sábado, 4 de julio de 2020

"Es el momento de saber qué queremos en la vida"

IMA SANCHÍS   |   La Contra de la Vanguardia   |   23/03/2020

Antonio Bulbena, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del hospital del Mar.

Tengo 66 años. Soy barcelonés. Casado, dos hijos. Soy catedrático de psiquiatría en la UAB, un médico de pueblo que se ha disfrazado de psiquiatra. He podido disfrutar mucho con mis cuatro ‘profesiones’: médico, investigador, académico y gestor.

Valores en alza
Fundó y dirigió el Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del hospital del Mar donde ahora dirige la unidad de tratamiento de los trastornos de ansiedad, a lo que le ha dedicado años de investigación, Ansiedad (Tibidabo). Está preocupado por el alto riesgo al que están expuestos los profesionales de la salud: “Ya tengo a dos compañeros en la UCI, y en China el 10% tenían síntomas depresivos”. Está convencido de que tras la pandemia nada volverá a ser como antes: “Esta especie de año nuevo que esta primavera nos ha traído supone un cambio completo de paradigma de nuestras vidas. Aprenderemos a pasar con menos y nos identificaremos más con lo natural y con nosotros mismos. Los objetos bajarán de valor y cotizarán al alza la persona y sus valores”.

A.B. - El miedo es una reacción sana y necesaria que nos pone en alerta ante un peligro.
I. S.-Pregunta- ¿Y si dura semanas?
Respuesta.- Cuando la alarma es inespecífica en el espacio y el tiempo como ocurre con este virus, el cuerpo usa una gran cantidad de energía física y mental para afrontar una amenaza que no puede atajar, y se traduce en más tensión, más ansiedad y más susceptibilidad.
P.- Eso agota.   |   R.- Las quejas y broncas en familia y entre vecinos están aumentando considerablemente, y es un efecto del miedo, debemos ser conscientes.
P.- Pero el miedo nos acecha.   |   R.- El cerebro se ve atraído y fija con mucha más fuerza lo negativo que lo positivo. La desgracia de las Torres Gemelas nos demostró que a mayor exposición informativa más estrés, más ansiedad, más violencia, más alcoholismo. Hay que estar informados pero no atrapados.
P.- Multas por salir de casa, amenaza de cárcel... ¿empeora esto las cosas?   |   R.- Sirve para que cumplamos pero psicológicamente no nos ayuda, porque debemos ser nosotros los que nos gobernemos, comprender qué hay que quedarse en casa y comprometernos.
P.- ¿Necesitamos más tiempo de reflexión individual?   |   R.- Sin duda. El miedo a la infección, la incertidumbre, la frustración y la información tan saturada de amenazas, despiertan nuestro cerebro primitivo que una y otra vez nos sostiene en alarma continuada. Hay que romper ese círculo.
P.- ¿Cuál es la lección del pasado?   |   R.- Las epidemias que ha sufrido la humanidad nos muestran lo que el miedo puede desencadenar. Atribuciones acusatorias a otros como ocurrió con el Holocausto o la fiebre española; acopios desaforados y egoísmos insospechados.
P.- El miedo soporta mal la incertidumbre.   |   R.- Sí, y eso nos puede llevar a una búsqueda insaciable de culpables y de conspiraciones. Debemos aceptar que la incertidumbre es inherente a nuestra condición humana.
P.- Cierto.   |   R.- Y tampoco hay que olvidar la certera observación de Victor Frankl: el miedo provoca lo que uno teme.
P.- ¿Cómo impedirlo?   |   R.- Comunicándose con calidad y no con cantidad; reflexionando sobre nuestros hábitos, automatismos, dimensiones que obviamos, sensaciones que añoramos y deseos que aplazamos. Descubramos la riqueza humana de las personas: gestos, miradas, actitudes de los que tenemos cerca.
P.- Valorar lo bueno.   |   R.- Y alimentar el humor que nos permite distanciarnos del problema, pero no de forma permanente ni frivolizando.
P.- ¿Cuáles son las consecuencias del confinamiento?   |   R.- Durante la fiebre equina en Austria en el 2008, hubo que confinar a 2.700 personas durante varias semanas, un 34% sufrió importantes síntomas psicológicos de ansiedad y depresión.
P.- ¿Cómo nos afecta el confinamiento?   |   R.- El espacio se reduce, para muchos drásticamente; el tiempo pierde referencias y horarios y la convivencia o la soledad se extreman. Aunque hay pocos estudios, todos coinciden en que a partir del décimo día de confinamiento comienza el periodo crítico.
P.- ¿Y?   |   R.- Cuando el cerebro más primitivo toma el mando pasamos a los extremos: o frenesí hiperactivo o bloqueo exhausto. Ese circuito se vuelve circular: más hiperactividad, más agotamiento y más ineficiencia, que a su vez vuelve a activar el frenesí. Necesitamos momentos de silencio.
P.- ¿Qué debemos tener en cuenta?   |   R.- Estar atentos a que nuestros mecanismos de adaptación restringidos no empiecen a tropezar con intolerancias, incomodidades, frustración o bloqueo.
P.- ¿Cómo podemos crecer como sociedad?   |   R.- Habilitando una comunicación más serena. Es curioso pero nuestro cerebro más primitivo, el de la supervivencia, manda mucho; el otro, el que piensa, el que nos lleva al goce de vivir, de compartir y a la calma, sólo propone.
P.- ¿Se impondrá la empatía?   |   R.- Si no te pones en el lugar del otro la relación es vertical y el sálvese quien pueda tiene cabida, es el egoísmo del miedo. El miedo reduce la empatía . Darse cuenta del otro es fundamental.
P.- Creemos que cuando controlemos el virus todo volverá a ser como antes.   |   R.- Es una fantasía, vamos a ser mucho más pobres, tendremos que renunciar a muchas cosas; pero también va a ser una oportunidad.
P.- Para el planeta, seguro.   |   R.- Y a nosotros esta crisis nos otorga la oportunidad de cambiar el tener por el ser. Habrá escasez y villanía, pero después vendrá un periodo de reconstrucción en el que ya sabremos que somos naturaleza y que un virus no distingue entre clases sociales, países, ni razas. Tendremos la oportunidad de revalorizar la relación directa con los demás, con el entorno y con uno mismo. Debemos aprovechar este tiempo para estar con nosotros mismos y aclararnos qué queremos de la vida. Hemos de declarar la paz a esta guerra, dándole la mano y mirándola profundamente de frente.


