jueves, 14 de septiembre de 2017

Mitomanía, mentirosos compulsivos

JUAN MOISÉS DE LA SERNA  |  Psicólogo | Webconsultas - Revista de Salud y Bienestar | 14/09/2017

Los mentirosos patológicos falsean la realidad como vía de escape, para obtener atención e incluso admiración, y entran en un círculo vicioso que les acaba dejando solos en el laberinto de sus mentiras.
     
A veces nos encontramos en la vida con personas que nos dicen algo que luego resulta no ser cierto, eso puede que no deje de ser una anécdota; pero cuando las mentiras son constantes, puede que estemos ante un mitómano, es decir, una persona que miente casi compulsivamente, también conocido como mentiroso patológico. Te contamos en qué consiste, cómo diferenciarlo de otros casos que muestran síntomas parecidos de mentiras y cómo tratar este problema.

¿Qué es la mitomanía?
La mitomanía, también denominada pseudología fantástica, hace referencia a un trastorno psicológico, por el cual la persona afectada, denominada mitómano o mentiroso patológico, tiene una conducta repetitiva del acto de mentir, lo que le proporciona una serie de beneficios inmediatos, como admiración o atención. Hay que aclarar que el término ‘mitomanía’ tiene también otro significado y se refiere a una tendencia a admirar exageradamente a una persona o cosa, pero aquí nos centraremos en el aspecto patológico de su significado.

A diferencia de otras adicciones como en la cleptomanía, en donde se produce un robo compulsivo sin buscar el enriquecimiento personal; en la mitomanía puede existir o no intención de engañar o estafar, aunque el verdadero fin es deformar la realidad para contar una historia personal más llamativa. Al principio esas narraciones logran su efecto, cautivando a quien le escucha, obteniendo atención, respeto y hasta admiración, que es lo que en definitiva mantiene esta conducta, además del miedo a ser descubierto.
A pesar de que el mitómano hace todo lo posible por no ser desenmascarado, cuando esto sucede y se comprueba la naturaleza falsa de sus historias, el mitómano obtiene el efecto contrario al deseado, es decir, sus conocidos y amistades tienden a rechazarlo y a aislarle al sentirse engañados. Los familiares que ya conocen su tendencia a mentir dejan de tenerle en cuenta a la hora de tomar decisiones y no le prestan demasiada atención sobre aquello que relata.

El círculo vicioso de la mentira
Las mentiras por falsificación u omisión pueden surgir de forma espontánea como un manera de evitar un castigo o para excusar una falta de puntualidad o de cumplimiento de alguna tarea encomendada. Llegar tarde a una cita o no tener preparado el trabajo solicitado el día anterior pueden ser situaciones propicias para que surja la mentira.
Los beneficios inmediatos que provocan estas mentiras pueden ser el detonante de un refuerzo para repetir dichas conductas; al observarse que cuanto más se repite menos tareas debe cumplir. Existe una línea muy fina, entre un comportamiento buscando el beneficio inmediato y la conducta adictiva, ya que la segunda se adquiere por la repetición, pero sobre todo por la sensación de impunidad que deja a quien miente.
El adicto, aunque quiera, no puede dejar de mentir, pues se ha convertido en una parte de su forma de comportarse y relacionarse con los demás, llegándose a sentir indefenso si no adorna la verdad con mentiras que la hagan más interesante.

Como cualquier adicción, todos estamos expuestos a que pueda surgir la ocasión, la diferencia dependerá de la formación de valores de la persona de saber que aquello que hace no es correcto y sobre todo de ponerle freno para que no vaya a más.

La situación que puede originar un comportamiento mitómano suele estar relacionada con el estrés, cuando la persona se encuentre en un momento comprometido y piense en recurrir a la mentira como una salida fácil a dicha tensión; precisamente esa liberación que va a sentir cuando salva la situación con la mentira va a ser el motivo para que se vuelva a repetir en otras ocasiones.

No existe un patrón sobre donde será la primera vez, ni cómo se mantendrá, pero si es cierto que si la persona se encuentra en una ambiente donde dicha conducta es normal, aceptada o justificada será más fácil que se repita, por ejemplo, en el grupo de amigos, donde puede hasta que sea tomado como una gracia las continuas mentiras de uno de sus miembros.

