BRUNO PARDO PORTO | ABC | 10/05/2020
Los protagonistas de esta historia caminan desde hace mucho con un pie en la creación y el otro en la medicina, aunque el coronavirus les ha obligado a entregarse por entero a los pacientes. Acudimos a ellos para revivir los días más duros de la crisis sanitaria, para recorrer los renglones torcidos del virus.
En los límites de la vida todo se vuelve intenso, cierto, y la realidad se asemeja a la ficción o la supera. Ese diálogo, ese resquicio de belleza en una mirada antes de despedirse, ese buenos días que agita la felicidad, la salvación inesperada, la pérdida, la soledad, la incertidumbre… La cultura lleva siglos alimentándose de esas experiencias extremas, aunque es muy difícil, casi ridículo, ponerse a escribir versos o a bailar al borde del abismo. Solo el tiempo permite que el dolor se transforme en recuerdo, en algo que contar.
Los cuatro protagonistas de esta
historia caminan desde hace mucho con un pie en el arte y el otro en la
medicina, aunque la pandemia les
ha obligado a entregarse por entero a los pacientes. Ahora que el futuro es más
incierto que nunca, y que corremos el peligro de olvidar, acudimos a ellos para
revivir los días más duros de la crisis, para recorrer los renglones torcidos
del virus.
Alberto Arcos es bailarín y actor y técnico de
emergencias en el Summa 112, y en Ifema se convirtió en el mensajero de todos
los pacientes incomunicados, a los que llevaba las palabras de ánimo y cariño
de sus familiares. Durante lo peor de la pandemia no tuvo vida más allá de la
cama y las guardias. Dice que no quiere emocionarse porque sinó no pararía de
llorar, pero la voz se le enciende al recordar.
Aitor Francos es poeta y psiquiatra, y
estuvo destinado en el hotel medicalizado Miguel Ángel, de Madrid, hasta hace
unos días. Allí no podía verle la cara a sus pacientes, pero los ayudaba desde
el otro lado del teléfono. Sobre todo trataba duelos atípicos, de personas que
no pudieron despedirse de sus fallecidos. Lo vivido le ha cambiado los esquemas
mentales, y ahora llama a su madre todos los días, para comprobar que todos
siguen bien. Dice que no tiene la cabeza para escribir, pero ha escrito esto,
entre otras cosas: «También a la tierra del dolor / hay que darle la vuelta
como a los calcetines».
Álex Prada es reumatólogo y escritor, y
publicó a principios de marzo su primera novela, «Comida y basura» (Seix
Barral). Tenía planeado restarle horas al hospital para dedicarlas a la
literatura, pero entonces llegó el virus y le trastocó todos sus planes. Echa
de menos el campo, y tiene miedo a largo plazo: le aterra imaginar un mundo sin
bares como los de antes.
Basilio
Sánchez ganó en 2018 el premio Loewe de poesía con «He
heredado un nogal sobre la tumba de los reyes» (Visor), y se suponía que ahora
tendría que estar escribiendo su nuevo libro, pero como también es jefe del
servicio de medicina intensiva del Complejo Hospitalario Universitario de
Cáceres ha tenido que aplazarlo. Todos sus esfuerzos creativos han ido
dirigidos a conseguir que no faltaran camas en la UCI. El suyo, subraya, ha
sido un confinamiento a la inversa: encerrado en el hospital.