ANÁLISIS
JAUME CLUPÉS | EL PERIÓDICO | 11/11/2014
La crisis no sólo está afectando el
acceso de los niños más vulnerables a un nivel de vida adecuado. También su
salud mental ha empeorado en los últimos años. Problemas como la ansiedad, el
estrés y la desatención se han agravado a raíz de la situación económica que
atraviesan muchas familias. Ha surgido además un nuevo perfil de pobreza
representado por familias que han perdido su poder adquisitivo, algo que genera
frustración y situaciones de conflicto entre padres e hijos.
Estas son algunas de las conclusiones de
un estudio elaborado recientemente por la Federación de Entidades de Atención y
de Educación en la Infancia y la Adolescencia (FEDAIA) que revela las
consecuencias que está teniendo la crisis en la salud mental de los niños más
desfavorecidos, que son los que atienden nuestras entidades.
Patologías tempranas
El estudio ha venido a confirmar un
problema que detectamos hace años pero que se ha agudizado a partir del 2010:
las consecuencias de la precariedad económica de las familias hace que las
patologías aparezcan cada vez más temprano en los niños y agrava los problemas
de desarrollo y de aprendizaje. La crisis genera estados de angustia, malestar,
estrés y depresión en los padres que afectan directamente a niños y
adolescentes. La crisis ha afectado también a los profesionales, que tienen
cada vez más dificultades para realizar su trabajo y poder atender
adecuadamente a los niños y las familias.
Nuestro diagnóstico es coincidente con
el de organismos como el Observatorio de Salut Mental de Catalunya, que en su
reciente informe sobre el impacto de la crisis económica en la salud mental de
la población pone de relieve cómo los problemas derivados de la crisis se han
traducido en un incremento de la demanda de visitas de aproximadamente el 45%.
Entre los principales trastornos detectados por este estudio, se encuentra la
pérdida de control de la propia vida, en el 19% de los casos, la aparición de
pensamientos suicidas, en el 15%, y el deterioro de los vínculos familiares, en
el 12%.
Este fenómeno de aumento de las
necesidades cohabita con una red de atención que está saturada y que es incapaz
de hacer frente a las necesidades. No hay recursos para atender a los nuevos
pacientes, y los que acceden no reciben la atención, ya sea terapéutica o
psiquiátrica, con la frecuencia que necesitarían. Es un pez que se muerde la
cola: hay más patologías pero menos acceso a la atención, lo que agrava a su
vez enfermedades que podrían detectarse y tratarse a tiempo. La atención
precoz, por lo tanto, se resiente también. Esta situación es reflejo de la
ausencia de una auténtica política global destinada a atender a la infancia que
se encuentra en riesgo de exclusión social y a prevenir situaciones que se
derivan de ella, como los problemas de salud mental.
Se invierte poco en infancia y cuando se
hace es sin una planificación adecuada. Los recursos destinados a políticas
sociales para infancia y familia son absolutamente insuficientes, menos de la
mitad que la media europea porque la infancia no ha sido la prioridad de las
políticas públicas ni en tiempos de crisis ni de prosperidad. Esto se hace más
evidente en momentos como este en que los recursos escasean.
Es indispensable adoptar medidas inmediatas
y urgentes para evitar que los niños paguen las consecuencias de la crisis
económica. Actuar antes de que las situaciones se agraven evita efectos no
deseados en el desarrollo de los niños que muchas veces resultan irreversibles
y se mantienen toda la vida. Necesitamos políticas transversales que permitan
avanzar y una coordinación efectiva entre la red de servicios que atienden a la
infancia, las administraciones y las entidades. Invertir en infancia es la
mejor garantía de conseguir una sociedad equitativa, cohesionada y competitiva.
No lo olvidemos.