SANIDAD
Madres, abuelas y
hermanas, las principales víctimas de los menores con problemas de agresividad
Raquel Quelart | La
Vanguardia | 04/02/2015
A falta de cifras
oficiales –la mayoría de casos no llegan a denunciarse-, la percepción de
educadores y psicólogos es de que los niños y jóvenes que
sufren el síndrome del emperador, es decir, que utilizan la
violencia física o verbal contra sus progenitores y su entorno familiar más
allegado, se han multiplicado en la última década. “Año tras año están subiendo
este tipo de demandas”, asegura José Antonio Rabadán, responsable de Psicología
de la Unidad de Salud Mental Infantil y Juvenil del Hospital Mesa del Castillo
(Murcia), que explica que cada vez es más frecuente que las familias afectadas
acaben recurriendo a la justicia como última solución al problema.
El síndrome del emperador
se caracteriza porque el hijo abusa de los padres –habitualmente de la madre-
“sin que haya causas sociales que lo expliquen”, según el profesor de
Criminología y Pedagogía de la Universidad de Valencia, Vicente Garrido.
“Aunque no hayan sido unos padres perfectos, le han tratado con un amor y atención
al menos básico que bastaría para que todos los niños sin tal síndrome
crecieran como personas no violentas”. La causa, según el especialista, es
tanto biológica –una mayor dificultad en desarrollar emociones morales y una
conciencia- como sociológica: en la actualidad se desprestigia el sentimiento
de culpa y se alienta la gratificación inmediata y el hedonismo. Y añade: “La
familia y la escuela han perdido la capacidad de educación, y esto favorece que
jóvenes con esa predisposición que antes eran contenidos por la sociedad ahora
tengan mucha más facilidad para exhibir la violencia”.
La denuncia, el último recurso
“Este síndrome finaliza en una carrera entre padre e
hijo a ver cuál de los dos denuncia antes a quién”, comenta Rabadán. “Acabar denunciando
a un hijo, que te pongan una orden de alejamiento y no puedas verlo es muy
duro”, afirma Esther Giménez-Salinas”, catedrática de Derecho Penal y
Criminología de la Facultad de Derecho de ESADE. “De un marido te divorcias,
pero de un hijo, no”, sentencia, y asegura que las principales víctimas de los
maltratos físicos de hijos a padres son las mujeres de la familia.
Más ‘pequeños’ emperadores
Paralelamente al incremento de casos de síndrome
emperador, los expertos también han constatado que cada vez es más
frecuente detectar este trastorno de conducta en edades más tempranas, pese a
que suele afectar a niños y adolescentes de entre 11 y 17 años. También
coinciden en la dificultad de elaborar estadísticas al respecto, ya que, según
explica Rabadán, “los padres se avergüenzan de la situación, se sienten
culpables e intentan ocultar el problema el máximo de tiempo posible”, hasta
que llega a niveles absolutamente insostenibles.
Hedonistas, egocéntricos,
de clase media y pocas manifestaciones de empatía y sentimientos hacia los
demás. Esta es la descripción que hacen los especialistas respecto al perfil
psicológico más común entre los jóvenes y niños aquejados por el síndrome. “La
inmensa mayoría de veces empiezan a mostrar la agresividad con la madre, que
suele ser la principal víctima y, luego, se va extendiendo al resto de la
familia”, explica el pedagogo y psicólogo José Antonio Rabadán.
Pero, ¿por qué son las
figuras femeninas la primera diana de sus ataques violentos? “Estos niños
tienen un comportamiento muy similar al de los bebés”, que ante cualquier
problema o necesidad acostumbran a llamar a la madre para que la satisfaga.
“Como no se les establecen límites, siguen haciendo lo mismo que de bebés”,
comenta Rabadán, proyectando esa frustración hacia “mamá”, pero con la salvedad
de que a ciertas edades ella no sabe lo que le pasa al niño y tampoco sabe cómo
solucionar su problema y es cuando surge la agresividad.
La permisividad no es la
única causa
En este sentido el
profesor Vicente Garrido argumenta que el hecho de que unos padres sean
demasiado permisivos con los hijos no es suficiente motivo para que el hijo o
hija se vuelvan violentos hacia ellos: “La permisividad puede ‘echar a perder’
a un niño, este puede hacerse un vago, juntarse con malas compañías y cometer
delitos”, aclara, pero si hay violencia en estos casos es como resultado de “un
proceso de deterioro personal por falta de educación, generalmente al final de
la adolescencia”.
Potenciales maltratadores
Según el psicólogo y pedagogo “están inmersos en una
frustración permanente y aprenden que aumentando el nivel de tensión y
agresividad y violencia, consiguen lo que quieren, pero nunca están
satisfechos, no son niños felices, y se convierten en niños marginados y
excluidos socialmente porque el resto de grupos de iguales no los acepta por
sus conductas y comportamientos”, detalla.
La violencia de los
jóvenes “emperadores” se puede manifestar de diferentes maneras: puede ser
física, pero también psicológica, o simplemente puede ser “tirano” en otra
serie de ámbitos.
Cómo prevenirlo
Especialistas del hospital Mesa del Castillo han
creado un método para
conseguir una detección precoz. Este consiste en un cuestionario compuesto por
cuarenta preguntas que los docentes de los centros de primaria y secundaria
pueden facilitar a los alumnos y a los padres para dictaminar si el niño tiene
conductas y comportamientos del síndrome del emperador. El siguiente paso es
derivar el caso a los profesionales oportunos.
Según Garrido, los padres
deberían insistir en tres puntos: primero, desarrollar de manera
intencional y sistemática las emociones morales y la conciencia de los niños y
adolescentes, dándoles oportunidades para que practiquen actos altruistas y que
extraigan lecciones morales; segundo, poniendo límites firmes que no toleren la
violencia y el engaño, y tercero, ayudándolos a que desarrollen habilidades no
violentas que satisfagan su gran ego, su imagen de ser especial.
El autor de diversas
publicaciones, entra la que destaca Los hijos tiranos: el síndrome del
emperador (2005),Vicente Garrido, concluye con esta frase: “Queremos a los
hijos, es ley de vida, no nos gusta que sufran, ni siquiera pequeñas
contrariedades. Pero si recordamos que una vida plena de sentido exige esfuerzo
y —por qué no— un dolor emocional relevante, sacaremos lo mejor de nosotros
cuando les demostramos que su voluntad no rige el mundo”.