MARCELO R. CEBERIO |
La Mente es Maravillosa | 29/07/2020
Emociones y
sentimientos parecen ir siempre de la mano, ¿pero realmente es así? ¿Qué
matices solemos dejar por fuera al pensar en ellos?
La relación entre emociones
y sentimientos ha sido estudiada en muchas ocasiones y por ello hoy en día se
ha podido realizar todo tipo de contrastes de ideas. Lo más interesante es que
esta relación siempre termina con una coma, no con punto final, pues aún queda
mucho por descubrir.
Tanto emociones como sentimientos se sistematizan en
el tiempo y le otorgan una identidad emocional a cada persona. Cuando un problema
persiste en la vida de una persona, además de la automatización de procesos de
pensamiento, el mundo emocional emergente constituye un patrón que se
sistematiza y tiende a formar parte de un estilo de personalidad.
Ese tono emocional que
caracteriza a la persona, se sistematiza en relaciones y formas de interacción.
También se imprime en el rostro y los gestos estereotipados y posee un
correlato neuroquímico.
Esas actitudes emocionales producen funciones en los
sistemas. Así, a
alguien que es chistoso y dicharachero, el día que aparece serio y reflexivo,
su entorno lo cuestionará suponiendo que algo le está sucediendo. De igual
modo, alguien que siempre se presenta malhumorado, el día que esboza una
sonrisa, causa asombro en su entorno.
Todo esto quiere decir que el tinte emocional que presentamos a los demás genera funciones en nuestros sistemas de interacción.
El sentimiento
es una demostración de conciencia
Antonio
Damasio señala que un sentimiento es la percepción de un determinado
estado del cuerpo junto con la percepción de un determinado modo de pensar.
También afirma
que para tener sentimientos se requiere de un sistema nervioso que sea capaz de
cartografiar –es decir, realizar un mapeo– de los estados corporales en
patrones neurales y transformarlos en representaciones mentales. En
concreto: las representaciones mentales requieren de conciencia.
El cerebro humano es el que
genera los mismos estados corporales que luego son evocados frente a los
diversos objetos. También construye el estado corporal emocional concreto para
generar el sentimiento correspondiente.
Si bien la
relación entre sentimiento y conciencia no es directa ni sencilla, parece
difícil sentir sin tener conciencia de ello.
Cuando
sentimos, nos percibimos como YO
Sentimos porque existen patrones de actividad en regiones del cerebro que sienten el cuerpo, regiones que por ello, por sentir el cuerpo, permiten que nos sintamos y comencemos a percibirnos como YO. Sin cuerpo, no habría YO, tampoco conciencia, ni emociones ni sentimientos.
Richard
Lazarus, sugiere subordinar los sentimientos en el marco de las emociones,
puesto que entiende que estas son más abarcativas. Por ende, define el
sentimiento como el componente subjetivo o cognitivo de las emociones, es
decir la experiencia subjetiva de estas.
Según Lazarus, cuando
tomamos conciencia de las sensaciones (o alteraciones) del cuerpo al recibir
ese estímulo, la emoción se convierte en sentimiento. Es decir, en el momento
que notamos que el organismo sufre una alteración –y somos conscientes de ello–
ponemos nombre a lo que estamos sintiendo (la emoción) con una etiqueta o sello
específico.
Aún así, los sentimientos
pueden persistir en ausencia de estímulos externos cuando son generados por
nosotros mismos.
El tiempo, un
factor clave de distinción
Una de las diferencias más marcadas entre emociones y sentimientos radica en el tiempo. Como decíamos al inicio, las emociones son abruptas; irrumpen, muchas de ellas, intempestivamente, como la ira, la sorpresa o el miedo. Son automáticas y aunque en algunos casos se pueden regular, no siempre tenemos conciencia de ellas cuando se detonan.
Mientras que los sentimientos se desarrollan en la interacción y resultan de mayor persistencia que las emociones, ya que se producen como resultado del vínculo y el vínculo no es una simple interacción sino que conlleva una relación no fortuita.
Las emociones son primitivas porque básicamente no involucran procesos cognitivos. Es decir, uno no piensa en emocionarse, sino que lo hace directa y súbitamente. En cambio, los sentimientos sí se asocian a elementos de pensamiento y se instauran a través de tiempo.
Damasio señala que, evolutivamente, las emociones son más primitivas que los sentimientos puesto que los mecanismos cerebrales que fundamentan las reacciones emocionales se formaron antes que los que sostienen a los sentimientos.
Las emociones
básicas cumplen una función en los sistemas: aseguran la
supervivencia y colaboran con el organismo en pos de su defensa en el intento de asegurar
la vida. En síntesis, son reguladoras de la función vital y facilitan las
relaciones sociales y la estabilidad.
Describe dos emociones
básicas como la alegría y la tristeza que rigen la autorregulación vital.
