ROCÍO CARMONA | La Vanguardia | 30/11/2019
“Aprender a usar un lenguaje amable en vez de críticas, quejas o
excusas es el primer paso para ganar resiliencia y bienestar”.
Las palabras que nos
decimos y que decimos en voz alta, las historias que nos contamos y que
contamos a los demás, tienen un gran impacto en nuestra vida. Algunos
estudios, como uno reciente de la Universidad St. Catherine, en Minneapolis, sugieren
también que la narrativa de nuestras vidas, esto es, lo que nos explicamos al
hacernos mayores y recapitular sobre nuestras vivencias, influye de forma
decisiva en los niveles de felicidad,
resiliencia y calidad de vida , más allá del estado de salud.
Y es que las historias
son el núcleo de nuestro aprendizaje como seres sociales. Historias
sobre nuestros orígenes, sobre nuestros ancestros, los cuentos de hadas y las
fábulas, los romances o los poemas que memorizamos de pequeños… Todas ellas son
narraciones con las que la cultura en la que nacemos nos otorga un marco de
identidad propia y de pertenencia a un grupo.
A medida que maduramos,
las historias se convierten en herramientas a través de las cuales podemos
comunicarnos con nosotros y con los demás. ¿Cómo conocí a mi
pareja? ¿Cómo esa persona se convirtió en mi mejor amigo? ¿Cómo acabé
trabajando como médico/cajero/conductor/pintor? ¿Cómo creo que se
desarrollarán los acontecimientos después de las últimas elecciones?
Nuestras mentes están configuradas para buscar, ante todo, la
coherencia, y las historias nos ayudan a satisfacer esa necesidad. Pero, ¿hasta
qué punto pueden las palabras ser también una herramienta para
transformar nuestra vida?
El filósofo y
pensador Luis Castellanos, quien acaba de publicar El lenguaje de
la felicidad (Paidós), reflexiona acerca del potencial transformador
de lo que él llama «el lenguaje positivo». ¿Es posible ser más felices
prestando atención a las palabras que utilizamos en el día a día?
“La vida del lenguaje
es nuestra vida. Y nuestra vida es una historia llena de múltiples relatos
diarios. Vivimos y habitamos en el lenguaje. Decía un amigo mío que nadie
se olvida de su lenguaje al salir de casa. 24 horas abierto al mundo, sea
interior o exterior, todos los días de nuestra vida. La pregunta clave es si
con nuestro lenguaje somos buenos predecesores, buenos antepasados. ¿Hemos
pensado qué mentalidad, qué lenguaje, qué palabras heredarán nuestras
hijas, nuestros hijos…? ¿Qué lenguaje será el que habitemos en el futuro?
Hablar de bondad, de compasión, de amor, de sabiduría… no está muy bien visto.
Si en nuestro vocabulario no aparecen estas palabras, que sí aparecen en
nuestros sueños..., tenemos un problema de valentía. Nos hemos olvidado que
somos creadores, y que la vida, la naturaleza de la humanidad que queremos que
habite en el futuro, es un acto creativo consciente que empieza hoy. Es un
diseño nuestro y todos somos responsables de su construcción. Entonces ¿qué
lenguaje queremos que hereden las futuras generaciones? ¿Un lenguaje amigable,
lleno de esperanza? ¿Un lenguaje cálido, acogedor, sabio? ¿O…?”, reflexiona.
Para Castellanos,
la clave del bienestar pasa por tratar de cambiar el foco de
atención, reconstruir nuestro diálogo interno y cultivar relaciones de calidad,
empezando precisamente por las palabras. “Nuestra mente es una maestra
susurradora de palabras, y lo que he aprendido es que lo más importante para mi
felicidad es la calidad de las historias que me cuento sobre mi vida, las
palabras que elijo para mirar y actuar en el mundo”, explica.
“¿Si pueden las palabras
transformar nuestra vida? Las buenas preguntas sobre mí mismo y mi vida son la
clave, y las preguntas las formulamos con palabras. Saber qué palabras
elegimos, qué narrativa es la que más practicamos en nuestro interior puede
ayudarnos a transformar nuestra existencia. ¿Cuál es la calidad de las
historias que vivimos y que nos contamos? Es importante que averigüemos qué
palabras guían nuestras preguntas porque ellas condicionarán nuestras
respuestas. Nuestros relatos cotidianos hacen que tengamos una buena o
mala historia de vida, que, en definitiva, es la respuesta a nuestras
preguntas”.
Aclara este filósofo
que no hay que confundir el lenguaje positivo con el buenismo o con
un positivismo forzado e insano: “Son aquellas historias, narraciones
o relatos que nos contamos para encontrar el lado favorable de los sucesos. El
lenguaje positivo es un buen narrador para sentirse conectado con el mundo.
No es buenismo, ni un optimismo desenfrenado. Ni decir que podemos conseguir
todo lo que nos propongamos con solo pensarlo. O frases hechas como ¡si
quieres, puedes! ¡todo está en tus manos! o ¡el poder está en ti!…”
Y continúa: “Porque a
menudo nos sentimos vulnerables ante el dolor y el sufrimiento y necesitamos de
otros, necesitamos encontrar alguien que nos ayude, que nos tienda la mano.
