JOSÉ ANTONIO MÉNDEZ | eldebate.com | 27/09/2024
La psicóloga, hermana de Marian e hija de
Enrique Rojas, publica Necesito un abrazo, el primero de una serie
de cuentos en el que explica a los niños (y a los padres), con sencillez y
ternura, el complejo mundo de las emociones, la neurociencia y la somatización
Nos recibe en su casa con Reyes, su hija recién nacida, en brazos, y su cuento Necesito un abrazo (Editorial Planeta), recién llegado de imprenta. Nunca había abierto su casa para un periodista, pero con El Debate hace una excepción, que le agradecemos. Sus otras dos hijas pequeñas están aún en el colegio, aunque a ellas las aventuras de las protagonistas del relato, Cris y Neurita, «la neurona exploradora», no les sonarán nuevas, porque antes de ponerlas por escrito para ayudar a padres e hijos a entender la importancia de las emociones, cómo funciona el cerebro o cómo somatiza nuestro cuerpo, ellas ya las habían escuchado de labios de su madre en momentos como el de irse a la cama o para calmar una rabieta en mitad del super.
En realidad, como sus propias hijas, Isabel Rojas Estapé, psicóloga y periodista, lleva desde pequeña escuchando hablar de salud mental y emocional. Un terreno en el que su padre, el psiquiatra Enrique Rojas, fue pionero en nuestro país, y desde el que su hermana Marian ayuda a millones de personas, no solo desde la consulta que comparten en el Instituto de Investigaciones Psiquiátricas, sino también a través de sus libros (superventas en varios países), sus conferencias que llenan teatros y sus podcast que baten récords. Aunque, por lo que hemos podido leer, parece que Necesito un abrazo es el primer paso de Isabel hacia una carrera no menos meteórica y útil para los demás. Será cosa de lo que ella misma llama «el gen Rojas».
—En consulta tengo muchos padres que
me dicen: «No sé qué hacer con mis hijos, porque solo me sale decirles
¡estudia, ordena, lee!». Muchas veces, a los padres les cuesta pasar tiempo con
sus hijos. Y a los padres más que a las madres. Muchos piensan: «A estas
alturas no me voy a poner a jugar a la plastilina; y si juego al fútbol, dados
20 toques, dados todos». En el día a día, después de la vorágine del trabajo,
todos queremos momentos de calidad con nuestros hijos, pero no siempre sabemos
cómo tenerlos. Por eso siempre digo: «Cuéntales cuentos». Es algo que viene de
mi padre.
—Porque de niñas, todos los fines de semana nos
contaba cuentos y era el mejor momento de la semana. Él hacía algo que yo
también hago: cambiar un poco el cuento para meter alguna moraleja sobre la voluntad,
la constancia, la generosidad, conocerse a uno mismo… Y así los niños, después,
se quedan rumiándolo. Leer un cuento genera una conexión emocional muy fuerte,
y crea un momento de unión en el que padres e hijos disfrutan muchísimo.
Gracias a la oxitocina que se genera, introduces a tu hijo en un mundo de
creatividad, curiosidad, ilusión y, en este caso, de conocimiento emocional y
psicológico, mientras los dos disfrutáis.
—Se habla mucho de salud
emocional, pero el foco suele ponerse en los adultos o en los
adolescentes. Necesito un abrazo va, sin embargo, para los más
pequeños. ¿Es que hoy es especialmente importante cuidar la salud emocional de
los niños?
—Sin duda, porque los niños son el futuro de la
sociedad. En consulta veo a adultos que sufren enormemente, y muchas veces es
un sufrimiento que arrastran incluso desde la niñez. Cuando atajas el problema
desde la raíz o llegas lo antes posible, el sufrimiento es mucho menor. Por eso
he querido escribir cuentos, para que los padres puedan ayudar a sus hijos
desde los 2, 3 o 4 años, a que se conozcan a sí mismos y entiendan qué les
pasa, por qué sufren y cómo pueden gestionar sus emociones. Si no, luego viene
la adolescencia con esa vorágine de emociones que no comprendes, y terminas
muchas veces sufriendo muchísimo, con un dolor que incluso se acarrea el resto
de la vida.
Si
los niños entienden qué les ocurre y por qué, y cómo les afecta a su cuerpo,
viven muchísimo mejor - Isabel
Rojas Estapé, Psicóloga y periodista
—Pero usted no ha querido solo
enseñar a reconocer las emociones, como hacen otros cuentos, sino que se
adentra en el mundo de la neurociencia…
—Mi padre, mi hermana Marian y yo hablamos mucho
en la consulta de la importancia de conocernos y comprendernos. De hecho,
nuestro lema es «comprender es aliviar». Cuando comprendes lo que te pasa, cómo
funcionas por dentro, qué te ha ocurrido y cómo afecta eso a tu cuerpo… todo
encaja y uno se alivia y vive más relajado. Con los niños ocurre igual: si
entienden qué les ocurre y por qué, y cómo les afecta a su cuerpo, viven
muchísimo mejor. Darle ese punto neurocientífico, con mucha sencillez, hace que
ellos también puedan saber que tienen un cerebro, que dentro del cerebro
existen unas neuronas y que lo que pasa ahí, les afecta en otras áreas. Es
decir, que ese miedo, esa alegría o esa ira que sienten no son algo que les
sucede de repente y no puedan gestionarlo.
