viernes, 3 de septiembre de 2021

¡Ojo! Que tus hijos se lleven bien depende mucho de ti: conoce las claves

 

ROCÍO NAVARRO MACÍAS     |     La Vanguardia     |     06/12/2020

Dar un hermano a un niño “para que no esté solo” es uno de los errores de los padres que lastran la relación fraternal. 

 “No te olvides de tu hermano”. Esta fue una de las frases con las que Liam Gallagher respondía a su hermano Noel en su última pelea a través de Twitter. Las disputas llevan enfrentando a los hermanos durante más de 25 años. Estrellas del pop aparte, el resultado de las relaciones fraternales depende de muchos factores. Algunas desembocan en amistades únicas, llenas de amor, y constituyen el pilar sobre el que se sujetarán habilidades sociales futuras. En otros casos, como el de los citados músicos, desencadenan fricciones, distanciamiento o trastornos sociales más severos.

 

“Son también la base de todas las relaciones que tendremos posteriormente. De este vínculo afectivo va a depender la forma de vincularnos con todas las personas que nos rodean: amigos, pareja, compañeros de trabajo, …”, explica Tania García, asesora familiar y autora de los libros Hermanos y Educar sin perder los nervios (Vergara). 

 

Entre todas las circunstancias que afectan al carácter de la relación entre hermanos, la manera en la que los progenitores tratan con ellos es la más determinante. De hecho, son las personas que pueden facilitar que el vínculo sea óptimo o que los lazos no terminen de unirse.

 

“Los hermanos pueden llegar a tener una complicidad incomparable a ninguna otra. Compartir padres, un tipo de crianza, … hace que haya cosas que solo se entiendan entre ellos”, comparte Abel Domínguez, psicólogo infantil y director de Domínguez psicólogos. Para permitir que la desarrollen, un acompañamiento emocional saludable y tratar a cada hijo desde su propia individualidad son elementos esenciales en la vida familiar.

 

¿Qué merma la relación entre hermanos?

El papel de los progenitores puede definir el carácter de la relación entre hermanos. “Cuando los adultos no acompañan óptimamente esta relación, aparecen problemas que pueden durar toda la vida”, comparte García. Establecer comparaciones entre hermanos o posicionarse a favor de alguno de ellos, son algunos de los hechos que desencadenan desequilibrios en la relación.

 

Este tipo de actuaciones despiertan en los pequeños emociones como la envidia, los celos o la rivalidad. “Si para comunicarnos con nuestros hijos utilizamos críticas constantes, etiquetas o si nos posicionamos a favor de uno fomentamos su distanciamiento y que su relación no se base en el amor, sino en la competición por la atención de sus padres”, continúa.

 

¿Cómo deben actuar los padres?

Cada uno de los hijos de la familia necesita que los padres le acompañen emocionalmente con la misma intensidad. El hecho de tener hijos para que se nutran entre sí es un error frecuente, según indica García.

“Es esencial entender que, cuando queramos tener otro hijo, debemos hacerlo pensando en el acompañamiento adulto que va a suponer. No en darle un hermano a nuestro hijo o en que no se quede solo. Ellos no tienen esa necesidad, es un patrón adulto adquirido”, añade.

 

Desde esta perspectiva, una de las pautas que favorecen la buena relación entre hijos es atender las necesidades cerebrales de cada uno de ellos. Para que esta circunstancia se cumpla, hay que tener en cuenta el momento de crecimiento en el que se ubica cada pequeño.

 

“Entre los 2 y los 3 años, algunos niños experimentan una temporada crítica y necesitan mucha atención de sus progenitores. Puede ser para validar sus logros o debido a otros factores como el cambio de escuela”, advierte el psicólogo. Si en esa fase aparece un nuevo hermano, los padres deben mantener un interés especial por los progresos del primer hijo para que no surjan desequilibrios emocionales.

 

 “Asimismo, se deben tener en cuenta esas etapas cuando el pequeño empieza a crecer y aparecen los logros evolutivos. El mayor se puede sentir inseguro cuando se alaba al pequeño. Pero hay que ayudar a que encaje este tipo de refuerzos, hacerlo partícipe de ellos, y fijarse en sus propios avances”, continúa.

Mostrar respeto hacia los hijos, acompañarlos, escucharlos y ofrecerles tiempo individual son otras de las bases para que la relación entre hermanos funcione. “Los padres en la crianza deben transmitir coherencia. No podemos decir a los hermanos que se traten bien, que colaboren, que sean solidarios, que compartan, y luego mostrar conductas contrarias a ellas”, expone Domínguez. Si los pequeños deben elegir entre imitar un comportamiento o seguir las pautas que se les indican, harán lo primero.

 

Las claves para conseguir una buena relación fraternal

En la práctica, el acompañamiento, la escucha y la atención individual pasan por seguir los siguientes comportamientos:

 

1.Prestar la misma atención a todos los hermanos. “Para el mayor, que venga un bebé a quedarse sería algo equiparable a que un miembro de la pareja introdujese a un tercero y le dijese al otro que ha venido para quedarse y van llevarse todos muy bien”, establece Domínguez. Por ello, ante la llegada de un nuevo miembro a la familia, debe prestarse una atención especial a quienes ya la conforman.