Porque a veces la vida pesa mucho en nuestros corazones. El lenguaje positivo
es esa energía que nos ofrece palabras y gestos amigables, es la actitud de las
palabras para amigarse con uno mismo, con la vida y con el mundo”.
Y de la misma manera que
hay un lenguaje que nos “amiga” con la vida, ¿existen palabras y lenguajes que
nos “desamigan” y de los que deberíamos tratar de alejarnos? ¿Pueden hacer
daño y contaminar las palabras de la misma manera que lo hacen ciertas
acciones? Al leer a Castellanos vienen a la mente del lector ciertos discursos
crispados y tóxicos, resaca de demasiados meses de campaña electoral
continuada.
“Esta pregunta me parece
muy interesante y acertada por los acontecimientos globales que vivimos, por no
renunciar a decir la verdad y, sobre todo, porque las lecciones de la vida se
olvidan pronto. Olvidamos con mucha facilidad el poder del lenguaje para el mal
a lo largo de la historia. Somos seres temporales, vivimos y morimos, y tenemos
una tendencia a desmemoriarnos de la historia, de lo que nos ha enfrentado, del
lenguaje y las palabras que incitaron nuestros desencuentros. Las palabras,
como las balas, pueden herir y matar. El lenguaje puede ser una manipulación
para el odio y para la violencia. Como el aire que respiramos, invisible
pero vital, las palabras se respiran, pueden estar contaminadas y contaminar
nuestro espíritu, con un aire tóxico muy distinguible, o podemos respirar
futuro en ellas”, responde Castellanos.
Y explica que “las
palabras son, además, espacios públicos en los que convivimos y por las que
todos estamos conectados. Algunos políticos y medios de comunicación las
utilizan para llenar nuestros pulmones vitales de enemistad. Malrespiramos y
nos acostumbramos a ese lenguaje tóxico, y nos parece hasta normal el
insulto, el desprecio, el odio… La política, la comunicación, el liderazgo
requiere grandeza, espíritu que mira a lo lejos, que ve más allá de cuatro
años, para conseguir que este mundo sea un lugar mucho más habitable y
hospitalario. Construir un mundo más amigable en vez de enemistarnos. Algunos
políticos y medios de comunicación nos engañan y nos enfrentan, esta es la
realidad. Darnos cuenta de esto, una vez que nuestros pulmones están llenos de
ese aire tóxico, es complejo, y llegados a esta situación nos cuesta mucho
desaprender, buscamos culpables”.
“He oído a diferentes políticos decir: ‘No he
venido a la política a hacer amigos’ o ‘La política no es una cuestión de
confianza, es cuestión de garantías’. Entonces, ¿a qué han venido a la
política? ¿A enemistarse y a enemistarnos? ¿A exigir garantías, como lo hacen
los bancos? ¿Qué tipo de garantías valoran? Me parece un mal plan para todos
nosotros. Creo que la vida se ha desorientado y hoy necesitamos personas de
grandeza, política de futuro, menos hablar de progreso y crecimiento y
más hablar de verdadera empatía temporal, a tiempo y en el tiempo de
los demás, de amabilidad, de compasión, de bondad. Necesitamos gente de paz,
tanto en sus palabras como en sus acciones”, declara Castellanos.
Cuando alguien nos cuenta
una historia sucede algo fascinante: las partes del cerebro que esa persona
utiliza para narrarla se reflejan y se iluminan también en el cerebro del
oyente. Las historias, literalmente, sincronizan nuestras mentes, nos
conectan, y producen una respuesta empática entre quien narra y quien escucha.
¡Cuán importante escoger bien las que contamos!
Entonces, ¿cómo
podemos usar el lenguaje, para ser más felices? “Podemos usarlo, en primer
lugar, para ser más amables con nosotros mismos, menos perfeccionistas, para
dar cabida al perdón. Usar el lenguaje para hacer del mundo un lugar
mucho más amigable y habitable. Qué palabras decidimos poner en
mayúscula para que guíen nuestra mirada y nuestras acciones. Es decir,
habitarlas, creer en ellas y crear con ellas esperanza y futuro. Ver y sentir
la energía de esas palabras en nuestro corazón”, apunta Castellanos.
Y continúa: “Son palabras
con un lugar en tu alma. Toma conciencia de ellas, aprende a elegirlas y conviértete
en el artesano de tu propia historia. Afortunadamente, todos podemos
transformarnos y evolucionar. Este es el inmenso poder de dos verbos guardianes
del futuro: «aprender» y «practicar». Mediante la práctica cotidiana de
poner en marcha lo aprendido podemos llegar a ser maestros de la vida”.
Para este pensador es
importante estar atentos a cinco enemigos del aprendizaje: la
culpa, la crítica indiscriminada, la excusa, la queja, la falta de escucha y de
generosidad: “Si me pillo culpando a otros constantemente, excusándome sin
cesar, quejándome a cada paso y por cada cosa, criticando por criticar,
juzgando y etiquetando en cada momento, si no soy generoso y no escucho de
verdad, entonces las fuerzas destructivas del lenguaje controlan mi atención, mi
tiempo vital, mi mente, mis actitudes y mis acciones. Para contrarrestarlo
podemos crear nuestro propio método para la amistad practicando el lenguaje de
la compasión, de la amabilidad, del reconocimiento,
del agradecimiento, del perdón, de la franqueza y de la generosidad”,
remarca.