SERGIO DE DIOS GONZÁLEZ | La
Mente es
Maravillosa | 24/01/2021
Un umbral demasiado alto de
autocrítica y una atención demasiado centrada en los errores puede ser una
carga pesada para quienes se han acostumbrado a relacionarse así con ellos
mismos. En este contexto, la compasión cobra un valor especial.
La compasión es
una vacuna para el sufrimiento. Parte de un ejercicio realista,
reconociendo la falibilidad de nuestra naturaleza e integrándola en el relato
de nuestra historia. De nuestros errores devienen consecuencias
indeseables, pero poco o nada podemos hacer para cambiar el pasado.
En este sentido,
al practicar la compasión con nosotros mismos, mullimos
un colchón frente al impacto emocional que pueden producir las consecuencias de
un determinado error. Emplearla es un ejercicio de inteligencia
emocional.
No somos unos inútiles; lo que sí sucede es
que veces no somos útiles. No somos unos despistados; en ocasiones tenemos
errores. No somos, actuamos; lo paradójico es que ahora tenemos la oportunidad
de actuar de otra manera. En este sentido, gozamos siempre -a pesar de no poder
cambiar el pasado- de la oportunidad de actualizar quienes somos.
¿Qué es la
compasión?
Hablamos de un término complejo que abarca
tres planos:
· Plano emoción-motivación: la compasión, como las emociones,
lleva asociada una energía para la acción. La despierta el sufrimiento y nos
motiva a aliviarlo. Referida a nosotros, tiene mucho que ver con lo conectados
o desconectados que estemos con nuestra parte más interna; aplicada a los
demás, también tiene mucho que ver con lo conectados o desconectamos que
estemos con ellos.
· Plano conducta: tiene que ver con la propia acción,
lo que llamaríamos ejecución de la compasión. La manera de tratarnos o de
tratar a los demás. De cambiar o invitar a cambiar relatos que bajen la
intensidad del sufrimiento. Las consecuencias de la actuación compasiva
favorecen, de cara al futuro, el primer plano (emoción-motivación).
· Plano cognitivo: incluye varios puntos.
· La atención al sufrimiento ajeno.
· La evaluación de ese sufrimiento.
· La evaluación nuestras capacidades
concretas para intervenir eficazmente y poder paliarlo en ese momento.
¿Qué es la
autocompasión?
Kirstin Neff, una psicóloga que ha trabajo
en este campo, describe tres pilares que la fundamentan para la práctica desde
la óptica de la autocrítica y el sufrimiento. Esos pilares serían:
· Tratarnos con amabilidad.
· Aceptar las contradicciones y los
conflictos, especialmente aquellos relacionados con la falta de consistencia –disonancia cognitiva-.
· Sostener los pensamientos y
sentimientos dolorosos en una atención consiente.
La compasión en
terapia
Uno de los frentes de trabajo
más frecuentes en terapia es precisamente el empleo de la autocompasión. Una revisión
del pasado generosa con quien la realiza. Incluso, a veces, poco realista -el
terapeuta es consciente de es poco realista-, pero muy útil para aliviar el
sufrimiento de la persona.
Se trata de esas mentiras
piadosas que nosotros también necesitamos. Dicho de otro modo, que nuestra
definición necesita para ser una fuete de crecimiento y no un pesado lastre con
el que cargar. Resaltar la intención o las dificultades, frente a un resultado
que no fue el deseado. La
persona puede pensar que defendió sus intereses, descartando el adjetivo de
egoísta -con
toda la carga semántica que tiene el término-. La persona puede pensar que
expresó su enfado, sin utilizar el verbo ser.
Antes hablábamos
de la desgracia de no poder modificar el pasado. La fortuna es que siempre estamos en posición de actualizar
nuestra definición. De actualizar con honestidad, valentía,
generosidad o amor propio -o todo lo contrario-. El desafío para nuestros
valores es constante y el intento de alinear nuestra conducta con ellos una
motivación muy poderosa.
El castigo con
frutos muy pobres
¿En qué nos ayuda ser duros con
nosotros mismos? ¿Qué nos aporta excluir a la compasión en nuestro diálogo
interior? Quizás disminuyas la probabilidad de volver a
cometer el mismo error agrandando la huella en la memoria de lo que ha
sucedido. Sin embargo, para conseguir este mismo efecto no es necesaria “la
tortura psicológica”, ponernos la toga de juez duro e implacable, mientras nos
sentamos a nosotros mismos en el banquillo.
En muchas
ocasiones, el precio es muy grande y el beneficio que obtenemos es muy poco.
Haciendo balance, llamarnos inútiles o tontos de manera recurrente produce un
daño mayor sobre nuestra autoestima que el incentivo que puede suponer en un
momento determinado para corregir una conducta. Por ejemplo, para Gilbert, la autocrítica
interna y el miedo al rechazo externo pueden volverse tan crónicos que pueden
“acosar literalmente” a las personas hacia la depresión y la ansiedad.
Así, existe toda una modalidad de terapia centrada en la
compasión. Es muy útil con personas que se caracterizan por
ser perfeccionistas, que trabajan
con expectativas muy altas, que no saben relacionarse con el fallo o el error y
que tienden a reescribir el relato de su pasado destacando aquello que no
lograron o las equivocaciones que se lo impidió.
Pensemos, en
términos de bienestar, el cambio tan importante que puede suponer para alguien
modificar la forma en la que se trata. Despedir a su juez interior y
darse un tiempo. Reeducar su autocrítica. Abrir un espacio para
que vea los efectos inmediatos que tiene sobre ella la ausencia de compasión.