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Jiménez, psicóloga y educadora certificada en todas las
áreas de la Disciplina Positiva, explica que lo ideal es un equilibrio entre la
firmeza y la amabilidad
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Según la experta, todos necesitamos sentirnos dentro de
unos límites y los hijos, desde pequeños, necesitan normas para tener orden y
estructura
Poner límites a
los hijos resulta una ardua tarea. Si a eso sumamos que se encuentren en la
adolescencia, más todavía. Pretender que los hijos, que están en un momento
de descubrimiento y necesidad de actuar por su cuenta,
se abran a la hora de comunicar y se sientan cómodos,
puede suponer con frecuencia, sentir inseguridad por
cómo proceder y a la vez, no lograr discernir el punto medio entre el ser
demasiado blandos o permisivos o, todo lo contrario, duros o
autoritarios.
No debe impedirse
la autonomía de los hijos, sino dejar lugar a la equivocación y
posterior resolución. La también docente, fundadora de Infancia en
Positivo y autora de 'Infancia en positivo. “Guía
definitiva para padres y madres en la educación de sus hijos” (Ediciones
Toromítico) y Adolescentes. “ Aprende a descifrar su código”, afirma que es
importante inculcar a los hijos valores y normas y dialogar con
ellos para que los jóvenes no se conviertan en chicos déspotas o
con poca capacidad de actuación por sí mismos.
¿Hay que ser más
permisivo o más autoritarios con los hijos adolescentes? ¿Puede haber un
equilibrio?
Dar a elegir a los padres
entre ser permisivo o autoritario es como decirle a una
persona que elija entre inhalar o exhalar; no se puede. Lo
ideal es coger aire y, también, soltarlo. Lo mismo con la autoridad y la
permisividad. Si somos autoritarios y caemos en el autoritarismo,
estaremos provocando que los niños quieran rebelarse en algún momento o quizá
convertiremos a los niños en demasiado dependientes de la autoridad, sin poca
capacidad para tomar decisiones. Por el contrario, si somos demasiado
permisivos, estaremos criando niños déspotas que pensarán que tienen derecho a
todo y que no están sujetos ni a normas, ni a límites porque son merecedores de
todo lo que reciben. Con lo cual, ni permisividad ni
autoritarismo son extremos adecuados para educar. Lo ideal es un equilibrio entre
la firmeza y la amabilidad.
Más
influencia y menos control
¿Es bueno dejar que los
adolescentes tomen decisiones y cometan errores?
No sólo es bueno, sino
que es muy necesario si queremos que acaben siendo adultos
responsables. Entonces, tienen que empezar a entrenar en
la adolescencia. Además, en esa época se producen varios procesos, entre ellos
el proceso de acción e individualización, es decir, necesitan formarse
como personas que serán adultos y necesitan separarse de sus
figuras de referencia. El sentir que son diferentes y únicos
los llevará a tomar determinaciones que, en la mayoría de los casos, van en
contra de las consideraciones de los adultos. Pero, el joven se sentirá mejor y
más realizado fallando
con una decisión que él mismo tomó que acertando con una que sus progenitores
le han impuesto. Por lo tanto, hemos de permanecer a su lado para influirles,
sabiendo que, en ocasiones, han de seleccionar por sí mismos y aceptar
las consecuencias. Sin embargo, esto no significa dejarlos
solos cuando estas últimas pudiesen resultar irreparables o que atenten contra
su salud física, emocional o psíquica.
¿Por qué poner límites en
los adolescentes es tan importante? ¿Cómo se hace?
Poner límites a un niño
es como poner paredes a una casa o poner reposabrazos a un sofá. Todos
necesitamos sentirnos contenidos. Los límites y las normas dan a los
niños estructura y desde que son pequeños necesitan ese
orden, necesitan saber qué ocurre antes y qué sucederá después para poder
predecir los cambios y empezar a hacer inferencias. Es una manera de
desarrollar las funciones ejecutivas. Los límites
que ponemos como padres ha de hacerse de un modo en el que se encaje con
los hijos porque muchas veces se hace desde la imposición y
entonces, y sobre todo en la etapa adolescente, los hijos se muestran disconformes.
Para poner límites a los
hijos, los padres deben crear una buena relación con ellos
desterrando el control, porque en la adolescencia no se les debe controlar.
Además, han de cambiar el mando o la dominación por la influencia y
esta se consigue pasando al asiento del copiloto. Es como si fueras la torre de
control del aeropuerto que guía al avión, pero sin salir corriendo detrás de
él.
Ponerse
en el lugar de los hijos
¿Hasta qué punto ser
flexibles?
No sólo pueden ser
flexibles, sino que deben serlo. No existe otra manera. Cuando los niños son
pequeños y venimos de un estilo educativo muy rígido, en la
adolescencia comprobaremos que eso ya no sirve. De pequeños pueden funcionar
ciertas amenazas o chantajes como 'si no te acabas el bocadillo, nos vamos para
casa '. No obstante, llegados a la adolescencia si los padres dicen a los hijos
que no aprobar un examen puede suponerles quedarse sin móvil un tiempo,
probablemente les dé igual. Por este motivo, es preciso ser
flexibles y trasmitirles el conveniente modo de ser y
comportarse en la vida. Hoy en día se valora mucho la capacidad de resiliencia y
cómo uno se recupera de situaciones adversas.
¿Cómo tener una relación
saludable con un hijo sin convertirse en su amigo?
Recordando que el papel de los
padres no es fácil que nada tiene que ver con el rol
de amigo. Si uno ocupa el lugar que no le corresponde, el hijo
quedará desprovisto de una figura esencial de referencia. Los hijos necesitan
proveerse de la función paterna y de la materna,
necesitan tener a alguien en quien fijarse y llegados a la adolescencia alguien
con quien probarse y con el que verificar todo lo aprendido. No hay que
olvidar, que la relación saludable con un hijo adolescente parte de una
correcta conexión y empatía. Los amigos aportarán
a los jóvenes el sentimiento de pertenencia, de igualdad y
seguridad. Padres, no olvidéis lo que todos hemos necesitado y demandado cuando
nos encontrábamos en esas edades.