Neurólogos de Berlín asocian el trastorno egótico al déficit de neuronas en el cerebro emocional
Usted puede ser un narciso. La frase
acertará con uno de cada 100 lectores, porque esa es la proporción de la
población que muestra ese fastidioso rasgo de carácter. O mejor, que sufre ese
trastorno de la personalidad (NPD, por Narcissistic Personality Disorder). Y de
ser así lo más probable es que tenga usted un marcador físico identificable por
cualquier neurólogo: una reducción de la materia gris en una parte de su
cerebro llamada ínsula y que es esencial para la empatía, o identificación con
el otro. El único otro con el que sería usted capaz de identificarse sería
usted mismo. Con su propio mecanismo.
Los narcisistas habrán existido desde
que surgió la especie humana hace 100.000 años, pero solo llevan ese nombre
desde que se lo puso el médico y activista británico Havelock Ellis
(1859-1939), cuya obra mayor, “Estudios sobre la psicología del sexo”, se
publicó en siete volúmenes a lo largo de 30 años y fue censurada con saña por
la ortodoxia victoriana de la época. El nombre, naturalmente, remite al mito
griego de Narciso, el tipo que acabó muriendo ahogado de tanto mirar su reflejo
en el agua.
El narcisista se caracteriza por
“muestras ubicuas de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía”,
según la definición estándar de la Asociación Americana de Psiquiatría. Es una
persona absorta en sí misma, convencida de su propia importancia más allá de
toda duda razonable y con una necesidad patológica —literalmente— de recibir
muestras de admiración y toda clase de atenciones de los demás. ¿Ya siente
usted sudores fríos?
El psiquiatra Stefan Röpke y sus colegas
de los departamentos de psicología clínica, neurociencia afectiva, neuroimagen
y psiquiatría de la Universidad Libre de Berlín, presentan sólidas evidencias
en el Journal of Psychiatric Research de que los narcisistas —o pacientes de
trastorno de la personalidad narcisista (NPD), por emplear el término
técnico— han estudiado a 17 pacientes (12 hombres y 5 mujeres) que habían
sido previamente diagnosticados de trastorno de la personalidad narcisista, y
también a 17 personas del montón con la misma distribución de sexos, edades y
niveles socioculturales que les han servido como control. Su principal
conclusión: “Aportamos aquí la primera evidencia empírica de anormalidades
estructurales en los cerebros de los pacientes con trastorno de la personalidad
narcisista”.
La ínsula es una región del córtex (o
corteza) cerebral, la capa más exterior de nuestro cerebro, y la que se pliega
en surcos y convoluciones para hacer sitio a nuestras grandes demandas
cognitivas. Está precisamente enterrada en el puro fondo del surco más
profundo del cerebro, la cisura de Silvio (o surco lateral). Es el límite
posterior del lóbulo frontal, las redes neuronales que nos hacen humanos. Por
estudios anteriores se sabe que la ínsula está implicada en la consciencia —y
en la autoconsciencia, que viene a ser la capacidad de reconocerse en un
espejo—, la percepción, la cognición y la experiencia interpersonal. Eso
incluye la empatía, o facultad de identificarse con el otro, de ponerse en su
pellejo.