Un estudio revela que el estrés se redujo durante el confinamiento en niños de 8 a 10 años y solo un 9% echa de menos el colegio

BEATRIZ LUCAS    |   Madrid  |   El País   |   22/06/2020

El informe de la Facultad de Psicología de la Complutense revela que también aumentó la apatía e impulsividad. “Debe hacernos reflexionar sobre las dinámicas escolares”, dice su autora.

Alba no quiere volver a cole. “Es que estoy mejor en casa con mamá, aquí se aprende muy bien”, explica esta niña de seis años. Para Aurora, lo bueno del confinamiento ha sido disponer de su tiempo para “dibujar y jugar” todo lo que ha querido con su hermano, sin los rigores de las extraescolares, las prisas o “sin tener que aburrirse en el recreo largo”. Candela, de nueve años, también tiene alma de homeschooler, los niños que son educados en casa al margen del sistema: “Yo prefiero seguir así, ojalá en septiembre volvamos solo dos días”, le confesó esta semana a su madre Mariló Panadero, que aún se está reponiendo del susto. “Lo bueno es que te organizas como quieres, puedes leer y dibujar hasta hartarte sin que suene el timbre o sin tener que andar corriendo todo el día, y además veo más a mis padres, eso es lo bueno”, concluye Pedro, de ocho años.  

