ROCÍO
NAVARRO MACÍAS |
La Vanguardia | 06/10/2020
Los expertos advierten que algunos padres confunden la
disciplina positiva con ser permisivo o no poner límites.
La disciplina positiva no
está relacionada con la permisividad. Tampoco con educar sin
límites, sino todo lo contrario. La disciplina positiva es un estilo de crianza
que persigue que los hijos sepan afrontar con éxito sus desafíos vitales, sin
violencia y desde el respeto. Entonces, ¿por qué provoca escepticismo en
quienes se han criado desde otro paradigma?
“Hay que entender muy bien lo que es
la disciplina positiva. Algunos padres confunden la disciplina positiva
con la ausencia de normas o límites. En este caso, es peligrosa, ya que
todos no podemos tener la misma posición en la familia”, advierte Silvia Álava,
psicóloga educativa y coautora del libro Seis Cuentos para educar en
disciplina positiva (Alfaguara, 2020)
Se trata de un sistema de
principios en el que se explican las formas de actuar, se validan las
emociones, pero esto no quiere decir que no existan normas o que no haya que
darles un no por respuesta a los niños. “El objetivo de la
educación es conseguir que nuestro hijo
sea una persona responsable, autónoma, decidida, resiliente, respetuosa,
tolerante y empática. Para ello, debemos ser modelo y
mostrarnos de esta misma forma”, explica el psicólogo educativo Antonio
Labanda.
Aquí comienzan una serie de
malentendidos para los adultos que no llegan a gestionar de forma eficiente sus
emociones o, incluso, no son conscientes de ciertos comportamientos que chocan
con esta tipología de
crianza que, por ejemplo, no contempla como
fórmulas válidas los
gritos, enfados o las luchas de poder. Por eso es importante
conocer las claves fundamentales para que la disciplina positiva funcione.
Educar desde el respeto
“De dónde sacamos la loca idea de que para que
un niño se porte bien primero tenemos que hacerlo sentir mal”, es una de las
citas más famosas de Jane Nelsen, una de las impulsoras de la disciplina
positiva. Nelsen comenzó a difundir en los 80 las ideas que los psiquiatras
Alfred Adler y Rudolf Dreikurs concibieron hace un siglo. De forma esencial,
este tipo de aprendizaje apoya a los niños en su crecimiento y les ayuda a
encontrar soluciones a largo plazo que desarrollen la autodisciplina.
“Muchas familias creen que está
basada en la exigencia, supongo que por el tono de la palabra disciplina. Otras
piensan que porque hablamos de algo positivo, vamos a dejar que los niños
crezcan sin límites. Pero la disciplina positiva es una metodología estructurada,
basada en unos principios teóricos, cuyas herramientas prácticas han sido
elaboradas y revisadas desde hace más de 30 años”, indica María Soto, experta
en disciplina positiva y autora del libro Educa Bonito (Vergara,
2020).
“La disciplina positiva es una
metodología estructurada”
María Soto – Autora de Educa
Bonito
De hecho, lo que engloba esa positividad es obtener soluciones teniendo en
cuenta las percepciones del niño según el tramo de desarrollo en el que se
encuentre. Aumentar las capacidades de los niños y fomentar la autoconfianza
son otros de sus objetivos. Una aproximación que se basa en la cortesía y
el respeto mutuo,
pero en la que los
límites no son negociables porque los niños no pueden desarrollarse bien sin
ellos.
Firmeza sin enfados
La vida en sociedad no sería
posible sin límites, y convivir con ellos es necesario casi desde que llegamos
al mundo. Pero definir
las normas y hacer que los niños las respeten no está relacionado con gritos, ira o alguna manifestación con
tintes violentos. La clave es mantener una actitud firme ante ellas.
“La firmeza es uno de los dos
pilares de la disciplina positiva. No tiene nada que ver con enfadarnos con
nuestros hijos para que nos hagan caso, sino que es una actitud desde donde les
aportamos seguridad. Es la capacidad de ser consecuente con las decisiones que hemos tomado”,
explica Soto.
