Entender la utilidad de las
emociones ayuda a hacer de ellas una guía para nuestro camino
Uno de los
grandes avances en la psicología de las últimas décadas ha sido el
descubrimiento de la inteligencia emocional como habilidad básica para el
éxito.
Quien
popularizara el término en 1995, Daniel Goleman, advertía que no nos
extrañáramos de acabar trabajando para alguien que en la escuela era calificado
de “tonto”, ya que aquellos que dominan sus emociones y comprenden las de los
demás tienen una gran ventaja sobre el resto a la hora de progresar y resolver
problemas de cualquier tipo.
Familiarizarnos
con nuestra brújula emocional nos permite mantener el control sobre nuestra
mente, con lo que ganamos atención y eficacia, además de dotarnos de la
capacidad de seducción que promueve la empatía. Por el contrario, no ser
conscientes de lo que sentimos puede conducir al sufrimiento y al fracaso en
las relaciones sociales.
Las emociones están presentes en todos los niveles evolutivos y en todos los
animales, incluyendo los seres humanos, afirmaba el psicólogo Robert Plutchik.
Ya en el siglo
XIX, Charles Darwin concluyó que la expresión de las emociones es algo innato y
no aprendido, como se creía en su época. Llegó a esta hipótesis tras estudiar
su expresión en los animales superiores, así como los gestos que hacen de forma
instintiva las personas ciegas de nacimiento. En sus viajes comprobó, además,
que estas emociones eran comunes a todas las culturas y se manifestaban de
forma parecida, lo cual le convenció de que las llevamos “de fábrica”.
En tiempos más
actuales se ha intentado enumerar nuestras emociones básicas, que según el
psicólogo social Paul Ekman serían seis: ira, alegría, sorpresa, asco, tristeza
y miedo. El actor brasileño Marcelo Antoni junto con Jorge Zentner, guionista y
escritor argentino, en su libro Las cuatro emociones básicas,
además de descartar el asco y la sorpresa del primer rango, señalan la
importancia de reconocerlas en uno mismo y en los demás: “Una emoción es
información íntima. Un aviso respecto a qué me está pasando en este momento; un
toque de atención que sitúa a cada uno en el presente, pues está referida a lo
que vivimos y sentimos en este instante concreto. Es un aviso primario con
importantísimas funciones en la conservación, la relación y la socialización
del individuo. Una información que también recibimos internamente, desde
nosotros mismos”.
Los autores
hablan de lo que sentimos como “existencia de tránsito”. Nadie puede anclarse
de forma permanente a una misma emoción. Por eso, aunque hablemos de personas
tristes o alegres, en realidad lo que existen son las situaciones tristes o
alegres.
Tomar
conciencia de ello permite relativizar lo que sentimos y no tomarlo como algo
definitivo, lo cual es un alivio en el caso de las emociones negativas. Saber
que el sentimiento que nos tortura es temporal y dará paso a otro, quizá de
signo contrario, nos ayuda a relativizar el sufrimiento.
Una vez se toma posesión de nuestra brújula y somos capaces de leer lo que
sienten los demás y nosotros mismos, ¿cómo gestionar las emociones? No se trata
de meras reacciones a lo que vivimos. También tienen una utilidad y podemos
canalizarlas para optimizar nuestra vida y la de nuestro entorno.
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Al experimentar alegría, aumentamos
la empatía y la capacidad de estrechar vínculos con los demás, además de
desarrollar en nosotros la ternura, la excitación e incluso la atracción
física. Es un estado perfecto para compartir ideas, sensaciones y nuevos
proyectos.
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Sentir miedo activa nuestra atención ante
una posible amenaza o peligro. Cuando no aparece de forma injustificada y
repetida, convirtiéndose en fobia, esta emoción es muy útil para nuestra
supervivencia. Nos permite tomar conciencia de lo que estamos viviendo y, no
menos importante, de lo que hacemos con nuestra vida.
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La ira señala una situación, interior
o exterior, que nos produce desasosiego y debe ser reparada. Si en lugar de
expresarla a través de una explosión de genio la canalizamos en forma de
soluciones, esta emoción nos servirá para corregir el desequilibrio y estar
mejor que antes.
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En cuanto a la tristeza, muchas
veces tiene que ver con hechos del pasado. Apunta a algo que hemos vivido de
forma traumática o, por el contrario, a experiencias que fueron muy positivas,
pero que no podemos volver a repetir, por ejemplo, tras una separación. La
función de este estado es desprendernos de aquello que un día tuvimos o
sentimos.
Comprender
nuestras emociones básicas y su utilidad nos permite dejar atrás lo que ya no
nos sirve, tomar conciencia de lo que ahora necesitamos y proyectarnos de forma
mucho más positiva hacia el futuro.
El problema de muchas personas es que llegan a sentirse abrumadas por sus
propias emociones, como si en lugar de una brújula para orientarse llevaran
grilletes que las paralizan. Sobre esto, un cuento sufí glosado por el místico
y espiritual indio Osho, entre otros, explica lo que un rey pidió a los sabios
de su corte:
–Me estoy fabricando un precioso anillo y quiero ocultar bajo el diamante algún
mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación. Tiene que ser muy
breve de modo que pueda esconderlo allí.
Aquellos
eruditos habían escrito grandes tratados, pero no sabían cómo darle un mensaje
de solo dos o tres palabras. Sin embargo, el monarca tenía un anciano
sirviente, el cual le dijo: –No soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el
mensaje que buscas, porque me lo dio un místico hace tiempo.
Dicho esto, el
anciano escribió tres palabras en un pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al
rey con la advertencia. “No lo leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo
solo cuando todo haya fracasado y no encuentres salida a tu situación”.
El momento
llegó cuando el país fue invadido y el rey tuvo que huir a caballo para salvar
la vida mientras sus enemigos le perseguían. Entonces se acordó del anillo. Lo
abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Esto también
pasará”. Mientras leía aquella frase, los enemigos se perdieron en el bosque,
al errar el camino, y pronto dejó de oír el trote de los caballos.
Tras aquel
sobresalto, el rey logró reunir a su ejército y reconquistar el reino. En la
capital hubo una gran celebración y el monarca quiso compartirlo con el
anciano. El viejo le pidió entonces: –Ahora vuelve a mirar el mensaje y le dijo
al rey: “No es solo para situaciones desesperadas, sino también para las
placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también sirve cuando te
sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último, también para cuando
eres el primero”.
El rey abrió el
anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y entonces comprendió. –Recuerda
que todo pasa –le recordó el viejo sirviente–. Solo quedas tú, que permaneces
por siempre como testigo.
Si entendemos
que las emociones no somos nosotros, sino que se trata de estados transitorios
de nuestra mente para adaptarnos a la vida, dejaremos de sentirnos sobrepasados
por ellas. Las emociones son una brújula, pero nosotros decidimos el rumbo de nuestra
existencia.