CARLOTA FOMINAYA |
ABC | Madrid
| 12/11/2019
Entrevista
con el profesor José Ramón Ubieto, autor del libro «Del padre al ipad, familias
y redes en la era digital»
«¿Qué
lleva a los padres a tener una serie de aplicaciones de control parental, o a
los adultos a confiar en una serie de asistentes como Siri, Alexa, o a dejarse
guiar ciegamente por el Gps o google maps? ¿Dónde está la confianza que
teníamos antes en nuestros padres, que no tenían estas cosas? ¿En quién
confiaban ellos?», se pregunta en voz alta José Ramón Ubieto, autor del
libro «Del padre al ipad», quien concluye que «la sociedad
ha perdido la confianza en la figura del padre, en mayúsculas, en la idea del
personaje al que todos suponíamos potencia, poder y saber, para dársela a los
gadgets tecnológicos».
Su libro se titula «Del padre al
ipad», es una revisión muy profunda de esta situación.- Hemos
elegido el ipad por el juego de palabras, es el nuevo
padre electrónico. Por eso dedicamos todo un primer
apartado del libro a entender esas transformaciones, básicamente lo que
estudiamos es el eclipse de ese sistema. Decimos eclipse, porque aquí no ha
desaparecido, no es tan contundente, lo que sí ha hecho es entrar en declive.
Ahora es como un «fake», la versión
del padre no es del todo segura, no es tan potente, no sabe todo, se pone en
cuestión... Lo primero que queríamos era entender como ese «cuento del padre»
que nos ha funcionado, en el sentido de que teníamos una garantía, hoy tiene
detrás un fenómeno de incertidumbre.
¿Cómo tratamos hoy esa
incertidumbre?,- La
incertidumbre ha existido siempre. Nuestros padres no sabían lo que iba a pasar
dentro de diez años, nadie sabía si se iba a morir, si tenía un cáncer... La
vida siempre ha tenido incertidumbres. La diferencia entre antes y ahora es que
tú tenías la garantía de que aunque no lo sabías había una reserva, había
alguien que te protegía. La providencia era la garantía «numer one», «Dios
proveerá». Esa creencia funcionaba. También el «pregúntale a tu padre». A pesar
de que había incertidumbres había también alguien que tenía la respuesta.
Nuestros
padres criaban a sus hijos con mayor o menor habilidad pero tanto si lo hacían
bien o mal o menos mal, nunca se cuestionaban su función. No había padres que iban a escuela de padres,
ahora hay universidades. Ese es un síntoma de esto que
estoy contando. Antes, aunque se
equivocasen ellos, tenían la garantía de que su función emanaba directamente de
la providencia, en cuanto a que el ejercicio de padres y madres era legítimante
aceptado socialmente. Venía a ser: «Lo que diga el padre va a misa».
Ahora no tienen esa garantía.- No la tienen porque ya no miran
para atrás para ver qué hay que hacer. Cuando tuve hijos mi mujer le preguntaba
a su madre, a quien se lo había explicado la suya propia, mirábamos al pasado y
encontrábamos las respuestas.
¿Dónde miran hoy los progenitores?.-
Al
futuro, a lo que la ciencia y la tecnología establezcan en cada momento. Si
mañana sale un artículo en la revista de Cientific Journal of
Paediatrics, o en Journal of Medicine,
o en cualquiera de las revistas que leen los médicos, donde aparece una
investigación hecha en el estado de Connecticut (EE.UU.), que dice que a los
bebés hay que dormirlos en diagonal porque de esa manera no hay muerte súbita,
se les pone así. Porque si no los ponen en diagonal entrarán en situación de
negligencia por no hacer caso de lo que les dice la ciencia. Si dentro de tres
meses la misma revista publica un artículo que desmiente eso, y que dice que
tienen que dormir en cuclillas, pues en cuclillas. Antes había garantía de que
uno ejercía la función de padre con un margen de maniobra, ahora eso no lo
tienen las familias jóvenes, toman decisiones y son permanentemente evaluados
por psicólogos pedagogos, por la ley... por todo el mundo. En fin. Eso hace que
sean más fácilmente sugestionables por las promesas tecnológicas de control.
Nuestros padres no necesitaban una herramienta de control, aparte de que no la
hubiera, porque su voz y su mirada eran la App más eficaz. ¡Como te vea yo te
acuerdas de mi! Ese era el mensaje de Whastsapp de más importancia.
En su libro ilustran esto con el
terrible episodio de Black Mirror «Arkangel», dirigido por Jodie Foster, en el
que una madre instala un chip experimental en el cerebro de su hija mediante el
cual puede saber su localización exacta, así como todo lo que ve y escucha.- Es un episodio muy interesante.
Describe muy bien los temores de una mamá soltera respecto a la educación de su
hija. Todo cambia cuando le ofrecen una aplicación que le permite observar
permanentemente a la niña. Cuando es pequeña todo fantástico, ve cómo esta va a
la escuela, juega... Pero poco a poco eso se va convirtiendo en algo infernal,
loco.
Es un
ejemplo claro de cómo los padres son fácilmente sugestionables por cualquier
idea de que un App puede garantizar su acto educativo, que antes tenían por su
condición de padres y ahora la buscan en la electrónica. Es lo que sustituye a
la creencia anterior. Cómo pasamos del cuento del padre al cuento del gadget,
tablet, móvil, ordenador, aplicaciones... la vida algorítmica. Básicamente, la
mejor App de control parental que existe son los padres mismos con su presencia.