La disciplina positiva relaciona
los límites con el respeto por uno mismo y por los demás, y con la seguridad
física y emocional. “El resto de las rutinas, normas sociales y modales se
pueden aprender de una forma mucho más efectiva si los niños forman parte de la
toma de decisiones y la revisión de los resultados. Esta metodología nos enseña
a considerar a nuestros hijos “copilotos” de la familia, para fomentar que su
sentido de pertenencia y significancia preserve su autoestima y su motivación
intrínseca”, añade la especialista.
Acompañar en los momentos
difíciles
Sobre el papel es difícil
encontrar aristas a este método de crianza. Pero ¿qué ocurre en la práctica?
Las rabietas,
por ejemplo, son un momento en el que los padres pueden poner a prueba los
límites de su paciencia. Tratar de controlar una rabieta es como intentar
detener una tormenta. Se trata de episodios que sufren los niños cuando no
entienden por qué decimos “no” y que desencadenan este tipo de comportamientos
porque son incapaces de manejar su frustración.
Según el compendio Positive
Discipline: What it is and how to do it hecho por la autora Joan E.
Durrant para la organización Save the Children: “Lo mejor es esperar a que pase la
rabieta. Quedarse a su lado para que se sienta seguro mientras la tormenta lo
sobrepasa. A veces, si los padres lo acarician suavemente se puede calmar.
Cuando haya pasado la rabieta, hable con él sobre lo acontecido. Aproveche para
enseñarle lo que son los sentimientos, lo fuertes que pueden ser y cómo se
llaman. También le puede explicar por qué dijo “no” y que entiende por qué se
siente frustrado. Cuéntele lo que usted hace cuando se siente así. Asegúrese de
decirle que lo quiere aunque esté triste, enojado o feliz”.
En vez de un castigo, una
consecuencia
Quizá uno de los aspectos de la
disciplina positiva que más reticencia despierta en algunos sectores es la
ausencia de castigos,
una herramienta que quizá no es tan eficaz como creemos. Esto no significa que los niños
hagan lo que les venga en gana, sino un cambio en la forma de entender las
consecuencias de sus actos. “Con los castigos, partimos del hecho de que
privamos de algo a los niños. A veces son muy largos, desproporcionados o sus
consecuencias no tienen nada que ver con lo que ha ocurrido”, argumenta Álava.
Lo que propone la disciplina
positiva es que las consecuencias deben ser lógicas, coherentes, razonables e
ir dirigidas a reparar
el daño. “Si el niño grita o te pega, debe entender que ha
causado un dolor (físico y emocional)”, añade. La psicóloga propone fórmulas
como “Debes comprender que me ha dolido y ahora no quiero hacer algo contigo.
Tienes que esperar”. Asimismo, hay que invitarles, o enseñarles, a que pidan
perdón ante ese comportamiento.
¿Hay casos en los que no funciona
la disciplina positiva?
En teoría, la respuesta a si
existen casos en los que la disciplina positiva no funciona es negativa. “Esta
metodología está basada en la Psicología Adleriana ( Escuela de Psicología
Individual de Alfred Adler); no se trata sólo de una manera de educar, sino una
forma de relacionarse con los demás. Es como ese manual de instrucciones del
que todo el mundo habla. Siempre se puede aplicar”, sugiere Soto. Sin embargo,
puede que se quieran aplicar ciertas prácticas sin un buen conocimiento de los
procesos, o esperando resultados inmediatos. En estos casos, la experiencia
puede no ser la esperada. Estas son algunas situaciones de las que pueden
derivarse consecuencias poco deseables al aplicar la disciplina positiva:
- Si los padres tienen un control deficiente de
sus emociones. Tal es la importancia de este hecho, que el
estado de ánimo de los padres es un factor importante en la conducta de los
hijos. “Si se sienten cansados, irritados, o preocupados por algo, es posible
que se enfaden con su pequeño. Muchas veces los padres descargan su frustración
sobre sus propios hijos. Cuando el ánimo de los padres y las madres es
impredecible, los niños(as) se sienten inseguros y ansiosos. Cuando los padres
y las madres ignoran una conducta infantil un día, pero se enojan por el mismo
hecho al día siguiente, los niños se sienten confundidos”, indica Durrant en su
libro.
