MANUEL
JABOIS/PABLO ORDAZ | Madrid / Bilba | El País
| 10/05/2020
Los psiquiatras
explican que sus pacientes ya estaban acostumbrados a palabras como estigma y
distancia social.
—¿Lo lleváis bien?
—Bueno. Lo nuestro se
agrava porque hay mucho tiempo para pensar.
Muchos de los problemas
de Belén, que responde a la pregunta, y de los compañeros de Belén que la
rodean, proceden del mismo lugar con el que piensan, el cerebro. David, por
ejemplo, está obsesionado con arreglar televisores; los destripa, los vuelve a
montar, les da luz o sonido si lo han perdido. Pregunta a unos y a otros si sus
aparatos electrónicos están bien; si no, él los puede arreglar. Y encuentra en
la realidad suficientes motivos para compararla con la electricidad. La vida,
por ejemplo, se ha desenchufado. Contra eso no puede hacer nada. ¿Lo acusan los
pacientes de salud mental?.
Raúl, un hombre de 51
años, dice que mirar atrás le produce ansiedad. “Entré hace cuatro años con
una crisis nerviosa fatal. Y hoy estoy mejor, sé que las cosas están mal fuera,
pero yo estoy mejor”. Celia, 48 años, tuvo un grave problema familiar; perdió,
dice, la voluntad, y se encuentra mejor en la residencia que en casa. Lee, hace
cuentas, valora la situación: “La nuestra, la de los enfermos mentales, no es
la de antes. No hay tanto señalamiento, no te marginan ya tanto”. Prudencio
tiene 49 años, estudió Derecho en la Autónoma de Madrid, y al acabar la carrera
y disponerse a buscar empleo, enfermó; lleva cuatro años y seis meses en la
residencia. “¿Hemos perdido el tiempo?”, pregunta Belén, 45 años. María Jesús,
de 42, que fue ingresada con un trastorno límite de la personalidad, cree que
no. “Nos hemos conocido más al estar ahora encerrados aquí, la directora y el
personal ayudan muchísimo, y la experiencia está siendo para todos muy buena”.
No siempre fue así.
Estamos en el barrio de Hortaleza de Madrid, en una de las residencias,
dirigida por Amaya Díaz, que la fundación Manantial gestiona de forma
concertada con la Consejería de Políticas Sociales y Familia. Ocurrió aquí como
en tantas otras repartidas por toda España. “Imagínate hablar de confinamiento
en una residencia donde viven 30 personas más los profesionales. El efecto que
provoca”, dice Raúl Gómez, director de las residencias de Manantial. “Nuestra
principal dificultad es gestionar las entradas y salidas. Nos ayudó mucho la
policía pero no de la forma que se piensa, sino hablando. Les pedimos que
viniesen a dar charlas, vinieron y les dijeron: ‘Pasa esto, este es el
panorama, necesitamos que nos ayudéis porque vamos todos a una y está todo el
mundo igual, y os necesitamos como a cualquiera’. Desde ahí, no desde el
autoritarismo, se han conseguido muchísimas cosas”.
Los usuarios de Manantial
están en régimen abierto porque proceden de unidades psiquiátricas del sistema
hospitalario, donde la situación es diferente porque el estado de la enfermedad
también lo es.
Jose Juan Uriarte
Uriarte, jefe del servicio de adultos de la red de Salud Mental de Bizkaia,
perteneciente a Osakidetza (Servicio vasco de Salud), explica: “Nuestros
pacientes más graves, aquellos que prácticamente viven en nuestros hospitales
psiquiátricos, o los que se han visto confinados en sus viviendas, en pisos
tutelados y residencias, han tenido y tienen un comportamiento ejemplar.
Similar al de la población general, pero con menos opciones para sobrellevar
las restricciones. En muchos casos llevan semanas sin salir del hospital, sin
recibir visitas y sin actividades que alivien la rutina. Y sin acceso a Netflix
o a comprar en Amazon”.
“Lo que nos va a venir en el aspecto psiquiátrico cuando esto acabe, ni lo
sabemos. La gente se desestabiliza, se emparanoia. El que es
paranoico se vuelve más paranoico”, dice Raúl Gómez. “Hay un chico en la
residencia de Parla que tiene una paranoia con el ejército, que el Ejército va
a venir, que el ejército no sé qué. Y resulta que aparece la UME en la residencia con los cascos, los trajes, la
protección. Claro, este chico... El Ejército vino para ayudar, para
desinfectar, para preguntarnos qué necesitábamos. Pero deliramos en torno a los
contextos. Cuando atentaba ETA había muchísimos delirios sobre ETA. Ahora va a
haber delirios que ya ni sé, si ya la situación es delirante que no veas.
