ROXANA IBAÑEZ MACHADO | La Vanguardia | 21/08/2020
La colaboración de los peques en el hogar aporta unos
valores educativos que los padres no deberían despreciar
Limpiar la casa, hacer la cama,
tirar la basura, poner la ropa en la cesta… ¡las tareas de la casa siempre están a
la orden del día! Y a nadie le gustan, pero toca hacerlas, y sin excusas de
edad y mucho menos de sexo. Pero, además, repartir las tareas entre todos los
miembros de la familia aporta unos valores
educativos que los padres no deberían despreciar. ¿Por qué
es tan importante que los hijos colaboren en casa? ¿Qué tareas son aconsejables
según su edad?
Los niños que realizan tareas en casa terminan
convirtiéndose en adultos
exitosos en su vida profesional, apunta un estudio
realizado en la Universidad de Harvard y en el cual se basa el libro Cómo
criar un adulto, de Juie Lythcott-Haims, exdecana de la Universidad de
Stanford. Pero además es una manera ideal de contribuir a reducir la brecha de
género ya en edad temprana, porque la realidad es que la
desigualdad entre hombres y mujeres empieza muy pronto.
Hay múltiples razones para
ponerlos a colaborar
Los datos corroboran la discriminación
de género.
Una investigación del Centro de Estudios Demográficos de la Universitat
Autónoma de Barcelona (UAB) publicado en 2019 concluía que la
desigualdad es patente en la adolescencia, pues las niñas dedican
media hora más, de promedio, que los niños a las tareas domésticas. La
diferencia se va ensanchando con los años y aumenta quince minutos de media en
la franja de edad de 18 a 29.
A menudo tenemos
tendencia a pensar que los niños no deberían hacer nada en casa. Pero es fundamental que se impliquen en
las tareas del hogar porque les ayuda desde el punto de vista moral
o ético, en
el sentido de que es de justicia que cada uno se responsabilice de aquello que
le corresponde, señala Roger Ballescà, psicólogo infantil y coordinador del
Comité de Infancia y Adolescencia del Colegio Oficial de Psicología de
Catalunya (COPC).
También desde el punto de vista
práctico les ayuda a organizarse como personas mentalmente, y a afianzar el valor
de la responsabilidad. Pero sobre todo les hace más autónomos, agrega el
experto. “Aunque en nuestra sociedad hay cierta tendencia a la sobreprotección
– reflexiona Ballescà –, se debe tener en cuenta que cuando a un niño o a una
niña no se le deja hacer aquellas cosas para las cuales ya está preparado, lo
que hacemos es limitar sus propias capacidades y autonomía”.
Asimismo, cuando los hijos
colaboran con las tareas del hogar y ayudan a sus padres se ven como uno más
dentro del seno familiar, con sus tareas, obligaciones y responsabilidades,
como el resto de miembros de la casa, lo que favorece su autoestima y confianza,
comenta Laura Aguilera, psicóloga infantil y fundadora de la web
psicoayudainfantil.com.
Y hay más razones de peso para
hacerles participar de los trabajos domésticos, según Aguilera. Además de ser
autónomos y organizados, son capaces de incorporar nuevas rutinas, por lo que
se adaptan con más facilidad. “Fomenta su desarrollo motor ya que deben
trabajar la coordinación ojo-mano en las tareas, y ganarán en seguridad, ya
que se verán capaces de hacer sus quehaceres, lo que les prepara para verse
capaces de afrontar nuevas tareas en ámbitos distintos de su vida, como son los
estudios y la escuela, así como su adaptación social con sus compañeros y
amigos”, reflexiona Aguilera.
¡Hay una edad para empezar con
los quehaceres de la casa?
Ya sabemos que hay más de una
razón para implicar a los niños en los quehaceres del hogar. Pero, ¿a partir de
qué edad es aconsejable inculcarles este hábito? Los niños son capaces de hacer
ciertas cosas que tienen que ver con ellos desde que son bien pequeñitos; por
ejemplo, coger un pañal
y lanzarlo ellos mismos a la papelera, comenta el experto
del COPC. “Y hay que aprovecharnos de eso –aconseja Ballescà–, porque si les
acostumbramos desde temprana edad, lo viven como una tarea incorporada y muy asumida para
ellos, y les cuesta mucho menos, porque lo han incorporado como una rutina o un
hábito”.
