PSICOLOGÍA
No va más rápido el que más corre.
Priorice, diga no y establezca horarios. Su existencia y su trabajo se beneficiarán
del cambio
Cuánta gente
anda corriendo de un lado para otro sin saber a dónde va ni a qué ha ido, y sin
llegar a valorar si necesitaba ir de prisa o si podría haber hecho lo mismo a
otro ritmo. La prisa no es un valor añadido. Nadie es mejor profesional ni
mejor persona porque vaya rápido a todos sitios o porque exprese lo
estresadísimo que está.
¿Ha calculado
cuánto tiempo gana cuando va a toda velocidad? La mayoría de las veces, ir
deprisa no implica caminar más rápido o pensar de forma más ágil. Significa
estar y sentirse internamente acelerado.
Imagínese
encontrándose con alguien conocido que le saluda mientras habla por el móvil a
la vez que mira el reloj, le estrecha la mano y le sonríe para mostrar lo feliz
que se encuentra. Cuando cuelga, le abraza efusivamente, le dice que anda
liadísimo, que va todo el día corriendo, que todo está fatal y que no puede
esperar más para coger vacaciones. A usted apenas le deja hablar, no le
pregunta cómo le va, se despide diciendo que a ver cuándo quedan y sale
disparado. Escenas como esta se viven todos los días en la calle de una gran
ciudad.
Muchas personas
viven aceleradas e instaladas en la prontomanía, en la necesidad de contestar a
todo de forma inmediata como si no hubiera un mañana. Da la sensación de que la
prisa da prestigio porque indica que está ocupado, muy ocupado, y eso se
interpreta como que es un gran profesional. Falso. La velocidad también puede
ser sinónimo de mala gestión del tiempo, de desconcentración, de olvidos y
desequilibrio personal y profesional. Mucha gente no dejaría sus asuntos
importantes en manos de alguien que no tiene cinco minutos para sonreír, para
preguntar cómo estamos, para hablar de forma conversacional un momento y
transmitir paz y sosiego.
La persona que
convive con la prisa lo hace también con el estrés y la ansiedad, no disfruta
del momento porque está anticipando el futuro. Deja la vida pasar porque no
observa lo que ocurre en el presente y no escucha lo que le dice la gente
porque su cabeza piensa a 200 revoluciones. También tiene más probabilidad de
tener un accidente porque se salta límites con tal de ahorrar tiempo.
La prisa llega
a convertirse en un estilo de vida. De hecho, mucha gente no sabe qué hacer con
su tiempo libre cuando lo tiene. Estar desocupado les produce malestar,
sensación de pérdida de tiempo, incluso falta de autoestima porque… “¿cómo
puede ser que no esté haciendo ahora algo, qué dice eso de mí?”. Para este tipo
de personas, el aburrimiento es algo desagradable, vacío y sin sentido. Por eso
siguen corriendo aunque ni siquiera sepan hacia dónde.
¡Basta!
Pare, reduzca, contemple, mire a su alrededor y levante el pie del acelerador.
Tiene derecho a elegir el ritmo que quiere imprimir a su vida, a tener tiempo
para su ocio, para pasear sin rumbo solo por el placer de hacerlo. El tiempo no
es algo que deba consumir en grandes cantidades y a borbotones. El tiempo es
algo para saborear, incluso cuando tiene que entregar un informe de forma
urgente. ¿La calidad de ese trabajo será mayor si lo redacta estresado?
¿Encuentra mejores soluciones? ¿Es más creativo? ¿La vida le va mejor y
disfruta más de ella? La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no.
Hacer cientos
de cosas y no disfrutarlas es como no hacer nada. Las personas con calma, las
que optimizan su tiempo para trabajar y disfrutar de la vida en todos los
sentidos, dan buen rollo y, a más de uno, envidia. ¿Cómo lo consiguen?
