sábado, 10 de enero de 2015

Salud mental e infancia

ANÁLISIS

JAUME CLUPÉS
| EL PERIÓDICO | 11/11/2014

La crisis no sólo está afectando el acceso de los niños más vulnerables a un nivel de vida adecuado. También su salud mental ha empeorado en los últimos años. Problemas como la ansiedad, el estrés y la desatención se han agravado a raíz de la situación económica que atraviesan muchas familias. Ha surgido además un nuevo perfil de pobreza representado por familias que han perdido su poder adquisitivo, algo que genera frustración y situaciones de conflicto entre padres e hijos.
Estas son algunas de las conclusiones de un estudio elaborado recientemente por la Federación de Entidades de Atención y de Educación en la Infancia y la Adolescencia (FEDAIA) que revela las consecuencias que está teniendo la crisis en la salud mental de los niños más desfavorecidos, que son los que atienden nuestras entidades.
Patologías tempranas
El estudio ha venido a confirmar un problema que detectamos hace años pero que se ha agudizado a partir del 2010: las consecuencias de la precariedad económica de las familias hace que las patologías aparezcan cada vez más temprano en los niños y agrava los problemas de desarrollo y de aprendizaje. La crisis genera estados de angustia, malestar, estrés y depresión en los padres que afectan directamente a niños y adolescentes. La crisis ha afectado también a los profesionales, que tienen cada vez más dificultades para realizar su trabajo y poder atender adecuadamente a los niños y las familias.
Nuestro diagnóstico es coincidente con el de organismos como el Observatorio de Salut Mental de Catalunya, que en su reciente informe sobre el impacto de la crisis económica en la salud mental de la población pone de relieve cómo los problemas derivados de la crisis se han traducido en un incremento de la demanda de visitas de aproximadamente el 45%. Entre los principales trastornos detectados por este estudio, se encuentra la pérdida de control de la propia vida, en el 19% de los casos, la aparición de pensamientos suicidas, en el 15%, y el deterioro de los vínculos familiares, en el 12%.
Este fenómeno de aumento de las necesidades cohabita con una red de atención que está saturada y que es incapaz de hacer frente a las necesidades. No hay recursos para atender a los nuevos pacientes, y los que acceden no reciben la atención, ya sea terapéutica o psiquiátrica, con la frecuencia que necesitarían. Es un pez que se muerde la cola: hay más patologías pero menos acceso a la atención, lo que agrava a su vez enfermedades que podrían detectarse y tratarse a tiempo. La atención precoz, por lo tanto, se resiente también. Esta situación es reflejo de la ausencia de una auténtica política global destinada a atender a la infancia que se encuentra en riesgo de exclusión social y a prevenir situaciones que se derivan de ella, como los problemas de salud mental.
Se invierte poco en infancia y cuando se hace es sin una planificación adecuada. Los recursos destinados a políticas sociales para infancia y familia son absolutamente insuficientes, menos de la mitad que la media europea porque la infancia no ha sido la prioridad de las políticas públicas ni en tiempos de crisis ni de prosperidad. Esto se hace más evidente en momentos como este en que los recursos escasean.

Es indispensable adoptar medidas inmediatas y urgentes para evitar que los niños paguen las consecuencias de la crisis económica. Actuar antes de que las situaciones se agraven evita efectos no deseados en el desarrollo de los niños que muchas veces resultan irreversibles y se mantienen toda la vida. Necesitamos políticas transversales que permitan avanzar y una coordinación efectiva entre la red de servicios que atienden a la infancia, las administraciones y las entidades. Invertir en infancia es la mejor garantía de conseguir una sociedad equitativa, cohesionada y competitiva. No lo olvidemos.