ALEJANDRA VALLEJO-NÁJERA | Telva
| 01/06/2022
Alejandra
Vallejo -Nájera nos
da las claves para entender la neurosis, una
condición mental que afecta a la vida de quien la sufre y a quienes conviven
con ella. ¿Quién no conoce "gente difícil"?
¿Quién determina qué es normal y qué no
lo es? ¿Hasta qué punto las personas que dan problemas pueden considerarse
patológicas? ¿Cuánto duran las bizarrías mentales?
Así da comienzo uno de los capítulos de
mi libro Eres más de lo que piensas, en el que repaso
algunas rarezas, excentricidades o chifladuras que campan a sus anchas en la
sociedad actual.
ESTAR
SANO ES LO NORMAL
Cuerpo y mente actúan al unísono y
están diseñados para funcionar con precisión. Estar sano es lo normal. La
enfermedad, por tanto, suele contemplarse como un desequilibrio que rompe una
dinámica perfecta del organismo. Y su severidad depende de la agudeza del
desequilibrio, los órganos que perjudica y cuánto distancia a la persona de la
normalidad.
Pero, ¿quién decide qué es normal? Las
sociedades funcionan en base a criterios que marcan qué es aceptable o
inaceptable. Conviene que en el fluir de la convivencia entre unos y otros haya
los mínimos tropiezos posibles. Y para eso hay normas que decretan el tipo de
límites queda vetado pasar. Quien no sigue tales normas es tachado de anormal.
Tal calificación resulta especialmente peliaguda cuando lo que falla no es la
contribución al buen manar social, sino que son los sentimientos los
que están involucrados. Personas de sensibilidad frágil, reactividad desmesurada,
dolores, sufrimientos sostenidos o adaptación al medio
deficitaria donde la capacidad de recuperación es más lenta de lo habitual.
Si la complicación es fisiológica:
quebrantos musculares, infecciones, dolor de cabeza, sabemos más o menos qué hay que
hacer para solucionarlo. Sin embargo, el remedio se convierte en un misterio
cuando el órgano afectado no es físico, sino mental.
Lo que pensamos y hacemos después de pensarlo
o, más aún, lo que hacemos sin pensar, puede incurrir en malformaciones de carácter que
hacen sufrir tanto a la persona como a todos los que están a su alrededor. Hay
desequilibrios marcados o sutiles, estables en el tiempo o fruto de un golpe
del destino. Aunque pasen inadvertidas al observador ocasional, conviene
considerar si en la biografía de la persona se han dado episodios con
alteraciones bruscas del estado de ánimo, compulsiones,
exageraciones, conflictos y rupturas frecuentes o fracasos profesionales
abundantes. También si es proclive al exceso de introversión,
al chismorreo (como método para no ver las
goteras de su propia vida), al fanatismo que hace de ella alguien
inasequible al razonamiento lógico, tendente a grupos sectarios e incapaz del
pensamiento crítico.
RAREZAS
¿Hasta qué punto son anormales
estas personalidades?
Una neurosis es
una locura menor. Casi todos tenemos algún rasgo neurótico: ser perfeccionista, intransigente,
con tendencia a ver el lado problemático de las situaciones o excesivamente optimista (con
lo que se toman decisiones precipitadas que desembocan en la ruina). Ser
alguien tozudo, procastinador, desordenado, alguien que va a su bola...
Neuróticas son esas grandes o pequeñas manías que
a veces dificultan una parte de la convivencia, pero que pueden pasarse por
alto si su expansión no abarca y eclipsa el todo. La neurosis no es peligrosa
ni grande como puedan serlo las psicosis, es decir los trastornos mentales
severos: esquizofrenia, trastorno bioplar o de personalidad,
delirio paranoide, impulsos alocados, aberraciones sexuales, adicciones, etc.
DE
PRONTO SE LE PELA UN CABLE.
En los primeros contactos, los
neuróticos pueden pasar por personas completamente normales. La percepción
cambia cuando se convive con ellos.
La persona neurótica se
aleja relativamente poco de la realidad. Lo que falla es cómo responde a la
misma. Al definirle, los demás dicen de él o ella que es especial, que es raro,
que salta por bobadas. La gente neurótica reacciona como si se le hubiese
pelado un cable. Es de trato difícil, variable, a veces atormentada, a
veces inmadura y sus rarezas pueden aumentar con
los años. En las neurosis suele darse una adaptación deficiente al contratiempo y al sufrimiento.
La persona neurótica no aguanta ni logra superar lo antes posible la indecisión
y el conflicto. Puede que salte sin previo aviso y sin conmiseración alguna a
los demás, o teme demasiado cometer un error, así que vuelve una y otra vez
sobre el mismo tema, atrasa la toma de decisiones o declina
comprometerse y responsabilizarse. O, directamente, suelta un exabrupto. La
gente circundante se queda atónita con el cambio tan brusco de actitud y
para orientarse hace algo que empeora las cosas: pregunta:
- ¿Pero qué he hecho? ¿Qué te pasa?
En ese momento la persona no está
capacitada para responder. Sólo quiere salvarse a toda prisa.
Entre un estallido y otro, entre una
caída y otra, la gente neurótica puede ser simpatiquísima, sentirse a tope,
notarse de lo más animosa y social. Sin embargo, para su desgracia, un buen día
se le cambia el chip. Y pasa de ser cordial a ser hipersensible y recelosa.
Estar fuera de ruta la inclina a llorar, juzgar, exigir, tiranizar y
despreciar sin lograr controlarse.
Normalmente la persona es consciente de
que se sale del surco más de lo deseable y la mayoría siente enormes ganas de
corregirse. El primer sorprendido ante sus incoherencias es el propio
neurótico, que no entiende de dónde le vienen esas manías, ni tampoco
encuentran la forma de modificar la angustia que las promueve. No están
chiflados, no deliran, no son enfermos, saben empatizar y tienen clara
conciencia de su estado, a diferencia de lo que sucede con los auténticos
locos.
TRATAMIENTO
DE LA NEUROSIS
En 1975 el psicólogo Seligman (padre
de la psicología positiva) publica su libro Indefensión en
el que relaciona las bases de los ataques neuróticos con la forma en que las
personas en pleno bajón verbalizan sus experiencias. Las caídas de ánimo o los
exabruptos, según los estudios de Seligman, guardan un paralelismo con la desmesura de creencias y
expectativas utópicas que resultan casi imposibles de
alcanzar.
De modo que en la terapia psicológica
cognitivo-conductual puede la persona encontrar un gran
remedio. Para bien propio y de todos aquellos que conviven y trabajan con ella.