lunes, 22 de junio de 2015

Colgados de los ansiolíticos

El consumo de medicamentos psiquiátricos aumenta a pesar de que las patologías mentales permanecen estables

MILAGROS PÉREZ OLIVA | El País | 28/09/2014                          

La tristeza no es una enfermedad. Sentir dolor por la muerte de alguien querido no es patológico. Y temblar cuando se habla en público por primera vez, tampoco. La vida no se puede tratar con pastillas y, sin embargo, cada vez recurrimos más a ellas para combatir lo que no es otra cosa que el simple malestar de vivir. En lugar de asumir por la mañana los nubarrones con un “buenos días tristeza”, corremos al médico para que nos recete antidepresivos. Y en lugar de encararnos con el jefe tóxico que nos acosa, corremos al psiquiatra en busca de ansiolíticos.
En 10 años se ha producido en España un aumento del consumo de medicamentos psiquiátricos que no está justificado. De hecho, la mayoría de las patologías mentales de causa endógena tienen una incidencia estable en el tiempo y similar en todo tipo de sociedades. Lo que sí puede aumentar es la incidencia de trastornos transitorios de carácter reactivo, la depresión causada por estrés, por ejemplo. Pero ni siquiera eso explica el aumento que se ha observado en la prescripción. No hay en España, país alegre y soleado donde los haya, por mucho que apriete la crisis, tanta depresión como indican las ventas de Prozac y otros antidepresivos. Ni se justifica que en las estadísticas de la OCDE, España figure en segundo lugar en consumo de tranquilizantes.
¿Qué ha propiciado este salto tan espectacular de lo que podríamos denominar psiquiatría de complacencia? La presión de la industria farmacéutica, con su estrategia de ganar mercados a costa de crear nuevos síndromes, es señalada por muchos autores como el desencadenante de la espiral medicalizadora. Resulta más barato y más lucrativo crear nuevos mercados para viejos principios activos reciclados como nuevos fármacos que encontrar nuevos tratamientos. Después de alertar en el British Medical Journal en 2002 (Selling sickness: the pharmaceutical industry and disease mongering), Ray Moynihan hurgó en varios libros e investigaciones los mecanismos que han llevado a etiquetar como enfermedades procesos que no lo son: desde la fobia social al síndrome de las piernas inquietas. La psiquiatría infantil, con el espectacular aumento del diagnóstico de autismo e hiperactividad, ha resultado el campo mejor abonado.
La presión de la industria farmacéutica es señalada por muchos autores como el desencadenante de la espiral medicalizadora
Pero aunque es fácil colocarle a la industria farmacéutica la etiqueta de villana, no es el único factor. Y en ocasiones, ni siquiera el más importante. Desde la salud pública se dice que somos lo que comemos, pero más que nada somos lo que pensamos. Autores como Byung-Chul Han o Zygmunt Bauman nos dan, desde la sociología y la filosofía, claves que ayudan a explicar mejor el fenómeno. Por un lado, como dice Han en La sociedad del cansancio, las consecuencias de dejar atrás la organización social disciplinaria, en la que si uno cumple con su deber podrá vivir satisfecho, para sumergirnos en la sociedad del rendimiento, cuyo paradigma es ese individuo exhausto por una competitividad autoimpuesta y sin límite que le obliga a estar siempre alerta y siempre en forma, y que percibe cualquier distracción o contratiempo como una amenaza para su carrera. Si fracasa, será por su culpa. Para Bauman, en estos tiempos hipercompetitivos, los que no siguen quedan excluidos, y eso crea mucha angustia. La gente ve la vida como el juego de las sillas, en el que un momento de distracción “puede comportar una derrota irreversible”. Y así es cómo, “incapaces de controlar la dirección y la velocidad del coche que nos lleva, nos dedicamos a escrutar los siete signos del cáncer, los cinco síntomas de la depresión, los fantasmas de la hipertensión o el colesterol, y nos entregamos a la compra compulsiva de salud”.
Todo eso, en el marco de una cultura que fomenta el consumismo y el individualismo hedonista, que produce individuos exigentes, impacientes y con escasa tolerancia a la frustración y que, como advirtió Daniel Callahan, director del proyecto Los Fines de la Medicina, del Hastings Center de Nueva York, esperan de la medicina aquello que esta no les puede dar. Esos individuos son muy vulnerables a la publicidad, abierta o encubierta, que les ofrece el recurso a las pastillas como el elixir mágico que les ayudará a construir una burbuja de felicidad, aunque sea inducida por la química.

