domingo, 1 de marzo de 2020

Se busca empleado de hierro, hundirse ante las adversidades no está permitido

EPARQUIO DELGADO   |   El País   |   20/10/2019

Resiliencia. Un término en boca de empresas, educadores y psicólogos que plantea una pregunta radical. ¿Es posible ver el vaso medio lleno cuando está hecho añicos?.

Nada más acabar la licenciatura de Psicología, una profesora de la universidad me propuso participar en un proyecto de investigación sobre la “resiliencia psicológica”, de la que apenas había oído hablar por aquel entonces. Se trataba de descubrir qué hace que algunas personas se sobrepongan a las adversidades mejor que otras. Me explicó que, en lugar de enfocarse en las vulnerabilidades, trataban de averiguar cuáles son las fortalezas que hacen a algunas personas inmunes al impacto de la pobreza extrema, la guerra, el maltrato infantil y otras situaciones estresantes.

Para mi sorpresa, y a pesar de que estábamos en una universidad pública, mi profesora no ocultaba que el objetivo principal era crear un programa de resiliencia dirigido a empresas, instituciones educativas, ejércitos y otros organismos que contara con cierto aval científico.
En 2003, yo no sabía casi nada de psicología, pero aquello me recordaba bastante a los experimentos del malvado Romulus con Lobezno, ese personaje casi inmortal de la factoría Marvel con el esqueleto recubierto de un metal irrompible llamado adamantium, la capacidad de regenerar heridas mortales y el poder de bloquear en su mente acontecimientos traumáticos. Me estaba proponiendo participar en un plan para crear superhumanos.

La resiliencia se parece bastante a un cuadro de Monet. De lejos fascina, pero al acercarte se desdibuja y se convierte en una amalgama de trazos inconexos. La mayoría de las definiciones aportadas hasta el momento hablan, de una u otra manera, de un afrontamiento positivo en respuesta a la adversidad, lo que no hace más que desplazar el problema (¿A qué llamamos “afrontamiento positivo”? ¿Qué es objetivamente una “adversidad”?). No está claro si se trata de una capacidad, una competencia o una habilidad.
Si se refiere a un proceso o a un resultado. Si se trata de un fenómeno estable o cambiante en el tiempo, o si debe ser abordada como un rasgo o como un fenómeno interactivo. Todo el mundo habla de resiliencia, pero nadie consigue identificarla con rigor.

Eso no ha sido un impedimento para poner en marcha el negocio. Al fin y al cabo, la investigación sobre la resiliencia no busca ampliar nuestro conocimiento sobre el comportamiento humano, sino vender a empresas e instituciones públicas y privadas sus programas de intervención. Así lo dejaron claro tanto mi profesora como Martin Seligman, padre de la psicología positiva, cuando afirmó: “Hemos aprendido no solo a distinguir a aquellas personas que crecerán después de un fracaso, de aquellos que se quebrarán, sino también a enseñar a las personas a desarrollar las habilidades necesarias para que sean de los primeros”.

La cuestionada investigación sobre este tema busca distinguir a las personas que crecen después de un fracaso.

No en vano, el propio Seligman recibió 145 millones de dólares en 2008 para implementar el llamado Comprehensive Soldier Fitness (CSF) en el Ejército estadounidense. En su obra Happycracia, Edgar Cabanas y Eva Illouz hablan de los “resultados fabulosos” que se obtenían con el programa: mayor concentración y habilidad de los soldados en combate, mejor recuperación tras experiencias traumáticas sobre el terreno. A pesar de todo, su proclamado éxito no impidió las críticas a algunos aspectos éticos de la intervención, y sus profundas deficiencias metodológicas hicieron dudar muy seriamente de los resultados presentados por sus promotores.