Si empezamos a pedirles que hagan cosas en casa a una edad más avanzada
puede que cueste más, agrega Roger Ballescà, quién además insiste en que el
peor momento para empezar a enseñar estas tareas es la adolescencia. Porque si
a algo le tiene alergia el adolescente es a sentirse obligado o forzado por el
adulto a hacer determinadas cosas. Pero si desde pequeños han interiorizado las
tareas del hogar como algo habitual, a esa edad probablemente no sea tan
difícil, matiza.
Tanto en los pequeños como en los adolescentes lo más prudente es seguir el ritmo evolutivo de cada niño,
puntualiza el psicólogo. Y la clave para implicarlos está en la perseverancia,
la firmeza y el cariño de los padres. Se puede ser cariñoso con los
peques pero al mismo
tiempo firmes. Una cosa no está reñida con la otra, añade.
También es importante tener claro que si no cumplen con una de sus
responsabilidades a quien le debería generar un problema es a ellos, no a los
que están a su alrededor. Por ejemplo, si un adolescente no lleva la ropa a
lavar debería quedarse sin ropa limpia hasta el momento que eso le cause el
suficiente problema como para que empiece a moverse y aprenda una cierta
lección de ello. Pero si los padres convierten su problema en el de ellos,
entonces va ser muy complicado que se muevan, advierte el experto.
Errores que los padres deben evitar
Pero también es cierto que hay ciertas actitudes o errores que los
padres deben evitar a la hora de designarles ciertas tareas. Ballescà enumera
algunos. El primero es pensar
que es una elección del niño o la niña. Según el experto, se
debe dejar claro que es una responsabilidad suya que, si no la cumple, tendrá
consecuencias para él o ella.
Otro fallo sería exigirle
por debajo o por encima de sus capacidades, de lo que
puede hacer el niño en cada momento evolutivo.
Un tercer error, y garrafal a juicio del especialista, sería repartir las tareas dividiéndolas por su
género, “porque además de generar una serie de estereotipos que
son absurdos en la época en la que estamos es muy contraproducente para su
desarrollo”, puntualiza.
Además, cuando los niños no cumplen con ciertas responsabilidades, los
padres deberán evitar hacerlas en su lugar. Por ejemplo, cuando el niño o la
niña no ordena su habitación y nos pasamos el día persiguiéndoles para que lo
hagan o acabamos haciéndolo nosotros. ¡Error! Porque el que no está cumpliendo
la norma es el pequeño, y es quién debería salir perjudicado de esa situación.
No es un castigo, es que la vida funciona de esta manera. Tenemos una serie de
responsabilidades y después de nuestro trabajo o desempeño nos retornan una serie
de beneficios; esto es así para todas las personas, dice Roger Ballescà.
Más errores frecuentes: perdonar
las tareas domésticas cuando los hijos están estudiando. “Igual
que los adultos tenemos nuestro trabajo y a la vez nuestras obligaciones
domésticas, los niños y los adolescentes deben tenerlas”, opina Ballescà, quien
concede algunas contadas excepciones. “A veces los adultos nos liberamos de
esas tareas cuando vamos sobrecargados, pero una cosa es una excepción, y la
otra es que se convierta en una norma: niños y adolescentes deben incorporar
dentro de sus rutinas diarias el hecho de cuidar de sus propias cosas y
colaborar en las tareas familiares”, argumenta el psicólogo infantil.
Qué tarea aplicar según la edad
No se trata de promover el trabajo infantil o de poner toda la carga en
los niños, sino de ver las responsabilidades que pueden ir asumiéndose en
función de la edad y la evolución de cada pequeño. Además, siempre hay que
tener presente que los niños necesitan su tiempo para jugar, y este debe
respetarse, por lo que las
tareas domésticas deberán ser equilibradas y permitir que
el hijo tenga tiempo para él o ella, para disfrutar o hacer sus actividades
extraescolares, puntualiza la psicóloga infantil Laura Aguilera.
Para discernir qué tareas y en qué edades, Aguilera ofrece algunos
ejemplos:
Ø 2-3 años. Comer solo, ordenar sus juguetes, tirar
cosas a la basura, recoger su ropa y regar las plantas.
Ø 4-5 años. Asearse y vestirse solo, poner y quitar
la mesa cuando sea la hora de comer, pueden ayudar a fregar los platos pero
siempre con supervisión, ordenar sus juguetes y darle de comer a la mascota si
tienen, lo que implica cuidarse no solo a si mismo, sino la responsabilidad de
cuidar a otro.
Ø 6-7 años. Hacer su cama, ordenar sus juguetes,
preparar la mochila del colegio, organizar su escritorio y zona de estudio,
barrer o pasar la aspiradora, y quitar el polvo de los muebles.