La mayor parte de esa presión se canaliza hacia la consulta del médico de cabecera, que muchas veces solo tiene el talonario de recetas para hacer frente a tan perentorias demandas. Pero los medicamentos no son inocuos. Barbara Starfield, de la Universidad John Hopkins, señalaba ya en 2002 en To err is human que la iatrogenia de los tratamientos era la tercera causa de muerte en Estados Unidos. El problema es que, como indica Enrique Gavilán, médico de familia que ha investigado los procesos de medicalización, si no se hace un seguimiento adecuado, algunos de estos fármacos crean dependencia. Y ahí tenemos una nueva forma de hacerse adicto. Andreu Segura, especialista en salud pública, lamenta que la sociedad no sea consciente de que las pastillas pueden ayudar cuando son necesarias, pero también tienen efectos adversos, y eso es lo único que producen cuando se recetan sin justificación. Pero mientras nos excedemos en la prescripción en procesos que no son patológicos, hay al mismo tiempo muchos enfermos con verdaderas enfermedades mentales que ni siquiera están tratados. Para Antoni Bulbena, jefe del Departamento de Psiquiatría de la UAB, esa es la gran e injusta paradoja de este historial. Al final, unos sufren por demasiado medicados y otros por demasiado poco.


Más importante que el fonendo

COMUNICACIÓN | Entorno sanitario
CRISTINA G. LUCIO | Madrid | El Mundo | 28/04/2015

Durante décadas, la comunicación ha ocupado un lugar secundario en el entorno sanitario. La competencia técnica ha primado muy por encima de las habilidades para interactuar con el enfermo; un enfoque que permite abordar las enfermedades, pero no siempre el sufrimiento. Desde hace unos años, sin embargo, hay un cierto cambio de tendencia y los médicos con mano izquierda están pidiendo paso.
«En realidad siempre ha habido profesionales empáticos, personas con aptitudes para la comunicación, pero lo cierto es que antes la mayoría de los médicos tenían que aprender estas habilidades como podían, con la práctica, y si tenían la suerte de tener un buen modelo al que imitar y la sensibilidad suficiente para saber qué técnicas eran acertadas y cuáles no», apunta Juan José Rodríguez Salvador, médico de familia en un centro de salud de Vizcaya que ha estudiado a fondo el fenómeno de la comunicación sanitaria.
Ahora, en cambio, hay un mayor interés por aprender estrategias para conectar mejor con el paciente, un giro que coincide con «un reemplazo del modelo paternalista de atención por otros modelos que priman más la autonomía del paciente y su derecho a la información».

“El interés aumenta porque cada vez se siente más esa necesidad entre los profesionales”, coincide Elena López Parra.  “Cuando el médico llega por primera vez a la consulta se da cuenta de que tiene muchas carencias, que el paciente reclama información y que hay cosas que no se aprenden en los libros”.
Ella misma vivió esa sensación en primera persona, por lo que al inicio de su carrera- y cuando no muchos lo hacían- decidió pedir ayuda tras constatar que tenía una buena formación en las técnicas de exploración y la teoría médica, pero no conseguía conectar con los pacientes. «Se me enfadaban mucho», recuerda. En el camino que inició, aprendió -entre otras muchas cosas- aspectos que ahora enseña: como que hay mirar siempre al paciente a los ojos, que se puede leer la comunicación no verbal, que es importante adecuar el lenguaje a diferentes niveles y que es clave dejar espacio a las preguntas. También, y quizás eso fue lo más difícil, que hay formas de dar bien una mala noticia.

«Si un profesional es poco hábil a la hora de dar una mala noticia puede provocar un sufrimiento añadido y que se deteriore su relación con el paciente», señala Rodríguez Salvador, quien subraya que, en cambio, saber manejar el proceso permite que el paciente asimile la realidad poco a poco y que se afiance esa relación.

Una información clara, explica, da la oportunidad al paciente de tomar decisiones sobre su asistencia y elimina una proporción considerable de ansiedad y aislamiento. «Aunque no le informemos, el paciente siempre se entera de que se muere, y si no puede transmitirle a nadie sus miedos, porque hay una conspiración de silencio, la angustia es mucho mayor», comenta. En ese sentido, añade, es fundamental colaborar y establecer lazos comunicativos también con la familia. Hay varias estrategias para dar malas noticias, que engloban una serie de pautas para facilitar el proceso.

