PSIQUIATRIA
MARIAN ROJAS ESTAPÉ – Facebook – 27/04/2016
Vivimos
en la era de la actividad, de las prisas, de la falta de tiempo. Todos
padecemos las consecuencias del estrés, reflejadas tanto en la mente como en el
cuerpo a través de múltiples patologías. La solución no parte únicamente de
erradicar esa ansiedad a base de medicamentos, sino de aprender a gestionar el
estrés y el efecto nocivo que produce en nuestro organismo y en nuestra psique.
El estrés bloquea
la zona del cerebro que se encarga de la resolución del problemas. Se
produce una distorsión entre lo que sucede y la interpretación que hacemos de
la realidad. Es el frenador por antonomasia del optimismo y
tiene un efecto devastador en las personas a nivel social: el estrés
conduce a una pérdida total de empatía. La ansiedad es un miedo
irracional a algo real o ficticio. Posee dos patas: la
proyección de que en el futuro algo no va a ir bien y la incapacidad para
resolver un problema en el momento actual.
El cerebro de las mujeres es más sensible al
estrés. Según un estudio publicado el pasado año en la revista Molecular
Psychiatry, los hombres adaptan mejor sus neuronas para resistir los
efectos del estrés. La hormona encargada de activar la señal de alarma (CRF:
factor de liberación de corticotropina), sensibiliza de manera más
intensa las neuronas en la mujer que en el hombre.
¿Qué 5 elementos estresan al hombre y a la mujer del siglo XXI?
1- La
obsesión por aprovechar el tiempo
Decía Gregorio Marañón “La rapidez, que es una
virtud, engendra un vicio, que es la prisa”. Hoy en día vivimos
expuestos a un convencimiento que resulta muy perjudicial para la sociedad: que
la prisa y la aceleración producen mayores y mejores resultados. Si alguien
comenta “no tengo tiempo…tengo prisa… estoy muy liado“, lo asimilamos
como normal y correcto. En cambio cuando alguien señala que le sobra tiempo,
uno se sorprende y juzga negativamente a la persona que tiene enfrente.
El ser humano únicamente posee una vida, y
desaprovecharla genera sentimientos de angustia. Aparece la culpa cuando uno
observa que el tiempo no es rentable o no ha sido bien exprimido. Existe una
obsesión constante de colmar el tiempo de actividades productivas. Dejamos a un
lado las placenteras y las que nos gustan, “por si hay tiempo” olvidando
que el estado anímico se verá resentido.
No olvidemos que si dejamos fuera todo
aquello que nos gusta, con el tiempo uno deja de ser capaz
de disfrutar de las cosas agradables que aportan felicidad.
2-
Estar conectados, la tecnología
Hace
unos años, uno iba en el metro o en el autobús y leía, escuchaba música o
simplemente miraba y observaba. Mantenía su mente en blanco o en ensoñaciones.
Hoy en día parece que ese tiempo no existe, lo hemos sustituido: desde
contestar correos del trabajo, mirar actualizaciones en las redes sociales,
leer las últimas noticias en los medios, ver vídeos o publicaciones… Es una
obsesión, una obsesión terrible y peligrosa para la mente y para el ser humano.
Existen
estudios que alertan sobre la exposición de los jóvenes a la tecnología y a la
pantalla. Expertos del grupo de investigación Neuroplasticidad y
Aprendizajede de la Universidad de Granada advierten sobre como la
sobreestimulación temprana puede, no solo originar desordenes en el ámbito de
manejo del estrés, sino también influir en el proceso de atención y
aprendizaje. En uno de sus estudios concluyeron, “el entrenamiento en tareas
demasiado complejas, antes de que el sistema esté preparado para llevarlas a
cabo, puede producir deficiencias permanentes en la capacidad de aprendizaje a
lo largo de la vida”.
La vida es un camino donde hay que luchar por
sacar la mejor versión de uno mismo.
La felicidad consiste en hacer una pequeña obra de arte con nuestra vida. Para
esa obra de arte, hace falta tiempo, silencio, espacio, atención, tranquilidad,
sosiego y paz. Todos esos ingredientes están diluyéndose, desapareciendo a
pasos agigantados de las vidas de las personas. El primer paso consiste
en parar. Esto significa pausa mental, relajación y meditación. Así
nos adentramos en el control de la mente y en el encuentro con la paz. La
técnica de origen budista, mindfulness, tan estudiada hoy en día,
ofrece resultados científicos impactantes en el cerebro.
3-
Perder el control
Para el ser humano es más importante tener la
razón que vivir.
Cuesta aceptar que uno está equivocado. La mente manda. La mente
ordena. La mente controla. Seguimos las directrices de la razón,
respondemos a las cuestiones, únicamente desde lo cognitivo. En los últimos
años la razón se ha convertido en un tirano y nos hemos olvidado que
existe algo más grande, algo único, que es capaz de romper barreras, de
alcanzar acuerdos o de lograr la paz; y eso es el corazón.
El deseo de controlarlo todo genera una gran
angustia. Hay que fiarse de la vida, de las buenas intenciones y de los grandes
corazones. Las viejas seguridades se han derrumbado; lo que antes daba
paz ahora genera inquietud.
Cuando el estrés te invada o temas perder el
control, tu cabeza se agote o tu cuerpo no te responda, pon el corazón, él hará
el resto. Cuando pones el corazón en algo pequeño, pasa a ser algo grande y
maravilloso.
4. El
ego
El ser humano teme dos muertes: la muerte al final
de la vida y la muerte como desaparición de la propia identidad. Esta última,
ese miedo a cambiar, es el origen de muchos problemas. Las personas no
quieren transformarse. Tienen pánico a reinventarse debido a que su
individualismo se ha convertido en su zona de confort y les aporta una
“relativa paz”, tóxica y hostil. La humildad es la base de todo cambio, y
por ello se precisa dejar de lado al ego que nos instiga, que nos bloquea, para
llegar al interior, redescubrir nuestros talentos y volver a nacer, sin miedo
al cambio. Donde hay humildad, hay sabiduría, dice un texto
clásico.
5. Ser perfectos
Decía Victor Pauchet, “el trabajo más
productivo es el que sale de las manos de un hombre contento“. El
perfeccionista es el eterno insatisfecho. Nada está nunca a la altura
de lo deseado. No puede vivir en paz. Vive en la constante duda de
todo, porque quiere llegar a un gran nivel, a veces irreal. Educamos a los
hijos para que sean perfectos y vivimos intentando mostrar una imagen de
perfección global en nuestro entorno. Ser perfeccionista es una labor agotadora
porque uno se compara con el resto, y cuando uno compara, coteja
superficies y no profundidades.
Hay que aceptar que somos seres humanos y
cometemos errores. Como bien expresa el psicólogo israelí de la Universidad de
Harvard, Tal Ben Shahar: “la felicidad consiste en aceptar el derecho al
error y la imperfección para llegar a la plenitud“.
Estamos en la era de la hiperactividad cerebral.
Saltamos y volamos de un tema a otro con velocidad pasmosa. Hoy en día resulta
más beneficioso saber frenar y desacelerar, que mantener el motor activado de
la mente sin freno. Existen estudios que apoyan cada vez más la serenidad para
crear y resolver los problemas. Caminar ligero puede resultar más beneficioso
para la salud que llevar al corazón en todas las actividades (físicas y
psicológicas) al máximo de sus posibilidades.
Como decía Wayne Dyer, “no hay estrés en el mundo, solo gente creando
pensamientos estresantes y luego actuando sobre ellos”.