Imagínate a nuestros pacientes saliendo a la calle, viéndolas vacías, todo
cerrado, a gente con mascarillas y a la policía y al Ejército por ahí. Juan
José Millás tiene una frase que dice: ‘La realidad es un delirio consensuado”.
El psiquiatra Rubén de
Pedro, del equipo de cuidados a personas sin hogar de Osakidetza en Bizkaia,
pasea por Bilbao mientras visita a pacientes atendidos por él. Una de ellas es
una mujer obsesionada desde hace años con la limpieza y que se acaba de romper
una pierna. Tendrá que ser enviada a un albergue, pero no quiere que nadie la
toque por temor a contagiarse. “Hay psicosis paranoides”, explica De Pedro,
“como creer que te está persiguiendo la policía todo el día o que los vecinos
hacen ruido que se están convirtiendo en una realidad. La policía está en la
calle, los vecinos hacen ruido, hay paranoia social. La gente que vive
continuamente en la paranoia ya está adaptada. Y la gente que tiene un
trastorno compulsivo grave, aquellas que tienen miedo a contagiarse de
enfermedades por medio de microorganismos y que por eso evitan tocar cosas y se
lavan compulsivamente las manos, se han adaptado muy bien a la situación
actual. Incluso te dicen: “Ves, ves cómo tenía yo razón...”.
“Nosotros”, dice Gómez,
“hemos atendido a gente que llevaba 10 años sin salir de la habitación. Con la
esquizofrenia, que tiene el componente paranoico muy grande. Si tú sientes que
el mundo te va a agredir, te repliegas. Lo que estamos haciendo nosotros lo han
hecho ellos toda la vida”
Con las personas de la
calle, sigue De Pedro, se está dando una situación muy paradójica. “Por culpa
del confinamiento, en Bilbao se han habilitado dispositivos para alojar a los
que no tienen un hogar. Y la gente que está en la calle se encuentra de repente
con un techo y dice: ‘Joder, ¿y esto no se podía haber hecho antes que
estábamos en la puta calle? También hay otros que quieren que se les deje en
paz, en su acera o en su parque. Pero en general es sorprendente la capacidad
que están teniendo para adaptarse a la situación”.
Lo cierto es que la gente
está sola, pero los que ya estaban solos lo están ahora aún más. Y se escuchan
y se leen en la calle y en los medios palabras que parece que cobran un nuevo
sentido durante el confinamiento porque afectan a todos: aislamiento, estigma,
encierro, distancia social. Carlos Mañas, un vigués de 54 años que tiene
trastorno bipolar, reflexiona: “Distancia social es la que he vivido yo toda mi
vida con la sociedad. Todos me habéis puesto dos metros de distancia en mi
relación con el mundo. ¿Ahora de repente os alarmáis? Esta crisis no es mía,
esta crisis es vuestra”.
“Hay algunos colegas que dicen que después de
esto va a venir una avalancha de salud mental y hay otros que decimos, bueno,
vamos a ver qué ocurre", dice Fernando González, jefe de Infancia y
Adolescencia de los servicios públicos de salud mental en Bizkaia. “En general
yo creo que esta vivencia de solidaridad colectiva hace diferente esta pandemia
de otros desastres o adversidades sociales más puntuales que se han podido
sufrir, como el 11-M, que fue mucho más circunscrito a unas familias, para las
que fue terrible. Vamos a estar atentos, pero con atención primaria y con el
sector educativo tendremos que coordinarnos para que no se patologicen o se
psiquiatricen demasiado algunas expresiones del malestar que pueden tener
algunos menores. Se tiende a medicalizar los problemas de la vida, el sufrimiento.
Quizás es la parte que pagamos por nuestro individualismo: al final todos
queremos resolver de una forma rápida nuestro malestar, vamos al médico o al
profesor y este dice: ‘pues vete al psicólogo o vete al psiquiatra’, y nos
derivan”.