Ciertos mapas configurados de una determinada manera son la base del estado
mental que denominamos alegría, diversión, placer, motivación, entre otros, son
la base por antagonismo para el estado mental que denominamos tristeza o pena,
angustia, o dolor.
El mandato
biológico de sobrevivir
Los mapas asociados a la alegría o la felicidad
implican bienestar y son más relevantes para la supervivencia porque son sucedáneos
de otras emociones. Además, significan estados de equilibrio para el organismo.
Estos estados de alegría son motivadores, y permiten el desarrollo social y una
mayor capacidad para actuar. Por ello, alguien que sintió miedo y superó una
situación difícil, se siente feliz.
En cambio, los mapas
relacionados con la tristeza corresponden a desequilibrios funcionales del
organismo y pueden resultar invalidantes. En el caso del dolor, los síntomas de
enfermedad indican un desequilibrio de las funciones vitales que, de no
resolverse, es de mal pronóstico: la situación puede evolucionar hacia la
enfermedad y la muerte.
Los
sentimientos pueden ser sensores mentales del interior del organismo,
expresiones mentales de equilibrio o desequilibrio interno, como indica Antonio
Damasio.
Implícitamente, el
mandato biológico consiste en sobrevivir y hacer de la experiencia
de supervivencia una situación
placentera en lugar de la dolorosa. La condición de regulación de la vida se
expresa en forma de afectos (alegría-tristeza) y la felicidad como bien
consiste en librarse de las emociones negativas. Con este objetivo de
sobrevivir, a lo largo de la evolución se desarrolló un mecanismo que permite
reaccionar y decidir de inmediato para actuar rápidamente.
En esas situaciones no hay tiempo suficiente para
planear o pensar conscientemente y luego decidir. Exigen una reacción
“automática-lista”. El tiempo que el pensamiento racional requiere para
analizar las posibilidades de actuación, en muchos casos disminuye la
probabilidad de supervivencia, puesto que reduce la posibilidad de decidir y
actuar rápidamente.
Siempre hay
excepciones
Frente a una situación inesperada de peligro inminente
es la amígdala
cerebral la que reacciona. Esto es porque es
nuestra alarma personal. Ante el peligro, dialoga con la memoria (el hipocampo)
al rescate de información y la analiza con el prefrontal (que es el centro del
análisis racional y lógico), entre otras funciones. Este proceso se produce
para protegernos y hasta nos puede salvar la vida.
Pero Joseph LeDoux descubre un circuito
que consiste en un atajo de la amígdala en estas situaciones que obvia el
diálogo con los otros interlocutores y gana segundos y milisegundos en la
reacción, y eso en situaciones extremas es importante.
Es la viejecita que está en
el banco y cuando entran ladrones, ella le golpea con su cartera al arma de uno
de ellos y así la policía entra en acción y los reduce rápidamente, evitando
así el robo. Luego, la heroína no entiende que sucedió y confusa dice: ¡¡¿Qué
paso, qué paso?!! En este tipo de proceso, no hay consciencia.
LeDoux describe el circuito rápido amigdalino a partir de la situación peligrosa y habla de disparadores emocionales, que posibilitan la detección y reacción apropiadas.
Por su parte, Ekman dice que existe un banco de datos de alerta emocional que se acciona por medio de una red neuronal en los grupos humanos en todas las culturas. El cuerpo manifiesta de manera diferente cada una de las emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco) por medio de indicadores musculares específicos y distintos para cada tipo de emoción básica.
Disparadores y
alertas emocionales
Como
comentábamos anteriormente, la relación entre emociones, conciencia y
sentimientos no es sencilla. Sin embargo, gracias a las distintas
investigaciones hemos podido realizar contrastes de ideas muy interesantes.
Ahora bien, hay que tener claro siempre dos cosas:
·
El cerebro monitorea continuamente los cambios en el
cuerpo.
·
El cuerpo siente la emoción al mismo tiempo que la
experimenta.
En conclusión, los
seres humanos poseemos un complejo repertorio de mecanismos de regulación para
la supervivencia, que pueden clasificarse como automáticos o no automáticos. Los
primeros incluyen a las emociones y los sentimientos que originan, y son el
fundamento de un repertorio de conductas orientadas a la supervivencia: éticas,
compasivas, colaborativas, etc.
Dentro de los mecanismos no
automáticos tendría que ser posible incluir a ciertas instituciones humanas
cuyas normas y afirmaciones deberían ser extensiones de los modos de regulación
vital y de las estrategias de autorregulación y autopreservación: escuelas,
instituciones científicas, lugares de trabajo, de esparcimiento, familias, etc.
El problema es
que, con frecuencia, los dispositivos no automáticos parecen entrar en
conflicto con los automáticos. Así, vivimos en instituciones sociales
regidas por mecanismos de competencia, lucha, agresión, poder, miedo, no
cooperación, negación del otro, etc., que van en contra de nuestra base
emocional para la supervivencia: cooperación, asociación y amor… ¡Vaya
paradoja!