Ø 8-9 años. Barrer el suelo, ordenar sus juguetes,
cuidar de su mascota, limpiar el polvo de los muebles, bañarse solo, escoger y
preparar su ropa, usar el lavavajillas, preparar el desayuno y cocinar platos
sencillos.
Ø 10-11 años. Limpiar su habitación,
ordenar sus juegos, sacar de paseo a su mascota, sacar la basura, tender la
ropa y cuidar de un hermano menor si tiene.
Ø Mayores de 12 años. Sacar la
basura, limpiar los platos, coser un botón, hacer pequeñas compras y cuidar del
jardín.
Niños que se resisten a las tareas del hogar… ¿qué hacer?
Claro que hay niños a los que les
cuesta ayudar, que se resisten a hacer las tareas. Tampoco
se puede pretender que los hijos obedezcan a la primera. Cuando el niño no sea
precisamente colaborador a la hora de hacer las tareas del hogar, se
deben buscar refuerzos
positivos para que encuentre motivos para serlo, comenta
Laura Aguilera. “Cuando empiece a ayudar irá viendo por sí mismo las ventajas
de cooperar en casa e irá interiorizando sus rutinas de forma natural, al
inicio siempre con la guía de sus padres – continúa-. Es decir, lo primero que
se debe hacer es explicarle el motivo por el que debería ayudar, hacerle ver
las ventajas, como que si ayuda a recoger la mesa después de comer, acabaréis
todos antes y antes podréis poneros a ver esa película que tanto queríais ver
juntos en el sofá…”, ejemplifica la psicóloga.
Es importante que se genere esa
responsabilidad de forma real, y que comprenda que ayudar a los padres para
acabar antes de hacer las tareas domésticas le permite disfrutar juntos del
tiempo de ocio. Las tareas
domésticas jamás deben plantearse de forma negativa, sino
como algo positivo que
le permite crecer, colaborar y aportar su granito de arena,
resalta la experta en psicología infantil.
Los deberes y obligaciones de cada persona forman parte del día a día. Y
si nosotros las vivimos como algo negativo, el niño también las vivirá como
algo negativo, apunta Roger Ballescà. “De modo que tenemos que acostumbrarnos a
trasladarles la idea de que todas las personas, no solo los niños, los adultos
también, estamos sujetos
a una serie de normas y de obligaciones y que si las
asumimos con naturalidad podemos vivir tranquilamente con ellas.
¿ Y si no reacciona a la hora de hacer una tarea? Se le puede recordar,
dice Aguilera. Pero siempre dándole cierto tiempo para que acabe de hacer lo
que está haciendo, ya que si no, verá sus obligaciones desde una perspectiva
negativa que le interrumpe sus momentos de disfrute. Es mejor no presionarle,
aunque sí estar al tanto y recordarle si no las hace, matiza.
Las recompensas en contadas ocasiones
Las tareas domésticas no deberían recompensarse, responden de manera tajante los especialistas. Forman parte de la convivencia familiar y los miembros de la casa deben aportar y colaborar, enfatiza Aguilera. “Pero -prosigue- hay que tener en cuenta que las principales tareas que debe atender un hijo son las de encargarse de sus propias cosas (como ordenar su habitación, hacerse la cama, etcétera) y lo relacionado con las tareas escolares (tener preparada su mochila, hacer los deberes…)”.
Ahora bien, hay excepciones a la hora de recompensar alguna tarea
doméstica, puntualizan los expertos en psicología infantil. Es decir, aquello
que es extraordinario o que no forma parte de la responsabilidad del niño pero
que se hace para ayudar a los padres en un momento dado y que requieren de un
esfuerzo extra. Por ejemplo, si los padres están cocinando porque vienen invitados
a casa y tienen mucha faena con la elaboración de los platos, el hijo podría
ayudarle a cortar las verduras, a escoger los platos para los comensales, a
poner la mesa y decorarla para que quede bonita, etcétera.
Si simplemente ese niño está haciendo la tarea que le corresponde de
forma habitual la recompensa ya viene implícita en el propio hecho de cumplir
con el deber y de que los padres estén satisfechos con su desempeño, añade
Ballescà. “Es decir, a veces es un premio verbal, una caricia o una frase de
refuerzo. Pero no
necesariamente tendríamos que mercantilizar las tareas porque
entonces le quitamos todo ese sentido de lo que es justo, de lo que es
éticamente adecuado, y lo convertimos todo en un comercio”, concluye.