viernes, 27 de mayo de 2016

Psiquiatría, sí; pero crítica.

El presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría invita a una reflexión autocrítica y dice que los fármacos son un apoyo, no la solución.

MIKEL MUNARRIZ FERRANDIS | eL pAÍS | 21/02/2016

Como profesionales de la salud mental nos alegra enormemente que se debata acerca del papel de la psiquiatría, sus diferentes derivas, las modas diagnósticas o las influencias comerciales que innegablemente influyen en la prescripción. Ahora bien, al hilo del artículo que leíamos este fin de semana en EL PAÍS, nos surge un comentario. Creemos que es importante no enfocar la salud mental como un dilema psiquiatría sí/no o psicofármacos sí/no cuando la realidad clínica es harto más compleja. Al fin y al cabo si existe la antipsiquiatría es porque ninguna otra especialidad ha tenido que reunirse a votar si seguían considerando la homosexualidad como una enfermedad, como sí tuvimos que hacer nosotros. Son otros tiempos, pero lo primero para no repetir los errores del pasado es no olvidarlos. Y nuestra lista es muy larga.

La psiquiatría ha tenido una función opresora innegable, aunque también ha existido siempre un genuino esfuerzo por ayudar al que sufre y por intentar comprenderle. Pero no deja de ser llamativo que hayamos obtenido tan pocos resultados tras 50 años de tratamientos farmacológicos y psicológicos, de esfuerzos por encontrar las bases cerebrales de las enfermedades mentales, de búsqueda de diagnósticos fiables; todo ello aplicando concienzudamente la metodología basada en la evidencia. Algo se ha ganado, pero menos de lo que correspondería a tanto esfuerzo. Sin comprender lo que pasa, sin ser sensibles a los entornos familiares, sociales, económicos y políticos estaba cantado que ese esfuerzo iba a fallar. Los cerebros enferman, pero los desahucios no están en el cerebro; tampoco lo está la injusticia social, ni la vergüenza y el dolor que siente el que ha sufrido abusos sexuales.

También hemos visto aparecer efectos colaterales graves de los tratamientos en estos años. Hemos constatado que los mismos fármacos que alivian en un momento de intensa angustia también pueden arrasar la voluntad de una persona de modo que aunque no esté encerrada en un manicomio, lo parezca. Que por nombrar el malestar social con un diagnóstico y recetar un fármaco ¡o una psicoterapia! no sólo no se alivian sino que se pierden otras herramientas. Conflictos laborales que deberían resolver los sindicatos acaban en consultas de atención primaria/salud mental, resignificados en diagnósticos vagos y silenciados con Valium o coaching. Y así, podríamos enumerar cientos de ejemplos. El reduccionismo del modelo biomédico se critica en los primeros capítulos de cualquier manual de psiquiatría, pero hasta ahí llega la crítica. Quizá haya que perder el miedo a que la psiquiatría cambie su enfoque.

Modestamente, los que nos dedicamos a esto debemos reflexionar y ver qué caminos no vale la pena continuar y cuáles hay que abrir o reabrir. La psiquiatría tal y como la entendemos no nos ha dado las soluciones que nos prometió. ¿Tiene Whitaker la respuesta a todos los errores de la psiquiatría? Evidentemente no. Whitaker es un periodista que ha utilizado los datos y entrevistas de una forma divulgativa; que si bien no es muy rigurosa sí va en la línea de muchas otras investigaciones que sí lo son. Sería un error no escuchar lo que dice. Se ha dejado muchas cosas en el tintero (los determinantes sociales, las relaciones interpersonales, las experiencias traumáticas…) pero eso no quiere decir que su crítica no proceda.

¿Hacia dónde mirar ahora? ¿Qué pistas tenemos? Una muy clara es el respeto a los derechos humanos. Otra es deshacerse de los sesgos que han lastrado la investigación y la obtención de nuestro conocimiento. Hay que recuperar la curiosidad por los saberes profanos, por los saberes compartidos y por la escucha. Necesitamos una psiquiatría que no menosprecie el saber acumulado por la historia, la sociología, la antropología y tantas otras ramas del conocimiento, sólo por no hablar de moléculas. Puede que esas ramas comprendan mejor el sufrimiento humano que las concentraciones de serotonina en sangre.

Hemos de investigar, atender y tratar con miras amplias, pero también desde un modelo público y que garantice la equidad. Una crítica razonable al discurso de Whitaker es que pueda emplearse como argumento para descapitalizar la atención y abandonar a su suerte al que sufre. En un entorno como el estadounidense, donde figuras como Reagan utilizaron el discurso antiinstitucional para vaciar en una semana todos los psiquiátricos de California, es una alarma justificada. Pero en nuestro medio la situación es distinta. Hay que defender las redes de salud mental públicas, continuar humanizándolas, impidiendo que se conviertan en nuevos manicomios, y exigir que sostengan una investigación diferente y bien dotada.