Sus historias ilustran la investigación Seis semanas de confinamiento: Efectos psicológicos en una muestra de niños de infantil y primaria realizada por las psicólogas especializadas en desarrollo infantil Marta Giménez-Dasí, de la Universidad Complutense, y Laura Quintanilla, de la UNED. Ésta confirma que las dinámicas escolares pueden resultar tan ansiógenas para los niños y niñas, que los niveles de estrés y ansiedad se han mantenido inalterados o incluso se han llegado a reducir durante el confinamiento en los 167 estudiantes investigados, que tenían de 3 a 10 años. Se trata de una muestra de conveniencia realizada en dos colegios públicos de la zona noroeste de Madrid, en un entorno socioeconómico medio acomodado, un factor crucial a tener en cuenta para interpretar los resultados, pues se les presupone unas comodidades materiales y unas atenciones con las que no todos los niños han contado durante las semanas de encierro. 

En todo caso, tampoco ha resultado precisamente un camino de rosas para los menores de la muestra el hecho de atravesar una larga situación de emergencia que, según numerosos especialistas, puede acarrear consecuencias negativas en su comportamiento y sus hábitos. Los padres describen en el trabajo de Giménez-Dasí y Quintanilla mayores niveles de hiperactividad y menor disposición al estudio de sus hijos. Sin embargo, las expertas destacan de su trabajo, en el que se tomaron indicadores de la salud mental de los niños en febrero y se volvieron a medir tras seis semanas de confinamiento, una generalizada actitud positiva de los niños sin graves consecuencias psicológicas. 

Mientras que en los pequeños de tres a seis años apenas hay efectos, en los niños a partir de ocho la especialista considera que “el descenso en el estrés es significativo”.  “Nos sorprendió que las familias que señalan cambios positivos aluden a mejoras en el estado de ánimo y relatan que el niño está feliz o más tranquilo, y describen como ventaja la mayor disponibilidad de tiempo libre para jugar, y valoran el tiempo en familia”, explica la psicóloga Marta Giménez-Dasí. E interpreta que, a medida que crecen, los niños y niñas pueden aumentar sus niveles de estrés por las mayores demandas del contexto. 

“Debemos reflexionar sobre la vida que llevan los niños y las niñas. Analizar si su ritmo de vida constituye un elemento de estrés y, especialmente, la presión hacia el rendimiento académico o las actividades extraescolares”, explica Giménez-Dasí. Además, en sus conclusiones propone que se promueva una escolarización que favorezca el bienestar y disminuya el estrés. “Los niños de forma rutinaria acusan ese ritmo de vida ajetreado que les imponemos los adultos y, cuando han parado de forma radical, ha mejorado su salud y su situación, en contextos socioeconómicos medios. Y es importante tener en cuenta de cara al curso que viene que al menos en primaria no pueden seguir el ritmo que los profesores les han impuesto. La educación debe contribuir al bienestar de la infancia, y en algunos casos no está siendo así”, apunta. 

La socióloga de la infancia Lourdes Gaitán, también investigadora en la Universidad Complutense, cree que en esta crisis se está fallando al tomar las decisiones sin tener en cuenta a los niños, niñas y adolescentes. “Estos resultados se entienden si se pone la mirada desde el punto de vista de la infancia. La escuela es un sitio donde los niños socializan entre sí, y echan de menos a sus amigos, pero la escuela es también un espacio de tensión, de imposición de autoridad y es el único gran remanente de las instituciones cerradas del siglo XIX, nada más alejado de lo que un niño puede desear. Desde su punto de vista, la escuela, como institución, es una estructura de opresión para los niños”, asegura esta socióloga que ha realizado varias encuestas a estudiantes durante el confinamiento. En su opinión, este proceso es una oportunidad para volver a otra escuela. “Tenemos que apostar por la complicidad con los estudiantes en el diseño de la vuelta a las aulas. Que les pregunten, que se cuente con ellos, que sepan si prefieren llevar mascarilla todo el día o estar aislados con su grupo... Ellos son parte de la solución pero deben involucrarlos en el proceso. Se está haciendo todo para los niños pero sin los niños”, concluye la socióloga.