Aunque los familiares y amigos son los que más expuestos están a estas mentiras, también son los que antes se dan cuenta de las mismas, precisamente por la convivencia con el mitómano, ya que conocen de su vida y sobre todo ven la inconsistencia de sus mentiras a lo largo del tiempo. Es por ello que las mayores “víctimas” son aquellas que se encuentra esporádicamente, sin que vuelva a ver una relación con ella
Cuando el beneficio buscado es únicamente el de provocar admiración en el otro, no tiene mayores consecuencias, pero si sobre esa base se fundamenta una relación, cuando la persona se dé cuenta de las mentiras va a tender a abandonar al mitómano, pues se habrá roto la confianza que se supone debe regir en toda relación.
Si una vez detectadas por los familiares y amigos las mentiras no son cortadas a tiempo, pueden reforzar al mitómano a seguir con esa actuación, al no encontrar freno a su conducta adictiva. La forma de proceder pues sería enfrentar al mitómano a la verdad, y exponerle las consecuencias de ello, especialmente sobre sus relaciones personales.
Nota.- En los datos de procedencia del artículo pueden encontrar por Internet otros del mismo tema:
Síntomas y manifestaciones de la mitomanía
Tratamiento de la mitomanía

Desahogarse no implica vivir deprimido

EUCLIDES KILÓ ARDILA | La Vanguardia |  10/09/2017
¡Es clave desahogarse! Nadie puede ponerse una máscara y fingir que algo no le duele. Sin embargo, el hecho de exteriorizar sus dolores, no le da visa para vivir toda todo el día deprimido, amargado o frustrado. ¡Sacúdase de esa mala vibra y elija vivir!

Existen situaciones o momentos en los que disimulamos un dolor interior y hasta nos hacemos los fuertes, entre otras cosas, para que esas angustias no paralicen nuestra vida en todos los ámbitos.
Sé que es fundamental desahogarnos o al menos dedicarnos un tiempo para manifestar, con total naturalidad y libertad, lo que nos pasa y no reprimirnos.
Hecha la aclaración, en donde admito que el desahogo siempre será clave, quiero insistir en el hecho de que no nos podemos quedar lamentando nuestras desgracias.
Yo nunca he entendido por qué, en más de una ocasión, hay gente con ‘cara de tote’, pesimista y aburrida por el hecho de que las cosas no le salen como esperaba.
¿Por qué no sonreír en lugar de llorar?
No hay que ser un experto en técnicas de relajación, ni mucho menos ser psicólogo, para recomendar la importancia de ser una persona optimista. ¡Es obvio que siempre será mejor estar bien que pasarla mal!
Y aunque usted está en todo su derecho a ‘bajarse de nota’ cuando tropieza, también puede asumir que lo mejor está por venir y tratar de vivir en un ambiente en donde prime la esperanza.
Usted dirá que por ser tan optimista me obstino en la idea de barnizar y embellecer mi vida a mi manera. ¡Puede que sea así! Pese a ello, un pesimista tampoco resuelve nada siendo crudo o refunfuñando por la suerte que le toca vivir.
Analice bien y verá que al que piensa mal todo le sale mal. Y es apenas normal, porque alguien así tiene la actitud del vencido; es más, antes de empezar ya tiene la batalla perdida, ya sea en el trabajo, en el estudio, en el amor o en cualquier otra situación.
Es recomendable para la salud mental ser propositivo. Eso es distinto a vivir en medio de la fantasía o de lo que no es real.
Si se trabaja para que las cosas salgan bien, al final se cosecharán buenos resultados.
No es optimista sino iluso o majadero quien espera buenos dividendos, cuando no ha trabajado o vive esperando que todo le llueva del cielo.
Tener una agradable actitud ante la vida y sobre todo atraer la ‘buena vibra’ son herramientas para sobrevivir en medio de la adversidad.
Es cierto que cada uno tiene un lado negativo en la personalidad y que en más de una ocasión sale a flote por las dificultades que se tienen para afrontar la realidad. Pero, qué se saca con proyectar lo malo.
Además, si lo analiza bien, el pesimista tiene una actitud cómoda ante la vida, se ahorra el trabajo de pensar o de cambiar su entorno. Lo anterior sin decir que alguien negativo también exagera la realidad o la empobrece con su manera de verla, para estar siempre frustrado o deprimido, tanto que a veces puede propiciar una epidemia de desgano. En más de una oficina ese virus sí que se ha expandido.
Yo sé que el pesimismo y el optimismo, como la noche y el día, son dos maneras de percibir el mundo, que los dos están hechos de sueños o realidades y que ocurren casi siempre en terrenos de la invención.
Pese a ello, seguiré insistiendo en decir que mantener una sonrisa ‘a flor de labios’ puede ser la mejor medicina para el alma.