La recomendación para quienes
tienen problemas controlando sus emociones es acudir a un psicólogo que trate
el asunto de manera constructiva, evitando las consecuencias en los niños. “Yo
comparo la imagen de una madre o un padre amable y firme con la de un Sherpa,
que nos guía en una montaña dándonos la suficiente calma y seguridad como para
subir la montaña. No puede salirse del camino por mucho que a nosotros no nos
guste, pero nos lo transmitirá desde la comprensión y la compasión de quien
tiene más experiencia”, manifiesta Soto.
- Si los padres dicen una cosa, pero hacen
otra. Los padres deben analizar sus conductas antes de
aplicar la disciplina positiva. Son el modelo a seguir para sus hijos y, si sus
actos no legitiman sus palabras, es difícil que el mensaje llegue.
“No nos vale decir no
debemos insultar y cuando nos ocurre una situación que nos produce una
emoción de ira entonces insultamos. Evidentemente tenemos que entrenarnos para
ello, reconocer nuestras emociones, reconocer las emociones de los demás, tener
calma y paciencia… Los niños aprenden por modelado”, expone Labanda.
- Si se buscan resultados inmediatos. Una
de las cosas más difíciles de la crianza de los hijos es conciliar los
objetivos a largo plazo con los del corto plazo, porque a menudo ambos entran
en conflicto. “El modo en que actuamos en situaciones de corto plazo es un
modelo para nuestros niños. Es entonces cuando aprenden cómo afrontar el
estrés. Si gritamos y golpeamos cuando estamos estresados, esto es lo que van a
aprender a hacer en la misma situación. Los gritos y golpes sólo enseñarán a
sus hijos(as) lo contrario que usted desea que aprendan en el largo plazo”,
indica Durrant.
Por su parte, Soto alude también
al marco temporal como uno de los elementos imprescindibles para que funcione:
“La disciplina positiva surte efecto de manera progresiva, no es algo inmediato
y general. Puede que las peleas disminuyan pero que haya que seguir trabajando
la comunicación, o puede que los niños ganen en autonomía pero haya que seguir
revisando otros aspectos”.
Las prisas tampoco encajan en
este paradigma. “Muchas veces son los padres los que meten prisa porque tienen
muchas cosas que hacer y necesitan que los niños acaben rápido. En ocasiones
incluso actúan por ellos, pero esto puede desencadenar un problema, ya que no
le damos la oportunidad al niño de que aprenda de sus errores”, advierte Álava,
que subraya la importancia del esfuerzo y su demora.
- Si se piensa que los niños se “portan mal”.
Cuando un niño desarrolla un comportamiento que no se ajusta a lo que los
padres y otros adultos desean, de forma automática se etiqueta como “mal
comportamiento”. Su necesidad de exploración, de demostrar su
individualidad, o un temperamento muy activo son algunos de los factores que
pueden desencadenar esas conductas. De hecho, una de las metas de la disciplina
positiva es arrojar luz sobre esta manera de obrar.
“De todas las situaciones que vivamos con los niños,
tratemos de extraer que no se “portan mal”, sino que están aprendiendo a
pertenecer al mundo. Y fallan, toman malas decisiones, igual que cualquier
adulto aprendiendo algo que no sabe. Si somos capaces de mirar a nuestros hijos
con esa compasión, no nos enfadarán tanto sus conductas y podremos empezar a
ver los motivos que les llevan a tomar esas decisiones a veces equivocadas”,
dice Soto.