MIRIAM SUBIRANA | eL pAÍS | 26/07/2015
Ser capaces de disfrutar de lo que hacemos, aquí y
ahora, desarrolla la atención. Cambiar el ritmo puede aburrir al principio,
pero debemos tener paciencia para conseguirlo.
Los
espacios y tiempos configuran nuestra vida. Vivimos cambiando de velocidad. En
casa habitamos en nuestro territorio a nuestro ritmo, y de ahí salimos a otros:
el trabajo, la calle, los bares, los centros comerciales, playas, montañas,
coches, aeropuertos… Estamos también en zonas de ruido, de conversación, de
silencio, de soledad. Vivimos tiempos apresurados, estresados, presionados,
tranquilos, aburridos, de competición, de ocio. A menudo ni siquiera podemos
decidir cuáles son esos espacios por los que transitamos ni somos dueños de
nuestros tiempos. ¿Cómo configuran nuestra vida?
Estamos
adaptándonos constantemente a ellos. La dispersión, el estrés y la angustia
aparecen a menudo en estos intervalos de adaptación. ¿Sabemos aprovechar lo que
estos cambios nos facilitan? ¿Los buscamos o vivimos atrapados en nuestros
hábitos y rutinas?
El
estrés del tiempo libre. El tránsito del trabajo al ocio puede provocar
ansiedad y estrés. Llevamos meses de actividad intensa y de un día para otro
estamos de vacaciones. Ahora el tiempo es más nuestro. Sin embargo, nos
encontramos con el impulso de hacer, planificar y estar ocupados. El hábito
puede estar tan arraigado que llenamos nuestra agenda de visitas, viajes,
encuentros y planes. Vamos a un lugar distinto, y la preparación anticipada nos
produce a veces más gozo que cuando estamos allí porque queremos asegurarnos de
no perdernos nada. Es bueno estar abierto al aprendizaje que supone viajar y
ver; sin embargo, ¿cuánto gozamos del momento? ¿Hasta qué punto calmamos
nuestro hábito de tener que planificar y estar siempre en acción?
La
sensación de agobio puede deberse a nuestra necesidad de buscar siempre cosas
mejores y novedosas, y a nuestra incapacidad de encontrarnos cómodos y bien
donde estamos y con lo que tenemos. El neurólogo Emrah Düzel lo explica: “Con
la percepción de lo nuevo el cerebro libera mucha dopamina, vincula ese
descubrimiento a la sensación de que ahí encontrará una recompensa. De no ser
esto así, el hombre nunca se habría aventurado a salir del agujero. Colón nunca
habría buscado una nueva vía marítima y el vuelo a Marte no sería un objeto de
reflexión para nosotros”.
En
otros casos, pasamos de estar muy activos a ser espectadores pasivos. Internet,
los smartphones, los
intercambios constantes por Facebook, Twitter, correos electrónicos y otros
medios suponen una multiplicidad de estímulos que influyen en nuestra fuerza de
voluntad y capacidad de autocontrol. Incluso en nuestro tiempo libre nos vemos
invadidos por las noticias y datos que llegan por nuestros teléfonos. Se
convierte en una adicción.
Observamos
la aventura de una película o un acontecimiento deportivo en vez de vivir
nosotros una o practicar un deporte. Estamos siendo espectadores pasivos, y
esto al final no nos proporciona plenitud. En vez de disfrutar del descanso nos
aburrimos por falta de vivencias y nos sobreviene el estrés del tiempo libre.
Pasar de un tiempo ocupado y activo a otro más libre implica a veces saber
aburrirse para ir desacelerando el ritmo.
Domine
sus circunstancias. El tiempo libre es desestructurado y más difícil de
configurar. Uno quiere regresar rápido a casa después de un día intenso de
trabajo y luego, cuando llega, al cabo de un rato, no sabe qué hacer y enchufa
la televisión o se distrae con Internet. Son distracciones que no nos nutren ni
nos producen verdadero descanso. Quizá nos brindan una pausa en los pensamientos
y preocupaciones, pero seguimos abiertos a estímulos externos que no permiten
un pensamiento creativo, sino que quedamos atontados ante lo que vemos
acontecer frente a nosotros.