Es fundamental que el profesional busque un lugar privado, que permita la liberación de emociones y la transmisión tranquila de la información.
«Hay que estar muy atento a la reacción del paciente, a cómo responde a esa primera información. Por ejemplo, que diga frases como 'Doctor, me pongo en sus manos' es un indicador de que prefiere no saber. En esos casos -que son minoría- hay que respetar su deseo», indica Rodríguez Salvador.
Si, en cambio, el paciente sí quiere saber en qué situación está, necesita comprender todos los detalles, por lo que el profesional debe adecuar su mensaje a su nivel de compresión. «Esta máxima es aplicable a cualquier diálogo, pero debe extremarse en el caso de las malas noticias. Y es una de las cosas que más les cuesta a los médicos, que tienden a abusar de los tecnicismos», añade el especialista.
En todo el proceso, recuerda, el sanitario debe mostrarse empático, reconociendo y respondiendo a las posibles respuestas emocionales del paciente. Y, por último, debe plantear una estrategia para atender la incertidumbre que suele surgir tras recibir una mala noticia. Es importante demostrar que el personal médico estará accesible para responder dudas o atender necesidades que puedan aparecer. «En ese sentido, es clave dejar una puerta abierta a la esperanza, sin mentir. Ser honesto no significa ser categórico», recuerda.

Además, en su día a día, el médico también tiene que estar atento para detectar e intentar soslayar las múltiples barreras que el actual modelo sanitario impone a la comunicación. La principal es la del tiempo, resume March, porque las apretadas agendas dejan apenas unos pocos minutos por paciente y en ese espacio hay que conjugar muchas labores fundamentales. Pero hay muchas más: la voracidad de los registros, la necesidad de estar pendiente del ordenador, las interrupciones en la consulta, la falta de espacios de privacidad, y las etiquetas o prejuicios que profesional y paciente hacen del otro son algunos ejemplos.

Otra barrera muy importante es la asunción por parte de algunos profesionales de que la comunicación sólo es importante en determinados entornos, como la Atención Primaria o los Cuidados Paliativos. «Es por esto por lo que muchos pacientes se sienten tratados como si fuesen órganos, no personas ante determinados especialistas», señala Rubén Mirón, profesor de Enfermería de la Universidad de Castilla La-Mancha
En general, son muchos los muros frente a la comunicación que se levantan en una consulta médica, reconocen los especialistas consultados. Sin embargo, estos «no deben tomarse como excusa» para abandonar este aspecto en un rincón. «En realidad, se pierde gran parte del potencial de un médico si falla la comunicación». Un buen profesional debe aunar al menos cuatro cualidades básicas: conocimientos actualizados, adecuado manejo de las técnicas exploratorias, habilidad para tomar decisiones, y aptitudes para conectar con el paciente. «Si una de esas cuatro patas falla, la mesa acaba cojeando por algún lado. Y hay que recordar que la comunicación es una herramienta que se utiliza mucho más que el fonendo»
Si el siglo XX fue el del avance de la tecnología médica, señalan los expertos consultados, el XXI tiene que ser «el de la recuperación del humanismo». Y eso, aseguran, pasa por una buena comunicación.
«Hay que volver a la silla en la cabecera, a mirar a los ojos al paciente. Hay que recuperar el contacto físico, dar la mano al enfermo, explorar tocando, consolarle con afecto. Que el paciente tenga claro que te pones en su lugar y sientes como se encuentra», señala Eduard Peñascal, quien remarca que «esa vuelta a los orígenes de la profesión» no supone renunciar ni un ápice a los avances logrados. «Hay que aprovechar toda la tecnología actual, pero sin que esta sustituya al acercamiento entre médico y pacientes».
«Me acuerdo de la icónica imagen de Gregorio Marañón sentado junto a la cama de un enfermo y pienso que hoy debería ser igual, habría que transmitir la misma cercanía, pero con el ipad o el ecógrafo portátil en la mano», concluye Peñascal.
Nota.- Si interesa leer el artículo entero, se puede buscar en el periódico y la fecha que se indica casi en la cabecera. Entero es muy interesante, pero he omitido más de una página saltándome párrafos que me han parecido de menos importancia.