Podemos criticar que se receten muchos antidepresivos, pero con lo que nos ahorremos hemos de organizar una sociedad que no se vea abocada a pedirlos; hemos de hacer algo para que el malestar no necesite vestirse de diagnóstico pero también para atajar las raíces de ese malestar.

Para que la población esté mentalmente sana no necesitamos toneladas de Valium (que lo utilizaremos, sí, pero sólo cuando sea imprescindible y como apoyo, no como solución). Necesitamos gastar el dinero en fomentar el asociacionismo juvenil, en un urbanismo solidario, en cuidar a los bebés y a sus padres, en darles acceso a toda la ayuda que necesiten, con y sin diagnósticos. Necesitamos redes sólidas de vivienda y en empleo. Es preciso invertir. ¡E incluso! evaluar los resultados.

Y dentro de otros 50 años volver a aceptar que eso está bien, pero si no hemos conseguido una sociedad mejor, estaremos todavía nadando contracorriente. Eso es lo que pensamos cuando escuchamos que “la psiquiatría no sirve de nada”. Que los profesionales de la salud mental somos como unas estaciones de bombeo que vuelven a poner en la corriente y en mejores condiciones a los que la misma corriente arrastra. Pero no conseguimos evitar que la corriente siga su curso.

Mikel Munarriz Ferrandis. Presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría- Profesionales de la Salud Mental.


Psiquiatría, sí, pero ¿cómo?.

El debate en torno al uso de los psicofármacos recorre el mundo de la psiquiatría.

JOSEBA ELOLA | El País | 21/02/2016

La publicación de una entrevista al periodista de investigación Robert Whitaker en las páginas del suplemento Ideas hace dos semanas ha reabierto varios debates que recorren el mundo de la psiquiatría. ¿Se han apoyado demasiado los profesionales de esta disciplina en la prescripción de psicofármacos en los últimos años? ¿Debería la asistencia a personas con desequilibrios mentales ser complementada con el conocimiento y el trabajo que se desarrolla en otros terrenos para ser más eficaz? ¿Hay que avanzar en la reflexión sobre los derechos de los pacientes?.

“La psiquiatría está en crisis”, decía Whitaker, en la entrevista publicada el pasado 17 de febrero. En ella, el periodista norteamericano, finalista en el Premio Pulitzer al Servicio Público por sus artículos de investigación en elBoston Globe, sostenía que esta disciplina ha difundido una historia falsa diciendo que la esquizofrenia y la depresión tienen una causa biológica y que el problema se podía curar con psicofármacos. Invitaba a una reflexión sobre esta cuestión a la luz del aumento del número de enfermos y de la duración de los tratamientos (matizando que hay pacientes para los que la medicación es necesaria y eficaz).
El debate está vivo y las cartas enviadas al suplemento Ideas se pueden leer al final de esta noticia.

La respuesta no tardó en llegar. Y se publicó también en este suplemento, el pasado 14 de febrero. Miguel Gutiérrez Fraile, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco, cargaba contra la entrevista publicada y reivindicaba el papel desempeñado por los psicofármacos para dignificar la vida de los pacientes con trastornos graves, antes recluidos en sanatorios. Defendía que el uso de fármacos ha aumentado como en otras disciplinas médicas y que el aumento bruto de trastornos mentales en los últimos 40 años con toda probabilidad no es distinto porcentualmente al del de, por ejemplo, el cáncer de páncreas.

Pues bien, esta semana, llegaban a la redacción del suplemento Ideas tres nuevas cartas: dos de ellas, contestando la visión transmitida por Gutiérrez Fraile y una tercera centrada en pedir que se piense en los enfermos. Mikel Munarriz Ferrandis, presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, celebra que se haya abierto el debate y aboga por la autocrítica. Sostiene que los psicofármacos son imprescindibles como apoyo, pero que no son la solución y asume que resulta llamativo que se hayan obtenido tan pocos resultados en los últimos 50 años de tratamientos farmacológicos y psicológicos. Invita, por tanto, a que la psiquiatría pierda el miedo a nuevos enfoques y se abra a los saberes de otras ramas del conocimiento.

En esta idea incide la carta enviada por Nel A. González Zapico, presidente de la Confederación Salud Mental España, que también celebra que se produzca el debate. Esta organización que agrupa a 300 entidades y asociaciones de personas con trastorno mental y familiares aboga por abordar reformas estructurales en la asistencia a los enfermos con una intervención, coordinada y en igualdad de condiciones, de profesionales de distintas disciplinas (psiquiatría, psicología, enfermería, trabajo y educación social, terapia ocupacional, integración laboral) .

Por su parte, Manuel Desviat, psiquiatra que ha sido presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, insiste en la idea de que los psicofármacos son herramientas auxiliares, muchas veces útiles, como pueden ser los análisis clínicos, pero que no son la esencia de la atención a los enfermos. Y cierra su carta criticando la excesiva presencia de los laboratorios farmacéuticos en la formación de los profesionales.