Priorizan. ¿Qué es
importante y qué no lo es? Es una pregunta difícil a la que cada uno contesta
de forma diferente porque depende de una escala de valores personal. Para unos
es la familia; para otros, el trabajo o la propia felicidad. La respuesta no
importa porque ninguna de ellas es buena ni mala. Lo que sí interesa es ser
coherente y actuar conforme a lo que cada uno establece como relevante. Si cree
que la familia es lo más importante, pero dedica todo su tiempo al trabajo,
andará corriendo para sacar un momento para su prioridad. Ordene su agenda en
función de sus preferencias, con sentido común y responsabilidad.
Se
ponen límites en los horarios. Establecerlos nos ordena y agiliza
la mente. Saber que a una hora concreta el trabajo tiene que estar acabado
centra la atención en la actividad. Si esa acotación no existe, el cerebro se
dispersa porque sabe que dispone de todo el tiempo del mundo para resolver lo
que tiene entre manos. Los límites permiten prestar atención a lo importante;
sin distracciones que le exigirán un nuevo proceso de calentamiento para
concentrarse en la actividad que es realmente prioritaria. Cada vez que rompe
su proceso de concentración, enlentece la tarea, y luego llegan las prisas para
acabarlo todo. Suspira pensando en que no llega, se queda en la oficina más
tiempo del que desearía, se siente culpable por no regresar a casa antes y
vuelve a correr para recuperar lo que perdió por no gestionar bien su tiempo.
"Una de las grandes desventajas de
la prisa es que lleva demasiado tiempo” Gilbert Keith Chesterton.
Dicen
una palabra mágica: NO. La conducta servicial no puede convertirse en
actitud servil. Si antepone los deseos de los demás siempre antes que los
suyos, luego no llegará a poder gestionar sus asuntos. Sus actividades y su
relajación son importantes. Esta situación lleva a una vida insatisfecha, en la
que predomina la idea de que no tiene espacio para usted mismo y de que sus
actividades no son importantes. Muchas personas piensan que dedicarse tiempo es
egoísta, porque son ratos que podría invertir en los demás. Pero no es así. Su
bienestar psicológico y físico depende de su capacidad de disfrute.
Desconectan. Del móvil,
del WhatsApp, del trabajo, del correo electrónico, de todo lo que les impide
disfrutar de otros momentos. Uno de los usos negativos de la tecnología es
convertir todo en algo inmediato. No está obligado a contestar a toda la
información entrante en el instante. La mayoría de ellos no son urgentes. Si lo
fueran, le llamarían. Es usted quien ha decidido que tiene que responder a todo
con prisa porque ha cogido ese hábito, porque no tiene paciencia o porque cree
que el que le escribe podría molestarse. Aprenda a retrasar, sobre todo si en
ese momento está realizando otra actividad que requiere de su atención.
Utilizan
técnicas que permiten relajarse. Yoga, pilates, deporte, un baño de
agua caliente, una llamada de teléfono larga y relajada o una copa de vino al
calor de la chimenea. Para estos momentos siempre hay un espacio. Se trata de
repartir las horas de forma que obligaciones y ocio estén equilibrados.
No buscan la perfección, buscan estar a gusto con sus
vidas.
Hay personas que buscan mejorar, crecer y superarse. Y hay otras que se
obsesionan con que todo sea perfecto y esté controlado. La perfección no
existe, ni en la tecnología, ni con nuestro físico, ni en la destreza o
habilidad para desarrollar un deporte. Perderá mucho tiempo intentando que algo
sea perfecto. Basta con que esté rematadamente bien, no necesita que sea
perfecto. Es más, muy poca gente será capaz de apreciar ese nivel de excelencia
al que ha dedicado tantísimas horas y que le ha impedido alcanzar el punto
anterior: relajarse y desconectar.
Fluyen. Están
presentes, disfrutan y observan lo que acontece a su alrededor. No buscan qué
hacer a continuación, sino que se dejan llevar por el momento. Dedican tiempo a
la vida contemplativa. Para disfrutar del momento, usted debe estar en el
presente, en el “esto, aquí y ahora”. Repetirse estas palabras de vez en cuando
le permitirá recordar la importancia de los detalles, de atender su momento en
lugar de anticipar el futuro.
Y recuerde: los
segundos o minutos que gana corriendo no compensan todo lo que pierde en
calidad de vida.