“Los padres deben tener cuidado con que los otros hermanos no asocien grandes cambios con el hermano pequeño; por ejemplo, que no le quitemos la cuna para el pequeño, no cambiar la habitación, ni meter de forma brusca al pequeño en la habitación. A ellos se les puede hacer un mundo”, explica Domínguez.

 

2. Preparar juntos la llegada del nuevo hermano. “Tenemos que explicarles la llegada de un hermano con mucha amabilidad, respeto y atendiendo todas sus dudas y sus miedos”, señala García. Hacer partícipe a los hijos en la elección del nombre del pequeño o realizar actividades vinculadas con el bebé antes de que nazca, como pintar la tripa de la madre, pueden marcar un inicio positivo en la relación.


3. Preparar el primer encuentro. Que el bebé esté en brazos de la madre cuando los hermanos se conozcan puede ser una conmoción para el primer hijo. “Debemos preparar la llegada del pequeño con orden, y garantizando la máxima atención para el mayor, ya que puede sentirse dolido o desplazado”, aconseja el psicólogo infanto-juvenil. El especialista recomienda que el recién nacido esté en la cunita, porque si está mamando la conmoción puede ser mayor.

 

4. Evitar poner etiquetas. Es un fenómeno que se produce incluso antes de que el segundo hijo llegue a la familia. “Esto ocurre, por ejemplo, cuando se aplican etiquetas como que es el “hermano mayor” y que su comportamiento tiene que ser más maduro. Es algo que solo sirve para distanciarlos desde el inicio, haciendo que estos vínculos no sean saludables”, argumenta García, que también es pedagoga.

 

5. Empatizar con todos. En una familia no deben existir preferencias. “Los padres deben entender a todos los hijos, empatizar con todos, para que se sientan comprendidos”, indica Domínguez.

 

6. Ser un árbitro ante los conflictos. Los conflictos son naturales en la convivencia y deben ser los propios implicados los que los resuelvan por sí mismos. Sin embargo, los menores, en ocasiones, pueden carecer de las herramientas necesarias para solventarlos. 

Si los pequeños no encuentran solución, los progenitores deben intervenir, siempre desde la neutralidad. “En el momento que se detecta que hay algún fallo, ofrecerles un modelaje, ejemplos u opciones de cómo abordar opciones de desacuerdo”, comparte el psicólogo. Pero que sean ellos quienes resuelvan su conflicto.

¿Cúal es la parte más difícil de vivir con una enfermedad mental?

 

TERAPÉUTICA ENALZA        |     25/08/2021     |     Psicología y Mente 

No es fácil vivir con un trastorno. La sociedad sigue arrastrando prejuicio y estigmas.

Hemos observado durante mucho tiempo cómo las personas que no padecen enfermedades mentales se preguntan y cuestionan sobre cuál es la vivencia de un trastorno, y qué hace tan complicada la mejora deseada en las personas que lo padecen. 

Por ello, vamos a dar tres pinceladas sobre las dificultades que se encuentran los y las pacientes cuando tienen que asumir que tienen una enfermedad mental. 

En primer lugar, ser consciente de una enfermedad mental es todo un reto

Al principio, cuando alguien sufre síntomas psicológicos de forma repentina (habitual en los ataques de pánico, la depresión, el trastorno obsesivo compulsivo o el estrés postraumático), se transita por una etapa de shock psicológico y emocional en la que aparece una cierta confusión.

Durante este periodo la persona irá comprendiendo qué le ocurre exactamente. 

No olvidemos que estas enfermedades no son ni tienen por qué ser crónicas, existen muchos tratamientos que mejoran considerablemente la calidad de vida de las personas con trastornos mentales.

La sensación de rechazo o discriminación social también puede ser un gran obstáculo 

Cuando menciono “sensación”, no hago referencia a que la persona se lo invente, sino que lo vive como real, y esto es importante escucharlo. Evidentemente, si el rechazo es tácito, las complicaciones se agravan y mucho. 

Cualquier persona con enfermedad mental se merece apoyo y cariño, ya que los trastornos representan dificultades y no hacen que alguien sea peor o mejor, de eso ya se encargan las personas, no las enfermedades. 

Vivir con el sentimiento de no merecerse nada mejor por ser quienes son.

“Por culpa de ser tan nerviosa nunca trabajaré en lo que me apasiona”, ”me dejó por aislarme, no me merezco ser amado/a”, “no creo que sea capaz de hacer nada en la vida”. 

Estos pensamientos aparecen muchas veces porque se suele confundir “quién soy”, con “qué me pasa”. Hago mucho hincapié en las primeras sesiones sobre esto, porque marca la diferencia entre trabajar para solucionar problemas internos y recuperar la vida, o tratar de cambiar a la persona para que haga las cosas mejor. Si alguien trata de cambiarse a sí mismo/a, inevitablemente se defenderá, aumentando considerablemente un sufrimiento innecesario.