresar que una persona manifiesta una
mirada grandilocuente de sí misma
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En
general relacionamos el ego con esa arrogancia, ese creerse más que los demás,
esa falta de humildad
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Explicamos
desde una perspectiva espiritual por qué el ego no es el enemigo sino un
constructo necesario para poder desenvolvernos en la vida.
Seguro que has escuchado
más de una vez esa frase de “Fulanito tiene un ego gigante” o “a Menganito le
puede su ego”. En general relacionamos el ego con esa arrogancia, ese creerse más que los
otros, esa falta de humildad... es por eso que no nos gusta ni verlo en los
demás, ni mucho menos reconocerlo en nosotros.
En el mundo actual, nos referimos al
ego cuando una persona manifiesta un exceso de mirada puesta en sí misma, cuando pierde la noción
del otro, cuando cultiva la soberbia y manifiesta
conductas autorreferenciales y egocéntricas que perjudican las
relaciones y la convivencia con los demás en cualquier ámbito de su vida.
El ego ha sido estudiado
desde diferentes ámbitos, como la psicología, la filosofía y la espiritualidad.
Para la psicología, el ego es uno de los constructos más complicados de
comprender. Una manera sencilla de explicar qué es el ego es pensar en esa máscara que
todos llevamos. Gracias a ella sobrevivimos en sociedad, por tanto, la necesitamos. El
problema es que en ocasiones depositamos en esta máscara un exceso de valor y
orgullo con el que, en el fondo, lo que estamos buscando es protegernos.
Esa necesidad de
gustar, es la que lleva a una persona a construir un personaje, un ego, grandilocuente.
“Tengo un problema de ego
que necesito aprender a gestionar”, me dijo hace unas semanas una amiga. ¿Qué
te ocurre? “Me siento mal cuando mi jefe no me reconoce algún trabajo que yo
creo que necesita una felicitación. Si no me dice nada, me siento fatal porque
no me ha dicho nada, sí; pero lo peor de todo es que me siento fatal por querer
tener ese reconocimiento de los demás...esto es por mi ego, ¿no?, ¿qué debería
hacer para no tener tanto ego?”
Buena pregunta…
Sí. Ese es tu ego, que se está desplegando o manifestando. Ahora bien, ¿qué hay de
malo en que nos guste que nuestro trabajo sea apreciado por los demás? ¡es natural y humano!
Una cosa es que a uno le
llene de orgullo que los demás reconozcan su trabajo, sobre todo cuando uno se
ha esforzado y ha dado el cien por cien; otra cosa muy
diferente es que una persona necesite ese reconocimiento permanente de los
demás (más allá del suyo propio) y que su vida sea una búsqueda constante
de ese reconocimiento porque si no lo tiene, se siente perdida. Esa necesidad
de gustar, es la que lleva a una persona a construir un personaje o ego
grandilocuente.
Desde dónde construyes tu ego
La pregunta que surge no
es si es bueno o malo tener ego, sino desde dónde construimos ese ego, ese personaje,
que es necesario, que todos tenemos. Sin ego no seríamos humanos, seríamos
otra cosa.
Como explica la psicóloga Valeria Sabater en el artículo ¿Qué es el ego? La voz grandilocuente que ahoga la humildad, “El ego no deja de ser una construcción mental más, una identidad que hemos construido con nuestra fábrica interna de ideas, experiencias, emociones y necesidades. Detrás de ese yo autoconstruido, tras esa máscara externa y artificial, se encuentra nuestro auténtico ser. El problema llega cuando estamos dominados, supeditados y adheridos en exceso a esa capa externa que hemos cincelado para sobrevivir en sociedad”.
Comprender qué es el ego desde la espiritualidad
Para explicar qué es el
ego, tal vez sea más fácil empezar explorando esa parte de nosotros que no
es el ego; ese ser auténtico que mueve los hilos del ego. ¿Acaso nunca has sentido
esa luz dentro de ti, esa presencia que te acompaña desde que tienes conciencia
de ti mismo, de ti misma y que es, en esencia, tú?
Siéntate con la espalda
recta y cierra los ojos. Lleva tu atención al centro de tu pecho y respira
desde ahí por unos segundos. Conecta contigo. Ahora imagina por un momento que
vives en una ciudad diferente, o incluso en otro país. Imagina que en vez de
tener la pareja que tienes tuvieras otra, o que no tuvieras pareja. Imagina que
en vez de tener los hijos que tienes tuvieras otros, o que no tuvieras hijos. Imagina que en
vez de la profesión que tienes tuvieras otra, o que no tuvieras profesión.
¿Seguirías, no obstante, siendo tú mismo o tú misma?.
No intentes comprenderlo
ni poner palabras… simplemente siente esa presencia; esa luz que siempre
está: hagas lo que hagas, vivas donde vivas. Si puedes sentirla, te
doy la enhorabuena, has experimentado tu Ser esencial.