El psiquiatra Juan Diego Martínez Manjarrés, uno de los promotores del Fórum de Infancias de Madrid y coordinador de Psiquiatría Infanto Juvenil en el hospital La Mancha Centro, cree que es “aventurado concluir que la responsabilidad de la presión educativa está en los colegios o centros educativos” porque las presiones sobre la infancia “están en las raíces culturales de la sociedad actual y sus presiones para alcanzar el yo social ideal”. 

En su consulta él está notando nuevas dinámicas tras el confinamiento. Le sorprenden la cantidad de nuevos casos no patológicos que están llegando tras la cuarentena. “Es como si los padres al pasar tanto tiempo observando a sus hijos identificaran problemas de salud mental cuando en realidad son problemas educativos. Pero es más cómodo pensar que se trata de una enfermedad que se puede curar con una pastilla que asumir y abordar tu responsabilidad como educador y padre”, explica. También cree que el confinamiento ha tenido algunos efectos positivos en niños “sobre todo en los que padecían estrés o patologías más leves relacionadas con la ansiedad del logro o la construcción de la identidad”. 

El psiquiatra ve comprensible que durante el confinamiento se reduzca el estrés. “La ausencia de los padres en la vida cotidiana es uno de los mayores provocadores de la angustia en los niños y de la ansiedad en la infancia y lo que más ayuda a los hijos a tener un desarrollo emocional más adecuado es que estén sus padres cerca. Aunque estén desatendidos porque los padres están teletrabajando, siempre pueden recibir un abrazo y la certeza de que sus padres están ahí si pasa algo”, explica el doctor Martínez Manjarrés. Aunque resalta que los resultados de la muestra no pueden generalizarse para todos los niños: “Tiene un gran valor que los datos midan el antes y en el después. Aunque el sesgo socioeconómico es importante, ya que no es lo mismo pasar el confinamiento en un chalet o casa con jardín, que hacerlo en un piso pequeño, interior, con muchos hermanos y la angustia de que tus padres están sin trabajo”, apunta. 

Como contrapunto explica que por su consulta han pasado adolescentes a los que la educación online les ha beneficiado: “Algunos estarían felices de seguir haciendo clases virtuales porque les da más disposición de su día, pueden ir a su ritmo y son más flexibles en los tiempos y espacios, y muchos valoran que les permite pararse a pensar. Eso nos tendría que hacer reflexionar a nosotros, los adultos”, concluye. Sin embargo, en el informe del equipo de la Universidad Complutense, la dimensión que peor parada sale de esto estudio es la académica, ya que el 85% de los niños expresaban dificultades para realizar adecuadamente las tareas escolares así como una demanda excesiva por parte de los profesores. 

El estudio refleja también cómo perciben las familias que sus hijos han vivido esta cuarentena. La variable que más ha empeorado, según describen los padres, es la motivación al estudio. También ha subido mucho la impulsividad, las familias perciben más hiperactivos e impulsivos a sus hijas e hijos .

Además, perciben que la mayoría de los niños han empeorado su estado psicológico tanto en infantil (55%) como en primaria (64%). No obstante este resultado es mayor en el ciclo de primaria. En infantil es mayor el porcentaje de niños que no experimentan cambios . Aunque el psiquiatra Martínez Manjarrés, advierte de que estos cuestionarios deben hacernos pensar, pero no debemos olvidar que muestran la opinión de los padres, que pueden estar proyectando sus propias emociones. 

Pedro, de 8 años, cree que sus padres están muy estresados, y aunque valora las ventajas del confinamiento, como explicaba al principio, él también necesita su espacio. “Esto tiene cosas buenas y malas, pero ahora ya tengo ganas de recuperar mi vida de antes, tener mi sitio, si es que se puede...”, concluye.