miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿Se puede curar con la mente?

No obra milagros, pero el cerebro contribuye de forma notable a la mejora o empeoramiento de la salud. Hasta aquí llega su poder

PABLO LINDE | El Pais | 20/03/2015

Dolor de cabeza. Al paciente le administran una pastilla sin ningún principio activo. Es solo una bola de sacarina, pero es muy probable que la molestia remita. Y lo hará de forma distinta si la pastilla es de un color o de otro, si se presenta en una caja de una prestigiosa marca farmacéutica o en otra de una desconocida, si el médico le cuenta por qué le va a curar ese producto o simplemente se lo prescribe sin mayor explicación. Seguramente le haría más efecto si en lugar de tomar una pastilla fueran dos, o una píldora, cuya percepción subjetiva suele ser de más potencia. O todavía mucho más si se tratase de una inyección, aunque la sustancia de la jeringuilla tampoco tuviese ninguna propiedad terapéutica. La mejora, obviamente, no está en la pastilla, la píldora o la inyección. Reside en el cerebro, que actúa de forma sorprendente a la hora de curar, mediante el efecto placebo, o enfermar, por lo que se conoce como efecto nocebo.
Todavía quedan algunos misterios en cuanto a la influencia del pensamiento en la salud del resto del cuerpo, pero su existencia es un hecho científicamente comprobado por múltiples experimentos de todo tipo que se han realizado en el último medio siglo. Los estudios sobre el poder de la mente en el cuerpo y el efecto placebo se remontan muy atrás en el tiempo. Ya los griegos hace 2.500 años advertían que la relación del médico con el paciente podía tener ciertos efectos. Lo llamaban el arte de las palabras.
Hasta qué punto nos curamos por la acción del fármaco y hasta cuál por el efecto subjetivo que hace en nosotros no siempre está claro. Un estudio publicado en 1998 por la American Psychological Association sobre el tratamiento a personas con depresión mostró que alrededor de un 25% del progreso de quienes tomaban antidepresivos se debió a la remisión espontánea, el 50% al efecto placebo y solo un 25% al medicamento. Existen también estudios que muestran un porcentaje mayor de éxito entre un tratamiento real a un grupo de pacientes que han sido cuidadosamente informados de en qué consistía que a otro al que el doctor les despachaba el medicamento sin darles explicación.
Luis Caballero Martínez, jefe del Servicio de Psiquiatría y Psicología Clínica del Grupo HM Hospitales, explica: “La relación entre factores psicológicos y enfermedades es bien conocida. Desde hace mucho existen subespecialidades médicas centradas en esta relación: las denominadas medicina psicosomática y psiquiatría de consulta y enlace. Virtualmente, todas las enfermedades tienen componentes psicosomáticos (es decir, factores psicológicos o de conducta que condicionan su aparición, curso o respuesta al tratamiento) y también componentes somatopsíquicos (esto es, la presencia de enfermedades condiciona también distintos aspectos del estado mental del paciente).
Sugestión y analgesia
Dando por sentado que la mente puede influir en las enfermedades del cuerpo, ¿se sabe realmente cómo lo hace y por qué? En ciencia, se hallan hechos que se admiten como reales por la evidencia empírica cuyos mecanismos son desconocidos. Esto le ha sucedido al placebo durante mucho tiempo. Todavía hoy restan lagunas, pero ya hay despejadas muchas incógnitas. Uno de los más amplios estudios que aborda el funcionamiento del placebo se publicó en la revista The Lancet en 2011. Concluye que no hay un solo efecto placebo, sino muchos que actúan de diferentes formas. Explica que por un lado están los psicológicos, entre los que existe una “multitud de mecanismos” que contribuyen a esta curación por medio del cerebro. Hay dos especialmente bien documentados. Uno es el relativo a las expectativas; la sugestión  y el condicionamiento clásico. “Cuanto más alta es la expectativa, más alto es el efecto placebo y, potencialmente, tendrá más consecuencias con futuras tomas de medicamento”.
Por otro lado , están  los mecanismos  neurobiológicos.  Muchos estudios se  han centrado en el   efecto analgésico del placebo. Para ello se ha demostrado que este puede ser total o parcialmente revertido con naxolona,  que es el antagonista  de los opiáceos, de  lo que se desprende que el   placebo puede ejercer una función parecida a esta droga. “Estos resultados han sido confirmados con captaciones de imágenes del cerebro como la tomografía por emisión de positrones y las resonancias magnéticas. Se ha demostrado que los cambios inducidos en el cerebro por el placebo  son similares a los que se ven con la administración de una droga opiácea” .También se han observado cambios en la actividad metabólica en el cerebro de pacientes con depresión.
Aquí no hay magia
El poder del cerebro para sanar es considerable. Estas capacidades sirven a muchas pseudociencias o terapias alternativas para presumir de beneficios que no tienen nada que ver con la terapia en sí, sino con el efecto placebo que generan por la creencia del paciente en que se curará. Dylan Evans, autor de Placebo, el triunfo de la mente sobre la materia en la medicina moderna, lo resume así en su libro: “La respuesta placebo no es más que un rápido reajuste de los propios mecanismos de curación del cuerpo ante un asomo de esperanza y [...] tienen límites por mucho que un optimismo de ímpetu industrial los refuerce. La respuesta placebo no es mágica”.
El efecto placebo: ¿solución o problema?