Desde una perspectiva espiritual, el ego
es necesario para poder tener esta experiencia humana, necesitamos un carruaje
para transitar por esta dimensión material que es el mundo,
Según la doctora Imma Nogués ese Ser esencial,
ese pasajero interior que nos acompaña, nos guía y nos inspira, es también
llamado por muchos el alma. En el fondo, lo llamemos como lo
llamemos, cuando uno lo experimenta, se da cuenta de que es esencia humana en
estado puro, desnuda y desprovista de disfraces o atributos.
Pero claro… no podemos
olvidar que somos seres humanos. Tenemos un cuerpo. El cuerpo, también según la
doctora Imma Nogués, sería como el carruaje; el lugar en
el que habita ese Ser esencial y que cuenta con la personalidad,
con el ego, para poder manifestarse.
Por tanto, desde una
perspectiva espiritual, el ego es necesario para poder tener esta experiencia
humana, necesitamos un carruaje para transitar por esta dimensión material que
es el mundo que vemos y que percibimos con algunos de nuestros sentidos. De
modo que nuestro Ser esencial, el alma, necesita un personaje, un traje que ponerse
para poder estar en este plano.
Lo más habitual, explica
Nogués en su libro El pasajero interior, es que la
personalidad (el ego) "no sea sensible a la sutil vibración del
alma". De hecho, vivimos con alto nivel de desajuste
entre nuestra esencia o alma y nuestro personaje o ego. Cuando ocurre esto, el
ego deja de cumplir su propósito de ser vehículo del alma y adquiere vida
propia. ¡Muchos viven creyendo que son el ego, que son el personaje!
Y claro, cuando esto
ocurre, uno vive alimentando permanentemente a su ego. Porque eso es lo
que le gusta al ego.
Vivir ciegos a nuestro Ser esencial
Desde esta perspectiva
espiritual, no se rechaza al ego; lo que se rechaza, en todo caso, es el apego
al ego, la identificación del Ser con el ego, porque eso conlleva pasar por esta
experiencia humana ‘de puntillas’, sin experimentar el verdadero sentido de la
vida que tiene que ver con las cualidades del alma: amor, unión,
desapego, serenidad, calma, alegría, gozo, conexión, intuición y sabiduría,
entre otras…en el fondo ¿no es esto lo que buscamos todos los seres humanos?
Sin embargo, nuestro modo
de vida, la falta de costumbre o de herramientas o de espacios para conectar
con nuestro Ser esencial, nos hace vivir completamente ciegos a él y nos limita
a vivir enfocados únicamente en el ego, ese personaje que vamos construyendo
desde niños y que, sin la supervisión del alma, está condicionado únicamente
por las leyes materiales, léase ser aceptados por el grupo para
poder sobrevivir.
Nos guste o no, esto es lo
que nos mueve en esa dimensión terrenal. Tener el reconocimiento de los demás
tiene que ver con nuestro instinto de supervivencia, así de simple es. Cuando
decimos que una persona tiene un ego muy grande nos referimos a que se cree muy
importante, muy necesario, el que más sabe de cualquier cosa. En el fondo, esta
persona, está buscando el reconocimiento de los demás para poder sobrevivir
(ser aceptada) porque es incapaz de darse ese reconocimiento a sí misma: vive desconectada
totalmente de su Ser esencial. Aunque parezca lo contrario, detrás de un ego
muy grande siempre hay una muy baja autoestima; una persona que, al no
valorarse a sí misma lo suficiente, busca desesperadamente que sean los demás
los que lo hagan.
Tener un ego muy
grande o tener mucho ego significaría, desde esta perspectiva espiritual, vivir
únicamente ocupándonos de alimentar el personaje, buscando el
reconocimiento, la aprobación y el amor de los demás y viviendo de espaldas a
nuestra verdadera esencia, que es más bien lo contrario: ser fuente de amor.
No se trata por tanto de matar al ego, sino de intentar que el ego sea la manifestación de nuestro Ser esencial.
La desconexión completa
entre el Ser esencial y el ego, genera además mucho sufrimiento. Eso sería,
siempre desde esta perspectiva espiritual, el origen de gran
parte del malestar psicológico que tanto experimentamos los humanos, como esa
sensación de falta de sentido en nuestra vida.
“Cuando empezamos a poner
nuestra atención en nuestro Ser interno, intentado expresar lo que está de
acuerdo con él, se produce en nosotros una transformación y transmutación
internas y externas”, puntualiza Nogués. En resumen, uno empieza a
vivir más en coherencia con quien realmente es; y esa armonía genera bienestar.
“Que hoy mi esencia se
manifieste en cada cosa que haga: esto es lo que repito cada día al levantarme”
me dijo una vez Ismael Santos, ex jugador profesional de baloncesto,
experto en mindfulness y coautor del libro Inteligencia espiritual y deporte.
No se trata por tanto de matar al ego, sino de intentar que el ego
sea la manifestación de nuestro Ser esencial y no únicamente un lugar donde
depositar el reconocimiento y aprobación de los demás.