Esta manera de considerar la resiliencia ha sido cuestionada desde muchos frentes. Autores como Marc T. Braverman y Suniya S. Luthar denunciaron el abuso del término “niño resiliente” por parte de los políticos y la población, haciendo creer que se podría crear a niños inmunes contra todo y resaltando el riesgo de olvidar que en muchos casos la causa de los problemas son los factores ambientales. A pesar de que la investigación sobre la resiliencia ha insistido en el papel de los vínculos familiares, el apoyo social, los cuidados y el ambiente del individuo como factores de protección ante las adversidades, las intervenciones se han centrado principalmente en promover características individuales como la flexibilidad, la autoestima, la perseverancia y las estrategias de solución de problemas. La propia Asociación Americana de Psicología nos anima a “cultivar una visión positiva de nosotros mismos” y a no perder la esperanza para construir resiliencia. Hay que ver el vaso medio lleno aunque esté hecho añicos en el suelo.

En línea con la ética empresarial que preside nuestras vidas, donde los premios son para los supervivientes y las crisis se convierten en oportunidades, romperse ante las adversidades es el indicador de que no hemos desarrollado un adecuado nivel de resiliencia. No es de extrañar que Google y American Express hayan apostado por crear empleados más resilientes y ya estamos viendo cómo se ponen en marcha estas propuestas en las escuelas. Quieren crear un ejército de invulnerables y no escatiman en recursos, pero
olvidan un pequeño detalle: Lobezno no era humano.

Claustrofobia o el temor de quedarse encerrado.

                         
Escrito por: DR. PABLO IGLESIAS RODRÍGUEZ   |   TOPDOCTORS   |   21/02/2020

Editado por: ALICIA ARÉVALO

La claustrofobia es una fobia específica que consiste en un miedo irracional a estar en una habitación pequeña cerrada o poco iluminada. La sensación del paciente es de estar enclaustrado con miedo a no poder salir, sienten un miedo incontrolable a no poder abandonar el lugar, a que le falte el aire, a que se acabe el oxígeno y por consiguiente a poder fallecer.
 
Este miedo produce conductas evitativas, es decir, el paciente evita ir a lugares en los que él crea que pueda tener estas sensaciones de pánico terror
Causas de la claustrofobia
La mayoría de las veces la claustrofobia se debe a que el paciente ha sufrido una experiencia muy desagradable en un espacio pequeño en el pasado, por ejemplo quedarse encerrado en un ascensor o quedarse encerrado en el aseo de un restaurante. Con el tiempo el paciente va desarrollando los síntomas de ansiedad limitativa.
 
Aunque también existen personas que padecen claustrofobia sin haber vivido este tipo de episodios tan desagradables. Hay pacientes que desarrollan esta patología sólo con la visión de un hecho o escuchar una situación, por norma general son personas muy sensibles o fácilmente aprensivas.
 
Los especialistas en Psicología destacan que estas personas cuando están en un lugar son incapaces de hacer una valoración real y objetiva del tamaño de la habitación o del espacio o lugar. 
Consecuencias de la claustrofobia
La claustrofobia es una patología que puede interferir de manera importante en la vida cotidiana del paciente. Por ejemplo, les puede impedir acudir a sitios como discotecas o desempeñar una actividad laboral normal por trabajar en un edificio con oficinas reducidas. También puede afectarles  a la hora de realizar determinadas pruebas médicas muy importantes como la tomografía axial computarizada o una resonancia magnética, ya que tienen que permanecer bastante tiempo en un sitio cerrado.
Síntomas de la claustrofobia
Los síntomas de la claustrofobia son:
  • sudores
  • aceleración del pulso cardíaco
  • temblor generalizado
  • aturdimiento
  • sensación de inestabilidad
  • miedo intenso
  • náuseas mareo
  • terrores
  • sensación de falta de aire y de asfixia
Tratamiento de la claustrofobia
El tratamiento para la claustrofobia se realiza con la combinación de varios tipos de tratamiento:
  1. Tratamiento psicológico: está basado en la terapia cognitivo conductual realizando:
  • desensibilización progresiva
  • control de la ansiedad
  • reestructuración cognitiva
  • exposición de manera in situ guiada por un terapeuta para control de la ansiedad
  1. Tratamiento psicofarmacológico: en un principio puede ser con tranquilizantes para enfrentarse a la situación fóbica solamente de manera puntual, como sucede también en otras fobias como en la aviofobia (miedo a volar).
    Si la persona padece cuadros de ansiedad con frecuencia, es recomendable comenzar con un inhibidor de la recaptación de la serotonina.