José Juan Uriarte está de
acuerdo: “Los profesionales de la salud mental no sabemos más de la vida que
cualquier otra persona, sabemos de enfermedades. Las adversidades no se
afrontan con psicoterapia o antidepresivos y ansiolíticos, se afrontan con el
apoyo del entorno y las medidas que se puedan tomar para atenuar el impacto
social y económico que los Gobiernos sean capaces de arbitrar. No será la
solución un ejército de psicólogos o psiquiatras recomendando obviedades y
recetando ansiolíticos a personas sanas pero agobiadas por las circunstancias.
Y además esto tiene el riesgo de que dejemos de lado a nuestros pacientes más
graves, para los que además sí tenemos conocimiento y herramientas para su
tratamiento”.
Hace unas semanas, Raúl
Gómez escuchó en la radio el testimonio de un médico que había pasado la
enfermedad y decía: “Me di cuenta de lo duro que es estar enfermo en un
hospital y no ver a tu familia”. “Y yo pensaba: ‘Si esto les pasa a mis
pacientes todos los días’. Con crisis y sin crisis. Cuando una persona ingresa
en una planta de Psiquiatría y lo primero que les restringes son las visitas
familiares. Y lo hacemos en nombre de un miedo determinado, porque no está
justificado para nada. De hecho, lo que más ayuda a alguien es tener un apoyo
familiar. Y eso ahora lo estamos viendo todos, que necesitamos a nuestra
familia, que no podemos estar días, semanas o meses teniéndola cerca y no
puedes verla”.
Rodrigo Oraá es
psiquiatra y jefe del Servicio de Adicciones de la red de Salud Mental de
Osakidetza en Bizkaia. ¿La disminución del consumo de drogas no es al menos una
buena noticia? “El desconfinamiento traerá otra vez los estímulos de siempre.
El tigre no está cazado, el tigre está agazapado y vendrá”. “Por otro lado”,
prosigue, “las adicciones también son formas de intentar afrontar sufrimientos
que viene de traumas o de cualquier otro problema mental. Manejar una adicción
no es solo no consumir, sino tratar otros aspectos”.
Al doctor Oraá le
preocupan sobre todo aquellas personas que están mal y aún no se han decidido a
pedir ayuda. Cuenta lo que le ocurrió a un hombre que iba a ser padre en una
semana. “Llevaba unos días dándole vueltas a la cabeza, preocupado con ir al
hospital, con poder contagiarse en el parto, si iban a atender bien a su
mujer..., y esto le había llevado a una situación de tanta tensión que se
autolesionaba, se golpeaba. Estas personas que empiezan a darle vueltas a la
cabeza por temor a contagiarse acaban estando varios días sin dormir y esto
tiene consecuencias. Personas que podían no tener antecedentes y que quizás,
como mucho, eran personas preocupadas por la salud. Eran personas que tenían su
trabajo, sus relaciones normales y que ahora, una vez interrumpidas esas
estrategias que todos tenemos, el roce social, el estar con unos colegas hablando,
el ejercicio para algunos, para otros ir al cine, o al teatro, o el fútbol, se
quedan a solas con sus obsesiones. La desaparición de estos entretenimientos
que daban un poco de cohesión a la vida diaria está haciendo que personas que
antes no habían tenido problemas aparezcan, de pronto, por los servicios de
Urgencias con un sufrimiento brutal, enorme”.
Pocos contagios y preocupación por la anorexia.
El hospital psiquiátrico de
Zamudio pertenece a la red de salud mental de Osakidetza en Bizkaia, que
dispone de dos hospitales psiquiátricos más (Bermeo y Zaldibar), 25 centros de
salud mental y cuatro equipos de atención a domicilio. La atención se completa
con los servicios de agudos de los hospitales de Galdakao, Basurto y Cruces. El
viernes, solo uno de los internos estaba en aislamiento aquejado de coronavirus
en Zamudio. Hace unos días eran cuatro. La jefa de psiquiatría, Concha Peralta,
y la de enfermería, Begoña Morales, explican que, pese a las medidas de
seguridad adoptadas para luchar contra la pandemia, el funcionamiento del
centro no se ha visto alterado. “Lo que más nos ha llamado la atención”,
explican, “es el comportamiento ejemplar tanto de los pacientes como de sus
familias”. De 25 residencias comunitarias más pisos supervisados que dependen
de la Comunidad de Madrid, donde viven casi 1.000 personas, hay dos positivos
por covid-19 y 11 personas en aislamiento. La fundación que los gestiona cree
que el escaso contacto de los usuarios de las residencias con otras personas, y
la consciencia poco a poco de la situación y, por tanto, su confinamiento puede
ser la razón de que el efecto del coronavirus se haya controlado.