También le damos al bebé la
tablet.- Cada
vez los padres son más conscientes de que si le dejan el móvil al niño cuando
tiene 6 meses y no ponen ningún límite eso se convierte en el chupete eterno.
Hay que pensar que estas tecnologías producen una sobre excitación sensorial.
Ponle un capítulo de Bob Esponja o Peppa Pig a un bebé, que verás la cantidad
de ruidos y sonidos que escuchan. Claro que se enganchan. Ponles a cambio una
temporada de Heidi, que te llamará para decirte que se ha parado la tele. Vas
porque está chillando y te das cuenta de que al aparato no le ha pasado nada,
que Marco está por el Tirol paseando y no ha sonado un rap, ni unos efectos
especiales. Ante la falta de excitación dicen «¡vaya mierda!». Los responsables
de las empresas tecnológicas que tienen hijos se han dado cuenta de lo que eso
produce. Por eso debe existir una mayor conciencia de la
necesidad de desconexión y regulación.
Hay un exceso de confianza en las
aplicaciones....- Nuestra
confianza en estas aplicaciones no es solo que nos ayuden en nuestra tarea como
padres y madres, sino además confiamos en que ellas nos darán la satisfacción y
serán nuestra manera de vincularnos al otro. Que ellas nos guiarán en la
relación al otro. Conectaremos, conversaremos por Sykpe, WhatsApp,
encontraremos amigos en Facebook o en Instagram, pareja en Tinder y en otras
webs de citas... Incluso aprendemos sin necesidad de maestro o maestra, el
famoso e-learning o enseñanza sin presencia. Nos iniciaremos en la sexualidad a
través del porno, e incluso cuidaremos a nuestros mayores a través de la
tablet.
Ya
hay una empresa americana proveedora de este tipo de servicios sociales llamada
Care Coach. Se dedica a proporcionar tablets y cámaras a personas mayores que
viven solas, y las vigilan a través de una tablet: les controlan la medicación
que tienen que tomar, les hacen compañía a través de una voz o de una
teleoperadora, con la que un par de veces al día mantiene una charla. Esto
es lo que viene: la sustitución de la presencia por la asistencia digital.
También hay un sector que empieza a presentar un cierto hartazgo de las
tecnologías. Somos cada vez más conscientes de la alineación que supone
la tecnología. Hay arrepentidos digitales porque la propia tecnología ha
generado un antídoto, una defensa contra esta especie de voracidad del «lo
quiero todo», la «google info-obesidad», la
gordura de internet, está todo menos el pensamiento.
Les costará más prescindir de la
tecnología a los adolescentes.- Sí, les costará más a los adolescentes prescindir de
esta prótesis humana que es el móvil en la mano, pero hay que mirar el ejemplo
de Eton, un colegio de élite inglés que decidió hace unos meses que a partir de
las 9 iba a confiscar los móviles de los chicos y se los iba a devolver por la
mañana. Lo hicieron porque descubrieron que los adolescentes cada vez dormían
menos y que por la mañana estaban KO. ¿Qué pasó? El primer día hicieron un
motín, y al segundo día se acabó el motín. Ellos mismos se dieron cuenta de que
era una liberación dormir ocho horas sin estar pendiente de la esclavitud del
móvil, de si les había gustado la foto de Instagram, si había un personaje
nuevo en el Fornite... Los adolescentes tienen dificultades como todos los
alumnos para desconectarse del híbrido pero cuando les ayudamos a conseguirlo a
través de la regulación y la dosificación (y no de la prohibición, porque
prohibir significa eliminar y eso es imposible), es posible que lo logren.
Sobre todo en el espacio del sueño, es muy importante porque se dan cuenta de
que se liberan, son conscientes de la servidumbre voluntaria que implican las
máquinas.
En el libro también se valora la
presencia tranquila de los padres. ¿En qué sentido?.- En el sentido de escuchar lo que
le pasa a tu hijo, de saber lo que necesita y le das, de darle tu testimonio de
lo que tú pasaste, recordar que también fuiste adolescente, de cómo te las
arreglaste... Porque dar testimonio no es un signo de debilidad. Si tu hija
viene porque su novio la ha dejado, no está mal decirle: «a mi me pasó lo
mismo». Es una manera de decirle que el amor es muy complicado pero se sale
adelante, hasta que llega alguien que merece la pena. El 50% de la humanidad
son hombres y con un poco de suerte lo encuentras. Es algo así como conectar un
poco las propias dificultades que uno ha tenido con las actuales de tus hijos.
Los
padres modernos creen que eso no hay que hacerlo y eso les pone en una
situación difícil, como si ellos tuvieran que estar siempre en la excelencia.
Los padres modernos se confunden con los managers, creen que un padre es
alguien que tiene que resolverlo todo. Nosotros más bien decimos que un
padre o una madre son los que tienen que darse un tiempo y darles un tiempo a
los hijos, para
encontrar una salida a las dificultades. Con su presencia, su acompañamiento...
no decirles «ya te apañarás». Así ellos encuentran que su situación forma parte
de la vida. Tienes que acompañarles, como decimos, en el sentido de estar presente.