El
“no hacer” nos angustia, provocando la sensación de estar “perdiendo” el
tiempo, y el no querer sufrir esa ansiedad junto al deseo de sentirnos activos
nos impulsan a la acción. Es positivo no dejarse dominar por la tentación de
buscar siempre cosas nuevas para colmar deseos y necesidades que probablemente
sean superfluos. Se trata de desarrollar el arte de no ser marionetas de
nuestros anhelos sin autocontrol, ya que muchos de ellos son inculcados por lo
que se supone que uno debe tener, consumir y hacer y no por lo que realmente se
quiere. Sepamos decir basta.
Unas
verdaderas vacaciones consistirían en conseguir que nada tire de nosotros, en
que nuestra atención esté centrada en gozar del instante presente sin que
busquemos estímulos, siendo capaces de pasarlo bien sin hacer nada.
Aprendamos
el arte de potenciar la atención cuando nos falten metas, estímulos y retos
externos. Para ello necesitamos paciencia. Tomarnos con calma los días de
transición de un tiempo apresurado a otro más nuestro. Al principio, quizá nos
aburrimos o nos sentimos “descolocados”, pero poco a poco aprendemos a
disfrutar de la chispa de cada momento. No permitiendo que la mente ya esté en
otro lugar, planificando lo que tendría que venir luego y cuál es el siguiente
deseo a cumplir. Se trata de dominar el propio tiempo.
Para ello disfrutemos de lo que hagamos. Hacerlo
desarrolla nuestra atención. Lograr estar concentrados plenamente en nuestro
quehacer tiene valor en sí mismo. Un día en la playa observé a una niña jugar
con las olas, les hablaba, se reía, estaba totalmente absorta en su juego y asombro
por el vaivén de las olas, seguía su compás. No se planteaba si ese juego le
reportaba algo, más que sentirse feliz en el aquí y ahora. Estaba concentrada y
radiante.
Pintar,
tocar música en grupo, cuidar las plantas con pasión, fotografiar, jugar,
bailar, cocinar algo nuevo en familia, una conversación interesante, reír hasta
que se nos saltan las lágrimas son otras formas de disfrutar que contribuyen a
desarrollar la concentración y la atención. Se trata de buscar retos que exijan
toda nuestra concentración, actividades que ni nos abrumen ni nos aburran y nos
permitan ser creativos. Una amiga me confiesa que un solo sábado le cunde mucho
más que tres días entre semana. Y ocurre así porque cambia de espacio y de
ritmo y eso hace que su concentración y su creatividad florezcan.
¿Variamos
de ritmo en vacaciones y en nuestros periodos de ocio? Para que en nuestro
tiempo libre logremos romper con la fuerza de la costumbre, con ciertos hábitos
y rutinas, es importante que nos planteemos: ¿qué considero esencial en mi
vida? Y no perdamos de vista nuestras preferencias. Posiblemente la prioridad
está en lo que sugiere Walter Benjamin: “La felicidad es volver a uno mismo y
no asustarse”.
Metafóricamente
diríamos que volver a uno mismo es llegar a casa, dejar de correr. No me
refiero a un lugar físico concreto, sino al espacio interno en el que uno se
encuentra. Estar en casa consiste en estar bien con uno mismo. Con lo que
piensa y siente, con su cuerpo, con su entorno. Por ejemplo, cuando se inicia
el Camino de Santiago, la mente va más rápido que el cuerpo. Poco a poco,
caminando, se va habituando hasta que armoniza cabeza y cuerpo, entonces está
en casa. Se trata de valorar la sencillez, salir de la dispersión y encontrar
la serenidad interior. Es posible vivir esta placentera sensación cuando
dejamos de querer controlar las situaciones y a las personas, cuando aceptamos
la incertidumbre y la no permanencia como estados naturales del cambio
constante que implica vivir, y cuando estamos en paz con nuestros actos.
Si
en vez de entrar en sí mismo, lo que hace es huir, no aprenderá a dominar ni su
tiempo, ni sus pensamientos ni su energía. Seguirá disperso. Mantenerse
distraído para evitar las propias preocupaciones es distinto a encontrarse a sí
mismo e ir al lugar en donde experimenta ser, la casa propia. Se trata de estar
bien con uno mismo, incluso en estados de inactividad como el sueño, la
meditación o el simple acto de mirar por una ventana. Así favorecemos el
bienestar, la creatividad y el propio rendimiento.