Desde algún punto de vista, el placebo podría considerarse la medicina ideal: invita al propio cuerpo a curarse y, en principio, no presenta efectos secundarios. Sin ningún conocimiento sobre sus mecanismos y su efecto real, fue usado ampliamente a lo largo de la historia; no hay que remontarse siglos atrás para encontrar a doctores que administraban pastillas de azúcar a los enfermos con el objetivo de hacerles sentir mejor sin decirles que se trataba de un simple dulce. Esto va hoy contra los códigos deontológicos de la práctica médica, que no permite a los profesionales de la salud administrar sustancias terapéuticamente inanes ni engañar a sus pacientes. Los medicamentos deben superar ensayos clínicos que prueben que son más efectivos que el placebo para poder comercializarse, y quienes participan en ellos deben estar informados de que pueden pertenecer a un grupo de control con placebo si no se conoce remedio o con el medicamento más efectivo que exista hasta la fecha para su dolencia –esto es algo que tendrá una excepción en España con la aprobación por parte del Ministerio de Sanidad de un reglamento que cataloga a los productos homeopáticos como medicamentos. En este caso no cuentan con tal exigencia, puesto que no existen evidencias de que sean más que placebo–. Existen estudios que, curiosamente, muestran mejorías de los pacientes con la administración de placebo aún habiéndoles advertido de que lo era. Esto puede tener su explicación en que muchos de ellos no se creían que el médico pudiese estar recetándoles una pastilla de azúcar, según declaraban en encuestas posteriores a algunas de estas pruebas. En su libro Placebo el triunfo de la mente sobre la materia en la medicina moderna, Dylan Evans teoriza sobre la posibilidad de, solo en algunos casos poco graves y susceptibles de responder al efecto placebo, administrar productos inanes a los pacientes haciéndoles la advertencia de que lo son. Plantea explicarles algo así como: “Esta sustancia no tiene efecto terapéutico real, pero en algunas ocasiones, si cree que le puede curar, funciona”. Sería una forma en la que quizás se podrían poner en marcha los mecanismos de curación del cerebro sin engañar al paciente. Desde otro punto de vista, más que una medicina ideal, el placebo es un lastre para la investigación clínica y el avance de la medicina, ya que en muchas ocasiones no queda claro si los medicamentos son realmente efectivos o las mejorías se han debido a la sugestión y los mecanismos analgésicos y de activación del sistema.