DANIEL MEDIAVILLA | El
País |
16/04/2019
La depresión es un problema de salud
descomunal y desde hace muchos años los médicos que la tratan no contaban con
fármacos nuevos para combatirla. Hasta el pasado mes de marzo. Entonces, se aprobó en EE UU la
esketamina, que la farmacéutica Janssen venderá con el nombre de Spravato. “Va a
cambiar el paradigma del tratamiento de la depresión, es muy distinto a lo que
tenemos ahora”, afirma Víctor Pérez Sola, director del Instituto de
Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar, en Barcelona. Hasta ahora,
“cuando dabas un fármaco, tenías que esperar seis u ocho semanas para saber si
iba a mejorar, y estamos hablando de pacientes que tienen un gran riesgo de
suicidio”, añade. Con la esketamina, a las tres horas de tomarlo están mucho
mejor, y aunque no es una solución perfecta, esto para un psiquiatra que tiene
que esperar mucho para ver esos efectos es muy importante”, continúa.
El nuevo producto, que se administra a
través de un inhalador, se venderá en EE UU por un precio de entre 590 y 885
dólares por sesión, algo que llevaría el coste del tratamiento del primer mes
por encima de los 4.700 dólares. Como explica Pérez Sola, “la esketamina es
igual que la ketamina, es un isómero. La ketamina es muy barata, cuesta medio
euro la ampolla, pero no ofrecía la posibilidad de tener una patente y
rentabilizar las grandes inversiones que requieren los ensayos clínicos para
llevar un nuevo fármaco al mercado”, concluye. Nosotros utilizamos ya ketamina
en pacientes que no responden a otros tratamientos y están muy mal, que tienen
grave riesgo de suicidio. Antes de darles electroshock les ofrecemos la
ketamina”, explica. En EE UU, una estimación publicada por STAT calculaba que
el precio de la esketamina debería descender un 25% para que el fármaco fuese
coste efectivo.
El responsable del desarrollo de Spravato
es Husseini Manji, Director Terapéutico Global para Neurociencia de la sección
de Investigación y Desarrollo de Janssen. Hace unos días, en una visita a
Valencia para hablar sobre el futuro del desarrollo de fármacos en
neurociencias, Manji habló del potencial de su producto. “Obviamente, soy
parcial, pero afrontar este problema era una necesidad enorme sin cubrir. En EE
UU solo hay dos formas de cáncer que causan más muertes que el suicidio”,
señaló.
Manji explicaba que el origen de este
nuevo fármaco se encontró en su intento para comprender cómo funciona el
cerebro cuando lo hace correctamente y cuáles son las diferencias con uno que
no hace lo que debe. “Yo estuve durante quince años en los NIH (los Institutos
Nacionales de Salud, el gran financiador público de la investigación biomédica
en EE UU) investigando la plasticidad sináptica, cómo refuerzas o debilitas tu
flujo de información, y cómo se relaciona esa plasticidad con la depresión”,
cuenta. Observaron que la ketamina podía bloquear un receptor que actuaba sobre
la plasticidad sináptica y vieron que en dos horas empiezan a mejorar y que en
24 horas el 70% respondía, incluso aquellos con los que no habían funcionado
tratamientos anteriores.
“Uno de los efectos interesantes que
vimos es que estas vías de plasticidad, cuando se encienden, incluso cuando el
fármaco ya ha desaparecido, siguen encendidas durante un tiempo. Así que
pudimos demostrar que una vez que consigues que la gente mejore, puedes darles
una dosis cada dos semanas, aunque el fármaco permanece en el cuerpo solo dos
horas. Entre otras cosas, esto puede ayudar a reducir rápidamente los
pensamientos suicidas en personas que los tienen”, explica Manji.
Sobre el futuro de las enfermedades del
cerebro, Manji cree que tendrán relevancia los sensores asociados a nuestros
smartphones y otros dispositivos. “Podremos tener lecturas en tiempo real de la
actividad de las personas, de su habla, de cómo se relacionan con otros. Y nos
planteamos si podremos utilizar esta tecnología para predecir cuándo va a
empeorar alguien, si va a empeorar su depresión o va a aumentar su riesgo de
suicidio. Si puedes predecirlo, quizá puedas hacer algo al respecto. Aunque
está claro que tendremos que ser muy cuidadosos con las cuestiones de
privacidad y de propiedad de los datos”.
También tendrá
interés la obtención de biomarcadores que definan con precisión la enfermedad
que sufre cada paciente y poder tratarla mejor. “Ahora no podría hacerte un
test para decir si eres bipolar o esquizofrénico. Puedo tomar a 50 bipolares y
50 esquizofrénicos y clasificarlos, pero eso no significa que pueda distinguir
individualmente”.
Por último, Manji señala las promesas
del área neuroinmune, la relación entre la salud mental, los procesos de
inflamación o los ecosistemas bacterianos que habitan nuestro interior. “Una
de las cosas que hemos visto en pacientes deprimidos desde hace treinta años es
que tienen más enfermedades cardiacas, más diabetes, más osteoporosis.
Y tienen más aunque hagan ejercicio o dieta, así que es algo biológico. Se
empezó a medir la función inmune y se vio que en personas deprimidas es más
elevada que en personas sanas”. En personas con hepatitis a las que se trata
con interferones, un tipo de proteínas que regulan el sistema inmune, el 30% se
deprimen. “El interferón causa la depresión”, dice Manji. Efectos similares se
están estudiando en la relación entre las bacterias del intestino y los
mensajes químicos que envían al cerebro, abriendo la posibilidad a mejorar el
estado mental sustituyendo un microbioma pobre por uno
saludable.