—Insiste en la cuestión de la
somatización. ¿Por qué?
—¡Porque entender qué es la somatización es
importantísimo! Este cuento, a diferencia de otros sobre este tema, se centra
mucho en cómo responde mi cuerpo ante las emociones. Por ejemplo, con la
tristeza me duele la tripa, me mareo, estoy cansada... Es decir, que hay una
serie de respuestas físicas ante mis emociones y es necesario que los niños
empiecen, poco a poco, a detectarlas. En realidad, esta parte está más enfocada
a los padres, para que si un niño, sin venir a cuento, les dice: «papá, estoy
mareado» o «mamá, me duele la tripa», puedan detectar si ahí hay una gripe o
subyace una emoción. Detrás de muchos problemas físicos de los niños, hay
emociones que los padres a veces no sabemos detectar. Y necesitamos conocer que
está sintiendo nuestro hijo o qué le puede estar pasando, más allá de ese mareo
o ese dolor de tripa.
—¿Qué ocurre cuando un niño sabe
reconocer sus emociones o cómo reacciona su organismo?
—Que su comportamiento cambia por completo. En
lugar de actuar por necesidades o impulsos, al comprender qué le pasa, el niño
activa su corteza prefrontal, frena y dice: «cuidado, me pasa esto, y así puedo
reaccionar: lloro y me duele la tripa, porque ya no veo a mi amiga o porque mi
amigo se ha cambiado de clase; por eso estoy tristón y no me apetece ir al
cole. Se lo puedo decir a mis padres y buscar a mi amigo en el recreo». Cuando
se comprende a sí mismo, su conducta cambia y, aunque sea de forma torpe, deja
de responder de forma instintiva o con rabietas. Por eso, la serie de cuentos
abordará la tristeza, la alegría, la rabia y el miedo, que son los más comunes
y con los que vamos a poder ayudar más a los niños y a los padres.
Por
desgracia, la empatía solo se adquiere, o trabajándola muchísimo, o a través
del dolor y el sufrimiento - Isabel
Rojas Estapé, Psicóloga y periodista
—Pues, entre otras cosas, que falla la empatía, y
eso genera muchos problemas que llegan a la vida adulta. Cuando falta la empatía
ves el mundo como un lugar hostil y terminas sufriendo y haciendo sufrir a
otros. Muchísimos padres me preguntan: «Isabel, ¿cómo puedo mejorar la
inteligencia emocional de mi hijo para que no tenga tantos problemas de
conducta?». Y eso pasa, sí o sí, por mejorar la empatía. Por desgracia, la
empatía solo se adquiere, o trabajándola muchísimo, o a través del dolor y el
sufrimiento.
—¿A qué se refiere?
—A que, por lo general, solo la persona que sufre
o que ha tenido un gran dolor en su vida adquiere la capacidad natural de
empatizar con quien tiene delante. Y no es que yo pueda ahorrar sufrimientos,
pero sí intento que los niños vayan adquiriendo, por aprendizaje, la capacidad
de empatizar con la gente, al detectar las emociones propias y las ajenas. Cuando
un niño no se sabe gestionar, siente que todo a su alrededor va en su contra,
que nada le sale bien y que tiene que batallarlo todo. Ahí aparecen rabietas
constantes, ira, lloros descontrolados y las respuestas, digamos, más
reptilianas. Pero, aunque lo esté sintiendo, el solo hecho de conocer qué le
está pasando ya activa la corteza prefrontal de su cerebro y le permite
enfrentarse a esa emoción de forma distinta.
Si
un niño sufre acoso escolar le puede ayudar detectar la parálisis que suelen
sufrir al principio y actuar - Isabel
Rojas Estapé, Psicóloga y periodista
—Si es para el niño que está siendo vulnerado, le
puede ayudar muchísimo detectar la parálisis que suelen tener al principio, el
rechazo que suelen sentir, o el miedo que tienen a enfrentarse al bulleador o
ir al colegio. También les ayuda muchísimo a gestionar sus pensamientos, esa
rumiación que sufren: «Me van a hacer daño, van a ir contra mí, me van a pegar,
me van a insultar, van a escupirme»... Y puede aprender a frenarlo. Cuando el
niño aprende a frenar la rumiación constante que induce a la parálisis, puede
ponerse manos a la obra: actuar al principio de la situación, enfrentarse al
bulleador, decírselo a los padres o hablar con el profesor. Es decir, puede
llevar más las riendas de lo que pasa a su alrededor. Eso no significa que la
situación se solucione de forma inmediata, pero en vez de permitir que le
abrumen sus emociones y las conductas que sufre, hay un cambio radical que es
el primer paso para solucionar el problema.
—¿Y en el caso de que nuestro
hijo sea el que agrede a otros?
—En este caso, hay un punto esencial que es el trabajo de la empatía, y darse cuenta que todos tenemos emociones. Porque el propio niño que está bulleando no solo hace daño al resto, sino que se daña a sí mismo. Insisto: esto no soluciona el problema, pero ser consciente de ello es el paso previo para cambiar de conducta. Y todo esto se asienta en conocer y comprender nuestras emociones, cómo funciona nuestro cerebro, y cómo responde nuestro cuerpo.